LA ESFERA DE LOS ÁNGELES.




Llevo dos semanas dándole vueltas a las líneas iniciales de Las Elegías de Duino. No puedo sacármelas del alma. Por momento me olvido, pero entonces, de manera imprevista vuelven a aparecer sacudiéndome con un estremecimiento insondable. Pero no había caído en la cuenta hasta qué punto me estaba afectando la lectura de Rilke hasta esta tarde, cuando le respondí a mi padre una larga carta que me envió desde Buenos Aires. De pronto, caí en la cuenta de algo próximo y monstruoso.

En la carta, mi padre me hablaba de la injusticia que reina en este mundo que habitamos. No sabemos muy bien qué sea la justicia exactamente, pero sabemos lo que es la injusticia. Sabemos lo que es la crueldad que nos rodea y en la que, de manera alegre e indiferente, muchas veces participamos. También sabemos de ella porque, cuando se presenta en nuestra vida con el rostro descubierto, sentimos de que modo orada nuestro cuerpo dejándonos a flor de piel, o mejor, con la piel arrancada, en carne viva. El mundo duele tanto cuando lo miramos de ese modo, cuando las diversiones dejan de esconder la cara más horrenda de la realidad que habitamos.

De todos modos, el mensaje de mi padre era tan triste, que le insistí para que levantara el animo, que hiciera un esfuerzo para ver las cosas con un poco de alegría. Le recordé que pese a todo lo terrible y oscuro que nos envuelve, pese a la injusticia y el sufrimiento enorme que nos golpea, siempre hay pequeños regalos que parecen caídos del cielo por los cuales podemos y debemos estar agradecidos.

Cuando acabé de leer su carta, subí a la habitación de mis hijos. Les dí un beso y me quedé charlando con ellos de sus cosas. Su pequeñez es tan inmensa. Y tan absurdos son sus balbuceos. Y tan conmovedor es estar junto a ellos, con la inmensidad de esa responsabilidad infinita que es ser padre o madre de alguien.

Entonces caí en la cuenta de lo mucho que había aprendido desde entonces, cuando yo era como ellos. Pensé en todos los lugares que había conocido, en todas las personas con las que había tenido ocasión de conversar, en todos los libros que había leído, en todos los cuadros, en todas las películas, en todas las muchas noticias que había tenido del mundo en los años que llevaba habitando el planeta. Pero al tiempo que rememoraba todas estas cosas, caí en la cuenta que toda esa acumulación de experiencias no había ayudado a descifrar por qué razón, verdaderamente (si es que hay una razón para ello) estamos en este mundo que, por momentos, nos parece tan ajeno.

A veces me pasan esas cosas. Supongo que le ocurren a todo el mundo. Miro a mi alrededor y todo es extraño, asombrosamente extraño.

Entonces me asalta un vacío en el corazón, una tristeza enorme sin ningún motivo aparente. Una angustia que ningún abrazo humano parece poder sosegar. Un anhelo de amor que parece no poderse colmar con ninguna presencia humana. Un ansia de consuelo que ninguna palabra humana parece poder ofrecerme, una suplicante sed de perdón por la ignorancia y la crueldad meditada o impremeditada que he ejercitado en mi vida, que ningún alma humana parece poder concederme.

Parece que nadie en esta tierra puede enseñarme amar ese rostro que me mira del otro lado del espejo cuando realmente me detengo a mirarme, y no me escapo en cambio con un gesto apurado o una pose estudiada para el resto.

Ahí esta mi boca, mis ojos, mi nariz.
Ahí esta mi cuerpo.
Ahí está eso que soy yo, pero a lo que sin embargo siempre parezco revelarme, como si fuera una celda que arrincona el deseo inabarcable, que constriñe las ansias infinitas de ser, que no llevan nombre, ni máscara.

Entonces, me acordé de esas líneas de Rilke de las que les hablaba más arriba, y comprendí que todos los hombres y mujeres del mundo quieren ser amados de esa manera incondicional y absoluta que yo tanto ansiaba. Pero también comprendí, tristemente, que somos incapaces de amar de ese modo incondicional y absoluto que tanto necesitan quienes nos rodean.

Comprendí que hay en todas nuestras relaciones una injusticia radical, un desorden rotundo, que es la disparidad entre el amor infinito que requerimos para vivir eternamente, y el limitado amor que somos capaces de ofrecer a nuestro prójimo.

Pero mientras pensaba todas esas cosas, me vinieron de nuevo a la mente las palabras de Rilke, y se me ocurrió que debía compartirla con ustedes:

“Wer , wenn ich schriee, hörte mich denn aus der Engel
Ordnungen?, und gesetzt selbst, es nähme
einer mich plötzlich ans Herz: ich verginge von seinem
stärkeren Dasein. Denn das Schöne ist nichts
als des Schrecklichen Anfang, den wir noch grade ertragen,
und wir bewundern es so, weil es gelaßen verschmächt,
uns zu zerstören. Ein jeder Engel ist schrecklich.”


(“¿Quién me oiría, si gritase yo, desde la esfera de los ángeles?
Y aunque uno de ellos me estrechase de pronto
contra su corazón, su existencia más fuerte
me haría perecer. Pues lo hermoso no es otra cosa que el comienzo
de lo terrible en un grado que todavía podemos soportar
y si lo admiramos tanto es sólo porque, indiferente,
rehúsa aniquilarnos. Todo ángel es terrible.”)

LA NATURALEZA, EL HOMBRE, LA HISTORIA Y LO BUENO. Comentario a cuatro aforismos de Wittgenstein.


Voy a referirme a unos cuantos aforismos de Wittgenstein que aparecen en las primeras páginas de Cultura y valor.

Dice Wittgenstein en el aforismo (1):

“Cuando oímos a un chino, nos inclinamos a considerar su lenguaje como un balbuceo inarticulado. Pero quien entiende el chino reconocerá allí el lenguaje. Así, con frecuencia, no puedo reconocer al hombre en el Hombre.”

¿De verdad cuando escuchamos el balbuceo de un chino, su lenguaje aparece como un balbuceo inarticulado? Sabemos que se trata de un lenguaje, pero sólo de manera inferencial. Es decir, escuchamos un balbuceo inarticulado, incomprensible, al que, a posteriori, concedemos un sentido que nos resulta oscuro, secreto, esotérico. En cambio, cuando escuchamos a un interlocutor que habla nuestro idioma, el balbuceo, la base sobre la cual establecemos el sentido, desaparece completamente. Desde el primer momento, lo que tenemos es significaciones, no un balbuceo al que le concedemos una significación. La base (los sonidos), y la significación parecen indistinguibles. Sólo si aplicamos una razón analítica (en contraposición a la aprehensión natural cotidiana), una razón teórica, la base y la significación pueden abstraerse la una de la otra. Hasta allí el asunto está claro. Pero a continuación, nos dice Wittgenstein:

“Así, con frecuencia, no puedo reconocer al hombre en el Hombre.”

Por un lado tenemos al Hombre (con mayúscula), la “cosa” delante de nosotros que es como un balbuceo para el habla: esa máquina biológica, ese organismo dotado de una serie de rasgos sobre el cual podemos establecer al hombre concreto (con minúscula), al hombre de carne y hueso, al individuo en el cual se encarna exclusivamente el sentido, la significación.

Hay momentos, dice Wittgenstein, en que no veo al hombre de carne y hueso, sólo al Hombre de la especie, al organismo, a esa máquina biológica de la que hablaba.

En esas ocasiones en las que sólo percibo el balbuceo del hombre, el sentido del hombre concreto es esotérico, secreto.

Pero ¿Quién ese hombre concreto misterioso, ese "chino" del que nos habla Wittgenstein? Ese hombre concreto misterioso es es el extranjero, el extraño, el samaritano frente al judío. Y aquí la partícula “extra” es fundamental. Se trata de aquello que esta “fuera” del círculo de mis convenciones, fuera del círculo de mi lenguaje, el que habita otra forma de vida.

El aforismo (8), dice:

“Deja hablar sólo a la Naturaleza y reconoce por encima de la Naturaleza unicamente algo mayor, pero no lo que otros pudieran pensar.”

¿A qué se refiere Wittgenstein cuando dice “Naturaleza”? ¿Hacia dónde tenemos que dirigir nuestra atención? Uno está tentado a creer que la naturaleza son los bosques vírgenes y las cumbres heladas. Por supuesto, esa es la naturaleza. Sin embargo, la naturaleza lo es todo. Los cristianos dirían que es la creación. Los budistas la totalidad de la esfera fenoménica: cada cosa visible y pensable de manera discreta, los entes.

Por lo tanto, no te quedes atrapado "solipsisticamente" en tí mismo. Escucha la realidad. Esta hablando, esta diciendo algo. Presta atención al mundo, a tu cuerpo, a los cuerpos de los árboles. Que tu interés no se agote exclusivamente en tu gusto, en tu placer, en tu dolor, en tu sufrimiento. Tienes que ir más allá de tí mismo y escuchar la naturaleza, la realidad.

Sin embargo, debes reconocer que además del círculo de los existentes hay algo más. Escucha la naturaleza, pero reconoce algo más. Reconoce, acepta, que hay algo más, "pero no lo que otros pudieran pensar."

Esta última idea se encuentra relacionado con otro aforismo en el que Wittgenstein dice: (3) “¡Qué bueno que no me dejo influir!”.

No se trata de aceptar lo que otros dicen o piensan sobre el más allá, sobre ese “algo mayor". No se trata de eso, de ningún modo. Se trata, sencillamente, de reconocer que hay algo más, algo mayor, por encima (o por debajo) de la Naturaleza.

El aforimo (18), dice:

“Cuando pensamos en el futuro del mundo, nos referimos siempre al lugar en que estará si sigue el camino que lo vemos seguir ahora mismo, y no pensamos que no sigue un camino recto sino curvo y que cambia constantemente su dirección.”

¿Hacia dónde va el mundo? ¿Hacia dónde va nuestra vida? En cierto modo, parece que el tiempo nos asegura una línea recta sobre la cual hacemos equilibrio intentando llegar hasta el final. Si perdemos la línea, pensamos, estamos fuera de la historia. En cierto modo, la historia es una línea recta que parece quitarse de encima a quienes se desvían. Pero ese no es el sentido del aforismo. La pregunta es hacia dónde se dirige el mundo. No, cuál es el sentido de la historia. La historia puede leerse lineal o circularmente, pero el mundo no procede de ese modo. La marcha del mundo es como un balbuceo en el que por momentos es difícil interpretar una historia. Parecía que tenía cierta dirección, pero resulta que hace un bucle y cambia de color, y parece no tener ningún sentido.

Los aforismos (20) y (21) van en un tándem.

“Cuando algo es bueno, también es divino. Extrañamente así se resume mi ética.
Sólo lo Sobrenatural puede expresar lo Sobrenatural.”

“No es posible guiar a los hombres hacia lo bueno, sólo puede guiárseles a algún lugar. Lo bueno está más allá del espacio fáctico.”

Recordemos: el espacio fáctico es el de la naturaleza y de la historia. Los hombres pueden ser guiados hacia algún lugar de la naturaleza y de la historia. Alguien puede decirnos: ¡Presta atención! Mira lo que ocurre si hacés A, ¿No crees que sería preferible que hicieras B? Es decir, los hombres pueden ser guiados hacia diferentes escenarios existenciales. Pueden construir infiernos o paraísos en la tierra. Pueden llevarnos a una historia de dominación o libertad. Sin embargo, hay algo más que no puede expresarse desde dentro de la esfera contenida de la naturaleza y de la historia. Algo que debe expresarse desde el más allá. Los cristianos hablan de Dios. Los budistas del Dharmakaya. Pero recuerden, ese “algo más” no es lo que los otros piensan.

L'OMBRA DE CATALUNYA


Aquest article està dirigit a tots els catalans de bona voluntat. Per això ho escric en català. No només perquè entenguin el que vull dir, sinó perquè entenguin que ho dic des de dins, des del cor mateix d'aquesta Catalunya que m'ha regalat tantes alegries, i a la qual he dedicat tantes hores d'aquesta vida meva, acotada, finita, aquesta vida meva que és l'única que tinc i a la qual em moro ineludiblement.

Com deia, els escric a vostès, gent seria i sensible que ha construït aquest país, perquè els estimo i em preocupo per vosaltres.

Una onada de maldat més mortífera que la que produeix la històrica disputa contra l'espanyolisme militant i anticatalanista fa ombra sobre el futur ara mateix, una ombra que si acaba per donar de ple en la ciutadania, s'arrossegarà amb si tot el respecte i simpatia que li hem prodigat molts.

Tota entitat, pel sol fet de la seva existència mereix el respecte que li atorga la seva categoria de esser. Hi ha un veritat ontològica inqüestionable: el que és, per ser-ho, ja és bo i val la pena que romangui en l'existència.

Per descomptat, necessitem molt espai per desplegar arguments que sostinguin una afirmació tan contundent. Però és perquè creiem que l'ésser és millor que el no res que rebutgem la pena de mort, i encara que sembla que ens resulta indiferent posar verí al jardí per desfer-nos de les formigues que amenacen les nostres flors, no sembla descuidat mostrar als nostres fills que no es mata perquè sí quan els veiem dedicats a la crueltat.

És a dir, la prioritat de l'ésser sobre el no res ens exigeix de vegades el sacrifici d'un bé per a la preservació d'un altre bé que jutgem més, per les raons que fossin. Però això no indica, de cap manera, que haguem de fer una excepció al principi de la prioritat de l'ésser sobre el no res.

Això passa en tots els àmbits, no només entre els objectes materials, sinó també amb les imaginacions. Les nacionalitats, com a comunitats imaginades, per example, pel sol fet d'haver estat concebudes en l'existència, mereixen la consideració que donem a tot l'existent. Per això, en breu, la meva simpatia cap a tota reivindicació de la imaginació col.lectiva.

No obstant això, les nacionalitats, com els fruits de la natura, a més de la dignitat existencial que li confereix el seu propi esser, es jutgen en funció de la relació que existeix entre la seva pròpia existència i altres entitats relatives. Com els fruits, n'hi ha bells, n'hi ha nutricis, n'hi ha verinosos i n'hi ha francament fastigosos.

Creure, com de vegades es pretén, que només n'hi ha prou amb l'existència, i que la resta és cosa indiferent, és cosa perniciosa i de molt mal gust, si m'ho permeten.

Tot això ho dic per referir-me al que, amb tristesa, veig que passa a Catalunya ara mateix, a aquesta onada que creix fent ombra d'aquest país, que amenaça per destruir tots els racons de la seva gramàtica ciutadana, contaminant tot amb la suspicàcia i l'odi, amb la perversitat de les justificacions marcides per tots coneguts.

Em refereixo a la xenofòbia creixent, que primer van ser idioteces de tertulians i comentaristes incapaços de mesurar l'efecte de la seva semàntica mediàtica. Em refereixo a les condemnes de la gent bé cap als col.lectius de moros, xinesos i sudaques, i les justificacaciones idiotes que sempre acompanyen la discriminació solapada, però que ara s'ha convertit en una onada que reclama un país sense immigrants, un país sense equatorians , sense senegalès, sense argentins, sense pakistanesos, "un país per a nosaltres", com diu la plataforma que dirigeix Anglada a Vic, i davant la qual tots els partits polítics es rendeixen als seus peus, "un país que primer pensi en els nostres ".

Un país, francament els hi dic, força detestable, que mereix el meu respecte existencial, però al que, arribat el cas, caldria oposar-se fins i tot amb la força.

Per tant, als homes de bé d'aquesta Catalunya que he après a estimar, els dic: no permetin el desprestigi que promouen aquells que per la mera existència, pel sol fet d'haver nascut aquí, li fan a la digna i bella qualitat d'aquesta geografia. No permetin que la lletjor converteixi aquesta terra fecunda i generosa en una porqueria.

Hi ha potser, un nacionalisme més gran, més digne i esplèndid que aquell que aspira merament a ser, i és aquell que aspira a ser eminentment bo.

ESFERAS DE ACOGIDA Y POLÍTICAS DE INCOMUNICACIÓN



Después de varios días encendidos, hay que volver cada uno a su sitio. Pero hace falta que la clarividencia que despertó en la ciudadanía la confrontación ineludible con la contingencia, no se disuelva en el tiempo como una estela en el agua que desaparece sin dejar rastro a poco de marcharse la embarcación que trazó su dibujo. Hay que hacer camino de los acontecimientos, labrar el surco de nuestros pasos futuros.

Lo que pretendo en este post es pensar dos o tres cuestiones para que la reflexión pase de ser un fenómeno puramente hermenéutico, explicativo, y se convierta en una suerte de ejercicio hermético, que nos transforme vitalmente. La historia ciudadana es como un libro que hay que aprender a leer. Como un libro, la ciudad política nos acoge y nos enseña. Sin embargo, vivir la ciudad, la patria, el mundo en su dimensión política es producto de un cultivo previo que se realiza en el seno de la familia, donde aprendemos (cuando la familia no sufre de una seria patología) el uso de la palabras. Donde se nos inicia en la conversación, donde se nos acoge para convertirnos en respondentes, responsables.

Sin embargo, la construcción del yo no sólo necesita del nosotros familiar y ciudadano para hacerse. También necesita de ese otro lugar que antiguamente, de manera exclusiva, nos ofrecía la religión. Ese espacio de acogida que señalaba el sentido último de nuestro ser en el mundo. Pero, de nuevo, el acceso auténtico, no distorsionado de la vida religiosa o espiritual, sólo puede ser el resultado de la integración por parte del individuo de las enseñanzas específicas de las esferas de acogida familiar y ciudadana, donde aprendemos facetas de nosotros mismos sin las cuales nuestras existencias se vuelven imperfectas o incompletas.

La vida ética, la vida política y la vida contemplativa son aspectos irrenunciables de nuestra educación si nuestra intención es hacer uso pleno de nuestra condición humana.

Uno de las conclusiones que con alegría extraigo de la experiencia argentina de las últimas semanas es la aparición en el espacio público de unas generaciones jóvenes que, pese a no haber participado ni activa ni pasivamente de las atrocidades de la dictadura, ni de las traiciones de la democracia neoliberal, están prevenidas acerca de la necesidad de participar de manera efectiva y vigilante en el proceso de construcción de la identidad futura de la nación. Eso significa que vuelven a funcionar masivamente las esferas de acogida, que la palabra vuelve a ponerse en funcionamiento, que estos años de lucha verbal, de combate dialéctico, no han sido en vano.

El antropólogo catalán Lluís Duch habla de la cultura como la actividad de empalabramiento de la realidad. La familia, la ciudad y el templo (el lugar del recogimiento y la contemplación), son las esferas donde el anthropos, cada uno de nosotros, mujeres y hombres, aprendemos a ser empalabradores del mundo en que vivimos, aprendemos a participar en la construcción de esta realidad humana, esta esfera semántica donde recogemos en el presente el pasado y el futuro, en la forma de la memoria y la imaginación.

Estas esferas de acogida, donde crece la palabra, donde se escriben los relatos que nos dan nombre y donde aprendemos a nombrar las cosas de nuestro mundo, sin embargo, se encuentran amenazadas por esos poderosos mecanismos de la incomunicación al servicio del exclusivo economicismo de la realidad que son los medios de comunicación.

Hemos aprendido de manera acelerada, que los medios de comunicación incomunican. No sólo mienten, no sólo tergiversan y manipulan, sino que además nos incomunican. Basta con volver la mirada a esa plaza atestada de dolor, para comprender que donde ayer no había nadie, donde ayer había sólo la ausencia, de pronto se hizo presencia un nosotros que había sido mantenido desarticulado a través de una estrategia insistente de fragmentación y desvinculación que los poderes fácticos ejercitan sobre esa masa, hasta ese momento neutral, atomizada, que de pronto se convierte en un nosotros-pueblo.

Me pregunto, aun a sabiendas de los peligros que acechan a eso que llamamos patria y a eso que llamamos pueblo, si por mor de protegernos de dichos peligros, debemos vivir una vida mutilada, fragmentada como la que nos ofrece la experiencia liberal ilustrada de la desvinculación, una experiencia de yos dispersos aterrados ante la idea de reconocer su pertenencia intrínseca a un nosotros.

El precio de semejante temor se ve reflejado en la fractura de las esferas de acogida de las que hablé más arriba, en la incomunicación que reina en el seno de esas “comunidades” de palabra que son la familia, la ciudad y el templo. Es posible, como se dice en estos días en mi patria, que haya llegado la hora, no sólo de hablar de una política de justicia, sino también de una política del amor.

Por eso se me ocurre que ante el contundente fracaso neoliberal, ahora disfrazado de republicanismo, cabe ser más incisivo a la hora de escuchar e interrogar a las alternativas políticas que se nos proponen.

Sabemos que aquellos que ondean la bandera de la eficiencia administrativa sólo construyen "ciudades" aplicando políticas eugenésicas (deshaciendose de las vidas sobrantes); prefieren acogerse a las castas sacerdotales que nos obstaculizan nuestra entrada al templo; y promueven un modelo de familia que pretende exclusivamente ser un eficaz mecanismo de transmisión de privilegios.

Mientras tanto, se respiran nuevos aires. Se ha colado en el discurso político de la patria la palabra "amor". Lo cual parece estar en sintonía con esa recuperación de las esferas de acogida de las que hablábamos más arriba. Si fuera así, nos encontraríamos en los umbrales de una verdadera revolución que todos deberíamos festejar.

LOS PREMIOS




No quería escribir sobre Vargas Llosa. Me daba pereza y no tenía muy claro qué era lo que quería decir. Sin embargo, ahora mismo creo que hay que decir dos palabras sobre el aparato mediático y hacia donde nos dirige la campaña que han lanzado los medios del establishment planetario para continuar hundiendo en el olvido el fracaso del modelo neoliberal.

Pero el asunto es tan complicado que voy a hacer referencias cruzadas, cortocircuitadas, como diría Zizek, para que el asunto se vea como lo que es: una jugada de marketing para sostener el modelo del horror y del terror.

Vamos a comenzar por lo primero, por Vargas Llosa. Un tipo al que dediqué muchas lecturas en mi juventud. Un tipo que me permitió soñar con esos mundos imaginarios que se encontraban en la tangente de la realidad, y al que no podemos dejar de honrarle en cuanto escritor de ficción. No cabe la menor duda que disfrutamos con su pasión onírica y artística, con sus reconstrucciones históricas, con los extraordinarios bosquejos sociales de su primera época.

Sin embargo, muchos de sus más fieles lectores de la primera hora, todavía ignorantes del giro político que había ocurrido en su vida, nos sorprendimos cuando descubrimos en quién se había convertido el peruano.

Recientemente, Ignacio Ramonet desvelaba, en Le Monde Diplomatique la manera en la cual se produjo ese giro. En 1967 declaraba el eximio novelista sobre la revolución cubana:

“Dentro de diez, veinte o cincuenta años, habrá llegado a todos nuestros países, como ahora a Cuba, la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y la reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y de nuestro horror”.

Sin embargo, poco después, Vargas Llosa va a sufrir una mutación que corre por los mismos senderos de las mutaciones políticas y sociales que se estaban viviendo en el escenario público. No hay nada original en su nuevo arrebato de pasión, como no había nada original en su alabanza a la revolución cubana en aquellos años del 67, entre Berkeley y París, cuando el hilo de la tensión revolucionaria que tiraba a un mismo tiempo por los derechos de la autoexpresión individual y la justicia social definitivamente se rompió. El artista Vargas Llosa decidió exclusivamente por la libertad individual, como muchos de sus contemporáneos, olvidando el componente social de su compromiso de transformación.

Como un camaleón taimado (adjetivo que le propinó a Evo Morales al que acusó de criollo mentiroso en una nota del siempre puntual periódico El País), Vargas Llosa supo apurar su propia mutación con la vista puesta en los nuevos ideales de su tiempo. Dos obras, nos cuenta Ramonet, están detrás de la articulación de su nueva cosmovisión: Camino de servidumbre, de Friedrich Hayek, y La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper.

Me acuerdo de esos libros. El libro de Popper fue el primer libro de filosofía que leí en mis años mozos. Debía tener trece o catorce años cuando lo extraje de su lugar en la enorme biblioteca de mi padre y devoré los dos volúmenes en los cuales Popper, con una literatura afilada y una argumentación retorcida rastreaba los totalitarismo del siglo XX en las obras de Platón y de Hegel. También me acuerdo del libro de Hayek, que también ocupaba un lugar en la biblioteca de mi padre, junto a las obras de Milton Friedman, en aquel tiempo en el cual las odas a la libertad radical la entonaban los carceleros y los asesinos de todas las dictaduras de nuestro continente. Curiosa epopeya la de Vargas Llosa que supo olvidarse de su pasado libertario para enfundarse la vestimenta de la libertad del mercado, militando junto a aquellos que habían sido sus enemigos.

Desde entonces, los reconocimientos políticos y literarios de Vargas Llosa se han multiplicado. Ha sido consagrado por la prensa corporativa, ha sido fotografiado junto a los literatos de moda, ha sido galardonado por nobles y eximios a todo lo largo y ancho del planeta, y en cada ocasión ha quedado claro, como en el último anuncio de los premios Nóbel, que el galardón no está dedicado únicamente al creador de ficción, sino también a la posición militante que ha adoptado desde su giro copernicano hacia la derecha política. Como el propio Vargas Llosa puso de manifiesto recientemente: “Si mis opiniones políticas han sido tenidas en cuenta, pues en buena hora. Me alegro”.

Mientras tanto, la Universidad San Pablo CEU, una universidad católica con claras tendencias ultramontanas, han obsequiado a José María Aznar de España, y a Álvaro Uribe de Colombia (dos amigos personales del novelista) con el premio internacional titulado “La Puerta del recuerdo” por la “decidida lucha (que ambos mandatarios han realizado) contra el terrorismo y por sus compromisos con las víctimas.”

Recordemos brevemente a quiénes se condecora. José María Aznar, uno de los promotores más inflamados de la guerra de Irak en Europa, tiene el honor de la complicidad con una operación militar promovida por razones extraordinariamente ambiguas a las que se opusieron, no sólo la mayor parte de los Estados soberanos del mundo, sino también una inmensa mayoría de la ciudadanía planetaria en manifestaciones directas. Una guerra que ha dejado, según cuentan los más optimistas, entre 600.000 y 1.200.000 víctimas, y en la historiografía los ejemplos edificantes de Abu Graib, Guantánamo y los vuelos secretos (vuelos que recuerdan al anecdotario de horror de la Argentina dictatorial en los años 70, demostrando de ese modo la continuidad del imperio del terror).

El señor Álvaro Uribe, a pesar del triste apoyo ciudadano que el presidente colombiano ha recibido en las urnas en retieradas ocasiones, posee un prontuario de desapariciones, ejecuciones y complicidades criminales de una extensión de la que pocos mandatarios en el mundo pueden presumir. Recordemos que el expresidente Uribe recibió un premio semejante de manos de la corona española con motivo, según se dijo, de ser un promotor de la libertad. También recibió de George W. Bush la medalla de honor por razones análogas: ser un paladín de la justicia y la libertad, por su lucha contra el terrorismo y a favor de las víctimas.

Mientras tanto, permítanme que les recuerde el escenario en el cual nos estamos moviendo. Después de una oleada de privatizaciones en los años noventa en la periferia del primer mundo, que contribuyó a la pauperización de las economías locales y lanzó a la miseria a cientos de millones de personas en todo el mundo, la década que siguió nos recibió con una crisis financiera profunda en el corazón de la metropoli.

Dos años después de declarada formalmente la crisis (hasta entonces negada por todos pese a haber sido anunciada por aquellos que los tertulianos/voceros del establishment desprecian) la prensa corporativa y la cultura vuelven a rendirse a las exigencias de eso que hemos dado en llamar "neoliberalismo", e inicia en Europa una operación a gran escala de privatizaciones, después de (1) socorrer a la banca con dinero público y (2) ofrecer al sector privado la seguridad de que, sea lo que sea que ocurra en la próspera negociación que se avecina en sectores claves como la educación, la salud y la seguridad, presa apetecida durante largo tiempo por el capital privado, el marco estará servido para facilitar los masivos despidos que se necesitan en el hasta entonces sector público, para reiniciar los procesos de reestructuración empresarial, que de seguro, además, estarán respaldados con subvenciones "inteligentes" que acabarán por llevar al Estado a la bancarrota. Lo cual, a su vez, facilitará la expansión de las operaciónes privatizadoras, so pretexto de dinamizar la economía e impulsar el pleno empleo, etc., etc.

Las subjetividades europeas están siendo colonizados a una velocidad vertiginosa. Por medio de un aparato bien engrasado de información que fragmenta la resistencia ciudadana, haciendo ininteligible las protestas que ocurren a un lado y otro del continente para los ciudadanos de a pié que no se sienten solidarizados con lo que ocurre en Francia, Grecia, Reino Unido o España, y un aparato de creación de opinión que ha borrado del vocabulario las nociones esperanzadoras que hace apenas dos años nos hacía creer que era posible un cambio de rumbo, los ciudadanos europeos, como en otra época ocurrió con argentinos, brasileros o mexicanos, asisten boquiabiertos al remate/saqueo que ha emprendido el capital corportivo fusionado con la burocracia estatal.

En estas circunstancias no es alocado sospechar que los aparatos e instituciones culturales y educativas forzados a redefinirse en función de la integración economicista europea, sirven perfectamente (como nunca antes) a las exigencias del capital, trastocando los espacios de pensamiento que pudieran problematizar y desafiar las operaciones que se están llevando a cabo.

Los premios son una parte del tinglado que estamos montando para este nuevo cambio de rumbo, este giro copernicano, al cual la ceguera de los pueblos, la irresponsabilidad de los técnicos y la complicidad de sus dirigentes, artistas y comunicadores, nos están llevando. Un cambio de rumbo que significa un cambio de identidad que resultará irreconocible a la luz de nuestros ideales aun vigentes.

China nos ha mostrado (para la felicidad de algunos y la distracción de la mayoría) que el capitalismo no necesita ya de la democracia como socia en su itinerario hacia el fin de la historia anunciada por Fukuyama.

Esto debería ayudarnos a comprender la naturaleza de los premios. Palabras como "libertad" y "justicia" son equívocas. También "democracia" y "verdad". Hay que preguntarse en cada caso concreto: ¿Qué libertad defienden los Vargas Llosa, los Uribe y los Aznar? ¿La libertad de quién? ¿Qué significa su justicia? ¿Justicia definida y administrada por quiénes y para quiénes? ¿Y qué dicen cuando dicen democracia? ¿Qué pueblo hay detrás de sus campañas libertarias, qué intereses dicen representar? ¿Cuáles son las verdades a las que atienden? ¿las verdades de las armas de destrucción masiva o las verdades del asesinato político sistemático promovido desde el Estado durante el mandato de Uribe? ¿Cuál es la verdad de Vargas Llosa, a cual de los dos Vargas deberíamos creerle? ¿Al Vargas que anticipó y denunció una operación continental de aniquilación que se extendió desde Guatemala hasta Tierra del Fuego y que costó la vida a medio millar de personas? ¿O al que defiende un modelo que llevó a ese mismo continente a la miseria más absoluta durante los 80 y los 90?

En fin... quería decir dos palabras sobre la naturaleza de los premios y la naturaleza de los premiados de moda.

Y DE PRONTO SUPIMOS LA VERDAD...



Y tuvo que ser Néstor Kirchner, con su muerte, con ese último acto de su vida, quien pusiera en evidencia otra mentira. Esta vez, el engaño concertado de todos estos años, traducido en los reiterados eslóganes que la gentuza malpudiente y sus empleados obsecuentes repitieron en coro a través de las ajadas figuras de la televisión argentina, o difundieron por medio de las letras traicioneras de la prensa gráfica.

¿Se acuerda lo que decían esta gente que no por mediocre deja de ser mala?

“La gente quiere que los echen, la gente quiere que se mueran, la gente quiere que los maten”, dijo en cierta ocasión Elisa Carrió, mientras el Dr. Grondona se frotaba las manos encandilado, y ambos pretendían hablar la voz del pueblo.

Pero detrás del odio caricaturesco y la hipocresía afeminada de Grondona, enfilados bajo una única bandera cuyo único sello de identidad no consiste más que en odiar a la pareja presidencial, débiles de espíritu, débiles de pensamiento, los Macri, los Duhalde, los Cobos, los Solá, los Michetti y los de Narváez, se enfundaban la representatividad de las clases más recalcitrantes y perversas que tiene y tuvo siempre la Argentina.

Durante mucho tiempo sentenciamos: a esta gente la engañan. Clarín y La Nación la engaña. Pero eso también es una mentira. Esta gente quiere ser engañada, quiere escuchar las bestialidades que escucha cada día, quiere que las mentiras se vuelvan sangre de su sangre para sostener el falso privilegio de su falsa cultura, frívola, miope, echa de retazos de gestos vacíos, de lecturas sin fondo, de pensamientos de polvo para el viento de nadie.

Y de pronto supimos la verdad… una verdad que todos sospechábamos pero que algunos no se atrevían a decir bien fuerte, porque había miedo. Un miedo que no era el que producían los Kirchner, como nos querían hacer creer las divas y los divos de la manipulación de siempre. El miedo era el ostracismo social, la persecución mediática, el vacío, la burla.

¿Se acuerdan de esos días aciagos de la derecha vernácula cuando era posible hacernos creer que la gente odiaba a los Kirchner? ¿Se acuerdan de esas frases sublimes en las que pretendían convencernos que hasta el pueblo los detestaba? Hoy la plaza está atestada. A vuelto el aluvión zoológico a la ciudad. Ni los golpes militares, ni las políticas de empobrecimiento, ni la concertada operación de difamación mediática ha logrado que el pueblo se rindiera.

Ayer me escribió mi hermano. Emocionado me contó que había hecho acto de presencia con sus hijos en nuestra plaza de Mayo. Orgulloso habló del pueblo, de la patria, del futuro, de la libertad y de la justicia, esas palabras sagradas que el capitalismo “espiritual” de los noventa nos arrebató, esas palabras que las bestias de la cultura local, atragantada con los valores menores del recato formal, la lexicografía y la estudiada modulación bucal, decidió abandonar para esconderse ante sí misma su propia mediocridad.

Pero el pueblo ha hablado otra vez, ha vuelto a decir: “eso es mentira”, y ha firmado la sentencia del mentiroso.

El pueblo amó a Kirchner y lo dice con la voz firme e inundada de pena para que todos escuchen quién es su lider. Y ama a su presidenta en quien confía. Y su amor no es trivial, es el amor de un pueblo que se sabe a su vez querido por sus líderes. Un pueblo al que este movimiento de transformación devolvió la dignidad que se le había arrebatado con la pretensión de hacerlos esclavos para siempre.

El pueblo ama a Kirchner y ama a su presidenta, porque ellos le han devuelto la ilusión de la libertad. Hoy el pueblo es más sabio, más paciente. Sabe que detrás de las palabras vacías de los Duhalde y macris mafiosos, de las Michettis de turno, de los Cobos traidores y de los De Narváez oportunistas no hay más que el látigo del capataz de siempre, que vela por los intereses de sus patrones en detrimento de la vida, la salud y el bienestar de todos.

Y de pronto supimos la verdad… que aquí en la tierra hay un pueblo grande, un corazón ardiente que comparten millones, un alma inflamada de ilusión que Néstor Kirchner y la presidenta ayudaron a despertar.

Hay que hacer de esta muerte un destino ineludible, un “sí” rotundo a este rumbo de libertad y justicia, y un “no” decidido a las músicas falsas de estas sirenas de la derrota, a los mentirosos de siempre, a estos empleados del mes, que ahora escondido bajo sus camas esperan el veredicto del pueblo que los sabe traidores.

¡Viva Néstor! ¡Viva Cristina! ¡Viva la Patria!

PELIGROS Y LEALTADES


Acabo de escribirle a mi madre para que compre un ejemplar de Página12 y me lo mande por correo. Quiero guardar en papel los testimonios y los análisis de Mempo Gardinelli, Horacio González, José Pablo Feinmann y otros que se han sentado a escribir en estos momentos agitados, turbios, apesadumbrados en los que aun está caliente el cadáver de Néstor Kirchner.

En la nota de ayer, la coincidencia fue que en los días anteriores había recibido una catarata de mensajes “basura” de parte de “amigos” y conocidos apurados ante la proximidad (?) de las elecciones de octubre de 2011 por seguir inculcando (inoculando) un odio envasado de lugares comunes y retorcijones de espíritu. Fue por eso que al sentarme frente al ordenador no pude evitar hacer un recordatorio de las maldades concebidas por aquellos que durante todos estos años, en las reuniones y encuentros virtuales, siempre encontraban ocasión para ofrecer su cuota de ignorancia y resentimiento.

Pero hoy es otro día, y hay que pensar en el pasado con la vista puesta en el futuro. Además del hombre, Néstor Kirchner era un líder político. Eso significa que su muerte humana debe necesariamente leerse ideológica y estratégicamente por nosotros. Que no nos engañen las frases altisonantes de las bestias opositoras. Que no nos engañen las alocuciones de los Bergoglio y los Bergman, los agentes espirituales de las derechas vengativas. En estas horas tristes que el ciudadano de a pie vive con el alma acongojada esperando que se abran las puertas de la Casa de Gobierno para dar su último adiós a su líder, en los conciliábulos los traidores urden tramas para la capitulación de nuestros sueños.

Hay que estar prevenidos. El destino nos ha puesto delante de la cara el escollo absoluto de la contingencia y nos pregunta: ¿Qué harás con el pasado que se te ha regalado? A nosotros, que somos hijos de una generación aniquilada, que somos fruto de una política de shock dispuesta para idiotizarnos, a nosotros que hemos sido adiestrados para servir sin hacer preguntas en las escuelas de negocios, que hemos tenido que reinventarnos, reeducarnos, rebelarnos ante el pasado para recuperar el sueño de una libertad auténtica, sacudiéndonos la inercia de la imbecilidad consumista y superficial que nos rodea, nos toca mirar el pasado con la vista puesta en el futuro de todos. Un futuro amenazado desde dentro y desde fuera.

Ayer, después de la muerte de Néstor Kirchner, el Washington Post informó que en la bolsa de Nueva York, las acciones de las empresas que operan en Argentina crecieron en su valor de manera exponencial debido a la posibilidad de que las políticas populistas se vean interrumpidas. Mientras tanto, en las redacciones de Clarín y La Nación respiran hondo y se preguntan frotándose las manos si esta desgracia no detendrá el proceso de transformación en el mercado audiovisual impulsado por el Ejecutivo. Los familiares de militares detenidos y juzgados celebran y calculan la interrupción de los procesos judiciales. Los industriales hacen cuentas y descuentan que la debilidad de la presidencia y la estampida hipotética de la militancia kirchnerista ante el desconcierto de la pérdida de su líder impondrá un freno a las amenazas de reformas laborales y planes redistributivos del gobierno.

En el país de hoy hay quienes lloran, pero también quienes suspiran aliviados especulando que la muerte de Kirchner ha puesto punto final al sueño de una Argentina más justa. Lo que toca es volver al pasado para que la memoria no nos permita traicionarnos, y mirar al futuro, ciertos de que no hay otra escapatoria más que la lealtad.

NÉSTOR KIRCHNER


Abrí la compu y me encontré con la noticia en el diario El País. Un frío me corrió por la espalda. Me fuí a página 12, pero no tuve acceso. Después a Clarín, y me encontré con la confirmación de la noticia. El presidente Kirchner había muerto.

La cabeza me dió un vuelco. Le dije a Agus lo que pasaba con un extraño presentimiento que fue cobrando forma a medida que pasaban las horas. Al rato empezamos a recibir las primeras intervenciones a través de facebook. Mientras millones de argentinos lloraban la muerte del ex presidente y enviaban sus condolencias a Cristina Fernández, otros se reían y hacían bromas groseras acerca de lo ocurrido. Mi hermano me envió un mensaje apesadumbrado. Le dije que me debatía entre la tristeza y la rabia.

Llevo meses escuchando a mucha gente diciendo barbaridades sin fundamentos acerca de este gobierno. Un gobierno que a muchos de nosotros nos devolvió la esperanza, que a muchos de nosotros nos hizo soñar con regresar a la patria después de muchos años de avergonzado alejamiento de un país que festejó con los asesinos y los estafadores de la dictadura la estrategia de vaciamiento del menemismo.

En todos estos años de imbecilidades, de mensajes vacíos pero rabiosos, de argumentos energúmenos, de declaraciones altisonantes acerca del asco que producía en las espasmódicas histéricas la inteligencia de la presidenta, he intentado guardar cierta cordura.

Me he explicado un millón de veces, he escrito artículos, he mantenido discusiones con "infradotados" indignados que repetían sus banalidades como un coro de fanáticos hipnotizados, he intentado que la gente tomara conciencia de la razón detrás del encono irracional que reina en el país, de la inmoderada estrategia de violencia verbal que escupe una oposición desarticulada y vaciada de contenido político, completamente entregada a la servidumbre de los poderosos y el status quo de siempre.

Sin embargo, hoy es otra cosa. Hoy me asiste la tristeza y la rabia, y la convicción de que es el momento de dar la mejor de nuestras batallas. Porque lo que ahora mismo se ha puesto de manifiesto, pese a las palabras hipócritas de los líderes opositores, es que han inyectado en el país un veneno que será difícil de neutralizar.

Detrás de las palabras de condolencia de los dirigentes opositores, lo que queda es una masa de gente idiotizada (sus bases) que se ha alimentado con las banalidades y barbaridades de un discurso desmedido y que ahora repiten como idiotas lugares comunes que, ante la muerte del expresidente y el dolor de muchos conciudadanos que respaldaban este proyecto triunfador en las urnas, pone de manifiesto el talante antidemocrático y corrosivo que los alimenta.

Es hora de militancia redoblada, decía hace unos minutos Raimundi a través de su Facebook. Eso significa recordar a cada minuto dónde y quiénes son nuestros enemigos, qué representan, cuál ha sido su historia, dónde estuvieron cuando se debatieron los ejes de este país nuevo en ciernes.

La Argentina de hoy, aunque les pese a quienes envalentonados por las huestes mediáticas repiten al unísono de la corruptela oficial, las mentiras del INDEC y el despilfarro, quienes se vuelven moralistas y se acuerdan de una pobreza que nunca les importo cuando se estaba inventando, mientras festejaban con champaña la aniquilación de la clase media y la fabricación de la indigencia, esta Argentina - decía - es una Argentina más justa.

Pero entiéndaseme bien. Se trata de una Argentina más justa, no de una Argentina justa, a secas. Es una Argentina que necesita de nosotros, una Argentina en camino. Por supuesto, las estructuras políticas están llenas de oportunistas que se cambian de camiseta como de calzoncillos. Habrá que tomar medidas, indudablemente, pero lo primero es reconocer la voluntad política que el matrimonio Kirchner supo adoptar como motivación política. Voluntad de transformación. Una transformación que no puede ser fácil, que no es bufar i fer ampollas, como dicen los catalanes, porque es contracultural, porque se encuentra enfrentada a una cultura enquistada en la psiquis de una parte de la ciudadanía argentina, cínica, escéptica, desconfiada, individualista y clasista, que de paso ha sabido preservarse de la responsabilidad que le toca en la fabricación de la miseria y el dolor bajo la cosmética de la indiferencia y la repugnancia hacia todo aquello que no responda a una política del privilegio, hacia toda política de emancipación ciudadana.

Esa es la Argentina estirada que practica con descaro la crueldad ante el groncho, y que en estas horas, como ocurrió en ocasiones anteriores cuando el expresidente sufrió crisis cardíacas semejantes, muestran la espantosa herencia que los une a las lenguas malas y cotorreras que exclamaban ¡Viva el cáncer! ante la enfermedad y muerte de Eva Perón.

Pero además de los "monstruos" de siempre, de esas caricaturas avaras, hay también la complicidad de aquellos que escuchan en silencio, sin condenar de modo alguno a las bestias más peludas de la crueldad que habitan en sus casas, aquellos que en silencio se sonríen ante las desubicadas muestras de crueldad de sus amigos o conocidos, o se limitan a un gesto vacío de reproche para afirmar después, con la mariconada: "Yo no soy Kirchnerista, pero guardo el luto". Señal de ser un pusilánime perdido, un idiota de esos que piden permiso para decir lo que se tiene que decir y callan para siempre cualquier idea que no sea la que todos repiten de manera unánime en el círculo de clase que impone su tabú con estridencias.

A todas esas personas les deseo con todo el alma que les salga un grano en el culo que les impida sentarse con comodidad durante un año largo y sufrido. Un mal menor, indudablemente, pero que puede ayudarles a recordar de la importancia de la virtud. Para el resto, gente de bien que en estas horas sufre y presiente dificultades futuras, mi más sentido pésame y mi ánimo a continuar con la lucha. ¡Viva la patria!

ESPIRITUALIDAD Y TERROR



Lo que me interesa en esta entrada es hacer un par de apuntes acerca de lo que encontrarán los lectores de ahora en más en este blog. En cierto modo, entramos en una nueva fase. Habiendo acabado mi disertación doctoral en torno a la cuestión de la identidad moderna, emprendo a continuación, paralelamente, dos itinerarios. En esta entrada voy a decir dos palabras sobre cada uno de estos libros en los que estoy trabajando

En primer lugar, de la mano de Charles Taylor, quien me guió a través de la exploración de la identidad moderna, y del teólogo John Milbank, intentaré cartografíar dos cuestiones que han sido de interés a estos dos autores contemporáneos, con el fin de establecer las conexiones entre sus dos relatos acerca del advenimiento de la secularización. Estos dos relatos están sintetizados en el voluminoso tratado, recientemente publicado por Taylor (2007), titulado A Secular Age, en el que nos advierte que la genealogía del orden moral moderno, el llamado “marco inmanente” que caracteriza la era secular, puede ser establecido desde dos perspectivas. Por un lado, a través de una narración que ponga en evidencia las mutaciones producidas en el seno de la cristiandad latina para elevar el nivel de compromiso cristiano de los habitantes de la Europa Occidental, dirigida a eliminar la brecha entre las élites y las masas en lo que concierne a su explicita adhesión y compromiso religioso, que acabará en la reforma protestante y el surgimiento de la llamada sociedad disciplinaria (Foucault). Por el otro lado, el llamado “desvío intelectual” (explorado por autores como John Milbank y Catherine Pickstock) en el que se intenta dar cuenta de lo ocurrido tras la muerte de Tomás de Aquino, en el ámbito intelectual, y que tiene como principal protagonista de este desvío al escotismo y el nominalismo ockhamista.

Abordar estas cuestiones es relevante:
1. Porque es imprescindible discernir los tránsitos hacia la modernidad en términos de mutaciones operacionales (lo cual implica abordar el impacto de la ciencia y la tecnología aplicada al ámbito de la materia inanimada, los organismos animados y la esfera sociocultural humana), y

2. Porque es necesario descubrir de qué manera las "teorías" han sido articuladas a partir de estos desarrollos, o han promovidos dichos desarrollos, desembocando de este modo en una mutación cosmovisional dramática como la ocurrida en el siglo XVII, en el cual nuestra cosmología, nuestra antropología y nuestra ética han sido trastocadas de manera radical.

Por lo tanto, esta exploración es importante porque nos permitirá acabar de delinear lo hecho en "Charles Taylor y la Identidad Moderna" en lo que se refiere a la explicación de la conformación de la modernidad, especialmente a la luz de los desarrollos y desafíos que nos llegan de tres importantes teorizadores de la modernidad como son Alasdair MacIntyre, Jürgen Habermas y Michel Foucault.

Pero hay una segunda área de importancia que esta conectada con la cuestión del terror que no podemos dejar de considerar y que, por cierto, ocupa un lugar relevante en la última obra de Taylor, a través del pormenorizado estudio de la obra de René Girard.

Pero mi propia exploración tiene como columna vertebral tres investigaciones antecedentes que pretenden particularizar las cuestiones abstractas sobre la relación entre tecnología, sociedad disciplinaria y terror que ya están previstas en las obras anteriores. Se trata de los estudios de Zygmnut Bauman, Marguerite Feitiowitz y Stanley Cohen que han explorado respectivamente la relación entre holocausto y modernidad, lenguaje y terror en la dictadura argentina de los años 70/80, y los estados de negación frente a las atrocidades y el sufrimiento a nivel individual y colectivo.

Lo que me interesa, por lo tanto, es:

1.Establecer las peculiaridades de la modernidad en lo que respecta a la relación de los individuos con la trascendencia y el modo en el cual los lenguajes del orden moral moderno tienden a animar, suspender o cerrar cualquier referencia hacia eso que llamamos trascendencia.
2.Establecer las peculiaridades de la modernidad en lo que respecta a la relación de los individuos y las colectividades con el fenómeno de la violencia ejecutada de manera sistemática, implementada tecnológica y burocráticamente.

Pero estas dos cuestiones tienen además un orientación crítica en lo que respecta a un tipo de espiritualidad en boga que asume la necesidad de operar sobre el marco inmanente a fin de reinaugurar el locus trascendente de la experiencia, la dimensión transmundana de las identidades, pero al precio de una nueva vuelta de tuerca en la marcha reformista que tiene como principal vehículo la disciplina corporal/mental para entrar en contacto con una eternidad escindida del tiempo y de la historia, con el fin de producir una fuga (vacacional) frente a las exigencias de la egocentricidad (vease el interesante trabajo antropológico-filosofico de Ernst Tugendhat, "Egocentricidad y mística").

Lo que pretendo es demostrar de qué manera la “nueva espiritualidad” (la supernova espiritual de la que habla Taylor), en el presente estadio tecnológico de nuestra civilización, se ha convertido en un peligroso condimento del orden sistémico que ayuda a reafirmar las tendencias "negacionistas" que la modernidad ha exacerbado a través del distanciamiento de los actores con los efectos morales de sus propias actividades y la inclusión de dichas actividades en un orden jerárquico que promueve una responsabilidad flotante. La interpretación de Bauman sobre el evento del holocausto ilustra esta relación entre modernidad y holocausto de manera singular.

Esta “nueva espiritualidad”, obsesionada con (1) el yo (y su disciplina); y (2) el presente (y la presencia-consciencia corporal/mental); junto con la presunción de que (3) la labor evolutiva del anthropos se reduce al logro de un "infinito malo", en términos hegelianos, en el que el individuo qua individuo y en la soledad de su individualidad sea capaz de alcanzar una plenitud absoluta; al tiempo que abstrae de dicho relato (4) toda referencia histórica que le asocia con el marco social que da cabida a la conformación de su identidad y su orientación estético/moral; esta "nueva espiritualidad", decía, justifica la determinación excluyente de su objeto (el yo presente o yo presencial) a partir de la convicción de que los cambios planetarios que necesitamos implementar sólo pueden ocurrir a partir de una revolución en la interioridad del yo. Pero este yo es interpretado de manera "desencarnada" (aunque obsesionado con la sensualidad); "a-histórico" (aunque se apunta a una visión biológicamente evolucionista que utiliza como análogo de un marco hipotéticamente análogo de evolución espiritual); y "atomista" desde el punto de vista social (aunque se anota a una versión reduccionista de la interdependencia en la cual, debido a la obsesiva necesidad de eludir toda jerarquía, apuesta por la inarticulación de todo valor intrínseco).

Lo que pretendo es demostrar que una afirmación de estas características (la preeminencia de la revolución de los sujetos) resulta comprensible en el marco de un universo holístico, en el cual los individuos, al transformarse, transforman el cosmos, porque forman parte del orden del ser. Pero resulta completamente inapropiada mientras los individuos habitan imaginarios fragmentados, sobre la base de un trasfondo cosmológico caracterizado por su neutralidad valorativa. Para estos individuos, el yo es amo y señor del universo entero. Todas las relaciones del yo resultan sospechosamente utilitaristas, y todos los sujetos convertidos en objetos, meros instrumentos para el logro de la realización personal. La ética del yo es una ética convertida en techne dirigida a la "eficacia" en el uso de los recursos vitales.

La nueva espiritualidad, que se articula sobre la demarcación estricta que la modernidad tardía ha establecido entre lo público y lo privado, sólo puede aspirar a una reintegración moral con la totalidad (a través de sus prácticas post-románticas) en aquellos espacios exclusivos en los cuales el yo descansa de las exigencias de la egocentricidad que le impone el ámbito corporativo y burocrático interesado exclusivamente en dotar a las individualidades con los instrumentos o medios que aseguren la maximización de su eficiencia como componentes de la estructura sistémica de la que forman parte; y una contracultura que pese a sus encomiables pretensiones antisistémicas mantiene intacta la escisión entre las esferas de la economía capitalista, la burocracia estatal y la esfera de la vida, estéril a la hora de articular una transformación globalizante.

Por supuesto, este apunte es muy pero muy incompleto. Lo que pretendo es, simplemente, ofrecer una suerte de índice que explique hacia donde van a ir dirigidos los artículos y comentarios que iré colgando en esta página a partir de ahora. Estas entradas serán ejercicios que no formarán parte de los libros proyectados, pero que se irán redactando en la periferia de la reflexión central y con motivo de ella.

UN HALLAZGO PARADIGMÁTICO


(1)

Un año después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, y cuando aun se estaban juzgando los abominables crímenes cometidos en la Alemania nazi, científicos estadounidenses iniciaron en Guatemala una investigación, promovida por el Departamento de Salud Pública de la Administración de Harry Truman, con el fin de comprobar la efectividad de la penicilina para combatir las enfermedades de transmisión sexual.

El descubrimiento de estas investigaciones fue realizado por la doctora Susan Reverby, de la Universidad de Wellesley (Massachusetts), quien informó que durante 1946 y 1948, cerca de setecientos varones guatemaltecos fueron contagiados de sífilis, gonorrea y otras enfermedades de este tipo, primero utilizando prostitutas en las cuales se había comprobado la existencia de estas infecciones, pasando luego a inocular directamente a los involucrados, inyectándoles en sus penes las bacterias. De acuerdo con la Dra. Reverby, no existe constancia de que esas personas hayan sido curadas o hayan sido tratadas de manera adecuada.

La Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, reconoció el pasado jueves estos hechos, y afirmó que quienes participaron en esta operaciones abominables conocían perfectamente la naturaleza de las mismas y el carácter inmoral de su participación en ellas. El presidente Obama telefoneó recientemente al presidente guatemalteco Álvaro Colom, quien calificó lo sucedido como “delitos de lesa humanidad”. Hasta aquí los hechos.

(2)

Descubrimientos de este tipo son ejemplares si pensamos que el trasfondo ideológico que justificó a las instituciones políticas, universitarias y empresariales estadounidenses para realizar tan siniestra operación, es el mismo que estuvo detrás de dos políticas particularmente perturbadoras que destruyeron las vidas de millones de personas en nuestro continente.

Sin temor a equivocarnos, creemos que la llamada "Doctrina de la Seguridad Nacional" que se implementó durante la década de los setenta en la Argentina y en el resto del continente, que costó la vida de cientos de miles de personas, acompañada por el llamado "Proyecto de Reorganización Nacional", inspirado en el neoliberalismo más extremo, que se prolongo más allá de la época dictatorial, alcanzando su cúspide durante la época del menemato y la Alianza, respondía a un patrón ideológico semejante al de nuestro siniestro ejemplo inicial.

En ambos casos estamos hablando de proyectos inspirados en un pragmatismo inescrupuloso, promovido por instituciones que justificaron experimentos perniciosos de esas características so pretexto de estar sirviendo al progreso y a la libertad.

Quienes implementaron dichas políticas, como ocurre en el caso ejemplar del que hemos hablado, conocían perfectamente la naturaleza de las operaciones que estaban realizando, el mal al cual sometían a la población afectada y el carácter inmoral de sus actividades. También ellos actuaron, so pretexto de servir a la patria, protegiéndola del enemigo comunista o promoviendo políticas de desarrollo que acabaron empujando la población a la miseria y al hambre. Pretender en todos estos casos que los fragmentos de la historia no se encuentran relacionados, es decir, que no corresponden o son el precipitado de una mismo concepción de lo real, o bien es una escandalosa muestra de inocencia o indiferencia, o bien un signo de brutal cretinismo.

Revisar nuestra historia y juzgarla es un ejercicio de libertad que resulta ineludible. Revisar la historia nos permite vislumbrar con mayor claridad la continuidad de aquellas políticas del horror en el presente.

Quienes pretenden lo contrario, quienes abogan por el olvido, quienes exigen a grito pelado el silencio, no hacen más que exigir al pueblo Latinoamericano que permanezca atado a la ignorancia, que se rinda a la apariencia de normalidad que impone el maltratador a su víctima.

Recordar y juzgar significa hacer nuestra la consigna "Nunca más".

El intento de golpe de Estado en Ecuador, que vivimos angustiados durante las últimas horas, no hace más que confirmar lo que presentíamos, la existencia de una operación concertada para debilitar a los gobiernos progresistas de la región.

El primero fue el golpe fallido producido en Venezuela a la presidencia de Hugo Chávez, en la que se puso en evidencia la connivencia estadounidense y de la derecha española. Siguieron los intentos golpistas en Bolivia para deponer al gobierno de Evo Morales en el que se pusieron de manifiesto las complicidades entre la Embajada estadounidense y los rebeldes. Recordemos que la operación acabó con un crímen horripilante. Treinta y ocho indígenas fueron linchados y asesinados en la provincia de Pando (recordemos, además, que personalmente constatamos de buenas fuentes, y denunciamos en este mismo blog, que existió un fuerte apoyo económico de una parte del empresariado catalán- que sería sólo un ejemplo del apoyo general que Europa brindó a las fuerzas separatistas santacruceñas en su intento por desestabilizar el gobierno de Morales para proteger sus intereses). A ello siguió la sublevación militar y el derrocamiento de Manuel Zelaya en Honduras. A lo que hay que sumar el acecho continuado que a través del socio colombiano, en la figura del uribismo, realizan los Estados Unidos sobre Venezuela, y el tratamiento tendencioso que la prensa oficial en Latinoamérica, en Europa y en Estados Unidos hace del Presidente Venezolano, para convertirlo en una suerte de monstruo facista, pese a haber sido protagonista de 15 elecciones democráticas en las que no se han constatado fraude de ningún tipo, de acuerdo con los veedores internacionales, y pese al empeño obsesivo de la derecha española que a través de las FAES, en complicidad con todos los grandes grupos mediáticos, pretenden corroer la legitimidad que el pueblo venezolano ha concedido a su lider.

Pero además, hemos visto, en Brasil, en Argentina, en Paraguay y en Costa Rica, para poner sólo algunos ejemplos, como los grandes poderes económicos, a través de sus aparatos mediáticos de propaganda, que insisten en presentarse como instancias objetivas e independientes, han intensificado su ofensiva en toda la región, a través de la desinformación y el engaño puro y duro, dejando patente que en la democratización de estos ámbitos de negocios, en la diversificación de las voces, nos jugamos el futuro de nuestras democracias.

Por otro lado, hemos ido viendo como, de hurtadillas, la administración Obama ha ido redefiniendo su posición en Latinoamérica. Después de varios años de relativo "abandono" de la región, en el que Estados Unidos ha dedicado sus "mejores" esfuerzos a controlar medio Oriente y Asia Central, descubrimos como, so pretexto de acabar con la lacra del narcotráfico, ha reestablecido su rol de patrullaje y control militar invirtiendo en una sofisticada red de bases militares, estratégicamente dispuestas sobre la geografía del continente americano para controlar a sus enemigos.

Por otro lado, en vista del crecimiento exponencial que está experimentando la región en términos económicos, debido, entre otras cosas, al "casino" financiero que ha llevado los precios de la materia prima a cifras desorbitadas en el comercio internacional, y unas políticas públicas inteligentes, es imprescindible que la sociedad se recaude avanzando hacia un modelo cada vez más redistributivo y participativo de ganancias.

(3)

Hemos abierto esta entrada hablando de las abominables operaciones estadounidenses en suelo guatemalteco. Pero no hemos dicho nada sobre sus cómplices locales. Se trata de la condición necesaria para la implementación de las políticas de dominio, aquellos que exponen a sus conciudadanos a la indignidad, sometiéndolos incluso al asesinato y la tortura, con el fin de cumplir con los mandatos venidos de afuera. (Pensemos en el hecho de que apenas quince años después de los experimentos realizados a la población masculina guatemalteca, se inició en Guatemala una persecusión que costó, en el período que va desde 1960 a 1996, la módica suma de 200.000 desaparecidos, de los que Hillary Clinton y el presidente Obama no han dicho aun palabra alguna, pese a que se conoce de manera fidedigna - lo dicen los propios documentos desclasificados del Congreso estadounidense - de la promoción activa que realizaron sus predecesores en la violencia represiva).

Esos actores locales, que participaron activamente en el proyecto de dominio imperial estadounidense en el continente americano durante la guerra fría y que actuaron inescrupulosamente para hacer de nuestros países un modelo ajustado al llamado conceso de Washington no han desaparecido. Nuestros contrincantes están aquí, buscando de todos los modos posibles, revertir cualquier avance en la democratización real (en contraposición a "meramente" formal) de nuestras sociedades, y una verdadera participación en estas instancias de crecimiento, que nos permita desarrollar políticas autenticamente solidarias.

Pero sería ingenuo creer que nuestros enemigos llevan siempre la camiseta de nuestros contrincantes políticos. A veces se encuentran entre los vociferantes de nuestras propias líneas. Lo importante, en todo caso, es mantenerse alerta y continuar debatiendo hasta el hartazgo acerca de estos asuntos que a todos nos incumben, para continuar construyendo democracia.

Nuestros enemigos están dispuestos a todo. Están en poder de la palabra y de la fuerza bruta, mantienen en el encantamiento a amplios sectores de la población y han establecido un entramado de prevendas en el seno de los tres poderes, las fuerzas coercitivas y la prensa.

Para ellos la democracia sólo es tal en la mida de su propio éxito. No saben, ni quieren saber cómo actuar cuando las urnas les dan la espalda, cuando el pueblo toma la determinación de articular un proyecto diferente al que ellos mismos promueven. Lo único que les mueve es el poder, a cualquier precio.

Lo dicho vale como ejemplo y justificación de nuestro veredicto. Lo que toca es defender esta democracia nuestra latinoamericana que está dando lecciones de lo que significa verdaderamente la participación y el compromiso en la construcción ciudadana.

CORRUPTIO OPTIMI QUAE EST PESSIMA


Estimada Cande,

Primero que nada, te agradezco mucho que hayas decidido continuar con esta conversación. Como has visto, he publicado tu carta y escuchado tus razones. Ahora me gustaría decir algunas cosas al respecto.

Es innegable que cualquier persona que se encuentra en una posición semejante a la tuya tiene que experimentar un enorme sufrimiento. Como te decía en alguna de mis respuestas anteriores, aquellas personas que se han enfrentado a los delitos comunes de sus familiares y amigos, y les han acompañado en sus procesos y condenas, han experimentado cosas muy similares a las que vos misma estás expuesta.

Con respecto a esta cuestión, creo que hay dos temas que hay que señalar. En primer lugar, los crímenes de los individuos no son transferibles a sus familiares. Como vos, pienso que los descendientes de quienes cometieron delitos tienen derecho a hacer sus vidas, a contar su propia historia. Si como decías en otra comunicación, algunos de ustedes (me refiero a los familiares de acusados y condenados por crímenes de lesa humanidad) son discriminados por ser hijos o familiares de procesados y condenados, habría que tomar cartas en el asunto porque ese tipo de actitud no debería tolerarse en una democracia.

Sin embargo, es evidente que la justicia humana es imperfecta, en cuanto, al castigar al delincuente ineludiblemente daña a quienes le rodean. En este sentido, pese a que la intención original de la legislación liberal a este respecto es proteger al círculo social del delincuente de esa transferencia de penas que no le corresponde, parece de suyo que esta pretensión se enfrenta a una realidad ineludible que es el hecho de nuestra pertenencia comunitaria. Como somos seres comunitarios, el sufrimiento de los “nuestros” nos afecta. Por lo tanto, lo primero es darse cuenta que hay un conflicto, entre los bienes estrechos, aunque no por ello despreciables, a los que aspiramos como miembros de un clan familiar, y aquellos otros a los que aspiramos como ciudadanos. El conflicto entre estos dos aspectos de nuestra identidad que se definen a partir de bienes que a veces resultan contrapuestos, está en el fondo de tu dilema. La tragedia de la Antigona de Sófocles ilustra perfectamente la situación. La pregunta, como explicaba MacIntyre, es si existen o no elementos para superar la dialéctica que se establece entre la defensa que realizamos de nuestra familia y los deberes que tenemos como ciudadanos, o si en cambio, la tragedia se debe a que de suyo, de manera inherente, estos conflictos son irresolubles.

Creo que existe un tipo de racionalidad que puede rescatarnos de esta tragedia en la cual todo tu argumento parece estar atrapado. De acuerdo con tu línea de razonamiento, el único modo de resolver dicho conflicto es a través del olvido. O si no querés llamarlo de ese modo, a través de una indistinción de lo ocurrido. Cuando ponés a Gorriarán Merlo y a Videla en la misma ecuación, asumiendo una equivalencia de las responsabilidades, ofrecés a los enemigos de tu padre una legitimidad que hace aún más perversa la estrategia adoptada para combatirlos. Desde cualquiera de los dos puntos de vista que lo veas, sea que le concedas el estatuto de combatientes, o resuelvas que sus actividades fueron exclusivamente delictivas, la cuestión sigue girando en torno a la legitimidad de la estrategia asumida, la aniquilación de los grupos armados, y el asesinato y amedrentamiento de adherentes, simpatizantes y distraídos, junto a la promiscua necesidad de hacer cómplices del abominable crimen a la sociedad en su conjunto, al hacer de la desaparición de los que nos rodeaban un signo inequívoco de nuestro silencio traicionero a la verdad.

Además, como me referiré de manera más extensa a continuación, las fuerzas armadas, tentadas por una parte de la sociedad civil, comprometida con un proyecto político-económico muy preciso, asumieron voluntariamente un rol que se atribuyeron en función de una pretendida estatura patriótica y moral que les convertía – de acuerdo con su relato – en el último bastión del bien y de la legalidad del país. En este contexto, las violaciones cometidas a la patria durante aquellos años hacen inconmensurables los crímenes de unos y de otros en un sentido muy específico, en lo que respecta a la esencia de lo que somos como país.

Al actuar en representación de todo, al asumir el rol del Estado, los crímenes de las fuerzas armadas y los círculos civiles involucrados en el genocidio llevaron a la propia argentinidad al abismo, socavando de ese modo la articulación última que es condición de posibilidad de eso que llamamos Argentina. Es decir, la asunción maniquea que orienta la labor asesina del Estado, conduce a la Argentina al extremo de su disolución, al negar a sus partes su derecho a la existencia y a la responsabilidad. Eso significa, en el caso de las violaciones más flagrantes a los derechos humanos, fabricar la figura del no sido, del desaparecido, primero sujeto a la humillación de sí, para luego ser reducido a la nada de sí, proyectando una desmemoria radical de toda la sociedad al silenciar lo que había sido a partir de la justificación de procesos de reorganización nacional volcados al futuro de todos.

Pero fijate que esto no era nuevo en la Argentina. No era el producto exclusivo de la violencia setentista con la cual continuamente se justifica el accionar homicida. Se trató en realidad de un nuevo capítulo de silenciamiento que tuvo su ilustración más histriónica en la proscripción grotesca (durante 18 años), que fue acompañada con la persecusión inútil de un nombre y la complicidad concertada de una parte de la sociedad civil que se prestó a una sucesión de elecciones fraudulentas de suyo, al estar la soberanía popular de la inmensa mayoría de los argentinos arrinconada por decreto. No fue la primera vez. Hay entre los bombardeos a Plaza de Mayo y los fusilamientos sumarios en el '55 y Montoneros un vínculo innegable que convierte en inútil cualquier pretensión de que la violencia setentista fue producto exclusivo de las voluntades corrompidas de una generación obnubilada con la lucha revolucionaria.

Sin embargo, todo esto no explica por qué razón matar de esa manera, por qué razón hacer de los prisioneros objetos de tortura y humillación, por qué razón hacer desaparecer los cadáveres y robar a los niños y asesinar de manera espantosa a las madres que les habían amamantado, al tiempo que se sometía a la población civil a un amedrentamiento feroz, y a un concertado quiebre de su autoestima y moralidad que acabaría grotescamente en la pasión menemista por la impunidad y el derroche, la borrachera, el bacanal de injusticia insolidaria que llevó, por primera vez en su historia, a una Argentina de miseria indecible, de muerte por inanición.

Pasemos a la segunda cuestión. Dividamosla en dos partes. El primer tema es la cuestión procedimental. De acuerdo con tu relato, los juicios son nulos debido a la violación de aspectos procesales y probatorias esenciales en el derecho penal. Por otro lado, sostenés que los juicios que se están realizando están siendo promovidos por antiguos miembros de las organizaciones Montoneros y ERP. De esta forma, estas acusando al gobierno nacional y ponés en duda a todos los jueces.

Ahora mismo no tengo elementos suficientes para ofrecerte una respuesta fundamentada sobre estos dos extremos. Prometo investigar el asunto con detenimiento. Sin embargo, hay algo que resulta particularmente curioso acerca de tu acusación, el hecho de que resulte tan difícil condenar a los procesados. Si los juicios son una farsa, si todo está manipulado y amañado como decís, ¿por qué razón estas dilaciones? No hay duda que los delitos de los que se hablan se han cometido. Hay infinidad de pruebas al respecto. Y a menos que uno quiera convertirse en un negacionista haciendo pasar los crímenes por una farsa/espectáculo y defender, como hacen algunos, que no hubo desaparecidos y que los terroristas están disfrutando de largas vacaciones en Europa, este punto debilita la pretensión de que no existen garantías de ningún tipo, y que todo se hace con especial arbitrariedad. Por otro lado, las Naciones Unidas a través de sus relatores y otros organismos internacionales han dado fe de la probidad de los procesos en cuestión.

Por otro lado, las investigaciones y juicios que se están llevando a cabo no tienen como objeto juzgar la “dictadura” como totalidad, sino que están dirigidas, como no puede ser de otro modo, a deslindar las responsabilidades puntuales respecto a crímenes particulares que deben ser probados en cada caso individualmente. Todas las condenas que se han hecho hasta el momento, y todas las causas abiertas se refieren a crímenes cometidos por personas concretas contra personas concretas que deben ser probados de manera concreta, estableciéndose de manera individual la responsabilidad a partir de pruebas fehacientes. Por lo tanto, aunque no puedo ofrecerte una respuesta absoluta sobre la probidad de todas las causas y las posibles irregularidades en los mismos, tu afirmación me resulta meramente ideológica.

Hay una segunda cuestión que me interesa recalcar, y ésta es la importancia que das a la legitimidad de los juicios y los procedimientos con los cuales se juzga a los acusados. Digo que esto me interesa porque lo que aquí se pone de manifiesto es que los dos coincidimos en que este aspecto es esencial. De hecho, es el único argumento importante en tu defensa. Pero es justamente esto lo que la sociedad le achaca a quienes participaron en esos horrendos crímenes.

No cabe la menor duda que pese a que podemos poner en entredicho algunos de los procedimientos que se han llevado a cabo en estos últimos años en relación con los juicios, establecer cualquier paralelismo con los crímenes y ofensas a la dignidad de la persona ocurridos durante la dictadura resultaría patético. Se están realizando juicios, que no sólo son de público conocimiento sino que se encuentran publicitados en todos sus detalles. Muchos de los procesados se han acogido a toda clase de garantías, que se les ha concedido en vista a sus diversas circunstancias, sin hablar de la absoluta libertad que han tenido de utilizar todos los mecanismos legales nacionales e internacionales posibles para hacer conocer sus respectivas posturas.

Sé que existen organizaciones de hijos y nietos de militares detenidos, procesados y condenados que sostienen que sus familiares son presos políticos. Estas organizaciones, que tienen todo el derecho de manifestarse, pretenden que la situación que viven sus seres queridos es análoga a la que vivieron las organizaciones pro derechos humanos que surgieron como respuesta al aparato represivo del Estado. Pero seamos honestos, plantear un paralelismo es absurdo. De manera semejante, es absurdo plantear un paralelismo entre la respuesta del aparato represivo del Estado y la amenaza insurreccional de los 70.

El sufrimiento que vos experimentas es tan inmensamente diferente a lo que padecieron muchos de los hombres y mujeres que hoy piden justicia, que en tu relato te ves obligada a hablar de circunstancias ajenas a las causas para mostrarnos el dolor que sentís. Pero aquí estamos hablando de hombres y mujeres que saben que sus seres queridos fueron sometidos a suplicios indecibles, padres que saben que antes de ser asesinadas, sus hijas fueron repetidamente violadas, picaneadas, etc.

Yo tengo hijos. Cuando de noche me acuesto en la cama y pienso que uno de ellos puede ser raptado y desaparecido, toda mi alma se retuerce en pena, todo mi ser se llena de temor y salto de la cama para verlos dormir. ¿Vos creés realmente que se están juzgando crímenes políticos? Si es así, estamos hablando en dos lenguajes muy diferentes.

Por lo tanto, todas las detenciones, procesos y condenas que se se realizan se refieren a crímenes puntuales. No hay un juicio general contra “la dictadura” o contra “los genocidas”, sino juicios específicos por cuestiones concretas: torturas, asesinatos, apropiaciones ilegítimas, cometidas contra personas concretas, personas concretas como vos y como yo. En segundo término, sabemos que la justicia argentina es lenta (lamentablemente lenta), lo cual es terriblemente injusto, especialmente para aquellos que eventualmente sean sobreseídos o declarados inocentes. Pero esto no es algo que ocurra de manera exclusiva en el caso de estos crímenes (con toda la complejidad que los mismos tienen), sino que es una circunstancia general de la justicia que está a la espera de una profunda reforma administrativa.

Confucio decía que el vicio moral está asociado a la confusión en el uso de los términos. Yo creo que eso es verdad, y por lo tanto, si queremos debatir, discutir con seriedad y tratar de esclarecer la verdad histórica y ética que nos concierne, lo primero es no confundir peras con manzanas. Tenemos que ser precisos, de otro modo nos convertimos en sofistas. Propagandistas de ideología. No podemos llamar a una persona acusada por la comisión de delitos de lesa humanidad, cuya mejor defensa es la prescripción de los delitos en cuestión o el orden procedimental de los juicios que lo procesan, un prisionero político. Eso es un atentado al lenguaje, un crimen contra la verdad. Y aquí no estoy utilizando una metáfora, estoy hablando en serio. Si queremos entendernos, si queremos construir un futuro en paz para las generaciones futuras, este futuro tiene que estar fundado en la verdad. Y aquí la verdad la han certificado los muertos, los años de dictadura, la censura prolongada, el temor que llevamos en la piel, y doscientos años de historia patria que certifica que el último caso fue una reincidencia desaforada de algo que se venía practicando desde el comienzo en nuestra patria. Por lo tanto, el lugar de la discusión tiene que ser otro. Y estoy dispuesto a encontrar una alternativa, estoy dispuesto a buscar una solución que minimice el sufrimiento de todos (incluidos aquellos que de manera directa experimentan el dolor de ver a sus familiares sentados en el banquillo de los acusados después de tantos años), pero no sobre la base de una tergiversación de la realidad.

Un buen soldado no tortura, no chupa a la gente y la liquida, no participa en la desaparición de personas. Un buen soldado sabe que hay reglas de la guerra, convenciones inviolables. Un buen soldado, si además es cristiano, sabe que los hombres no pueden confundir los fines y los medios. Un buen soldado sabe que de la existencia de Auswitch, de Pol-Pot y los campos de concentración stalinistas fueron construidos, implementados y administrados de manera eficiente por soldados como él mismo, y por lo tanto, después de un siglo de terror totalitario, no caben ya justificaciones, no caben respuestas opacas como: “no sabíamos a qué clase de enemigo nos enfrentábamos”, como leí en la entrada principal de la página de “Hijos y nietos de prisioneros políticos”, la organización de la que te hablé más arriba. Un buen soldado sabe lo que es debido y lo que no es debido a un hombre de bien. Por lo tanto, no se trata de una guerra, se trata de lo que en ese conflicto (sea que le llamemos guerra o mera represión) se hizo que no debía hacerse.

Otra cuestión es la facilidad con la cual se utilizan algunos términos que no hacen más que confundir el pensamiento. No podemos llamar a una persona acusada por delitos de lesa humanidad “prisionero político”, como tampoco podemos decir que los errores cometidos fueron el resultado de la falta de habilidad de las fuerzas armadas para enfrentarse a una guerra revolucionaria. Si queremos llevar a buen puerto nuestros razonamientos deberíamos ser honestos con nosotros mismos. Lo que se juzgan no son hechos cometidos en combate, la totalidad de los delitos cometidos son flagrantes violaciones a la dignidad humana. La tortura, el encarcelamiento ilegal, el fustigamiento ensañado a la que se sometió a los prisioneros, el robo de bebés, etc., incluso si consideráramos el asunto desde tu perspectiva, serían considerados delitos de guerra que merecerían el mayor de los castigos, pero es aún peor cuando pensamos que a lo largo y ancho de Latinoamérica cientos de miles de personas perecieron debido a la obnubilada afirmación de una ideología espantosa a la que algunos todavía siguen apoyando neciamente, pese a las muchas muestras que nos ha dado la historia desde entonces.

Como te decía, nuestra coincidencia en lo que respecta a las cuestiones procedimentales pone de manifiesto un bien al cual los dos nos adherimos. Los dos creemos en ese bien que es la justicia, y creemos que un Estado tiene la responsabilidad de ofrecer garantías a sus ciudadanos de que los mecanismos de coerción y represión no van a utilizarse de manera indiscriminada. Estoy convencido, como vos, que estas cuestiones son fundamentales, que es absolutamente imprescindible asegurar, garantizar los derechos fundamentales de los reos, independientemente de los delitos que estos hayan cometido. Esto es justamente lo que se encuentra en el núcleo de la discusión que estamos teniendo. Y aquí es donde pasamos al tema central que debemos resolver entre nosotros, que consiste en determinar dónde tiene que ponerse el acento en esta circunstancia. Porque de tu relato, lo que se desprende es que no deberíamos realizar ningún tipo de distinción respecto a los crímenes cometidos, que la mera existencia del enemigo terrorista explica y justifica lo ocurrido después. Pero lo que yo creo, si querés que lo diga en términos contemporáneos, es que ningún 11 S justifica Guantánamo. Que Guantánamo es un medio a través del cual se disciplina y aterroriza a toda la sociedad. No hay ninguna necesidad de utilizar esos mecanismos de persecusión y represión. Si así se hace, lo que tenemos es un plan concertado con el fin de mantener bajo el zapato cualquier reivindicación de la sociedad civil. Algo análogo ocurrió en la Argentina.

El efecto que produjeron las actuaciones cívico-militares durante los años de la dictadura en la Argentina no fueron casuales. Si uno vuelve la mirada hacia atrás, al imaginario de nuestra historia, cae en la cuenta que fueron el resultado trágico de una interpretación antidemocrática y elitista que ha imperado en la sociedad argentina, probablemente, desde el comienzo mismo de su historia como imaginario postcolonial.


Otra cuestión importante que planteas es el tema de los crímenes cometidos por los guerrilleros, subversivos o terroristas (cualquiera sea el término que quieras utilizar). Creo que aquí hay un malentendido. Yo no defiendo las actividades de los grupos armados. Creo que esa no es la cuestión que se esta planteando de modo alguno. Pero dejame que te diga por qué me resisto a calificar un argumento de este tipo como apropiado para resolver la cuestión. Lo voy a explicar utilizando una sentencia latina que me enseñó un maestro jesuita que tuve:

corruptio optime quae est pessima.

Es decir, la corrupción del mejor es lo peor.

En primer lugar, no me estoy refiriendo a tu padre. Me estoy refiriendo a aquellos que sean culpables de los crímenes que se les imputan. Si tu padre está aun siendo juzgado, aun podemos y debemos presumir su inocencia. Pero la cuestión es que hay quienes han sido juzgados y a quienes se les ha probado un crimen. Un crimen o unos crímenes que no se asemejan a los de sus enemigos militares en el hecho de que se esperaba de ellos lo mejor, lo apropiado, lo justo, porque en cierto modo tenían sobre sí la responsabilidad absoluta del destino de la patria.

Lo voy a poner en los propios términos castrenses. Yo conozco bastante bien el mundo militar porque durante muchos años estuve muy cerca de círculos emparentados con la oficialidad de las tres fuerzas. Los crímenes cometidos fueron una verdadera traición a la Nación. Porque lo que estamos juzgando es una herida y una vergüenza terrible que pesa sobre todos nosotros. Yo no me siento avergonzado por los criminales y los delincuentes. A ellos se los persigue y se los reprime, y así se hizo. Pero cuando el poder público que tiene que estar allí para protegernos física y moralmente comete crímenes de la naturaleza de los que estamos hablando, su corrupción es inconmensurable, porque es la corrupción del mejor, de quien debía cuidarnos, de quien se había hecho cargo, de quien se había hecho responsable de actuar con justicia.

De nuevo, no estoy hablando de tu padre, estoy hablando de aquellos que hayan cometido esos crímenes. Pero hay algo más que quisiera decir, como ilustración, como ejemplo, sobre un tipo de crimen en particular que aun hoy día se sigue cometiendo mientras sea el caso que existan individuos que desconozcan su identidad. El argumento es un poquitín complicado, pero vale la pena pensarlo porque echa un montón de luz y nos hace entender de manera más justa lo que está en juego en el presente del pasado, y por qué resulta ineludible si queremos construir un futuro auténtico no hacer simplemente borrón y cuenta nueva.

Cuando una persona es apropiada, su cuerpo físico no cambia un ápice. Sigue teniendo el mismo cuerpo físico que tuvo antes de la apropiación. Decimos que hay una apropiación de identidad porque lo que se le roba a esa persona es su genealogía. ¿Qué es la genealogía? Es el relato de nuestros orígenes a partir del cual podemos contar nuestra historia. El problema es que cuando le preguntas a alguien ¿Vos quién sos? Todas las respuestas que damos tienen que ver con nuestra historia. Nadie dice algo como: soy este cuerpo que tenes delante. Porque eso no nos dice nada. La identidad es el tránsito que nos lleva del pasado al futuro, que comienza con esa película a la que llegamos cuando ya estaba empezada, que es la historia de los nuestros.

Apropiar la identidad de alguien es eso, robarle su genealogía, robarle su historia. Pero aquí hay algo curioso, ¿Sabés cómo empiezan los Evangelios? ¿Sabés cuál es la primera frase del Nuevo Testamento? Bueno, el primer capítulo dice así: Genealogía de Jesús. Libro del origen de Jesucristo. Jesucristo hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac. Isaac engendró a Jacob. Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, etc. etc.

Independientemente de tu padre, independientemente de lo que nos pasó a vos y a mi en aquellos años y lo que estamos viviendo ahora mismo debido a eso. ¿Te das cuenta lo que significa que el Estado, no un criminal, un delincuente, un terrorista, sino el Estado, las Fuerzas Armadas y sus socios civiles, que pretendían ser el baluarte de la moralidad, que juraban por Dios y la patria sobre la Biblia, que llegaron con la pretensión de devolver a la patria el orden y la dignidad perdida, lo que significa la corrupción de los mejores? Significa lo peor, lo más abominable.

Por eso creo que no debemos mezclar los argumentos. No hay ningún crimen de los enemigos que pueda justificar lo que ocurrió en esos centros de detención, ningún crimen que justifique haber dejado parir a esas madres y después de haber dado a luz, haberles arrancado a sus hijos de entre los brazos para ejecutarlas, ninguna justificación para hacer que alguien sufra durante treinta años la desaparición absoluta de un ser querido. Y te digo más, Cande, si sólo hubieran sido combatientes, pero no, murieron maestros, profesores, sindicalistas, obreros, abogados, periodistas, tontos que pasaban por la esquina (¿Te acordas de la frase de Camps?), y quienes los mataron fueron aquellos que tenían el poder del Estado (los mejores) que con su actividad se convirtieron en los peores.

Creo que tu argumento es muy débil, sobre todo porque no hay arrepentimiento alguno, no hay juicio moral alguno. Lo que pretendés es llevar la discusión a un terreno en el cual los crímenes se neutralicen por medio de un silogismo salomónico que haga que los horrores inimaginables de unos (quienes cometieron esos delitos de lesa humanidad) contra todos nosotros (no sólo contra sus enemigos, porque el silencio fue para todos, porque la represión fue para todos y cada uno de nosotros, porque el miedo y la rabia y los años de vergüenza y de culpa fueron para todos nosotros), lo justifique el hecho de que esos otros, a los que perseguían, eran criminales. Pero es que aún siéndolo, a ellos no se le puede exigir lo que se le exige a quien ha tomado por voluntad propia hacerse responsable de la nación.

Corruptio optimi quae est pessima.

Yo creo que lo primero, si queremos entendernos, es tomar la decisión radical, generosa con la patria, corajuda y valiente, de hacernos cargo de lo que nos toca. Aquellos militares que asesinaron, torturaron y se apropiaron indebidamente de niños, aquellos civiles que diseñaron y empujaron a esos militares al crimen, deberían recordar las enseñanzas sobre el honor que recibieron en las academias y en los colegios cristianos donde estudiaron. Deberían comprender que con su falsas bravuconadas de hoy, vuelven a poner al país en una encrucijada, a este país nuestro que juraron defender, y que sin embargo, por ignorancia, por miedo, o por lo que sea, ayudaron a quebrar, material y moralmente durante tantas y tantas décadas.

Una vez más, de todo corazón. Con cariño, te ofrezco mi pensamiento. Muchas gracias.

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