"VOLVER AL MUNDO"

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Poster de Amnistía Internacional 

Hay momentos y sucesos especialmente interesantes porque desnudan de manera notoria el entramado ideológico y los prejuicios que subyacen a un determinado grupo político o gobierno, pese a la “cosmética comunicacional” que practiquen. 


En este caso, quiero referirme brevemente a lo que desnuda la detención de Milagro Sala y la rabia que el macrismo empieza a acumular frente a las denuncias de los organismos internacionales y las organizaciones no gubernamentales que están transparentando el poco apego que tiene el gobierno a los asuntos relativos a la institucionalidad. 

Recordemos brevemente a qué nos referimos: primero fue el Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre Detención Arbitraria; luego la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH); también, la Mesa Directiva del Parlasur; diversas organizaciones internacionales por la defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional o el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS); y el actual titular de la Organización de Estados Americanos (OEA). También han denunciado la detención: el Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau en su reciente visita a la Argentina, como científicos, investigadores universitarios y rectores de todo el país.

Para cualquier observador más o menos objetivo, esto es un lugar común desde el día 1 del mandato de Mauricio Macri, que comenzó con la teatralizada ruptura de la continuidad democrática, imponiendo un presidente ad hoc durante un día, para escenificar la refundación del país (me refiero a Federico Pinedo, el presidente de 24 horas); y siguió con la imposición (a dedo) y por Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) de dos magistrados de la Corte Suprema; y continuó, con otro sin número de medidas extraordinarias que debilitan gravemente la institucionalidad de la República, como el veto ostentoso a leyes fundamentales, como la ley anti-despido; y más recientemente, y más escandalosamente, con la promulgación de un decreto que se salta la letra de la ley de blanqueo para incluir a familiares de funcionarios (contra todas las opiniones, incluidas las de sus propios legisladores) con el fin de beneficiar al presidente y su familia que se encuentran investigados por lavado de dinero, asociados a uno de los escándalos más resonados internacionalmente, como los Panama Papers.

Pero lo de Milagro Sala pone sobre el tapete otra cuestión. Recordarán ustedes que uno de los leitmotiv de la propaganda PRO durante su campaña fue: “Vamos a volver al mundo”. La idea era que la Argentina había estado aislada durante la década pasada y que era hora de hacer a la Argentina un país entre otros países importantes, sacándola de la esfera de influencia tercermundista latinoamericana. El estribillo era acompañado con el desprecio a Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, y también Brasil. “Volver al mundo”, era volver a los Estados Unidos y Europa.

Con ese argumento como punto de arranque, el gobierno presionó al congreso para promulgar los instrumentos que necesitaba para un arreglo (muy flojo para la Argentina) con los fondos buitres; y con esa misma lógica, impuso un nuevo entramado administrativo que favorece a las corporaciones en detrimento de la economía local; y con esa misma coherencia ideológica, eliminó retenciones y modificó la legislación y la reglamentación administrativa para seducir a los inversionistas que, por el momento, se conforman con los regalos financieros especulativos que el país le sirve en bandeja, mientras nos hundimos en un nuevo ciclo de endeudamiento.

Lo que el gobierno no parece haber entendido, o no está dispuesto a admitir, es que volver al mundo no significa solamente “volver a los mercados” y “volver a la timba financiera”. Quiere decir, también, volver a un entramado de instituciones, leyes, organizaciones, a una esfera pública internacional, a un poder blando que se ejerce a través de medios, redes sociales, activismo, etc., que en la jerga llamamos “regímenes de derechos humanos”.

La reacción del gobierno es preocupante, como son preocupantes las opiniones de intelectuales y periodistas del establishment que, en un reflejo autoritario, vuelven a repetir los viejos eslóganes del pasado, negándose a aceptar los reclamos internacionales con excusas banales que ponen al desnudo la ideología imperante.




"STAND STILL": ZIZEK Y LA REVOLUCIÓN CUBANA


En una entrevista concedida a la televisión rusa, el filósofo esloveno Slavoj Zizek volvió a intervenir en el debate público golpeando el panal de abejas.

La razón por la cual lo entrevistaron fue para que ofreciera algún pensamiento acerca de la muerte del líder cubano, Fidel Castro, y el futuro de Cuba. Zizek prefirió unirse al coro de detractores de la Revolución, y marcar la ocasión con el desprecio.

Haciendo caso omiso del entrevistador, se preguntaba Zizek a sí mismo: “Seamos honestos, ¿qué ha hecho la Revolución en el ámbito de la cultura, la economía o la política en los últimos años?”, e inmediatamente se respondía: nada, o prácticamente nada, no ha podido crear nada nuevo (y eso, nos confiesa Zizek, le molesta enormemente). Según Zizek, Cuba es un país que se encuentra a la espera, "las calles están rotas y los edificios demacrados" - o algo por el estilo - un país que se auto-justifica sufriendo.

El problema con estas ideas es que resultan muy familiares. Mi vecina, una jubilada catalana que viaja tres o cuatro veces al año a diferentes lugares del mundo con los ahorros de su jubilación, llegó [unos días antes de la muerte de Fidel] de La Habana. Cuando le preguntamos qué pensaba de todo aquello, la buena mujer nos dijo algo semejante a lo que expresó Zizek en la conferencia como si estuviera ofreciendo un descubrimiento asombroso: "las calles están rotas y los edificios demacrados". "Pero la gente es majísima - agrega la señora - aunque los médicos que encontré en el malecón me dijeron que no podían comprarse unas zapatillas Nike."

El problema es, justamente, que la mejor respuesta a Zizek no puede ser una respuesta marxista, la cual erraría completamente el blanco. La respuesta solo puede ser "teológica". Porque si hay algo que podemos ponderar de la Revolución cubana y de lo que vino  después (50 años de vida cotidiana) es su profunda devoción a “San Benito”: oración y trabajo. 


Lo que podemos admirar de esa Cuba tan despreciada "por sus calles rotas y sus edificios demacrados", es justamente la paciencia. Y, con ella, la firme decisión de preservar ciertos “valores” socialistas que la revolución conservadora, primero; la derrota del comunismo soviético, después; la apuesta hiper-capitalista china, a continuación; y el triunfo de los posmodernismos de derecha y de izquierda al  estilo Zizek (pese a su renuencia a aceptarlo) que allanaron el camino para el triunfo del neoliberalismo, amenazaban con liquidar. 

En las últimas cinco décadas, hemos visto de qué manera el mundo se tropezaba con una serie de promesas que acabaron siendo, no sólo un callejón sin salida, sino el detonante de una serie de amenazas que ahora se asoman como insuperables (cambio climático, desigualdad extrema y exclusión, guerra fratricida y amenaza nuclear, retorno de los totalitarismo y los genocidios étnicos, etc.)


Y al contrario de lo que nos dice Zizek, Cuba supo construir una alternativa visible y viable (pese a sus límites, en buena parte debidos a su realidad constitutiva: es una pequeña isla sin petróleo en el Caribe, cuyo fracaso fue largamente anunciado y que, sin embargo, sobrevivió cincuenta largos años de ataques feroces de toda la comunidad internacional). Una alternativa que no encajaba con un sistema que, bien mirado, se ha ido comiendo muchos de los logros sociales que se ganaron con sangre, sudor y lágrimas durante los últimos dos siglos, o que se encuentran en franco retroceso, incluso los logros civiles y políticos, sociales y económicos, que surgieron como fruto obligado del sufrimiento colectivo que produjo la Segunda Guerra Mundial en Europa. 


Jean-Paul Sartre y Ernesto "Che" Guevara

Preguntarse acerca de lo que hizo y lo que no hizo la Revolución cubana, sin prestar atención a la realidad geopolítica de la isla y el contexto histórico en el cual la Revolución cubana (y todo lo que vino después) permitía y no permitía [fácticamente] es una forma grosera de ignorancia o de muy mala fe.

El otro tema que aparece en la entrevista gira en torno al juego de palabras que despliega Zizek, con el cual pretende asociar a la Revolución cubana con una suerte de "castración" del pueblo cubano, que necesitaba un líder llamado "Castro" para llevarla a cabo. Castro y castración, dice Zizek con muy mal gusto, y el desprecio hacia un pueblo que juzga "idiota". 


¡¿Qué decir sobre esta pasión "lacaniana" de Zizek en este caso?! Cuanto menos, que si estuviera siendo fiel a Lacán, su prosa lacaniana tiene profundas limitaciones. Poco más puede agregarse al respecto. 

Por eso me vuelvo a la teología para hablar de su compulsión (siguiéndole el juego psicoanalítico) para mostrarle su incapacidad de entender eso que él mismo define tan bien: el arte del "stand still" (quedarse quieto o estarse quieto), que sólo puede practicar quien ha llegado al final de un camino y comprende lo Real de suyo, que Zizek siempre acaba eludiendo a través de su imaginario conceptual compulsivo. 

Porque si el "fidelismo" fue un "stand still" (quedarse quieto, estarse quieto) ante una realidad que amenazaba con su aniquilación. También fue la fidelidad a una promesa: la de no renunciar a la Revolución. Por eso, diría yo, contra Zizek que, más que asociar la Revolución con el "Castro" de la castración, deberíamos asociarla a la fidelidad a la justicia social, a un humanismo universalista que el talante posmoderno de zizek es incapaz de aceptar o siquiera entender. Quizá, como señalan algunos filósofos de la liberación latinoamericana, como Dussel o incluso Castro Gómez, en Zizek anida un eurocentrismo, que el mismo se ha encargado de bordar sobre las charreteras de su uniforme teatral.

Finalmente, me gustaría detenerme en la pasión de Zizek por la novedad. Aquí es donde es más evidente el límite de su retórica posmodernista. Y es en Walter Benjamin (y en la noción de Baudelaire de la moda, y la gravedad de la frivolidad) donde podemos encontrar la clave para interpretar su compulsión. 


Porque si hay algo que caracteriza a Zizek, eso es la "repetición", el "eterno retorno" de sus textos. Pero, entiéndase bien, aquí repetición es hastío, enmascarado en su forma novedad-entretenimiento. Zizek es un filósofo-entretenimiento, un filósofo de moda y a la moda. Y la moda tiene eso, es la eterna repetición del hastío, enmascarado en la pretensión de la novedad. Y ese es su límite, y la clave de su éxito comercial. Lo que lo lleva a ser tan exitoso es justamente el poder hacer creer a sus lectores que están ante algo extraordinariamente novedoso.

Ahora bien, esa es justamente la caracterización que hace Baudelaire a la hora de definir la "decadencia burguesa". Y esta es la decadencia contra la cual Benjamin arremete en su obra, adoptando una perspectiva mesiánica que consiste, justamente, en reconocer en el origen (la Revelación), su horizonte de sentido (la Revolución). 

Ese reconocimiento, esa promesa, se traduce en una espera extraordinariamente inteligente, en la preservación (aquí es donde entra San Benito: oración y trabajo) de aquello que es amenazado con ser desaparecido en la oscuridad.  

En este sentido, la Revolución cubana tuvo y tiene una suerte de "carácter monacal", el cual Zizek confunde con "castración". Lo que olvida Zizek es la transmutación que produjo la Revolución en el pueblo cubano: el goce de una castidad militante y utópica. Y aquí la castidad es lo opuesto a la castración. La castidad es una contención inteligente y devota frente a la compulsión, que en el caso del discurso, se traduce en la capacidad de reservarnos de la verbalización desbocado, del acto masturbatorio de "hablar por hablar". Obviamente: una revolución anticapitalista debe ser casta, inteligente y devota. La inteligencia consiste en de-contruir el fetiche. La devoción es a la libertad. 

Pero no quisiera que esta entrada se entendiera como un argumento ad hominem contra Zizek. Su estilo y su inteligencia nos ha llenado de alegría a muchos de nosotros. Sin embargo, su compulsión es su síntoma; y su impaciencia, una muestra clara de que su prosa “revolucionaria” no deja de ser una pose sin consecuencia alguna más allá de las fronteras de las marquesinas de las grandes avenidas de las metrópolis del primer mundo y los chismorreos académicos de quienes se cruzan con las divas y los divos de Hollywood. 


En los tiempos que corren, y ante las amenazas, el sufrimiento evidente que nos rodea, y el desconcierto reinante, ese “stant still” que produjo la Revolución cubana es una virtud; y la compulsión de Zizek, su búsqueda incesante de novedad, "más de lo mismo". 


ANEXO

¿Por qué incluir una foto de Sartre y del Che? Quizá porque hay que pensar el exabrupto de Zizek a la luz de otros debates en los cuales participaron intelectuales y militantes sociales y políticos. 

Por ese motivo esta entrada podría haberse titulado, quizá: "Zizek y los intelectuales orgánicos", pero las circunstancias le impusieron otro título. 

Mi tentación, en este anexo, es agregar otra pareja de intelectuales-militantes que reflejan esta disputa en el corazón de la izquierda. 

Por ese motivo, agrego al final un documento audiovisual muy querido, en línea con las últimas "discordias" protagonizadas por Zizek.  Esta vez con Noam Chomsky, con quien el filósofo de Luibliana ha mantenido recientemente una curiosa (lacanianamente hablando) confrontación adolescente. 

Recordamos, entonces, a la manera de un "cortocircuito" - como diría el propio Zizek, aquel extraordinario debate entre Noam Chomsky y Michel Foucault, en torno a la naturaleza humana y el sentido de la justicia, en donde se evidencian los límites del intelecto, y los sacrificios que impone la lucha por la justicia en el mundo real.  




HACIA UN FRENTE OPOSITOR LATINOAMERICANO

Luiz Inácio Lula Da Silva

(1) 

La principal referente social, Margarita Barrientos, ícono de campaña en las últimas elecciones, y exponente privilegiada de PRO-Cambiemos, advierte: 

"Ojalá la gente no extrañe a Cristina Kirchner."  (el artículo de La Nación aquí)

Traducimos: pese al empeño mediático-institucional por desacreditar las políticas de inclusión del gobierno anterior, la gente extraña a Cristina Fernández de Kirchner. 

(2)

Vale la pena leer la nota del diario La Nación, contrastándola con la iluminadora entrevista a Lula que Roberto Navarro le hizo esta semana, la cual fue transmitida ayer por C5N (la entrevista a Lula aquí)

Rescato dos elementos de esa entrevista:

1) Las semejanzas "no casuales" entre lo que ocurre en Argentina y lo que ocurre en Brasil en términos de los mecanismos destituyentes que estuvieron activos durante todo el mandato de los Kirchner y de Lula y Dilma, pero que también marcaron a los gobiernos de Paraguay, Venezuela, Honduras, Bolivia y Ecuador. Entramado mediático-jurídico-corporativo antidemocrático (aun cuando el poder haya sido logrado a través de elecciones libres, como ocurre en la Argentina - cuando se pone en entredicho uno de los pilares de nuestras democracias: la división de poderes, el libre acceso a la información y el derecho a una información de calidad).

2) La relación "personal" de los líderes políticos populares con su pueblo que, en este caso, Barrientos expresa con grave intuición: "Ojalá que la gente no extrañe a Cristina Kirchner". Lula decía que el problema que tienen los medios de comunicación es que su relación (la de Lula) con el pueblo brasileño es una relación personal de 40 años trabajando por el pueblo. Y aunque el caso de los Kirchner es diferente, el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, con todos sus errores, estuvo marcado por una sucesión ininterrumpida de alegrías populares que no pueden borrarse de un plumazo de la memoria colectiva. 

(3)

Finalmente, con todo esto no estoy intentando hacer apología del kirchnerismo. Es evidente que el kirchnerismo está obligado a mutar, a encontrarse con otras fuerzas políticas, a radicalizar su apuesta de transformación, y liberarse de los lastres que lo llevaron finalmente a la derrota electoral de 2015. Pero, también es cierto, como explica Lula, que un momento de crisis de esta naturaleza tiene un aspecto tremendamente positivo. Lula lo dice de este modo: 


"Podemos ser desaforados, podemos hacer cosas que no nos hubiéramos atrevido a hacer en otras circunstancias."

(4)

Ahora bien, todo esto depende de una gran alianza política, que no sólo incluya a las fuerzas opositoras al gobierno de Mauricio Macri en Argentina, o a Michel Temer en Brasil, sino que permita la confluencia y articulación de una verdadera oposición regional (continental) a las derechas emergentes que amenazan con desfigurar y deshacer los logros de estas últimas décadas.

Como venimos diciéndolo desde hace tiempo, necesitamos proyectarnos más allá de Buenos Aires, más allá del conurbano bonaerense, más allá de la provincia de Buenos Aires, más allá de las pugnas provinciales en el territorio federal. Necesitamos pensar regionalmente, proyectando nuestro futuro inmediato en el mundo, y a partir de allí construir las nuevas discursividades que nos permitirán redoblar la apuesta de la transformación.

El 9 de noviembre, los expresidentes latinoamericanos comprometidos con la transformación socio-económica y política del país se reunirán con el fin de empezar a dar forma a esa Alianza opositora continental.

Nuestra tarea, como militantes, a través de todos los escenarios a los que tengamos acceso, es concienciar de lo más obvio, eso que con palabras tan pertinentes expresa, sin saberlo, Margarita Barrientos: 


"Ojala la gente no extrañe a Cristina Kirchner". 

Es decir, "ojalá que la gente no comprenda, no recuerde, que otra Argentina, que otra Latinoamérica, que otro mundo, es posible".

LA PATRIA UTÓPICA




Evidentemente, seguiremos pensando acerca del legado de la Revolución cubana. Ahora estamos de luto. Ha muerto el Comandante Fidel Castro, y las reflexiones tienen necesariamente un tono conmemorativo.

Sin embargo, no puedo dejar de aprovechar este momento en el cual mucha gente, a lo largo y ancho del planeta, habla de Fidel, vuelve a pensar en la Revolución cubana, y tiene ocasión de escuchar otra vez acerca de la hazaña incontestable que supuso aquella empresa aparentemente inconcebible que consistió en liberar a Cuba de la opresión de un régimen corrupto al servicio del imperialismo. 


Y aún más inconcebible fue el haber logrado que ese gesto mesiánico se convirtiera en un proyecto político, social y económico que aguantara el embate brutal de la nación más poderosa del planeta, dotada de las fuerzas militares más destructivas y el aparato de inteligencia más sofisticado, además de un entramado institucional y corporativo que, en el resto del continente latinoamericano, hizo fracasar a gobiernos dotados de condiciones coyunturales mucho más sólidas que las de Cuba - una pequeña isla del Caribe, localizada en las costas de su más temido y mortal de los enemigo.

Creo que lo que nos toca, especialmente a los investigadores,  intelectuales, escritores, periodistas, pero en realidad a todos aquellos de nosotros que tenemos un auténtico interés en la política global, es apropiarnos de la Revolución cubana y su desarrollo, como hemos hecho con la Revolución estadounidense y la Revolución francesa.

Las revoluciones de independencia en América Latina, fueron iteraciones de las dos grandes revoluciones fundadoras de las democracias liberales modernas (la estadounidense y la francesa). Incluso la Revolución haitiana (ocultada por los grandes imperios mundiales durante dos siglos para esconder las limitaciones de sus propios procesos emancipadores) responden a un mismo marco de referencia. Pero, la Revolución cubana es auténticamente una novedad para América Latina y para el mundo. No sólo por la ruptura inicial (análoga a otros movimientos descoloniales de aquella época), sino por su evolución.

Obviamente, la Revolución cubana no fue un éxito absoluto. Los medios liberales se han ocupado de manera machacona de recordárnoslo en estas horas. Un periodista del diario La Nación, por ejemplo, la definió como una utopía incumplida (sin darse cuenta que el título de su artículo no tenía sentido, teniendo en cuenta que toda "utopía" – "u-topos" [no-lugar], es un imaginario al cual nos dirigimos, cuyo carácter normativo guía nuestra acción); otros definieron a Fidel como un "hacedor de sueños" que acabaron en pesadillas, intentando equiparar a la Revolución cubana con otras experiencias revolucionarias que acabaron en catástrofe.

Sin embargo, la idea misma de intentar juzgar a la Revolución cubana, y con ella a Fidel, adoptando una perspectiva de este tipo va desencaminada. Especialmente, cuando se la pretende sopesar en términos económicos exclusivamente funcionales,  como acostumbran la mayoría de los articulistas que fijan su atención en los problemas estructurales, o los límites de la Revolución en esta esfera.

Me pregunto qué es lo que verdaderamente estamos haciendo cuando nos preguntamos, por ejemplo, si funciona el sistema socialista cubano [económicamente]. Si lo que pretendemos es saber si el sistema ha tenido un éxito rotundo, obviamente la respuesta será negativa. Pero, si prestamos atención al hecho de que la Revolución puso en marcha un experimento, entonces tenemos que reconocer que el experimento funcionó. Obviamente, no estamos diciendo que tuviera éxito absoluto. Sería absurdo pensarlo de ese modo. A menos que uno tenga una visión recalcitrante de la historia entendida como progreso, la experiencia humana siempre tiene que ver con la falibilidad y con la finitud.

Pero, podemos plantearlo de otro modo para que resulte más comprensible. Pensemos en el fracaso del capitalismo. Creo, sinceramente, que a menos que seamos unos ciegos desquiciados, tenemos que reconocer que todos los logros del capitalismo no alcanzan para justificar el rotundo fracaso que significa el hambre, la destrucción medioambiental, la exclusión, la guerra permanente, la amenaza de aniquilación, etc. Todo ello prueba que, visto globalmente, el modelo traiciona las esperanzas de las grandes mayorías de vivir una vida digna.

Frente a esto, el asunto se clarifica. La experiencia cubana toma otro cariz. No porque alguno de nosotros pueda mostrar un éxito rotundo en su empresa, sino porque la Revolución cubana fue y sigue siendo un experimento esperanzador, una alternativa viable y visible, siempre mejorable, de otra cosa, de otro modo de encarar nuestros problemas.

Como nos enseñó "uncle" Noam [Chomsky], no nos dejemos engañar. No permitamos que nos comparen resortes con mandarinas. Devolvámosle el argumento comparando pares. Comparemos, entonces, la Cuba de la educación, de la salud y de la vivienda universal; la Cuba generosa e internacionalista, con Haiti [ ese verdadero infierno del que nadie quiere hacerse cargo, siempre bajo el auspicio del Imperio estadounidense], o incluso con México [esa auténtica pesadilla de muerte y miseria].

Y entonces el asunto se vuelve muchísimo más obvio y pertinente. Lo demás es un entretenimiento insignificante. La enumeración interminable de los relatos, los chismes y las quejas de miles de turistas bienpensantes y equilibrados que traen de la isla, ansiosos de deconstruir lo más obvio, historias que prueban que Cuba no es una flor en el cielo, sino un lugar en el mundo, como cualquier otro, no tienen sentido. 


Lo interesante es que allí viven, un pueblo que tuvo la dignidad de proponerse una alternativa, y líderes que no se dejaron avasallar por los más poderosos. Sólo por eso, Cuba es y será siempre, para nosotros, los latinoamericanos, Cuba: la patria utópica.

EL COMANDANTE Y SUS CRÍTICOS



EL COMANDANTE FIDEL

Mientras escuchaba las barbaridades que dicen sobre el Comandante Fidel Castro las bestias de carroña, pensaba en los líderes políticos de quienes hablan con tanta petulancia y pretensión moral.

Pensaba en sus Nixon, Carter, Reagan, Clinton, Bush y Trump.

Pensaba en sus Thatcher, Major, Blair, Gordon, Cameron y May.

Pensaba en sus Mitterrand, Chirac, Sarkozy y Hollande

Pensaba en sus González, Aznar, Zapatero y Rajoy.

Pensaba en sus Pujol, Maragall, Montilla, Mas y Puigdemont.

Y entonces me preguntaba, mirando sus fotografías en wikipedia, qué razones les asiste a toda esa gente de talante bienpensante a creer que ellos han tenido líderes más decentes y más populares y más queridos y admirados, que el Comandante para los cubanos y el pueblo latinoamericano en su conjunto.

Qué creen que tienen sus democracias gastadas e injustas de puertas adentro, y asesinas y crueles de puertas afuera, que nos sirva de ejemplo para un mundo mejor.

Y pensando en todas esas cosas, me preguntaba por qué un hombre latinoamericano, un hombre que condujo una pequeña isla del Caribe durante el último medio siglo, se ha convertido en el espejo de todos vuestros prejuicios.

Quizá porque el Comandante fue (mal que les pese) y sigue siendo, y seguirá siendo un símbolo de una resistencia de hierro, ante una crueldad sin escrúpulos.

LOS SINVERGÜENZA

Fotografía de la operación "Búsqueda del tesoro" ordenada por el fiscal Marijuan

Sin temor al ridículo, el fiscal Marijuan, desde hace meses, se dedica a abrir huecos en las frías tierras patagónicas en busca del arca pérdida.
Cada vez que el gobierno se encuentra frente al espejo de su propia vergüenza, la justicia cómplice le hace el trabajo de las cámaras, y los periódicos se desviven por ilustrar sus quehaceres. Después de las ya famosas "topadoras" que ilustra la foto que encabeza esta entrada, hoy nos desayunamos con la imagen del fiscal allanando un terreno baldío.

La desesperación ante la ineptitud evidente del gobierno de turno pone nervioso a su aparato mediático, que ya no sabe qué hacer para ocultar el tartamudeo del presidente y la negligencia de sus ministros.

Mientras tanto, en "ciudad Gótica" - antro de corrupción y crueldad - las clases medias continúan haciendo yoga y meditación, "esperando la carroza". La imbecilidad es un signo notorio de los tiempos que corren. Entre el chismorreo de la farándula que, como en otras épocas, tiene a los ministros, las divas y los periodistas deportivos como comentaristas políticos con pretensiones de alto vuelo, la Argentina recobra su talante cultural porteño (tilingo, pretencioso, cómplice) que la caracteriza.

Como los campesinos polacos, vecinos circunstanciales de los campos de exterminio, los ciudadanos mediocres miran con indiferencia los trenes que avanzan repletos de víctimas camino hacia su aniquilación.

Es una vieja tradición argentina (a quién cabe dudas), la misma que defendió, no hace mucho, que éramos "derechos y humanos", mientras llenábamos el Río de la Plata con los cadáveres de las mujeres en período de pos-parto y nos repartíamos a sus hijos.

En el ínterin, los datos comienzan a ser espeluznantes. No se trata de la macroeconomía, ni de mediciones sinceradas de una economía saturada de falsos tecnicismos, puesta al servicio de los desalmados.

Lo que ocurre es más grave, porque se lleva la vida de la gente, y destruye el futuro de las generaciones. No sólo hay despidos y ansiedad creciente entre la población, crece la desnutrición a paso de gigantes.

Los niños no comen, o cuando comen, asusta el aumento de su obesidad, porque solo hay carbohidratos disponibles.

Se multiplican los merenderos, mientras las clases "pudientes" despilfarran, y los corruptos regresan el dinero al país desde sus cuevas financieras extranjeras: evasores, delincuentes, avivados, se presentan frente a la patria como los nuevos héroes de esta época liminal.

No hace falta que siga la cuenta: aumenta la xenofobia, el racismo, y el gobierno le pone cara al talante regresivo ampliando el aparato represivo contra extranjeros migrantes de piel oscura, y azuzando el miedo entre la ciudadanía desprotegida. Mientras tanto, la frivolidad permanece a sus anchas, tumbada frente a la televisión.

Asustada, "Ciudad Gótica" se prepara para asistir a otra escena de "violencia divina". Las llamadas "fuerzas" del orden, corruptas y vendidas al mejor postor, afilan sus bayonetas". El pueblo pide justicia.

Y todo vuelve a empezar....

ECOS DE LA DICTADURA Y REMEMBRANZAS NOVENTISTAS

José Martínez de Hoz


Lo venimos diciendo desde hace tiempo. Ayer nos desayunamos con la bronca del gobierno ante una evidencia incontestable. El ex-ministro Lavagna comparó al gobierno de Cambiemos, electo en las urnas, con el modelo económico de Martínez de Hoz (símbolo civil de la dictadura militar) y Cavallo (el rostro perverso del menemismo y la Alianza).  

La gracia de la comparación es que nos ayuda a mover nuevamente la frontera histórica en la cual intentó acorralarnos el relato macrista. Con gestos, y persecuciones mediáticas y judiciales, el macrismo pretendió escenificar una "refundación de la patria". 

Dos elementos simbólicos así lo muestran: (1) la jugada institucional que consistió en crear una discontinuidad entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, poniendo a Federico Pinedo como Presidente interino durante 48 horas, dispuesto simbólicamente para escenificar un "estado de excepción". 

Y (2) la judicialización "absoluta" de la década kirchnerista, no sólo en lo que concierne a cuestiones relativas a la corrupción, sino también dirigida a sus decisiones políticas, como ocurre con la llamada "causa dólar futuro", o la acusación a expresidenta Cristina de "traición a la patria".

En este último caso, algunos hitos resultan expresivos:  (i) la embestida contra el acuerdo con Irán, por el caso AMIA; (ii) la teatralización mediática de un asesinato político (que nos regresó oscuramente a los '70) - el llamado "caso Nissman; (iii) la amenaza de proscripción política de la presidente, y la persecución política a su familia que parece ir in crescendo en el imaginario de sus bases. 

Ahora bien: ¿qué significa "mover la frontera histórica"? Significa ayudar a los argentinos a reconocer a quiénes tenemos enfrente. La historia argentina no comenzó el 10 de diciembre de 2015, después de una larga era "prehistórica" de salvajismo y superstición kirchnerista. El macrismo no es, ni ha sido nunca "la nueva política". 

Todo lo contrario, es la vieja política que ha impedido el crecimiento industrial de la Argentina históricamente; la vieja política elitista, antipopular, que ha atentado contra los movimientos sociales y políticos emancipatorios, intentando silenciarlos, persiguiéndolos, encarcelándolos o incluso haciéndolos desaparecer cuando hiciera falta.

Pero ahora, con una estrategia de imágenes concertada (que asegura el monopolio casi absoluto de la información y el entretenemiento) la violencia física no ha sido (hasta el momento) necesaria. Hoy lo que se ejercita de manera brutal es "violencia simbólica", dispuesta como un dispositivo corrosivo dirigido a trastocar las huellas institucionales de la soberanía popular, a favor de los mecanismos impersonales del mercado y las finanzas internacionales. 

El éxito del Cambiemos será la implantación de una violencia absoluta, sistémica. Una violencia que naturaliza el privilegio y su contra cara, la exclusión intrínseca de ese sistema.  


Por lo tanto, es hora de "abrir los ojos", dejar de jugar el juego del gato y el ratón, y definir sin cortapisas, y asumir el modelo de Cambiemos como una continuidad de algo conocido y temido por todos, que ha logrado sumar a todas las fuerzas regresivas del arco socio-político (incluido el propio peronismo) en un proyecto de extrema peligrosidad.  

EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS

El país de las últimas cosas


1

No creo que haya una experiencia más triste para un ser humano que ver como sus compatriotas, poco a poco, van cayendo en eso que alguien llamó "el país de las últimas cosas", el trastero del mundo, el vertedero de los privilegiados, o como quieras imaginarlo.

Todo se degrada. Efectivamente. A medida que crece el hambre, la miseria, la violencia, el miedo, la gente va olvidando su dignidad (porque alguna vez fuimos dignos, ¿te acordás?) y se va encalleciendo el alma, hasta convertirse en una piedra, y nos volvemos un poco "mierda", y empezamos a llenarnos de odio, y encontramos a uno diferente, por ejemplo, un extranjero, y nos dan ganas de molerlo a palos para sacarnos de encima la propia frustración, y la vergüenza de habernos dejado engañar vilmente por los que ahora están arriba y te refriegan en la cara que no le importas nada, que sos prescindible, que los ricos no piden permiso. Hasta te inventaron el título de una telenovela para que te vayas acostumbrando, para que "te vayas haciendo a la idea": que la democracia es una ficción electoral (que ahora será una ficción electrónica electoral), pero los que al fin de cuentas mandan y no piden permiso son otros, los dueños del "dispositivo democrático". Porque, no sé si te habrás dado cuenta, pero vos no mandás, vos no sos nada: sólo un dato estadístico, una variable de la cual puede extraerse consenso, pero no una voz, una mirada, una perspectiva, una persona. Obviamente, podés rogar, suplicar, exigir, protestar, pero no sos nada. Y para demostrártelo allí están los antidisturbios para señalar tu condición residual en el actual orden político que reina en Argentina.

Ahora bien, si no es un extranjero con el que te desquitás, será una mujer (probablemente "tu" mujer, u otra mujer) o un "homosexual", o un niño, lo que sea. Porque, en realidad, lo que te pasa es que tenés vergüenza de eso en lo que te has convertido. En el fondo sabemos que pudieron con nosotros, que nos pasaron por encima, que nos están metiendo el dedo en la oreja todos los días y somos incapaces de reaccionar y ponerle un parate a la situación. Y todo esto con nuestra absoluta complicidad.

Los más afortunados se meten para adentro, se dedican al yoga en cualquiera de sus formas, o a la meditación, en cualquiera de las suyas, o en la literatura del señor Baba, o cualquier otro maestro que les ayude a olvidar las cosas de este mundo. O hacen huertos posmodernos en los techos de sus casas y cuidan rosas o manualidades, o van al Colón a ver alguna figura envejecida de hollywood invitada a escenificar sus últimos bolos antes de su final . Si tienen un poco más de guita viajan a Miami o se dan una vuelta por Europa, y después de empapelar las redes sociales con sus fotografías narcisistas desayunando en alguna boulangerie, regresan a casa llevando consigo baratijas para echar pinta entre los miserables. Lo que sea, para no pensar, para no sentir, para no ver, para no hacer nada.

Y los que mandan se aprovechan, y miran las encuestas, y cuanto más xenófoba y racista es la población, más xenófoba y racista es la dirigencia; y cuando más tilinga y superficial es la gente, más tilinga y superficial se muestra la dirigencia.

No hace falta mucho cerebro para darse cuenta dónde estamos, y hacia dónde vamos. Volvimos a ser lo peor de nosotros mismos y la caída es en picada.

Basta ver lo que dicen y hacen nuestros dirigentes para saber quienes somos. Basta ver lo que dicen y hacen nuestros periodistas, para saber quiénes somos. Basta ver qué dicen y que hacen nuestros intelectuales, para saber quienes somos.

Ahora mismo somos una bosta. Y lo digo con mucha pena, porque me gustaría que fuéramos diferentes. Pero es así: nuestro país, Argentina, se ha convertido en una mierda, lleno de mierdas, xenófobos y racistas mierdas, lleno de oportunistas y de trepas mierdas. Vaya, un país de mierdas.

Seamos sinceros, siempre fuimos más o menos eso. Con cada catástrofe económica, social, política, humanitaria que vivimos, las grandes mayorías y sus dirigentes nos convertimos en socios y cómplices de nuestros crímenes colectivos.

Me acuerdo cuando era chico, como todos nos hacíamos los distraídos. Yo era chiquito, pero sabía lo que estaba pasando, sabía que éramos criminales, sabía que éramos torturadores, sabía que éramos feos, muy feos, pero los mayores se hacían los distraídos, y al hacerse los distraídos nos inculcaban la mentira, nos entrenaban en la negación del sufrimiento y la injusticia. Pero, seamos serios, si lo sabía yo (un niño de 10 años, un impúber), cómo no lo iban a saberlo los mayores que me rodeaban. Así somos nosotros. Como otros pueblos, supongo, pero eso no compensa la vergüenza.

Y así estamos ahora: todos distraídos, necios. Todos mirando para otro lado. Todos poniendo cara de giles como si no tuviéramos nada que ver con lo que está pasando. Pero, entonces, al menos, era un gobierno militar, una dictadura, y por eso resulta fácil (casi comprensible) lavarse las manos. Pero, ¿quién nos curará de este horror, de esta vergüenza, al que nos hemos adherido voluntariamente? ¿quién podrá decir mañana "yo no fui" "yo no quise"?, cuando todo es trasparente, cuando todos está pornográficamente a la luz del día. El grado extremo de posmodernidad de la corrupción política actual es que se realiza a plena luz del día. Los mecanismos están allí para que todos los observemos. No hay ningún secreto: los Assange y los Snowden lo han dejado a la vista para que no haya dudas. Y esto es lo que resulta más incómodo. El saber no alcanza para hacernos libres.

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Pero hubo un tiempo, un momento, un instante en nuestra vida, en el cual una estrella surcó nuestro firmamento, y durante unos instantes quisimos creer en nosotros mismos, y nos vimos bellos y valientes y atrevidos en el espejo de la historia.

Quisimos ser buenos, respetables, dignos. Pero, qué se le va a hacer. Los tiempos heroicos son memoria, y pronto olvido. Y lo que tenés delante es el residuo de un banquete de utopías vomitadas durante la fiesta de asco que inauguró nuestro nuevo continente.

No importa qué hicieron nuestros dirigentes. No importa si robaron o no robaron. Si fueron corruptos o no lo fueron. Si fueron unos pocos o fueron todos. Lo importante es que nosotros creímos que era bueno ser buenos, que era bueno tener como eslogan de nuestra república: "La patria es el otro", y quisimos que cada uno de nosotros y cualquiera que quisiera formar parte de ese "nosotros", fuera libre y digno. Hubo una época, ahora lejana, muy lejana, en la que juramos ser de verdad la expresión viva en el mundo de los derechos humanos. Yo me enamoré de los derechos humanos, de lo mejor de ese emocionante y rebelde ideal de hacer que los derechos humanos fuera la tierra de nuestra patria. Pero eso se terminó. Ahora nuestros dirigentes escuchan al pueblo, y repiten con el pueblo: "¡Los derechos humanos no son más que un curro! ¡Mano dura! ¡Mano dura!".

De verdad, todo esto lo digo sin rabia, sin resentimiento. Eso si, triste, muy triste, porque no creo que haya una experiencia más terrible para un ser humano que ver a sus compatriotas, poco a poco, cayendo en eso que alguien llamó "el país de las últimas cosas".

En cierto nivel, a quienes promovieron esta hecatombe, esta catástrofe, podemos perdonarlos: uno podría incluso repetir "evangélico" quedándose muy tranquilo: "No saben lo que hacen".

Pero, en otro nivel, no sería digno dejar las cosas como están. Tenemos que reconocer que son nuestros "antagonistas" y actuar en consecuencia. No por el signo político al que se adhieren, o el gesto ideológico que expresan en el mercado de la cultura, sino porque defienden el hambre, la discriminación, la eugenesia social, la persecución política, la represión y la violencia.

Y si no defienden estas cosas, se hacen los boludos, que para el caso, es lo mismo.

¿ES DONALD TRUMP UN POPULISTA? Conversación en las redes (1)




El mundo se estremece. Donald Trump es el nuevo presidente electo de los Estados Unidos de América. Las razones del “escándalo” desatado es que estamos ante un verdadero “evento o acontecimiento” global que deja traslucir las tensiones que subyacen al capitalismo global, que nos enfrentan a la realidad desnuda, y esto nos horroriza. Trump no inventó el infierno, simplemente, lo puso al descubierto.

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Llamar a la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos un “evento o acontecimiento” histórico, que sólo puede compararse en tiempos recientes al cataclismo que supuso, en términos de los imaginarios globales, la caída del muro de Berlín o el ataque a las Torres Gemelas, no es un exageración.

La elección de Trump, independientemente de lo que finalmente ocurra con su gobierno, marca un antes y un después de un modo que otros sucesos celebrados por la prensa liberal no produjeron. Un ejemplo de ello fue el “falso acontecimiento” que supuso la elección presidencial de Barack Obama (el primer presidente negro de los Estados Unidos), o lo que hubiera sido la elección de Hillary Clinton (la primera mujer estadounidense en llegar a la Casa Blanca).

Eso no significa que esos sucesos no fueron o no hubieran sido importantes. Indudablemente marcan un antes y un después en una cronología lineal corriente, pero no tienen el carácter de evento o acontecimiento, tal como aquí lo entendemos. Un evento irrumpe en el escenario, descose las costuras de la realidad, y nos permite vislumbrar su cuerpo desnudo. Un suceso importante, como por ejemplo, la elección del primer presidente negro en los Estados Unidos, o la candidatura de una mujer, Hillary Clinton, a ocupar la Casa Blanca son importantes en la “larga marcha” liberal hacia una democracia multiculturalista en el marco del capitalismo global, pero no trastocan los órdenes de sentido vigentes.

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Unos pocos días antes de las elecciones en los Estados Unidos, el filósofo Slavoj Zizek sacudió las redes anunciando en una entrevista su favoritismo por el candidato republicano.

Las razones eran estrictamente “anarquistas”. Trump – nos decía Zizek - podía hacer temblar al establishment partidario (Demócrata y Republicano) al servicio del poder corporativo, desnudando la trama corrupta que subyace al actual status quo. De este modo, Zizek se hacía eco de una línea argumental que articulan quienes no se identifican con el discurso xenófobo, racista, chauvinista y anti-ecologista de Donald Trump, pero que de todos modos apoyan al multimillonario. En esta narrativa, Trump – independientemente de sus razones psicológicas y morales personales – es un anti-sistema, un outsider, que pondrá patas arriba el orden constituido y nos permitirá ver a través del mismo, ofreciéndonos la oportunidad de un cambio real.

Las respuestas al “anarquismo” de Zizek no se hicieron esperar. Entre las muchas reacciones me detendré en una de ellas, la del pensador argentino Jorge Alemán, quien intenta echar luz sobre la reiterada calificación de Trump como un “populista”.

Entre las descripciones más habituales que se hacen de Donald Trump es llamarlo “populista”. De este modo, se asume que el peligro que acecha al orden económico, político e institucional actual es un conjunto de movimientos, articulados en torno a la exacerbación de numerosos malestares societarios, que pueden adoptar formas de izquierda o de derecha.

En este sentido, dice el argumento, las democracias liberales se enfrentan a una amenaza populista que avanza peligrosamente en todo Occidente nutriéndose de la miseria y la injusticia del actual orden económico mundial, los abusos del poder financiero, y la ignorancia de la población que es cautivada por discursos que atentan contra las herramientas procedimentales que previenen la guerra de todos contra todos.

Desde una cierta perspectiva, el fenómeno Trump puede ser leído efectivamente como un “momento populista” – siguiendo la tesis de Laclau-Mouffe, quienes describen ese momento, a partir de un análisis formal, como la emergencia de una subjetividad-pueblo, producto de una cadena de equivalencias de demandas heterogéneas que se aglutinan en un círculo definido a partir del antagonismo.

El “fenómeno Trump” parece corresponder con esta descripción. Y esto es posible, por el hecho de que la definición – como decíamos - es estrictamente formal. Lo que se intenta es echar luz sobre los mecanismos de construcción de hegemonía. Esa construcción está vacía de cualquier contenido material, y se va llenando con los reclamos peculiares y circunstanciales que se concatenan en la cadena de equivalencias. En ese sentido, el populismo no sería ni de derechas ni de izquierdas.

Pero Alemán se opone rotundamente a esta lectura. A partir de Laclau-Mouffe, pero yendo (según nos dice) más allá de ellos, defiende que el “momento populista” sólo puede concebirse como izquierdista. Sólo hay un momento “populista” cuando la hegemonía se articula como "antagonismo contra el capitalismo neoliberal".

En una breve discusión en las redes con el escritor argentino Alejandro Medina sobre esta cuestión, le planteé mis dudas acerca de la pretensión de Alemán. Estos son algunas de las cuestiones de las que hablamos:

1. Comparto con Alemán la necesidad de escapar de la trampa liberal que aprovecha el análisis de Laclau-Mouffe para hacer indistinguible lo que ellos llaman “populismos de izquierda o de derechas, pero populismos al fin”.

2. Siendo el análisis de Laclau-Mouffe exclusivamente formal, parece evidente que en ese marco no se puede adoptar un criterio adecuado que nos permita distinguir en términos de contenido una suerte de “populismo bueno” de un “populismo malo”. O, como prefiere Alemán, un populismo de izquierdas (enfrentado al neoliberalismo) y un populismo de derechas (“fascismo”, de acuerdo con Alemán) que puede adaptarse con éxito a las formas capitalistas más salvajes.

3. Como bien señala Alemán, para hacer una distinción de este tipo habría que ir más allá del análisis formal. Un ejemplo de ello es el intento del filósofo argentino-mexicano, Enrique Dussel, quien en su análisis ético-político distingue tres instancias: la material (fundacional), la formal y la fáctica. La instancia material, que es la que aquí nos interesa, hace referencia justamente al contenido ético-político. Aquí el contenido es "la vida misma", la producción y el desarrollo de la vida. En este marco, un “populismo” de izquierda sería aquel que está orientado a la defensa de la vida misma, su producción y su desarrollo, en contraposición a eso que Andrew Fischer, como veremos, llama “populismo autoritario de derechas” (al que Alemán denomina, no sin razón, “simplemente fascismo”) que cumple formalmente con los requisitos señalados por Laclau en lo que respecta a la emergencia de una subjetividad-pueblo, pero que atenta contra la vida, contra su producción y desarrollo.

4. Aquí es donde se ve lo fecunda que es esta distinción, y lo problemática que es la insistencia liberal de fusionar estas dos direcciones. Eso que llama Alemán el “antagonismo al neoliberalismo” (en cualquiera de sus ropajes culturales) – que incluso puede tomar formas “cuasi-populistas”, es decir, fascistas – es una cifra que sintetiza todos los ataques contra la vida, somete a las mayorías a un programa eugenésico radical, y atenta contra la supervivencia de todos, poniendo en peligro la casa común, la Tierra misma.

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Como señalaba ayer mi amigo, el economista Andrew Fischer, en Facebook:

“No me sorprendería si la América Corporativa rápidamente establece una relación amigable con la presidencia de Trump… No sugiero que Trump sea un fascista (he leído buenos análisis que demuestran que no lo es – tal vez podríamos llamarlo un populista autoritario de derechas), pero la lección que podemos extraer de la década de 1930 es importante: el fascismo era bueno en el capitalismo. Los alemanes de aquel período decían a menudo (eso he escuchado) que lo que ellos hubieran necesitado era un “pequeño Hitler”. ¿Quizá sea esto lo que los Estados Unidos se ha dado a sí mismo? Con la gente apropiada a su alrededor, pueden crear un enorme estímulo para la economía, a la manera de lo que hizo Ronald Reagan con su keynesianismo militarista en 1983, después de haber llevado a la economía a la recesión y, a través de ese medio, romperle la espalda a los trabajadores. Por lo tanto, no lo desestimemos: podemos esperar 8 años de Trumpismo.”



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Sea como sea, que llamemos a Trump un populista, o simplemente le endilguemos el epíteto de "fascista" es una cuestión terminológica. Aún así, sabemos que las cuestiones terminológicas tienen especial relevancia en la pugna política. Es a través del lenguaje que establecemos las equivalencias que constituyen finalmente nuestras alianzas, y marcamos las fronteras que definen nuestros antagonismos.  

El intento, tanto en los Estados Unidos como en Europa, de hacer del “populismo” la clave de todos nuestros males, al describirlo en cualquiera de sus formas como el "caballo de Troya" que esconde en su interior las fuerzas de nuestra destrucción, ha acabado convirtiendo al "neo-fascismo" en aliado (no tan inesperado) del conservadurismo liberal. 

En el caso de Estados Unidos, detectamos un twist interesante. La visión clintonita del mundo imagina una hegemonía global corporativa construida sobre la abierta confrontación con los enemigos de la globalización, y una metrópoli cosmopolita, multicultural, como su máscara más amable.

En la visión de Donald Trump, el enroque antigloblista interioriza la amenaza exterior. El enemigo, como vimos en las últimas horas en las manifestaciones anti-Trump, habita en nuestras "inner cities", y está asociado a la diferencia (étnica, cultural, religiosa, racial). 

Clinton y Trump son, en muchos sentidos, imágenes inversas de un mismo sueño, el que convierte (dependiendo las circunstancias históricas) al interior o al exterior de los Estados Unidos en campo de batalla, escenarios donde desplegar eso que Nietzsche llamaba sucintamente "voluntad de poder". 

¿POR QUÉ NECESITAMOS IR DE LA RESISTENCIA A LA RADICALIDAD?



Tal vez ha llegado el momento, después de 11 meses de gobierno de Cambiemos, de dejar de lloriquear por nuestra suerte y comenzar a darle forma a una ofensiva. Obviamente, muchas cosas están peor, otras están muchísimo peor, y otras están horrorosamente mal. Sin embargo, como ocurre siempre, podemos alegrarnos de un puñado de cosas que, contrariamente a lo que pudiera creerse, son verdaderamente importantes como punto de arranque de un programa político radical.

A lo primero que quisiera referirme es al hecho, bastante incontrovertible, por cierto, que el triunfo de la coalición Cambiemos ha sido el detonante de una tensión de larga data dentro del planeta kirchnerista. Especialmente, a partir del momento en el cual Cristina Fernández se hizo cargo de su conducción.

La tensión se daba entonces entre dos líneas diferenciadas que hoy son fácilmente identificables en el Congreso. Por un lado, quienes acompañaron el proceso de recuperación de la Argentina que condujo Néstor Kirchner, pero consideraban necesario un giro a partir del 2011 que regresara al kirchnerista a los titubeos del peronismo más conservador.

Y, por otro lado, quienes apostaban por una radicalización de las políticas redistributivas, e incluso coqueteaban (aunque más no fuera "imaginariamente") con una transformación más profunda de las estructuras económicas de la Argentina, con el fin de confluir en un proyecto de izquierdas latinoamericano que pudiera convertirse en una alternativa real frente al capitalismo neoliberal.

Esta tensión en el interior del movimiento era evidente hace 5 años, y el triunfo de la coalición Cambiemos fue, en su mayor parte, el efecto no deseado de esa tensión subyacente que, a pocas horas del triunfo apretado en las urnas, escenificó un grotesco efecto “panqueque” pocas veces visto en la historia argentina. En vista de esto, uno debería preguntarse qué alternativas tenemos.

Como señalaba hace unos días un historiador de la órbita popular, la palabra “resistencia” es totalmente inadecuada como consigna para la situación presente. Si hace unos años, en pleno enfrentamiento con el poder corporativo, y con las dificultades de trabajar con una tropa propia auto-silenciada de cara a las galerías, pero intimando de manera sospechosa detrás de bambalinas con los antagonistas, parecía un despropósito apostar al radicalismo de izquierda, hoy es imprescindible no dejarse cooptar por el más peligroso de los subterfugios de Cambiemos, el que está llevándonos a una transformación de nuestro paradigma cultural, del cual nos será muy difícil escapar si se arraiga.

Cambiemos está transformando nuestro "mundo", nuestro horizonte de sentido, nuestros rituales y costumbres, llevándonos a su terreno: el de la mercantilización absoluta de todas las esferas de la vida, y haciéndonos cómplices de todas sus vergüenzas, sellando un contrato tácito con la sociedad civil que resultará difícil romper a corto plazo. Frente a esto, cualquier “resistencia conservadora” acaba haciéndole el juego a Cambiemos.

Pero, ¿a qué me refiero cuando hablo de “resistencia conservadora”? Me refiero a todas las posiciones que están adoptando el PJ, el Frente Renovador, la CGT, y el conjunto de movimientos sociales que aceptan el “chantaje democrático” que desde el 10 de diciembre nos impone Cambiemos.

Ese chantaje comenzó con la dramatización de la discontinuidad simbólica de la historia democrática post-dictadura, que se produjo al insertar entre Cristina Fernández y Mauricio Macri un presidente fantasma (Pinedo) que escenificara la posibilidad de una “refundación de la patria”. Había que representar que la presidencia de Mauricio Macri no formaba parte de esa continuidad, y de ese modo (sintomáticamente) se lo asociaba a otros momentos "fundacionales" de nuestro pasados, marcados también por ser rupturas radicales.

Cambiemos llegó al poder con los votos, pero teatralizó un golpe de Estado. Necesitaba hacerlo por la enorme asimetría que se evidenciaba entre un gobierno entrante, fruto de una coalición que confluía en su oposición, que había alcanzado su propósito con un porcentaje mínimo de distancia contra un candidato secundario, y un gobierno saliente que era capaz de llenar la Plaza de Mayor, recibir la expresión de alegría y agradecimiento por parte de su militancia, después de 12 años de ajetreos, avances y retrocesos.
¿En qué consiste el "chantaje democrático"? En dividir el campo político en dos bandos. Uno de los cuales es acusado de atentar contra la democracia por su cuestionamiento ideológico al gobierno entrante, y al hacerlo excluirlo, aislarlo, estigmatizarlo, judicializarlo y reprimirlo para escarmentar y disciplinar a todo el espectro político que se sabe amenazado por el ejercicio arbitrario del poder. La oposición conservadora, por lo tanto, observa desde las gradas en ceremonioso silencio, temiendo caer en la volteada.

En la última semana hemos visto ilustrada esta estrategia de manera desnuda. Primero fue Margarita Stolbizer llamando a una proscripción de su hipotética contrincante electoral, Cristina Fernández, en las próximas elecciones legislativas; y luego advirtiendo: "Cristina no debe regresar de ningún modo en 2019". Es imperativo convertirla en una "muerta civil". A esto siguieron varias solicitadas que circularon en las redes sociales llamando a su proscripción de por vida.

Luego se produjo la escena en Comodoro Py. Patricia Bullrich apostó entre 300 y 500 agentes de seguridad (policías y gendarmes) alrededor del juzgado donde debía presentarse la expresidente, y franco tiradores en las terrazas, como si se tratara de un operativo para custodiar al "Chapo" Guzmán. La escena acabó con represión (algunos legisladores fueron golpeados por la policía), y la expresidenta se bajó del automóvil para interponer su cuerpo entre los militantes y los antidisturbios. El resultado fue una frase que pasará a la historia: “Péguenme a mí, cobardes”.

Sin embargo, todo esto no debería desanimarnos. Ni siquiera una hipotética detención de Cristina Fernández debería hacerlo. A juzgar por la escena anterior, Cristina Fernández ha asumido la posibilidad de su detención y está preparada para afrontarla. Incluso puede que su detención resulte significativa (aunque desde el punto de vista personal el costo sea terrible), como lo es la detención ilegal de Milagros Sala en Jujuy, que ha producido ya la primera denuncia y conminación internacional de Naciones Unidas al gobierno de Mauricio Macri a cumplir sus compromisos con los derechos humanos.

Y digo todo esto, que puede parecer descarnado, porque creo sinceramente que el principal problema que tenemos por delante es cómo dar un paso “más allá” de la resistencia. Porque en la mera resistencia aceptamos (reactivamente) el juego del otro.

Slavoj Zizek recordaba recientemente una anécdota que viene a cuento. En un momento determinado, un periodista le preguntó a Margaret Thatcher cuál había sido su mayor logro, a lo que ella contestó de inmediato: “El nuevo laborismo”. Lo que Margaret Thatcher había logrado era mucho más peligroso y duradero que ganar una elección, había logrado que sus enemigos políticos adoptaran sus políticas económicas básicas, y se atuvieran a las normas que ella había impuesto a todo el campo del lenguaje político.

El verdadero logro del Macrismo no consistirá entonces en su victoria electoral, ni siquiera en la habilidad que tenga a la hora de implementar su programa de ajuste. El verdadero triunfo del macrismo ocurrirá cuando acabe de conquistar nuestros imaginarios sociales fundamentales. Tiene a su favor el "viento de cola" de un neoliberalismo Re-loaded a nivel global, y una ciudadanía cansada y aturdida, lo cual le ha permitido, primero, hacerse con el control del radicalismo, y que ahora está comenzando a convertir en muñecos de ventrílocuo al PJ, el Frente Renovador y a los líderes sindicales de la CGT, quienes discuten los detalles del programa, pero dejan intacto su fondo.

Lo mismo ocurre con los avances culturales que la sociedad argentina logró durante estos años, en los cuales las fuerzas de izquierda y el kirchnerismo convirtieron los derechos humanos en la columna vertebral de nuestra identidad colectiva: apostando por más democracia y más justicia social.

El paradigma de los derechos humanos retrocede en nuestro horizonte cotidiano a pasos agigantados. La retórica macrista los desprestigia, como desprestigia a las organizaciones históricas que hicieron posible su hegemonía en nuestro espacio político durante las últimas décadas. Pero lo que es aún más problemático es que no sólo nuestros antagonistas, sino incluso aquellos a quienes confiamos el liderazgo de nuestros espacios, como ocurre con el Senador Miguel Pichetto, parecen haberse mimetizado con el ideario macrista hasta el punto de expresar a través de sus bocas los más oscuros prejuicios que caracterizan a nuestros enemigos.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...