Creo que hay una pequeña confusión que merece que aclaremos.
Hay personas que han perdido el tren de la historia y no han tomado consciencia del mundo hacia el cual nos dirigimos. Por esa razón, a fin de clarificar el asunto, y permitir que salga a la luz lo que ya está frente a nuestros ojos pero nos negamos a ver, intentaré poner de manifiesto el asunto de forma sencilla.
Hace unos años, nos cuenta Robert Fisk, una importante agencia de noticias tuvo acceso a documentos confidenciales de la base de Guantánamo. Dichos documentos fueron entregados a la agencia por los propios oficiales de Guantánamo. De ello debemos concluir que el propósito era llevar al conocimiento público alguna cuestión que resultaba relevante para dichos oficiales. En el documento, un prisionero, interrogado por el tribunal, exigía que se le permitiera comunicarse con sus familiares y acusaba al tribunal de estar violando las convenciones internacionales sobre prisioneros de guerra. El presidente del tribunal contestaba al prisionero que no iba a continuar escuchándole, y le conminaba a que se redujera a contestar las preguntas que se le hacían. Ante la insistencia desafiante del prisionero, el presidente del tribunal ordenó que lo regresaran a su celda acompañando la orden con la siguiente afirmación: las leyes internacionales no significan nada para nosotros.
¿Por qué razón existe Guántanamo? ¿Por qué la violación sistemática de los derechos humanos se realiza a la vista de todos? ¿Qué es lo que buscan mostrándonos el horror, anunciando a bombo y platillo que no están solos en esta guerra sucia contra el terror? ¿Qué es lo que pretenden? ¿Qué es lo que quieren de nosotros?
Israel ataca a Palestina. Somete a una población privada de sus derechos elementales desde hace muchos años a un bombardeo ininterrumpido durante más de veinte días. Mata cerca de 1.300 personas y produce más de 5.000 heridos. Destruye sus infraestructuras y exige una rendición incondicional. Al no conseguir su propósito, decide un cese al fuego unilateral cuyo único objetivo es la humillación absoluta de su enemigo.
En el interín, y a los ojos del mundo, y sin la más mínima necesidad de ello, debido a su desproporcionada fuerza militar si la comparamos a los maltrechos 'terroristas' de Hamàs y otros grupos de la resistencia, lanza bombas de fósforo blanco, bombardea escuelas, hospitales y centros de refugiados de la ONU, impide socorrer a los heridos y enterrar a los muertos.
El historiador israelí Ilan Pappe ha señalado que no debemos olvidar que durante el año 2007-2008 en el que debía respetarse la tregua entre Hamàs e Israel, este último mato a 300 palestinos, con la complicidad del gobierno clientelar de Abbás y sus secuaces.
Todo esto ocurrió frente a nuestros ojos. No hay maniobras secretas, oscuras maldades que se tejen en guaridas de conspiradores. No, todo se hace a la luz del día y con la participación voluntaria o involuntaria de los medios de comunicación que, independientemente de su toma de posición sirven para ofrecer publicidad a aquello que desean que se publicite.
¿Qué es lo que quieren que sepamos? ¿Qué imagen pretenden ofrecernos? ¿La implacabilidad? Parecen decirnos: No nos detenemos ante nada. Dueños de la más alta tecnología y con el objetivo de dominio absoluto del planeta, el mensaje es definitivo: rendición o muerte.
Además de los muertos y los heridos, Palestina es un símbolo, un escenario donde los poderosos del planeta ofrecen un mensaje a todos aquellos que se resisten: seremos implacables, seremos asesinos, las leyes no significan nada para nosotros, sólo el poder, la tecnología dispuesta exclusivamente al dominio. No haremos concesiones, porque no son ya necesarias. La desproporción se ha vuelto ontológica: somos otra clase de seres, ya no somos los seres disminuidos y patéticos que solíamos ser, ahora somos super-hombres, übermensch. Somos 'bestias rubias de ojos azules', enfundados en nuestras casacas divinas, en nuestros carros de acero. Pero ¿Quién es Palestina? Palestina somos nosotros, como nos recordaba Brecht.
Israel ha declarado un cese al fuego unilateral. Ni siquiera se ha dignado a llegar a un acuerdo, lo que busca es infligir la máxima derrota militar y la mayor humillación.
CHÁVEZ Y MORALES
Llevamos varios años escuchando a políticos, voceros, tertulianos y simples informadores estadounidenses diciendo que la 'dictadura' de Chávez representa una amenaza para todo el hemisferio americano.
Los europeos han sido más precavidos. Nadie ha solicitado el asesinato del supuesto dictador, como hacen la derecha estadounidense sin morderse los labios, aunque se conocen las relaciones que el gobierno español, por ejemplo, tuvo con los golpistas que secuestraron al presidente Chávez en abril de 2002.
Aun así, la campaña mediática contra Chávez ha sido denunciada en tantas ocasiones que no vale la pena volver a la cuestión. Periódicos como El País, han sido sistemáticamente expuestos por observadores independientes a la parcialidad corporativa que practican, a la tergiversación mediática que hacen, de todo lo que concierne al presidente del país petrolero.
Cabe señalar, por tanto, que aquellos interesados en la verdad deberían tomar precausiones a la hora de hacer juicio sobre lo que ocurre en otras latitudes cuando la fuente de información es de una parcialidad tan afilada como la de la prensa europea a la hora de informar sobre la realidad latinoamericana.
En latinoamerica la campaña no ha sido menos agresiva: Las llamadas 'clases medias cosmopolítas' que habitan el extenso territorio que se extiende desde Usuhaia hasta Bogotá han decidido con una unanimidad asombrosa, que el señor Chávez es una vergüenza y un peligro para la gente decente.
La unanimidad enfebrecida siempre asusta a la gente inteligente. Los medios de comunicación afínes encolerizan a la clase bien vestida, alimentándola de un imaginario incendiario de una irracionalidad sorprendente. La sombra de los 'rojos' comunistas pro-soviéticos que anteayer sirvió como justificación para asesinar masivamente a una generación de compatriotas y despojar a los pueblos de sus riquezas naturales y llevar a las gentes a la esclavitud neo-liberal, ha desaparecido. Ahora ya no hay 'rojos' como los de antes, pero acecha la sombra de los 'mestizos' populistas que tanto exasperan a los lectores de Vargas Llosas. La imbecilidad de esta clase educada en universidades de prestigio tiene algo de pathos mimético: se trata de pensar lo que se piensa, decir lo que se dice, y hacer lo que se hace.
Ayer fueron la Escuela de las Americas y las aulas de la Universidad de Chicago las que sirvieron como anfitriones a militares golpistas y despiadados economistas del despojo. Hoy preparan a los ministros de un hipotético futuro que no debe ocurrir, instituciones bancarias, corporaciones multinacionales y organizaciones 'caritativas' como las FAES o la NATIONAL ENDOWMENT FOR DEMOCRACY.
No necesitamos ser unos genios para comprender que significa la amenaza de esta 'izquierda' latinoamericana tan denostada, 'mestiza, populista y autoritaria'. Significa que las 'clases medias cosmopolítas' sienten peligrar sus privilegios políticos, su relevancia en el quehacer de las identidades nacionales.
Ser latinoamericano implica necesariamente, no ser europeo, ni ser norteamericano. Pero las clases medias cosmopolitas reniegan de los mestizos porque su identidad se afirma en la diferencia que establecen con los de adentro y el orgullo que les causa su proximidad con los de afuera.
Los norteamericanos saben muy bien que no son latinoamericanos ni europeos, ni pretenden serlo. Los europeos son cada uno de su sitio, y a mucha honra.
Entre las duras críticas que reciben las izquierdas latinoamericanas, la más reiterada es aquella que pone en cuestión su talante democrático y su respeto a los principios de libertad de expresión.
Cualquier persona decente, con cierta imparcialidad básica que se tome el trabajo de observar la prensa escrita y audiovisual en los Estados Unidos, Europa y Latinoamerica comprenderá sin demasiado esfuerzo que la libertad de expresión en países como Venezuela, Argentina, Bolivia o Ecuador es mucho más amplia, y el espectro de opiniones opuestas muchos más extenso que lo que podemos encontrar en la prensa norteamericana o europea. Lo mismo ocurre en países como Colombia, cuyo analfabetismo informativo es tan monstruoso, y la censura consensuada tan profunda, que resulta estremecedora. El caso de Cuba es otro. Dejaremos esta cuestión para una próxima reflexión.
Lo que si me importa destacar es lo siguiente. Los 'progres' dirán que se debe a mero populismo, acusarán a Chávez y Morales de oportunistas, endilgarán a los dos presidentes connivencias en una trama secreta de maldad, dirán que se trata únicamente de una estrategia para silenciar mediáticamente el descontento por las medidas que promueven internamente, etc.
Pero sea como fuere, quisiera dar la bienvenida a estos dos valientes mandatarios latinoamericanos, por la decisión que ningún otro gobierno del mundo se atrevió a tomar: romper sus relaciones bilaterales con el estado de Israel como protesta a la brutal agresión, la masacre que viene cometiendo en forma continuada sobre la población palestina.
Para acabar, los convoco a que ejerciten la defensa de estos gobiernos democráticos y populares, informándose y ofreciendo vuestra inteligencia como antídoto a la ignorancia concertada de las 'clases medias cosmopolitas' que desde siempre, parafraseando al Martín Fierro, se empeñan en asociarse con los de afuera, para comerse a los de adentro.
Los europeos han sido más precavidos. Nadie ha solicitado el asesinato del supuesto dictador, como hacen la derecha estadounidense sin morderse los labios, aunque se conocen las relaciones que el gobierno español, por ejemplo, tuvo con los golpistas que secuestraron al presidente Chávez en abril de 2002.
Aun así, la campaña mediática contra Chávez ha sido denunciada en tantas ocasiones que no vale la pena volver a la cuestión. Periódicos como El País, han sido sistemáticamente expuestos por observadores independientes a la parcialidad corporativa que practican, a la tergiversación mediática que hacen, de todo lo que concierne al presidente del país petrolero.
Cabe señalar, por tanto, que aquellos interesados en la verdad deberían tomar precausiones a la hora de hacer juicio sobre lo que ocurre en otras latitudes cuando la fuente de información es de una parcialidad tan afilada como la de la prensa europea a la hora de informar sobre la realidad latinoamericana.
En latinoamerica la campaña no ha sido menos agresiva: Las llamadas 'clases medias cosmopolítas' que habitan el extenso territorio que se extiende desde Usuhaia hasta Bogotá han decidido con una unanimidad asombrosa, que el señor Chávez es una vergüenza y un peligro para la gente decente.
La unanimidad enfebrecida siempre asusta a la gente inteligente. Los medios de comunicación afínes encolerizan a la clase bien vestida, alimentándola de un imaginario incendiario de una irracionalidad sorprendente. La sombra de los 'rojos' comunistas pro-soviéticos que anteayer sirvió como justificación para asesinar masivamente a una generación de compatriotas y despojar a los pueblos de sus riquezas naturales y llevar a las gentes a la esclavitud neo-liberal, ha desaparecido. Ahora ya no hay 'rojos' como los de antes, pero acecha la sombra de los 'mestizos' populistas que tanto exasperan a los lectores de Vargas Llosas. La imbecilidad de esta clase educada en universidades de prestigio tiene algo de pathos mimético: se trata de pensar lo que se piensa, decir lo que se dice, y hacer lo que se hace.
Ayer fueron la Escuela de las Americas y las aulas de la Universidad de Chicago las que sirvieron como anfitriones a militares golpistas y despiadados economistas del despojo. Hoy preparan a los ministros de un hipotético futuro que no debe ocurrir, instituciones bancarias, corporaciones multinacionales y organizaciones 'caritativas' como las FAES o la NATIONAL ENDOWMENT FOR DEMOCRACY.
No necesitamos ser unos genios para comprender que significa la amenaza de esta 'izquierda' latinoamericana tan denostada, 'mestiza, populista y autoritaria'. Significa que las 'clases medias cosmopolítas' sienten peligrar sus privilegios políticos, su relevancia en el quehacer de las identidades nacionales.
Ser latinoamericano implica necesariamente, no ser europeo, ni ser norteamericano. Pero las clases medias cosmopolitas reniegan de los mestizos porque su identidad se afirma en la diferencia que establecen con los de adentro y el orgullo que les causa su proximidad con los de afuera.
Los norteamericanos saben muy bien que no son latinoamericanos ni europeos, ni pretenden serlo. Los europeos son cada uno de su sitio, y a mucha honra.
Entre las duras críticas que reciben las izquierdas latinoamericanas, la más reiterada es aquella que pone en cuestión su talante democrático y su respeto a los principios de libertad de expresión.
Cualquier persona decente, con cierta imparcialidad básica que se tome el trabajo de observar la prensa escrita y audiovisual en los Estados Unidos, Europa y Latinoamerica comprenderá sin demasiado esfuerzo que la libertad de expresión en países como Venezuela, Argentina, Bolivia o Ecuador es mucho más amplia, y el espectro de opiniones opuestas muchos más extenso que lo que podemos encontrar en la prensa norteamericana o europea. Lo mismo ocurre en países como Colombia, cuyo analfabetismo informativo es tan monstruoso, y la censura consensuada tan profunda, que resulta estremecedora. El caso de Cuba es otro. Dejaremos esta cuestión para una próxima reflexión.
Lo que si me importa destacar es lo siguiente. Los 'progres' dirán que se debe a mero populismo, acusarán a Chávez y Morales de oportunistas, endilgarán a los dos presidentes connivencias en una trama secreta de maldad, dirán que se trata únicamente de una estrategia para silenciar mediáticamente el descontento por las medidas que promueven internamente, etc.
Pero sea como fuere, quisiera dar la bienvenida a estos dos valientes mandatarios latinoamericanos, por la decisión que ningún otro gobierno del mundo se atrevió a tomar: romper sus relaciones bilaterales con el estado de Israel como protesta a la brutal agresión, la masacre que viene cometiendo en forma continuada sobre la población palestina.
Para acabar, los convoco a que ejerciten la defensa de estos gobiernos democráticos y populares, informándose y ofreciendo vuestra inteligencia como antídoto a la ignorancia concertada de las 'clases medias cosmopolitas' que desde siempre, parafraseando al Martín Fierro, se empeñan en asociarse con los de afuera, para comerse a los de adentro.
LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS...
El presidente colombiano Alvaro Uribe Vélez, para muchos la bestia negra de América Latina y para otros un héroe de gatillo fácil, ha recibido hoy de manos de George W. Bush, una condecoración a la libertad del que muchos consideran el peor mandatario que ha residido en la Casablanca durante toda su historia, y para la mayoría de los habitantes del planeta, la amenaza más grande a la paz en el mundo.
Como ha dicho la portavoz de la Casablanca:
"Se trata de firmes aliados que han hecho esfuerzos para llevar la esperanza y la libertad a la gente de todo el mundo'.
Condecoraciones de este tipo dicen más que mil palabras.
Hace pocos meses, apenas estallar la crisis financiera, el presidente Bush amenazó congelar el plan de rescate solicitado por el presidente electo Barack Obama a las empresas automotrices norteamericanas a menos que la bancada Demócrata en el Congreso diera su anuencia al proyecto de Tratado de Libre Comercio con Colombia, sobre el cual pesan aun graves acusaciones debido a la violación sistemática de los derechos humanos en su lucha contra terroristas, narcotraficantes, sindicalistas, maricones y otras vainas.
Mientras tanto, 'del otro lado del río', el primer ministro Israelí Ehud Olmert, frente a una cámara de televisión, interrogado por un periodista, contaba el modo en el cual se decidió la abstención de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad hace poco más de una semana. Según él mismo contó, quince minutos antes que se realizara la votación, telefoneó al aun Presidente de los Estados Unidos George W. Bush, que en ese momento estaba ofreciendo un discurso en Ohio. El Presidente fue informado del llamado y se retiró a unas habitaciones contiguas para hablar con Olmert.
-¿Cómo va el asunto, Ehud?- debe haber preguntado Bush con tono campechano.
Olmert suspiró:
-Me he enterado que tu chica (refiriéndose a Condi Rice) quiere dar el visto bueno a la resolución de la ONU.
George no sabía muy bien si era bueno o era malo. No tuvo más remedio que preguntar:-¿Eso es bueno?
-No, George, es malo, muy malo. No pueden ordenar un cese al fuego con vuestra anuencia a esta altura. Necesitamos tiempo para acabar con esos cretinos.
-Lo mejor es que acaben antes que me vaya- dijo George compungido.
-Por supuesto, eso ya lo hemos hablado. Pero ahora es imposible. La fiesta recién empieza.
-Bueno, Ehud, no te preocupes. Ahora mismo la llamo a Condi y todo arreglado. Te juro que no tenía ni idea los términos de la resolución. Con esto de la mudanza estamos hechos un lío...
-Bueno, bueno, pero no te atrases. En quince minutos comienza la votación. Tienen que saber quien esta detrás nuestro con todas las letras para que no se hagan ilusiones.
Aunque parezca mentira, lo que acabo de relatar no es producto de mi imaginación. Pueden consultar el diario El País de hoy para más detalles sobre el particular.
Arrogantes sinvergüenzas, el gobierno Israelí se mofa de los Palestinos, de los árabes y del mundo entero. El negocio marcha a todo vapor. Un cargamento de armamento norteamericano se aproxima a los puertos del Estado Sionista desde Grecia, no porque lo necesiten, sino para que sepan quien manda. Los europeos, mientras tanto, hacen mutis por el foro. Y el resto de gobiernos árabes hacen el gesto mientras se deleitan con la sangre de sus hermanos.
No importa que las Naciones Unidas, la Cruz Roja internacional, Human Rights Watch y otra docena de organismos internacionales estén pidiendo una investigación por los crímenes de guerra cometidos por Israel durante estas dos semanas y la condición inhumana en la que tienen encerrados a los Palestinos de la Franja desde que Hamás ganase las últimas elecciones democráticas monitoreadas por la comunidad internacional.
Eso es lo que tiene de bueno tener amigos como George. Uno puede sentirse siempre seguro y confiado.
Sólo ha faltado a la entrega de medallas el bueno de Aznar para que conmemoráramos con nostalgia la cumbre de las Azores, Abu Ghraib, Guantánamo y zapatearamos con gusto sobre los muertos.
Cuando otro monstruo aparezca en casa, que no se nos olvide nuestra propia inclemencia
Como ha dicho la portavoz de la Casablanca:
"Se trata de firmes aliados que han hecho esfuerzos para llevar la esperanza y la libertad a la gente de todo el mundo'.
Condecoraciones de este tipo dicen más que mil palabras.
Hace pocos meses, apenas estallar la crisis financiera, el presidente Bush amenazó congelar el plan de rescate solicitado por el presidente electo Barack Obama a las empresas automotrices norteamericanas a menos que la bancada Demócrata en el Congreso diera su anuencia al proyecto de Tratado de Libre Comercio con Colombia, sobre el cual pesan aun graves acusaciones debido a la violación sistemática de los derechos humanos en su lucha contra terroristas, narcotraficantes, sindicalistas, maricones y otras vainas.
Mientras tanto, 'del otro lado del río', el primer ministro Israelí Ehud Olmert, frente a una cámara de televisión, interrogado por un periodista, contaba el modo en el cual se decidió la abstención de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad hace poco más de una semana. Según él mismo contó, quince minutos antes que se realizara la votación, telefoneó al aun Presidente de los Estados Unidos George W. Bush, que en ese momento estaba ofreciendo un discurso en Ohio. El Presidente fue informado del llamado y se retiró a unas habitaciones contiguas para hablar con Olmert.
-¿Cómo va el asunto, Ehud?- debe haber preguntado Bush con tono campechano.
Olmert suspiró:
-Me he enterado que tu chica (refiriéndose a Condi Rice) quiere dar el visto bueno a la resolución de la ONU.
George no sabía muy bien si era bueno o era malo. No tuvo más remedio que preguntar:-¿Eso es bueno?
-No, George, es malo, muy malo. No pueden ordenar un cese al fuego con vuestra anuencia a esta altura. Necesitamos tiempo para acabar con esos cretinos.
-Lo mejor es que acaben antes que me vaya- dijo George compungido.
-Por supuesto, eso ya lo hemos hablado. Pero ahora es imposible. La fiesta recién empieza.
-Bueno, Ehud, no te preocupes. Ahora mismo la llamo a Condi y todo arreglado. Te juro que no tenía ni idea los términos de la resolución. Con esto de la mudanza estamos hechos un lío...
-Bueno, bueno, pero no te atrases. En quince minutos comienza la votación. Tienen que saber quien esta detrás nuestro con todas las letras para que no se hagan ilusiones.
Aunque parezca mentira, lo que acabo de relatar no es producto de mi imaginación. Pueden consultar el diario El País de hoy para más detalles sobre el particular.
Arrogantes sinvergüenzas, el gobierno Israelí se mofa de los Palestinos, de los árabes y del mundo entero. El negocio marcha a todo vapor. Un cargamento de armamento norteamericano se aproxima a los puertos del Estado Sionista desde Grecia, no porque lo necesiten, sino para que sepan quien manda. Los europeos, mientras tanto, hacen mutis por el foro. Y el resto de gobiernos árabes hacen el gesto mientras se deleitan con la sangre de sus hermanos.
No importa que las Naciones Unidas, la Cruz Roja internacional, Human Rights Watch y otra docena de organismos internacionales estén pidiendo una investigación por los crímenes de guerra cometidos por Israel durante estas dos semanas y la condición inhumana en la que tienen encerrados a los Palestinos de la Franja desde que Hamás ganase las últimas elecciones democráticas monitoreadas por la comunidad internacional.
Eso es lo que tiene de bueno tener amigos como George. Uno puede sentirse siempre seguro y confiado.
Sólo ha faltado a la entrega de medallas el bueno de Aznar para que conmemoráramos con nostalgia la cumbre de las Azores, Abu Ghraib, Guantánamo y zapatearamos con gusto sobre los muertos.
Cuando otro monstruo aparezca en casa, que no se nos olvide nuestra propia inclemencia
¿QUIÉNES SOMOS?
Las sociedades no son fenómenos estáticos. El modo en el cual existimos se encuentra estrechamente vinculado al modo en que nos interpretamos a nosotros mismos. Cada evento, cada circunstancia histórica con la que nos encontramos, nos ofrece la oportunidad de afianzar nuestros proyectos pasados en el presente, o desviar nuestro camino hacia otro modelo de identidad no previsto aun.
La guerra de Vietnam fue el detonante de una aceleración en el proceso de deterioro en la auto-imagen que los Estados Unidos de América tenía de sí misma. Después de la Segunda Guerra Mundial, los americanos salieron con la frente alta y la reafirmación de la noción 'wilsoniana' de ser portadores de una misión épica en el planeta, como artífices de la esencia de un modo de ser en democracia y libertad. Sin embargo, Vietnam acabó por arruinar esa auto-interpretación benevolente y convirtió al pueblo americano en una nación alienada de sí misma.
El proceso de deterioro de esa auto-imagen siguió sin interrupción. Los gobiernos de Carter, Reagan, Bush I, y Clinton sumaron sus cuotas de cinismo y sus infiernos: Iran, Libia, Nicaragua, Salvador, Bosnia, Irak, Afganistan, y la eterna Palestina, son ejemplo de esos infiernos manufacturados por las sucesivas administraciones.
Pero el gobierno de George W. Bush alcanzó la cúspide de la contra-cara del sueño político americano, que consistía en considerarse el símbolo de las libertades dentro y fuera de sus fronteras, para convertirlo en una nación irrespetuosa de los derechos humanos, sanguinaria y mentirosa; obsesionada única y exclusivamente con su propio crecimiento, indiferente al costo humano y medioambiental que sus políticas producían en el resto del planeta, y con una política de gobierno coactiva y desdeñosa ante las responsabilidades y compromisos que impone la llamada 'comunidad internacional' en términos de su legalidad, sus instituciones y tratados. En suma, a ser considerado por una amplia mayoría de los ciudadanos del mundo el mayor obstáculo para la paz y la principal amenaza para la supervivencia del planeta. El señor Obama vendió su candidatura y alcanzó la presidencia apelando a ese sueño perdido, a la recuperación de la auto-imagen de una 'America' enterrada bajo los escombros del pragmatismo cínico.
Algunos autores insisten en que pensemos con inteligencia pragmática, y se ríen de las reacciones benevolentes y justicieras de los gobernados que se revelan contra las políticas de terror con la cuales sus gobernantes resuelven las cuestiones internacionales. En estos días criminales que inundan nuestras pantallas, hay cierta unanimidad entre el público en general que los crimenes israelíes no deberían ser permitidos. Por contrapartida, algunos intelectuales y periodistas de la nueva derecha aprovechan la ocasión para mofarse de las intenciones 'angelicales' de los movilizados.
Andre Glucksmann es un ejemplo de ello. En una nota publicada ayer en el diario El País, sostiene descaradamente, que parte importante del problema en Oriente Próximo son los 'bienpensantes' que condenan operaciones de autodefensa como la que realiza Israel en estos días. Según se desprende de su artículo, deberíamos estar apoyando el sitio y la masacre cejisjuntos pero en piña.
Utilizando argumentos tirados de los pelos y una retórica oscurantista, pretende hacernos entender que nuestra noción de 'desproporción' respecto al ataque Israelí no tiene razón de ser. Arguye que Oriente Próximo es un lugar en el mundo en el que aun no se han establecido las proporciones, un sitio en el que se lucha justamente para que esas proporciones comiencen a existir. Con ello pretende hacernos creer que la paz sólo puede alcanzarse una vez hayamos acabado con la resistencia, y los poderosos tengan las manos libres para determinar las proporciones que a sus intereses incumban. Un pensamiento similar fue el que nos llevó a Irak: la necesidad de establecer un nuevo orden mundial, que debía construirse sobre los cadáveres de cientos de miles de Iraquíes, y el recorte sistemático de los derechos civiles en occidente. Glucksmann concluye su artículo con una frase monumental: 'la lucha por la supervivencia no es una desproporción'. En fin...
Es evidente que la guerra y la violencia es 'desproporción' por definición. Pero lo que el señor Glucksmann parece olvidar es que la medida de la violencia no es algo que concierne determinar a los contendientes, no al menos en el mundo que Israel invoca, un mundo de instituciones, tratados y convenciones establecidas, consensuadas -con todas las dificultades del caso- por las naciones del planeta, para ofrecer criterios de proporción, para minimizar desastres humanitarios como los que presenciamos. Para salvaguardar de la fuerza bruta y la capacidad destructiva que la tecnología nos ha proporcionado, a las poblaciones indefensas.
El señor Glucksmann continúa su perorata riéndose de las manifestaciones contra la masacre, como en su momento otros (puede que él mismo) se rieron de otras manifestaciones en la historia: contra otras guerras, contra otros actos de colonialismo, contra el 'apartheid' en sudáfrica, contra la violación de los derechos humanos en los paises del tercer mundo, contra la esclavitud de los negros, contra el abuso continuado hacia los indigenas y la usurpación de sus tierras, contra la exclusión de las mujeres de la participación democrática, contra la pusilánime respuesta de los países occidentales a la persecusión judía en los primeros años del gobierno de Hitler, contra la guerra ilegitima en Irak, contra la violación sistemática de los derechos humanos y el campo de concentración de Guantánamo, etc.
El señor Glucksmann nos interroga: ¿Por qué no nos manifestamos cuando un atentado terrorista mata a niños inocentes en Israel? Pero la pregunta de Glucksmann es un puro sofismo. La comunidad internacional, por medio de sus instituciones, ha dado a Israel una y otra vez un apoyo unánime acerca de este extremo. Las manifestaciones callejeras y los llamados de alerta surgen justamente cuando el poder político es incapaz de ofrecer respuesta a la injusticia debido a las agendas de las partes interesadas. Las manifestaciones de oposición ocurren cuando la comunidad internacional en su conjunto, o algunos de los poderes hegemónicos, frustran los mecanismos que deberían estar a disposición de los valores que defendemos como civilización.
Lo que el señor Glucksman y otros como él parecen olvidar, en todo caso, es que la auto-interpretación de los pueblos cuenta tanto como su economía o el poder policial y militar que ejercitan. La auto-interpretación es un concepto moral, y no tiene que ver únicamente con el modo en el cual concebimos nuestros deberes, sino también, con el modo en el cual nos concebimos a nosotros mismos como agentes. Es el modo en el que imaginamos la mejor de las vidas posibles y nos abocamos a ella, y en vista de los bienes que admiramos, construimos un nosotros acordes con esos principios e ideales.
¿Quiénes somos después de Vietnam? ¿Quiénes somos después de Bosnia? ¿Quiénes somos después de Nicaragua? ¿Quiénes somos después de Irak? ¿Quiénes somos cuando damos impunidad a nuestros socios para cometer los más horrendos crímenes, al mismo tiempo que somos inflexibles con quienes no sirven a nuestros intereses?
¿Quiénes somos? Esa pregunta deberíamos estar haciéndonos, porque nuestra debilidad no tiene que ver con el crecimiento del islamismo en Europa, como he escuchado decir a algunos; ni a la permisividad de nuestras leyes; ni a la idiotez de invocar los derechos humanos mientras otros sanguinarios se aprovechan de nuestra bondad; ni de nuestra humanitaria cooperación internacional; ni en nuestras democracias, que debilitan 'hipotéticamente' nuestra efectividad; ni en nuestro sistema de salud, que sirve a vagos y maleantes, o a inmigrantes desagradecidos.
El problema está dentro nuestro. Es la traición a aquello en lo que deseábamos convertirnos. El problema es nuestra pusilanimidad, nuestra cobardía. Y en cierto modo, nuestra convicción 'secular' de que esos bienes no existen por sí mismos, sino que son fruto de nuestros deseos.
¿Quiénes somos? ¿En qué deseamos convertirnos?
Esas son las preguntas que deberían estar haciéndose los filósofos e intelectuales en estos tiempos de confusión y alienación. Todas nuestras instituciones se tambalean. Los jueces, la fuerzas de seguridad, la educación, las instituciones religiosas, los políticos.
¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Hemos pecado de excesivo pragmatismo? ¿Nuestros miedos han vencido a nuestras convicciones? Esa es la tumba de occidente. Esa es la sombra que se desliza imperceptible sobre la superficie de la tierra. Es el ave mortífera que espera dar el zarpazo final para arrebatarnos la libertad con la que soñamos y soñamos ser.
La guerra de Vietnam fue el detonante de una aceleración en el proceso de deterioro en la auto-imagen que los Estados Unidos de América tenía de sí misma. Después de la Segunda Guerra Mundial, los americanos salieron con la frente alta y la reafirmación de la noción 'wilsoniana' de ser portadores de una misión épica en el planeta, como artífices de la esencia de un modo de ser en democracia y libertad. Sin embargo, Vietnam acabó por arruinar esa auto-interpretación benevolente y convirtió al pueblo americano en una nación alienada de sí misma.
El proceso de deterioro de esa auto-imagen siguió sin interrupción. Los gobiernos de Carter, Reagan, Bush I, y Clinton sumaron sus cuotas de cinismo y sus infiernos: Iran, Libia, Nicaragua, Salvador, Bosnia, Irak, Afganistan, y la eterna Palestina, son ejemplo de esos infiernos manufacturados por las sucesivas administraciones.
Pero el gobierno de George W. Bush alcanzó la cúspide de la contra-cara del sueño político americano, que consistía en considerarse el símbolo de las libertades dentro y fuera de sus fronteras, para convertirlo en una nación irrespetuosa de los derechos humanos, sanguinaria y mentirosa; obsesionada única y exclusivamente con su propio crecimiento, indiferente al costo humano y medioambiental que sus políticas producían en el resto del planeta, y con una política de gobierno coactiva y desdeñosa ante las responsabilidades y compromisos que impone la llamada 'comunidad internacional' en términos de su legalidad, sus instituciones y tratados. En suma, a ser considerado por una amplia mayoría de los ciudadanos del mundo el mayor obstáculo para la paz y la principal amenaza para la supervivencia del planeta. El señor Obama vendió su candidatura y alcanzó la presidencia apelando a ese sueño perdido, a la recuperación de la auto-imagen de una 'America' enterrada bajo los escombros del pragmatismo cínico.
Algunos autores insisten en que pensemos con inteligencia pragmática, y se ríen de las reacciones benevolentes y justicieras de los gobernados que se revelan contra las políticas de terror con la cuales sus gobernantes resuelven las cuestiones internacionales. En estos días criminales que inundan nuestras pantallas, hay cierta unanimidad entre el público en general que los crimenes israelíes no deberían ser permitidos. Por contrapartida, algunos intelectuales y periodistas de la nueva derecha aprovechan la ocasión para mofarse de las intenciones 'angelicales' de los movilizados.
Andre Glucksmann es un ejemplo de ello. En una nota publicada ayer en el diario El País, sostiene descaradamente, que parte importante del problema en Oriente Próximo son los 'bienpensantes' que condenan operaciones de autodefensa como la que realiza Israel en estos días. Según se desprende de su artículo, deberíamos estar apoyando el sitio y la masacre cejisjuntos pero en piña.
Utilizando argumentos tirados de los pelos y una retórica oscurantista, pretende hacernos entender que nuestra noción de 'desproporción' respecto al ataque Israelí no tiene razón de ser. Arguye que Oriente Próximo es un lugar en el mundo en el que aun no se han establecido las proporciones, un sitio en el que se lucha justamente para que esas proporciones comiencen a existir. Con ello pretende hacernos creer que la paz sólo puede alcanzarse una vez hayamos acabado con la resistencia, y los poderosos tengan las manos libres para determinar las proporciones que a sus intereses incumban. Un pensamiento similar fue el que nos llevó a Irak: la necesidad de establecer un nuevo orden mundial, que debía construirse sobre los cadáveres de cientos de miles de Iraquíes, y el recorte sistemático de los derechos civiles en occidente. Glucksmann concluye su artículo con una frase monumental: 'la lucha por la supervivencia no es una desproporción'. En fin...
Es evidente que la guerra y la violencia es 'desproporción' por definición. Pero lo que el señor Glucksmann parece olvidar es que la medida de la violencia no es algo que concierne determinar a los contendientes, no al menos en el mundo que Israel invoca, un mundo de instituciones, tratados y convenciones establecidas, consensuadas -con todas las dificultades del caso- por las naciones del planeta, para ofrecer criterios de proporción, para minimizar desastres humanitarios como los que presenciamos. Para salvaguardar de la fuerza bruta y la capacidad destructiva que la tecnología nos ha proporcionado, a las poblaciones indefensas.
El señor Glucksmann continúa su perorata riéndose de las manifestaciones contra la masacre, como en su momento otros (puede que él mismo) se rieron de otras manifestaciones en la historia: contra otras guerras, contra otros actos de colonialismo, contra el 'apartheid' en sudáfrica, contra la violación de los derechos humanos en los paises del tercer mundo, contra la esclavitud de los negros, contra el abuso continuado hacia los indigenas y la usurpación de sus tierras, contra la exclusión de las mujeres de la participación democrática, contra la pusilánime respuesta de los países occidentales a la persecusión judía en los primeros años del gobierno de Hitler, contra la guerra ilegitima en Irak, contra la violación sistemática de los derechos humanos y el campo de concentración de Guantánamo, etc.
El señor Glucksmann nos interroga: ¿Por qué no nos manifestamos cuando un atentado terrorista mata a niños inocentes en Israel? Pero la pregunta de Glucksmann es un puro sofismo. La comunidad internacional, por medio de sus instituciones, ha dado a Israel una y otra vez un apoyo unánime acerca de este extremo. Las manifestaciones callejeras y los llamados de alerta surgen justamente cuando el poder político es incapaz de ofrecer respuesta a la injusticia debido a las agendas de las partes interesadas. Las manifestaciones de oposición ocurren cuando la comunidad internacional en su conjunto, o algunos de los poderes hegemónicos, frustran los mecanismos que deberían estar a disposición de los valores que defendemos como civilización.
Lo que el señor Glucksman y otros como él parecen olvidar, en todo caso, es que la auto-interpretación de los pueblos cuenta tanto como su economía o el poder policial y militar que ejercitan. La auto-interpretación es un concepto moral, y no tiene que ver únicamente con el modo en el cual concebimos nuestros deberes, sino también, con el modo en el cual nos concebimos a nosotros mismos como agentes. Es el modo en el que imaginamos la mejor de las vidas posibles y nos abocamos a ella, y en vista de los bienes que admiramos, construimos un nosotros acordes con esos principios e ideales.
¿Quiénes somos después de Vietnam? ¿Quiénes somos después de Bosnia? ¿Quiénes somos después de Nicaragua? ¿Quiénes somos después de Irak? ¿Quiénes somos cuando damos impunidad a nuestros socios para cometer los más horrendos crímenes, al mismo tiempo que somos inflexibles con quienes no sirven a nuestros intereses?
¿Quiénes somos? Esa pregunta deberíamos estar haciéndonos, porque nuestra debilidad no tiene que ver con el crecimiento del islamismo en Europa, como he escuchado decir a algunos; ni a la permisividad de nuestras leyes; ni a la idiotez de invocar los derechos humanos mientras otros sanguinarios se aprovechan de nuestra bondad; ni de nuestra humanitaria cooperación internacional; ni en nuestras democracias, que debilitan 'hipotéticamente' nuestra efectividad; ni en nuestro sistema de salud, que sirve a vagos y maleantes, o a inmigrantes desagradecidos.
El problema está dentro nuestro. Es la traición a aquello en lo que deseábamos convertirnos. El problema es nuestra pusilanimidad, nuestra cobardía. Y en cierto modo, nuestra convicción 'secular' de que esos bienes no existen por sí mismos, sino que son fruto de nuestros deseos.
¿Quiénes somos? ¿En qué deseamos convertirnos?
Esas son las preguntas que deberían estar haciéndose los filósofos e intelectuales en estos tiempos de confusión y alienación. Todas nuestras instituciones se tambalean. Los jueces, la fuerzas de seguridad, la educación, las instituciones religiosas, los políticos.
¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Hemos pecado de excesivo pragmatismo? ¿Nuestros miedos han vencido a nuestras convicciones? Esa es la tumba de occidente. Esa es la sombra que se desliza imperceptible sobre la superficie de la tierra. Es el ave mortífera que espera dar el zarpazo final para arrebatarnos la libertad con la que soñamos y soñamos ser.
CREER O NO CREER, O EL MUNDO AL REVÉS.
Parece prudente advertir que el humanismo moderno se aproxima sin interrupción a su propio colapso como trasfondo moral. Estamos dejando de creer lo que creíamos. Nuestras virtuosas aspiraciones de libertad, benevolencia igualitaria y justicia universal son incapaces de sostenerse por sí solas y las democracias liberales no tienen la 'pasión' suficiente para sostener aquello que creemos más valioso.
Entre las valiosas enseñanzas de estos días, me llamó la atención una mujer palestina a la que un periodista de Al-jazeera le preguntó:
-¿Tiene usted miedo?
Ella respondió en tono desafiante, pero con humor pese a las circunstancias, y una sonrisa incomprensible en el rostro:
-¿Por qué razón tendría yo que tener miedo? Tengo a Alá de mi lado, y tengo la razón. Son ellos quienes matan a nuestros hijos, son ellos los que se apoderan de nuestra tierra, son ellos lo que pretenden echarnos al mar. Morir... morir se muere sólo una vez en la vida. Y yo voy a morir resistiendo. Mi muerte será un asesinato.
Algunos bienpensantes se mofarán de las palabras de esta mujer, probablemente sub-alfabetizada, pero no todo lo que luce es oro, y al revés.
¿Cuántos de nosotros estamos preparados para enfrentarnos a la muerte para estar a la altura de nuestros ideales?
No vayamos tan lejos.
¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a disponer de algunos cuantos centímetros de nuestro confort, de nuestra libertad material, para estar a la altura de nuestros valores?
Ser occidental, hipotéticamente, significa que el respeto a la vida, y a la integridad de la vida de nuestros semejantes está en lo más alto de nuestra escala moral.
Ser occidental, hipotéticamente, significa que creemos firmemente que los individuos y los pueblos tienen derecho a elegir su destino, a proyectar su futuro.
Ser occidental significa, hipotéticamente, que creemos que los pueblos tienen derecho a autodeterminarse, que ninguna nación debe ser tratada como inferior a otras naciones, y que estamos dispuestos a defender a las minorías de la actividad opresora y fagocitante de las grandes potencias y los poderes hegemónicos que empujadas por sus propias dinámicas de crecimiento se llevan todo por delante.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que ofrecemos al supuesto criminal la palabra para que se explique, que le ofrecemos garantías e impedimos el abuso de la ira y la venganza.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que damos prueba de misericordia: nuestra actividad judicial y policial no tiene como objetivo castigar, sino llamar al orden. La proporción resulta crucial para cumplir con nuestro propósito de justicia. Nuestro objetivo no es el ojo por ojo ni el diente por diente, porque no consideramos a nuestro prójimo inherentemente maligno debido a su falta, sino que lo sabemos equivocado y por tanto, creemos necesaria un cambio de actitud, una supervisación, un remedio al daño que puede causar y causarse a sí mismo.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que el amor y la justicia reinan sobre nuestro horizonte moral a partes iguales. Sea cual sea la condición, la raza, el género, la nacionalidad de los seres humanos, creemos que todos tienen igual derecho a ser felices y evitar en la medida de lo posible el sufrimiento.
Nuestra benevolencia no se queda en meras palabras, somos compasivos y prácticos, ejecutamos campañas contra el hambre y hacemos demostraciones para contrarrestar los males naturales y humanos que aquejan a las poblaciones que habitan lugares distantes a nuestros hogares.
Dicen que los musulmanes son gente terrible y despiadada. Son millones de seres obnubilados y oscuros incapaces de sentir la menor compasión por aquellos que son sus enemigos.
Están hambrientos de sangre -dicen, y de venganza -también, porque se alimentan de una religión macabra y retardada. Los musulmanes son gente de temer, castigan a sus mujeres y conducen a sus hijos a la muerte para hacer la voluntad de la quimera de su Dios.
Quisiera creer que es cierto todo esto, pero este es otro de las fantásticos descubrimientos de estos días: no todo lo que luce es oro, y al revés.
El pueblo musulmán ha sido humillado y maltratado: les hemos matado a sus hijos, destruido sus hogares. Los hemos convertido, una y otra vez, en moneda de cambio para lograr nuestros intereses más ruines. Hay millones de refugiados que malviven aquí y allá sin un sitio donde hacer crecer sus esperanzas. Los niños sonríen a un futuro que sólo les depara humillación y muerte. Los hemos convertido en hordas hambrientas, los empujamos (inmisericordes) a la violencia. Les hemos despojado de todo derecho a la dignidad.
La muerte de un musulmán (en Irak, en Afganistan, en Pakistan, en Somalia, en Palestina, en Líbano, en Indonesia, en Marruecos) no vale la muerte de un perro en occidente, decía un palestino hace unos días al mundo desde una cámara de televisión que le apuntaba desde la Franja de Gaza.
Apenas tienen voz en las instituciones internacionales. Las resoluciones que proclaman su razón, están llamadas a silenciarse. Las resoluciones en su contra se utilizan como justificación para masacrarles. Los condenamos sin escuchar sus reivindicaciones. Les imponemos regímenes dictatoriales que cumplen con nuestros intereses en detrimento del interés de sus pueblos. Armamos a sus policías y ofrecemos nuestra tecnología para vigilarlos, encerrarlos y torturarlos. Llamamos socios a los villanos que se ofrecen a traicionar a sus pueblos, y terroristas a quienes se levantan contra la opresión.
Nos hacemos los distraidos, como si su dolor y la injusticia que padecen no nos concerniera en modo alguno, y cuando algunos entre ellos se rebela y comete atrocidades en nuestra tierra, condenamos no sólo a los autores materiales, sino que junto a ellos, criminalizamos a sus pueblos, su cultura, su religión.
Quiero creer que la violencia 'justificada' de Israel es la contracara de la violencia palestina, o musulmana en general; pero apenas encuentro pruebas de esta simetría. La inteligencia de la historia, la historia de los muertos y las humillaciones, de las injusticias y los engaños, prueban que el sufrimiento que se ha impuesto a estos pueblos apenas puede compararse con el peso de la violencia que ejercita su resistencia.
Supongo que alguno de ustedes juzgará exagerada mi lectura, pero considero a esta gente fea que deambula asediada en campos de refugiados, a estos innombrables, a estos parias, un pueblo valiente y culto, más culto que el nuestro, que se permite jurar por aquello que es incapaz de defender.
Entre las valiosas enseñanzas de estos días, me llamó la atención una mujer palestina a la que un periodista de Al-jazeera le preguntó:
-¿Tiene usted miedo?
Ella respondió en tono desafiante, pero con humor pese a las circunstancias, y una sonrisa incomprensible en el rostro:
-¿Por qué razón tendría yo que tener miedo? Tengo a Alá de mi lado, y tengo la razón. Son ellos quienes matan a nuestros hijos, son ellos los que se apoderan de nuestra tierra, son ellos lo que pretenden echarnos al mar. Morir... morir se muere sólo una vez en la vida. Y yo voy a morir resistiendo. Mi muerte será un asesinato.
Algunos bienpensantes se mofarán de las palabras de esta mujer, probablemente sub-alfabetizada, pero no todo lo que luce es oro, y al revés.
¿Cuántos de nosotros estamos preparados para enfrentarnos a la muerte para estar a la altura de nuestros ideales?
No vayamos tan lejos.
¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a disponer de algunos cuantos centímetros de nuestro confort, de nuestra libertad material, para estar a la altura de nuestros valores?
Ser occidental, hipotéticamente, significa que el respeto a la vida, y a la integridad de la vida de nuestros semejantes está en lo más alto de nuestra escala moral.
Ser occidental, hipotéticamente, significa que creemos firmemente que los individuos y los pueblos tienen derecho a elegir su destino, a proyectar su futuro.
Ser occidental significa, hipotéticamente, que creemos que los pueblos tienen derecho a autodeterminarse, que ninguna nación debe ser tratada como inferior a otras naciones, y que estamos dispuestos a defender a las minorías de la actividad opresora y fagocitante de las grandes potencias y los poderes hegemónicos que empujadas por sus propias dinámicas de crecimiento se llevan todo por delante.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que ofrecemos al supuesto criminal la palabra para que se explique, que le ofrecemos garantías e impedimos el abuso de la ira y la venganza.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que damos prueba de misericordia: nuestra actividad judicial y policial no tiene como objetivo castigar, sino llamar al orden. La proporción resulta crucial para cumplir con nuestro propósito de justicia. Nuestro objetivo no es el ojo por ojo ni el diente por diente, porque no consideramos a nuestro prójimo inherentemente maligno debido a su falta, sino que lo sabemos equivocado y por tanto, creemos necesaria un cambio de actitud, una supervisación, un remedio al daño que puede causar y causarse a sí mismo.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que el amor y la justicia reinan sobre nuestro horizonte moral a partes iguales. Sea cual sea la condición, la raza, el género, la nacionalidad de los seres humanos, creemos que todos tienen igual derecho a ser felices y evitar en la medida de lo posible el sufrimiento.
Nuestra benevolencia no se queda en meras palabras, somos compasivos y prácticos, ejecutamos campañas contra el hambre y hacemos demostraciones para contrarrestar los males naturales y humanos que aquejan a las poblaciones que habitan lugares distantes a nuestros hogares.
Dicen que los musulmanes son gente terrible y despiadada. Son millones de seres obnubilados y oscuros incapaces de sentir la menor compasión por aquellos que son sus enemigos.
Están hambrientos de sangre -dicen, y de venganza -también, porque se alimentan de una religión macabra y retardada. Los musulmanes son gente de temer, castigan a sus mujeres y conducen a sus hijos a la muerte para hacer la voluntad de la quimera de su Dios.
Quisiera creer que es cierto todo esto, pero este es otro de las fantásticos descubrimientos de estos días: no todo lo que luce es oro, y al revés.
El pueblo musulmán ha sido humillado y maltratado: les hemos matado a sus hijos, destruido sus hogares. Los hemos convertido, una y otra vez, en moneda de cambio para lograr nuestros intereses más ruines. Hay millones de refugiados que malviven aquí y allá sin un sitio donde hacer crecer sus esperanzas. Los niños sonríen a un futuro que sólo les depara humillación y muerte. Los hemos convertido en hordas hambrientas, los empujamos (inmisericordes) a la violencia. Les hemos despojado de todo derecho a la dignidad.
La muerte de un musulmán (en Irak, en Afganistan, en Pakistan, en Somalia, en Palestina, en Líbano, en Indonesia, en Marruecos) no vale la muerte de un perro en occidente, decía un palestino hace unos días al mundo desde una cámara de televisión que le apuntaba desde la Franja de Gaza.
Apenas tienen voz en las instituciones internacionales. Las resoluciones que proclaman su razón, están llamadas a silenciarse. Las resoluciones en su contra se utilizan como justificación para masacrarles. Los condenamos sin escuchar sus reivindicaciones. Les imponemos regímenes dictatoriales que cumplen con nuestros intereses en detrimento del interés de sus pueblos. Armamos a sus policías y ofrecemos nuestra tecnología para vigilarlos, encerrarlos y torturarlos. Llamamos socios a los villanos que se ofrecen a traicionar a sus pueblos, y terroristas a quienes se levantan contra la opresión.
Nos hacemos los distraidos, como si su dolor y la injusticia que padecen no nos concerniera en modo alguno, y cuando algunos entre ellos se rebela y comete atrocidades en nuestra tierra, condenamos no sólo a los autores materiales, sino que junto a ellos, criminalizamos a sus pueblos, su cultura, su religión.
Quiero creer que la violencia 'justificada' de Israel es la contracara de la violencia palestina, o musulmana en general; pero apenas encuentro pruebas de esta simetría. La inteligencia de la historia, la historia de los muertos y las humillaciones, de las injusticias y los engaños, prueban que el sufrimiento que se ha impuesto a estos pueblos apenas puede compararse con el peso de la violencia que ejercita su resistencia.
Supongo que alguno de ustedes juzgará exagerada mi lectura, pero considero a esta gente fea que deambula asediada en campos de refugiados, a estos innombrables, a estos parias, un pueblo valiente y culto, más culto que el nuestro, que se permite jurar por aquello que es incapaz de defender.
RESISTENCIA PLANETARIA: ¡BASTA YA!
Vivimos una época privilegiada y oscura.
Todas las pretensiones morales de los gobiernos occidentales pueden darse por enterradas.
La guerra de Irak no fue un caso aislado, y la presidencia de George W. Bush, en contra de lo que nos quieren hacer creer, no fue diferente a las presidencias que le precedieron, ni la del señor Obama será el cambio que esperamos.
Las democracias occidentales están desacreditadas.
Los ciudadanos intuyen que el poder se encuentra en otro lado, lejos de las urnas, y los políticos apenas hacen esfuerzo alguno por aparentar lo contrario.
La crisis financiera esta ofreciendo a los ciudadanos un espectáculo de impunidad y una agenda política que da la espalda a los intereses de la población, mientras los grandes medios de comunicación que participan directa o indirectamente en el robo, ofrecen con sabiduría su cuota de templanza para evitar la catástrofe del descontento de los pueblos.
De pronto, la solidaridad y la benevolencia se han convertido en asuntos de risa para los tertulianos, que en una ola de inmisericorde cinismo, des-legitiman los bienes que dieron a occidente en alguna lejana época, las justificaciones para su supuesta labor civilizatoria.
El desprestigio del discurso humanitario, viene acompañado con una afilada labor de adoctrinamiento anti-terrorista que prepara el terreno para la criminalización de toda resistencia. Cualquier queja, cualquier protesta amenazante, se interpreta como producto del radicalismo y se nos alimenta con el imaginario de grupos oscuros y malvados cuyo único objetivo es destruir los fundamentos de la civilización. Pero es la propia sociedad que se suicida, abandonando las fuentes de su propia identidad.
Como en otras ocasiones, los asesinatos en Gaza nos recuerdan que el descontento popular, la desaprobación indignada de la población respecto a la acción de sus gobiernos, no significa nada para los gobernantes: el parecer y la voluntad política de los ciudadanos les resulta indifernte. Alejados de quienes les increpan, protegidos por las organizaciones invisibles que les conducen, nuestros políticos se aferran a la aceleración del tiempo mediático, que convierte en efimera la verdad y permite oficializar las gramáticas del opresor.
Sabedores que el mero espectáculo de la protesta es inocuo, y que las urnas no son capaces de cambiar en un ápice lo verdaderamente importante, resisten la tentación, cuando la tienen, de ofrecer su voz a la verdad y prefieren continuar exorcizando el descontento por medio de la infantilización a través de la retórica anuladora de la inconsistencia diplomática.
Viendo el prolongado asedio y castigo sangriento a los Palestinos en general, y de la población de Gaza en particular, uno debe recordar a otros pueblos que sostienen batallas por la justicia, cuyas aspiraciones se ven sistemáticamente pisoteadas por sus respectivos opresores, para evitar que la propaganda del poderoso se cuele en nuestros cerebros y nos convierta en sus cómplices.
Si la masacre terrorista que Israel está perpretando esta justificada, todo terrorismo es legitimo. ¿Cómo distinguir al asesino de quien le juzga?
Los columnistas de los grandes medios no se atreven a decir lo evidente. El Estado de Israel, la Administración Bush, las Naciones Unidas, la Unión Europea, y la liga Árabe, son responsables en diferentes medidas, como perpetradores y cómplices del genocidio del pueblo palestino.
Este es el legado final de nuestra bronca rebelión contra la verdad. No queda más que la fuerza, la voluntad despótica, a fin de adueñarse de la historia.
Nuestra obligación es resistir el relato de los poderosos, resistir la narración de los 'amos del mundo', que pretende convertir toda resistencia a la esclavitud en crimen, que pretende regresarnos a los oscuros siglos de la 'esclavitud natural', donde el poderoso podía jactarse sin vergüenza de ser propietario de las almas ajenas.
Nunca hemos estado lejos del despotismo 'oriental' que presumimos superar, pese a la ficción de nuestra absurda libertad consumista que ejercita su ignorancia debatiéndose en la deliberación de los bienes que las marcas nos ofrecen como portal a la satisfacción eterna.
Ahora es la hora, no hay otra hora para la resistencia.
¡Basta Ya!
Volvamos a la calle, forcemos a nuestro gobierno a tomar decisiones que no quiere tomar.
Las ciudades son el lugar natural de nuestra lucha. Tomemos las calles, las universidades. Hagamos que no puedan mirar hacia otro lado.
La libertad de Gaza es nuestra libertad.
Los niños de Gaza son nuestros niños.
Las bombas de Israel son las mismas bombas que utilizarán contra nosotros.
La impunidad de Israel es la impunidad de todos los poderosos.
¡Basta Ya!
No esperemos a que comiencen la ejecución masiva de los 'prescindibles' en un futuro no muy lejano, cuando hayamos llegado al límite de la sostenibilidad ecológica, y las cuentas exijan el sacrificio de millones para la supervivencia acomodada de los privilegiados.
Puede que no estés entre los elegidos
APÉNDICE
Hace unas pocas horas comenzó la ofensiva terrestre de Israel. La UE ha dado su visto bueno a la masacre emitiendo una declaración que afirma que la actividad de Israel es defensiva, y por lo tanto, eximiéndolo de toda responsabilidad.
¡Qué los Dioses nos amparen!
Todas las pretensiones morales de los gobiernos occidentales pueden darse por enterradas.
La guerra de Irak no fue un caso aislado, y la presidencia de George W. Bush, en contra de lo que nos quieren hacer creer, no fue diferente a las presidencias que le precedieron, ni la del señor Obama será el cambio que esperamos.
Las democracias occidentales están desacreditadas.
Los ciudadanos intuyen que el poder se encuentra en otro lado, lejos de las urnas, y los políticos apenas hacen esfuerzo alguno por aparentar lo contrario.
La crisis financiera esta ofreciendo a los ciudadanos un espectáculo de impunidad y una agenda política que da la espalda a los intereses de la población, mientras los grandes medios de comunicación que participan directa o indirectamente en el robo, ofrecen con sabiduría su cuota de templanza para evitar la catástrofe del descontento de los pueblos.
De pronto, la solidaridad y la benevolencia se han convertido en asuntos de risa para los tertulianos, que en una ola de inmisericorde cinismo, des-legitiman los bienes que dieron a occidente en alguna lejana época, las justificaciones para su supuesta labor civilizatoria.
El desprestigio del discurso humanitario, viene acompañado con una afilada labor de adoctrinamiento anti-terrorista que prepara el terreno para la criminalización de toda resistencia. Cualquier queja, cualquier protesta amenazante, se interpreta como producto del radicalismo y se nos alimenta con el imaginario de grupos oscuros y malvados cuyo único objetivo es destruir los fundamentos de la civilización. Pero es la propia sociedad que se suicida, abandonando las fuentes de su propia identidad.
Como en otras ocasiones, los asesinatos en Gaza nos recuerdan que el descontento popular, la desaprobación indignada de la población respecto a la acción de sus gobiernos, no significa nada para los gobernantes: el parecer y la voluntad política de los ciudadanos les resulta indifernte. Alejados de quienes les increpan, protegidos por las organizaciones invisibles que les conducen, nuestros políticos se aferran a la aceleración del tiempo mediático, que convierte en efimera la verdad y permite oficializar las gramáticas del opresor.
Sabedores que el mero espectáculo de la protesta es inocuo, y que las urnas no son capaces de cambiar en un ápice lo verdaderamente importante, resisten la tentación, cuando la tienen, de ofrecer su voz a la verdad y prefieren continuar exorcizando el descontento por medio de la infantilización a través de la retórica anuladora de la inconsistencia diplomática.
Viendo el prolongado asedio y castigo sangriento a los Palestinos en general, y de la población de Gaza en particular, uno debe recordar a otros pueblos que sostienen batallas por la justicia, cuyas aspiraciones se ven sistemáticamente pisoteadas por sus respectivos opresores, para evitar que la propaganda del poderoso se cuele en nuestros cerebros y nos convierta en sus cómplices.
Si la masacre terrorista que Israel está perpretando esta justificada, todo terrorismo es legitimo. ¿Cómo distinguir al asesino de quien le juzga?
Los columnistas de los grandes medios no se atreven a decir lo evidente. El Estado de Israel, la Administración Bush, las Naciones Unidas, la Unión Europea, y la liga Árabe, son responsables en diferentes medidas, como perpetradores y cómplices del genocidio del pueblo palestino.
Este es el legado final de nuestra bronca rebelión contra la verdad. No queda más que la fuerza, la voluntad despótica, a fin de adueñarse de la historia.
Nuestra obligación es resistir el relato de los poderosos, resistir la narración de los 'amos del mundo', que pretende convertir toda resistencia a la esclavitud en crimen, que pretende regresarnos a los oscuros siglos de la 'esclavitud natural', donde el poderoso podía jactarse sin vergüenza de ser propietario de las almas ajenas.
Nunca hemos estado lejos del despotismo 'oriental' que presumimos superar, pese a la ficción de nuestra absurda libertad consumista que ejercita su ignorancia debatiéndose en la deliberación de los bienes que las marcas nos ofrecen como portal a la satisfacción eterna.
Ahora es la hora, no hay otra hora para la resistencia.
¡Basta Ya!
Volvamos a la calle, forcemos a nuestro gobierno a tomar decisiones que no quiere tomar.
Las ciudades son el lugar natural de nuestra lucha. Tomemos las calles, las universidades. Hagamos que no puedan mirar hacia otro lado.
La libertad de Gaza es nuestra libertad.
Los niños de Gaza son nuestros niños.
Las bombas de Israel son las mismas bombas que utilizarán contra nosotros.
La impunidad de Israel es la impunidad de todos los poderosos.
¡Basta Ya!
No esperemos a que comiencen la ejecución masiva de los 'prescindibles' en un futuro no muy lejano, cuando hayamos llegado al límite de la sostenibilidad ecológica, y las cuentas exijan el sacrificio de millones para la supervivencia acomodada de los privilegiados.
Puede que no estés entre los elegidos
APÉNDICE
Hace unas pocas horas comenzó la ofensiva terrestre de Israel. La UE ha dado su visto bueno a la masacre emitiendo una declaración que afirma que la actividad de Israel es defensiva, y por lo tanto, eximiéndolo de toda responsabilidad.
¡Qué los Dioses nos amparen!
TRES LECCIONES DE ROBERT FISK
Durante los últimos días, intentando comprender lo que ocurre en Oriente Próximo, he vuelto la mirada en busca de alguien que me guíe en este laberinto de espanto que compone una parte crucial del trasfondo de mi vida. Entender mi vida, como ciudadano en el planeta, necesariamente implica reconocer la presencia de un conflicto permanente y sangriento que ha hecho pedazos las falsas promesas e ideales humanitarios de nuestra civilización. Pensar el mundo en el que he vivido, las decisiones que he tomado, está conectado de modo inextricable con la historia de Oriente Próximo. Esta historia esta conectada a su vez, con el genocidio judío cometido en la Alemania nazi, y la huella de violencia e incomprensión se prolonga sin interrupción al tiempo de las cruzadas, a la crucifixión de Cristo, y al exilio y la promesa de una tierra.
En vista de las atroces imágenes del cerco y la masacre de Gaza, y el recuerdo de los bombardeos de Israel sobre el Líbano hace pocos años, intento una explicación. Con la inmejorable situación tecnológica que disponemos, es difícil hacerse el distraído. Puedo pasearme sin dificultad por las páginas de los grandes medios y conocer las opiniones de los expertos sin necesidad de gastar un centavo.
Pero aparte de unas pocas excepciones, la mayoría de las crónicas resultan incomprensibles, sesgadas, irrelevantes para comprender lo que estoy buscando. Pero ¿Qué estoy buscando?
Recuerdo las primeras páginas del artículo de Leo Strauss sobre Tucídides en las que nos dice que el autor de La Guerra del Peloponeso al escribir su obra pretendía no sólo ofrecer claridad sobre la guerra, sino echar luz sobre el pasado y sobre el futuro, que él sabía, sería un reflejo de aquello que le había tocado vivir.
¿Quién mejor que Fisk para echar luz a este momento de reiterado desasociego que vive el mundo? Durante los días que siguieron, me dediqué durante muchas horas a escucharlo, a leer sus artículos colgados en la web, y extractos de sus obras.
Estamos en el sexto día de los bombardeos de Israel sobre Gaza. Aun tengo en la memoria el recuerdo de las prolongadas semanas de asedio sobre el Líbano. Aun recuerdo la incredulidad de muchos habitantes de Beirut que colgaban en Youtube sus mensajes y sus filmaciones caseras preguntándonos a nosotros, occidentales de naciones supuestamente libres, por qué razón permitíamos la masacre indiscriminada que Israel estaba infligiendo a un pueblo indefenso.
Por supuesto, Gaza no es Beirut, pero aun así, los paralelismos son atroces, y la contienda sólo puede ser el producto de la sinrazón, o esconder por el contrario una lección sobre nosotros mismos, individual y colectivamente. Para ello tenemos que poner a un lado nuestras presunciones, hacer a un lado la enojosa caricatura del terrorista que nos han inculcado con empeño durante tantas décadas, e intentar escuchar la verdad, la verdad de lo que somos, la verdad de aquello en lo que nos hemos convertido.
Pero no es fácil, no es fácil porque hemos aprendido el libreto, y la multiplicación de las analogías en nuestras vidas cotidianas es tan aterradora, que ya no queda resquicio para que la palabra Justicia vuelva a tener algún sentido. Nuestra cultura se ha vuelto cínica, y sólo quedan de sus ideales de benevolencia y equidad que alguna vez avivaron el corazón de hombres y mujeres decentes que lucharon por las causas sociales y la liberación del esclavo y el oprimido, palabras huecas, rebajadas al fango por la desvirtuación sofística del poderoso y sus lacayos: intelectuales y periodistas.
Escucho a Fisk. Lo escucho en New York junto a Noam Chomsky; en una entrevista con el periodista Riz Khan; con Amy Goodman, en Democracy Now; en Berkeley ofreciendo las lecciones de historia que ha aprendido durante treinta años de corresponsal en Oriente Proximo. Lo escucho en una docena de entrevistas más, escucho sus comentarios sobre repetidas circunstancias gemelas durante la última década. Leo sus artículos recientes en The Independent, veo sus documentales sobre Palestina, Libano, Bosnia, Hezbollah, y una docena de fragmentos de sus voluminosas obras.
¿Y qué es lo que encuentro en todas ellas? ¿Qué es lo que dice este hombre, a los hombres y mujeres de a pie, esos que reciben las más altas cuotas de sufrimiento en este mundo convulso y perverso en que vivimos?
Lo primero es que nos engañan. La prensa nos engaña. Los periodistas se han convertido en voceros del poder. No puedes fiarte de ellos.
Si te paseas por las calles, si escuchas a la gente, verás que el sufrimiento que padecen no te es indiferente, que el corazón humano está inundado de dolor e incertidumbre, que la maldad y el sufrimiento que se impone a la gente es inmenso, y que en lo más profundo de tí mismo, te importa lo que esos otros, amigos o desconocidos, padecen.
Pero si escuchas a esos medios de comunicación financiados por los grandes poderes del planeta, tu corazón se cerrará a cal y canto. Porque al poder no le importa la gente. A las grandes corporaciones, a los 'amos del mundo', el sufrimiento les resulta completamente indiferente.
Dice Fisk que la labor de un periodista no consiste en ser imparcial, y se pregunta, con rabia y con decencia: ¿Para qué arriesgar la vida (él, que la arriesgado tantas veces) por una imparcialidad que ofrece la palabra al opresor y al oprimido a partes iguales? Mi lugar, dice Fisk, esta con aquel que recibe la humillación, que es golpeado y torturado, asediado, expoliado y asesinado. Mi lugar está con el que sufre.
Y se pregunta, si la supuesta imparcialidad que pretendemos no es, como en los casos que hoy presenciamos, la prueba más evidente de la inmoralidad de las grandes cadenas y de los intereses que representan. Eso significa que el periodista debe sentir una pasión por lo humano, por estar allí donde duele, y convertir las mentiras del poder en evidencia de sus inmoralidades. No se trata de informar, dice Fisk, sino de monitorear al poder, especialmente cuando éste nos lleva a una guerra, cuando permite una atrocidad.
El siglo XX fue el siglo de los campos de exterminio, pero también de Hiroshima y Nagasaki, fue el siglo de Stalin, pero también de Vietnam, fue el siglo de las guerras pos-coloniales en África, de Timor y las masacres y genocidios cometidos a todo lo largo y ancho de Latinoamérica.
El siglo XXI prometía convertirse, según algunos ilusos o cretinos, en un siglo de diálogo y libre comercio, pero con cada día que pasa, con cada hoja del calendario que cae a nuestros pies, el error desvelado resulta más aterrador que la más oscura fabricación de nuestra imaginación.
Fisk repite una y otra vez, con un tono arrogante (que él mismo confiesa): yo estuve allí, y dije lo que estaba ocurriendo, no tienes derecho (dirigiéndose a nosotros) a decir que no sabías lo que estaba pasando. Esa es la segunda lección: Sabemos lo que esta ocurriendo, pero hacemos oídos sordos, cerramos los ojos y hacemos de cuenta que no ha pasado nada, pero la historia tiene sus propios resquicios por donde dejar en evidencia la vergüenza, pese a los esfuerzos para reescribirla.
Alguien verá a través de nuestras mentiras y descubrirá nuestra complicidad. Alguien sabrá, en algún lugar del mundo, de nuestra cobardía, de nuestra mezquindad, de nuestro cretinismo. E incluso si no es así, nos perseguirá el espejo recordando las muchas palabras que no quisimos oír, las muchas sospechas que nuestro corazón formuló y que sin embargo, acabamos silenciando para que nuestras comodidades y nuestros privilegios no acabaran resultando una responsabilidad.
Gaza, como decía en una nota anterior, es un símbolo de la opresión. Allí tiene occidente su espejo, donde contemplar su verdadero rostro. Allí puede ver su intolerancia impaciente cuando el oprimido levanta su cabeza y grita: ¡No pasarán! Allí tenemos la prueba de nuestra cruel parcialidad que hecha por tierra todas nuestras promesas de igualdad de la raza humana. Cien palestinos no valen uno de los nuestros, esos rostros feos que hablan una lengua extraña y practican una religión de fanatismo incomprensible para nosotros.
Hay otra lección que debemos asimilar: Si los gobiernos occidentales permiten el horror es porque saben, lo saben perfectamente porque es eso lo que han venido practicando desde siempre, que llegado el caso, los derechos humanos son valores prescindibles, que lo que verdaderamente cuenta es el poder.¡Estemos alerta! Nosotros, los hombres y mujeres de a pie, en todos los rincones del planeta, tenemos que defendernos del poderoso, que siempre y en todo lugar, menosprecia nuestra vida.
En vista de las atroces imágenes del cerco y la masacre de Gaza, y el recuerdo de los bombardeos de Israel sobre el Líbano hace pocos años, intento una explicación. Con la inmejorable situación tecnológica que disponemos, es difícil hacerse el distraído. Puedo pasearme sin dificultad por las páginas de los grandes medios y conocer las opiniones de los expertos sin necesidad de gastar un centavo.
Pero aparte de unas pocas excepciones, la mayoría de las crónicas resultan incomprensibles, sesgadas, irrelevantes para comprender lo que estoy buscando. Pero ¿Qué estoy buscando?
Recuerdo las primeras páginas del artículo de Leo Strauss sobre Tucídides en las que nos dice que el autor de La Guerra del Peloponeso al escribir su obra pretendía no sólo ofrecer claridad sobre la guerra, sino echar luz sobre el pasado y sobre el futuro, que él sabía, sería un reflejo de aquello que le había tocado vivir.
¿Quién mejor que Fisk para echar luz a este momento de reiterado desasociego que vive el mundo? Durante los días que siguieron, me dediqué durante muchas horas a escucharlo, a leer sus artículos colgados en la web, y extractos de sus obras.
Estamos en el sexto día de los bombardeos de Israel sobre Gaza. Aun tengo en la memoria el recuerdo de las prolongadas semanas de asedio sobre el Líbano. Aun recuerdo la incredulidad de muchos habitantes de Beirut que colgaban en Youtube sus mensajes y sus filmaciones caseras preguntándonos a nosotros, occidentales de naciones supuestamente libres, por qué razón permitíamos la masacre indiscriminada que Israel estaba infligiendo a un pueblo indefenso.
Por supuesto, Gaza no es Beirut, pero aun así, los paralelismos son atroces, y la contienda sólo puede ser el producto de la sinrazón, o esconder por el contrario una lección sobre nosotros mismos, individual y colectivamente. Para ello tenemos que poner a un lado nuestras presunciones, hacer a un lado la enojosa caricatura del terrorista que nos han inculcado con empeño durante tantas décadas, e intentar escuchar la verdad, la verdad de lo que somos, la verdad de aquello en lo que nos hemos convertido.
Pero no es fácil, no es fácil porque hemos aprendido el libreto, y la multiplicación de las analogías en nuestras vidas cotidianas es tan aterradora, que ya no queda resquicio para que la palabra Justicia vuelva a tener algún sentido. Nuestra cultura se ha vuelto cínica, y sólo quedan de sus ideales de benevolencia y equidad que alguna vez avivaron el corazón de hombres y mujeres decentes que lucharon por las causas sociales y la liberación del esclavo y el oprimido, palabras huecas, rebajadas al fango por la desvirtuación sofística del poderoso y sus lacayos: intelectuales y periodistas.
Escucho a Fisk. Lo escucho en New York junto a Noam Chomsky; en una entrevista con el periodista Riz Khan; con Amy Goodman, en Democracy Now; en Berkeley ofreciendo las lecciones de historia que ha aprendido durante treinta años de corresponsal en Oriente Proximo. Lo escucho en una docena de entrevistas más, escucho sus comentarios sobre repetidas circunstancias gemelas durante la última década. Leo sus artículos recientes en The Independent, veo sus documentales sobre Palestina, Libano, Bosnia, Hezbollah, y una docena de fragmentos de sus voluminosas obras.
¿Y qué es lo que encuentro en todas ellas? ¿Qué es lo que dice este hombre, a los hombres y mujeres de a pie, esos que reciben las más altas cuotas de sufrimiento en este mundo convulso y perverso en que vivimos?
Lo primero es que nos engañan. La prensa nos engaña. Los periodistas se han convertido en voceros del poder. No puedes fiarte de ellos.
Si te paseas por las calles, si escuchas a la gente, verás que el sufrimiento que padecen no te es indiferente, que el corazón humano está inundado de dolor e incertidumbre, que la maldad y el sufrimiento que se impone a la gente es inmenso, y que en lo más profundo de tí mismo, te importa lo que esos otros, amigos o desconocidos, padecen.
Pero si escuchas a esos medios de comunicación financiados por los grandes poderes del planeta, tu corazón se cerrará a cal y canto. Porque al poder no le importa la gente. A las grandes corporaciones, a los 'amos del mundo', el sufrimiento les resulta completamente indiferente.
Dice Fisk que la labor de un periodista no consiste en ser imparcial, y se pregunta, con rabia y con decencia: ¿Para qué arriesgar la vida (él, que la arriesgado tantas veces) por una imparcialidad que ofrece la palabra al opresor y al oprimido a partes iguales? Mi lugar, dice Fisk, esta con aquel que recibe la humillación, que es golpeado y torturado, asediado, expoliado y asesinado. Mi lugar está con el que sufre.
Y se pregunta, si la supuesta imparcialidad que pretendemos no es, como en los casos que hoy presenciamos, la prueba más evidente de la inmoralidad de las grandes cadenas y de los intereses que representan. Eso significa que el periodista debe sentir una pasión por lo humano, por estar allí donde duele, y convertir las mentiras del poder en evidencia de sus inmoralidades. No se trata de informar, dice Fisk, sino de monitorear al poder, especialmente cuando éste nos lleva a una guerra, cuando permite una atrocidad.
El siglo XX fue el siglo de los campos de exterminio, pero también de Hiroshima y Nagasaki, fue el siglo de Stalin, pero también de Vietnam, fue el siglo de las guerras pos-coloniales en África, de Timor y las masacres y genocidios cometidos a todo lo largo y ancho de Latinoamérica.
El siglo XXI prometía convertirse, según algunos ilusos o cretinos, en un siglo de diálogo y libre comercio, pero con cada día que pasa, con cada hoja del calendario que cae a nuestros pies, el error desvelado resulta más aterrador que la más oscura fabricación de nuestra imaginación.
Fisk repite una y otra vez, con un tono arrogante (que él mismo confiesa): yo estuve allí, y dije lo que estaba ocurriendo, no tienes derecho (dirigiéndose a nosotros) a decir que no sabías lo que estaba pasando. Esa es la segunda lección: Sabemos lo que esta ocurriendo, pero hacemos oídos sordos, cerramos los ojos y hacemos de cuenta que no ha pasado nada, pero la historia tiene sus propios resquicios por donde dejar en evidencia la vergüenza, pese a los esfuerzos para reescribirla.
Alguien verá a través de nuestras mentiras y descubrirá nuestra complicidad. Alguien sabrá, en algún lugar del mundo, de nuestra cobardía, de nuestra mezquindad, de nuestro cretinismo. E incluso si no es así, nos perseguirá el espejo recordando las muchas palabras que no quisimos oír, las muchas sospechas que nuestro corazón formuló y que sin embargo, acabamos silenciando para que nuestras comodidades y nuestros privilegios no acabaran resultando una responsabilidad.
Gaza, como decía en una nota anterior, es un símbolo de la opresión. Allí tiene occidente su espejo, donde contemplar su verdadero rostro. Allí puede ver su intolerancia impaciente cuando el oprimido levanta su cabeza y grita: ¡No pasarán! Allí tenemos la prueba de nuestra cruel parcialidad que hecha por tierra todas nuestras promesas de igualdad de la raza humana. Cien palestinos no valen uno de los nuestros, esos rostros feos que hablan una lengua extraña y practican una religión de fanatismo incomprensible para nosotros.
Hay otra lección que debemos asimilar: Si los gobiernos occidentales permiten el horror es porque saben, lo saben perfectamente porque es eso lo que han venido practicando desde siempre, que llegado el caso, los derechos humanos son valores prescindibles, que lo que verdaderamente cuenta es el poder.¡Estemos alerta! Nosotros, los hombres y mujeres de a pie, en todos los rincones del planeta, tenemos que defendernos del poderoso, que siempre y en todo lugar, menosprecia nuestra vida.
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