PLATÓN Y EL SENTIDO COMÚN




En una ocasión afirmé: "El sentido común es pura ideología". Un lector me ha indicado que la expresión es pretenciosa. Me ha conminado a justificar con mayor detalle mi intención.En estas líneas pretendo apuntar algunas razones que legitimen mi pensamiento.

Aquí “sentido común” es lo que se nos presenta como evidente en un lugar del mundo, en una época determinada.

“Ideología” es lo que pretende pasar por verdadero y, sin embargo, es un constructo histórico y social. La relevancia en cada época histórica de reconocer que el sentido común es ideología es la base sobre la cual se articula nuestro anhelo básico de emancipación.

El ejemplo que voy a utilizar para justificar las afirmaciones anteriores es un fenómeno del mundo natural. El ejemplo tiene como propósito exponer la estructura del argumento. El objeto propio al que el argumento debe aplicarse son los seres humanos y, en particular, el ser humano que cada uno de nosotros es.

Pasemos al ejemplo. En este caso es un árbol. Lo que el árbol evidencia, es decir, lo que deja a la vista, son una serie de características relevantes para que lo que tenemos delante sea un árbol y no otra cosa. Elevándose con su sólida estatura, extiende su ramaje hacia el firmamento sin complejos. Ofrece sombra al paseante e intimidad a los enamorados campestres. La instantánea del árbol en el prado, o el bosque, resulta definitiva: todo confirma lo que tenemos delante como tal. No cabe poner en duda la evidencia.

Sin embargo, no es suficiente para comprender plenamente al árbol en cuanto árbol, lo que éste tiene para decirnos en su apariencia. A menos que utilicemos nuestra capacidad imaginativa y escapemos a la contundencia antes mentada de lo que tenemos delante, la semilla y el tallo naciente, el agua que lo alimenta, los nutrientes minerales de la tierra, los rayos solares, la atmósfera terrestre y la cartografía galáctica donde el árbol se localiza, desaparecerán de nuestra consideración.

Por esa razón se dice que el árbol, al mostrarse, esconde su verdad más verdadera. Esconde en su apariencia su naturaleza, que a diferencia de aquella, no es un hecho puntual al que podemos acceder a través de las instantáneas perceptivas o la mera abstracción.

Lo que se esconde a la mirada es su constitución genética. El hecho de que ser árbol, de que tal ente se muestre como tal árbol, con su contundencia y firmeza característica, es el resultado de la conjunción y congregación de lo no-árbol. El árbol, siendo un ente devenido tal, no está en la semilla, ni en la tierra, ni en el agua, ni en los rayos solares y nutrientes que lo alimentan, pero tampoco puede distinguirse de estos.

Los budistas dicen que el árbol está vacío de existencia inherente. Se refieren a la apariencia del árbol que dice ser algo que no es: una entidad sólida y definitiva, cuando en realidad es el producto efímero de las conjunciones y congregaciones mentadas. De este modo, el sentido común, el que nos otorga nuestra conexión inmediata con las cosas, el que nos ofrece el trato impensado con el mundo, oculta la verdad última del ser de las cosas. Hacia algo semejante apuntaba Heidegger.

Lo que ocurre con los árboles ocurre con las personas. No sólo somos objetos devenidos orgánicamente, sino que además, debido a nuestra constitución lingüística y autointerpretante, participamos en una dimensión semántica que da forma a diversas visiones del ser, a diversas versiones del mundo habitado por nosotros.

Recordemos a Platón: en el fondo de la caverna se proyectan verdades fragmentarias de las cosas que ocultan lo que éstas son en última instancia: apariencias construidas por los prestidigitadores que pasean estatuas de piedra y madera delante de una fogata para animar a los prisioneros encadenados con la vista puesta sobre la pared del fondo.

Emancipación es recorrer el camino que lleva de la sombra hacia la luz, que hace posible el engaño, para regresar con nuestros compañeros a fin de desvelar el secreto de nuestra existencia esclava.

Por lo tanto, las cosas no son lo que parecen. Pese a que los prisioneros se prodigan honores y reconocimientos mútuos y establecen jerarquías entre ellos en dependencia de la habilidad en la predicción y manipulación de las sombras, éstas no pasan de ser lo que son: proyecciones falsificadas de lo real de suyo. Son el sentido común de todos nosotros: lo que se ve y lo que se toca, lo que dicen los periódicos y enseñan los televisores, lo que estamos condenados a padecer como verdadero en nuestras perversas sociedades democráticas en las que hemos suplantado el control del pensamiento, por el despliegue totalitario de la alienación.

LO POLÍTICO Y LA NADA

Estamos instalados de modo impensado en una visión mecanicista y atomista de lo real. Concebimos la realidad, aún cuando nuestra articulación filosófica pueda ir en contra de dicha concepción, como un entramado de causas y efectos combinados de forma azarosa que dan como resultado la apariencia del mundo.

Incluso cuando imaginamos oscuras voluntades complotadas en la conformación del mundo, dicha aprehensión de la marcha de la historia concuerda a fin de cuentas con la afirmación de un cosmos neutralizado y sinsentido a la espera del azar o de la inteligencia (ambigua moralmente) que haga de ella lo que le plazca.

Nuestro atomismo se ve reflejado en la ontologización que hemos hecho de nuestras encomiables aspiraciones morales a la libertad. Hemos acabado creyendo que nuestra libertad ética y política no era otra cosa que la traducción de nuestra última constitución existencial.

O para decirlo de otro modo, nuestra aspiración a convertirnos en agentes responsables y, por tanto, libres, se ha convertido en la afirmación ontológica de que somos átomos individuales,es decir, que son nuestras actividades individuales, exclusivamente, las que dan forma a las colectividades en las que participamos (accidentalmente). Que dichas colectividades son meros epifenómenos de sus parcialidades.

En vista de esto, la pregunta acerca de lo político toma una dimensión inesperada. Porque lo político no tiene cabida en este relato. Lo político sólo puede ser articulado a partir de la convicción de que los humanos existen constitutivamente en lo social. Y esto no puede ser reducido a una confirmación empírica de que sin los otros seríamos incapaces de sobrevivir, sino que sólo existimos como humanos en cuanto somos parte de una comunidad humana. La política parte de esta convicción.

A partir de allí se puede decir que la primera preocupación que concierne a la comunidad política como tal es el hecho de su propia subsistencia. Lo que la política tiene como primera finalidad es la continuidad existencial de las comunidades de pertenencia donde la consciencia política ha tomado forma.

De este modo, lo que estamos diciendo es que lo que hace posible la política es la existencia de una comunidad que se imagina a sí misma como tal comunidad y que, tomando consciencia de su existencia, es capaz de comprender la posibilidad de su desaparición.

Quisiera, por lo tanto, apuntar dos cuestiones.

En primer lugar, cabe recordar que la visión mecanicista-atomista en cualquiera de sus versiones (voluntarista o ciega), en su proceso de individuación lleva, inexorablemente, después de un proceso de división y distinción intermedio, a una fragmentación radical que acaba en la desaparición de lo comunitario, que a su vez puede traducirse (1) en la coincidencia paradójica de las identidades con la esfera totalizante de lo global; o (2) el retorno a un caos mítico primigenio.


En segundo lugar, de acuerdo con nuestras premisas, en uno y otro caso, la desaparición progresiva de la comunidad (de lo político de la comunidad) tiene como consecuencia última la desparición de lo humano, al enajenar a los individuos humanos de sus trasfondos de significación, o reduciendo dichos trasfondos a un conjunto de discursividades vaciadas de sentido, de concreción.

La posibilidad de la trascendencia (de pervivencia) de la comunidad se funda en la memoria y en la esperanza. La memoria es la recuperación de lo dado en la forma de la articulación histórica, del relato acerca de cómo hemos llegado a ser quienes somos.

La esperanza es la sombra proyectada de nuestra libertad sobre el futuro, (1) en la forma de la donación (entregamos nuestro presente a las generaciones aun no nacidas); o (2) en la forma de la maldición (hipotecando el futuro de los nuestros a fin de lograr nuestro caprichoso presente).

Nuestras comunidades han estado sometidas a las fuerzas erosionantes de las concepciones atomistas desde hace mucho tiempo, hasta el punto de ser empujadas en un pasado reciente al abismo de la desaparición.

Algunos discursos, pese al descalabro planetario de los últimos años, insisten en ofrecer sus recetas imbatibles de aséptica eficiencia pragmática, vuelven los administradores, el espíritu gerencial, la técnica de "las calles límpias", como si la mejor opción a la pregunta de quiénes somos sea la pura nada, la neutralidad absoluta, para que el azar o "la voluntad de ellos" acabe de dar forma a nuestro futuro. Lo que concierne a la comunidad política es resistirse al olvido y al miedo. La supervivencia, como hemos dicho, tiene la forma de la memoria y la esperanza.

APUNTES SOBRE ARQUITECTURA, FILOSOFÍA Y POLÍTICA

en colaboración con Carla Habif Hassis Bosso

INTRODUCCIÓN

Lo que proponemos es recuperar el diálogo que mantuvimos a modo de un comentario impersonal sobre lo que se dijo, se presupuso y se intuyó en nuestra conversación.
En este primer párrafo haremos como si de un diálogo se tratara. Nombraremos a los participantes reales o ficticios. Haremos mención del lugar y la ocasión. Y dejaremos constancia del marco del diálogo, lo que permitirá señalar la intencionalidad de los autores.

Se trata de un grupo de amigos a quienes convocó una larga historia de intimidad y la accidentalidad de sus itinerarios. Reunidos a almorzar, conversaron durante algunas horas mientras en el exterior la ciudad continuaba burbujeando. El escenario del evento: un loft a pie de calle en el barrio Gótico de Barcelona, en la medianía de una primavera generosa.

La discusión política de los amigos en torno a una próximas elecciones legislativas en la Argentina cedió paso a una conversación teórica en torno a la arquitectura. De este modo, como en los antiguos diálogos platónicos en los que el proemio servía para ofrecer la dirección inicial de lo que devendrá, sabemos que aquí se ha querido hacer coincidir la cuestión de la Paideia (la formación/educación) con la Política.

Por lo tanto, aquí “ciudad” cuando hablamos de arquitectura sigue queriendo decir, aunque de manera diferida, Polis. Por lo tanto, el arquitecto, que es de lo que circunstancialmente vamos a ocuparnos en esta ocasión, es un filósofo que medita sobre el fondo del objeto que le incumbe. No se trata de un mero técnico de la construcción, sino un pensador filosófico y político.

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En principio, reconocemos que el valor que otorgamos a lo histórico que es una obviedad para nosotros, debe convertirse en interrogante para poder ser pensado. Nuestras identidades están profundamente arraigadas en lo histórico. A diferencia de lo que ocurría y aún ocurre en otras articulaciones identitarias, la nuestra gira en torno a lo accidental como lo definitorio de lo que somos.

Para otras formas de ser persona, lo que cuenta no es la contingencia, lo que llamamos “secular” (saecolorum: lo que pertenece a los siglos, al tiempo), sino la relación que establecemos con lo divino, o con el tiempo mítico de los orígenes, o lo paradigmáticamente ideal. La historia, en estos casos, es lo ilusorio, aquello que debe superarse para acceder a lo “realmente” real, la realidad en sí, lo último. Lo que cuenta es el modo en que la eternidad o la divinidad se manifiesta en el tiempo; o el modo en que la estructura narrativa que recibimos de nuestros ancestros míticos se repite en el presente preservándose en el modo del rito.

El advenimiento de la modernidad, el desencantamiento del mundo, trajo consigo una redescripción de los procesos constitutivos de nuestras identidades: ahora somos lo que hemos llegado a ser: evolutivamente (biológicamente) y culturalmente (históricamente). Somos lo devenido. Es decir, que nos caracterizamos por nuestra radical contingencia. La estructura subyacente que compone nuestra identidad se manifiesta en la imagen del proceso. Por tanto, en nuestro imaginario somos el producto de un proceso, muchas veces ciego, que se articula a partir de la pura contingencia, pero que tiene como telos (como finalidad y propósito) la autoconciencia. Incluso el pensamiento postmoderno puede pese a sus malogrados intentos contar con cierta versión teleológica de la historia. El fin de la historia o el fin del relato o el fin del sujeto se dicen para significar cierta iluminación. Lo que se ilumina en este caso es que todo es contingencia, azar, nomadismo. Sin embargo, el nómade ha descubierto su verdad en su nomadismo, ha iluminado su condición de radical temporalidad. Lo que antaño era considerado ilusorio, aquello que era la superficie del ser, ahora se ha convertido en el material de nuestra existencialidad. Estamos hechos, como diría Shakespeare, del material de nuestros sueños. A lo que aspiramos, como ocurre con las sabidurias orientales, es a un despertar, un hacernos conscientes de estar hechos de ese material para adoptar una ética "líquida" (Bauman) "crepuscular" (Lipovesky), en pos de una fidelidad a nuestra auténtica condición como individuos-yo.

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La ciudad, sea ésta concebida a partir de metáforas orgánicas o mecanicistas, puede resultar y de hecho resulta en un relato. Lo constitutivo de la categoría "ciudad" es, justamente, que su unidad no es meramente geográfica, sino histórico-narrativa. Se trata de una identidad que se forja a partir de los imaginarios sociales sobre los cuales se realizan las prácticas sociales, pero también a partir de lo que es donado a los habitantes de dichas ciudades como trasfondo de significaciones, como escenario, en principio no tematizado, donde descubren su ser-en-el-mundo. Las sucesivas generaciones contribuyen a la construcción de un escenario meta-histórico: la ciudad, en la que el pasado, presente y futuro confluyen como tres instancias de la psique, o como sucesivas capas geológicas componiendo un palimpsesto que testimonio nuestro devenir.

Los modernos nos definimos a nosotros mismos de modos plurales. Entre los elementos constitutivos de nuestra identidad tiene un lugar destacado el ser ciudadanos de esta o aquella urbe, por ejemplo. Un barcelonés, un porteño (de Buenos Aires) o un Neoyorquino son modelados por su pertenencia y participación en la vida urbana, y en el tránsito y convivialidad con la escenografía urbana. La Sagrada Familia o el Empire State forman parte del trasfondo destacado de los relatos de dichos ciudadanos como sujetos históricos.

En la ciudad moderna la consciencia de la pluralidad étnica, por ejemplo, convive con la consciencia de una pluralidad temporal. No sólo se mezclan lugares distantes: el barrio chino, la calle de los paquistaníes, etc., sino diversos tiempos históricos. En las estructuras arquitectónicas actuales conviven el pasado, el presente y el futuro en lo recuperado o restaurado, en lo escondido, en lo visible, en lo proyectado y en lo que está en construcción.

Como ocurre con la identidad de los individuos, las ciudades se despliegan en un proceso siempre inacabado y abierto. La planificación es incapaz de disolver la accidentalidad, que tuerce el rumbo, limita o expande el horizonte de las ciudades de modo análogo a lo que acontece con la “casualidad” que da forma o sirve como materia prima para la construcción de nuestros relatos identitarios.

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La arquitectura (como ocurre también con la pintura o la escultura) debido a su materialidad, debe encontrar la manera de decir algo, preservando lo recibido sin anquilosarse en el pasado. Esto ocurre en muchos niveles. Nos detendremos en tres instancias:
1.Materialidad
2.corporalidad
3.Reflexividad

Pongamos un ejemplo sobre la materialidad. Una construcción arquitectónica que utiliza la madera debe decir algo del árbol, y en la medida que es capaz de preservar el árbol (materia) en su corporalidad (forma) ofrece a la construcción cualidades naturales específicas que contribuyen a su estética. Lo mismo ocurre con la piedra, el cristal o el aluminio. El arquitecto dice o esconde en la obra acabada (el cuerpo) lo que la materialidad de suyo ofrece a la forma para su individualidad. Esta noción es aristotélica: el principio material es a un mismo tiempo principio individual. Claro que es necesario distinguir dos modos de materialidad.
1.La materialidad burda
2.La materialidad sutil.
En el primer caso hablamos de los ladrillos y el cemento. En el segundo caso hablamos de algo que es inivisible, que no es el árbol propiamente, sino aquello que hace al árbol. En cierto modo que aun permanece velado, podemos hablar de la materia de la arquitectura en términos generales como de la naturaleza. La materia última y primera es la naturaleza, invisible e incognosible. Sobre la naturaleza el hombre hace su habitat haciéndola habitable a partir de su actividad formalizadora.
El arquitecto hace transparente o esconde los orígenes materiales de la materialidad al corporalizarla. En la materialidad, lo ideal formal, se hace cuerpo individual.

Lo ideal, sin embargo, supera lo material para lograr su propósito. La supera en cuanto es capaz de hacer flexible lo sólido o hacer opaco lo transparente, o viceversa. Todo esto ocurre constantemente, lo que muestra que la forma, la corporalización de la materia, implica no un dominio de ella, sino un diálogo en subordinación.

Respecto a la reflexividad lo crucial es el distanciamiento con la materialidad y la formalidad en la cosa para ofrecer dos respuestas al interrogante sobre la existencia de la cosa:
1.De dónde vengo
2.Quién soy
Llevado al ámbito arquitectónico, el edificio sale de si mismo para encontrarse con su historia y reconocerse constitutivamente como parte de la ciudad, del mundo y fundado en una naturaleza que reclama un reconocimiento pese a su ocultamiento aplastante en la urbe.

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El pasado es materia como lo es la piedra o el cristal. El arquitecto se encuentra con el pasado como con un ladrillo. Debe ser capaz de hacerse dueño del pasado sin someterlo. Puede ocultarlo o ponerlo a la vista, permitir que se haga manifiesto, o aniquilarlo. Cualquiera sea la decisión que tome el arquitecto respecto al pasado, éste es ineludible. En el primer caso, el ocultamiento aparece como aniquilación y en el vacío se escucha el reclamo en la forma del reproche del ayer y en la alienación del hoy. En la recuperación, lo que se ofrece en las huellas de la memoria un homenaje que es también una esperanza de futuro.

En este último caso, el arquitecto se encuentra frente a los siguientes desafios:
1.Ofrecer respuestas a las exigencias funcionales
2.Resguardar el pasado que, como hemos dicho, es materia de nuestra identidad.
3.Proponer una estética de integración que no sea mera superposición, mero encolado de lo dispar, sino en la forma de un relato que haga posible la unidad existencial de la obra: la obra como una vida en la que la memoria, la exigencia de hoy, y la proyección del futuro, encuentren su sentido.

Respecto al pasado, podemos distinguir dos modos de recuperación:
1.La recuperación meramente historiográfica (que se reduce al registro del pasado y al hacerlo visible en el modo del monumentalidad)
2.La metafórica (que acompaña al registro con una interpretación de dicho pasado en función de lo que somos: el ejemplo que se ofreció fue el siguiente: El edificio en cuestión había sido originariamente un palacio del siglo XII. Hoy, debido a ciertas clausulas testamentarias, es destinado como refugio vigilado para el tratamiento de disminuidos mentales considerados de peligrosidad social.

Con respecto a la noción de una estética de integración temporal, decimos que la integración no sólo ocurre con el pasado, sino que hay consciencia del futuro de un modo jamás acontecido anteriormente. Por ejemplo, a partir de la noción de la “sostenibilidad” que se incorpora a la obra lo futuro que se encuentra en el presente como esperanza. Todo esto hace exige al arquitecto pensamiento y no mera técnica. Pensar significa aquí ir a la esencia del objeto particular al que dedica sus esfuerzos: el ser del objeto arquitectónico.

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Walter Benjamin hablaba del tiempo moderno como un tiempo homogéneo. Y Heidegger hablaba de la espacialización del tiempo. Con ello mentaban lo siguiente: La existencia de un tiempo sagrado hacía posible una proximidad (una intimidad) impensable en lo secular entre dos fechas que se encuentran distanciadas cronológicamente por miles de años. Un ejemplo: las Pascuas de hoy están más próximas de la crucifixión de Cristo que del mundial de futbol de 1978. Cuando el carácter sagrado del tiempo desaparece, el tiempo se vuelve homogéneo. La homogenización equivale a una espacialización en el siguiente sentido: en un mismo espacio encuentran su lugar eventos disímiles que ocurren simultáneamente. El periódico de hoy, 23 de mayo de 2009, acomoda cosas que han ocurrido en todo el planeta en una única fracción de tiempo universal y homogéneo.

El tiempo de la recuperación abre la puerta para otra cosa, la experiencia epifánica. En un edificio en el que conviven rastros de siglos diversos, el diálogo que establece el arquitecto, y el transeúnte renueva en la lectura de la contemplación y habitación integrada del mismo, tiene el poder de llevarnos a la experiencia epifánica.
Aquí epifánico equivale a la superación de la cosa como mero instrumento. La cosa se muestra en su historia. Al mostrarse se expresa y en ella nos expresa a nosotros que a partir de nuestra participación en su escenario-mundo damos forma a lo que somos. La cosa rompe la tiranía de la funcionalidad y nos devuelve a un escenario de texturas, policromías, textualidades ocultas.

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Cuando en la obra el arquitecto recupera el pasado desde un presente que exige su habilidad técnica pero también su capacidad de decir quienes somos a partir del ayer, y como hemos dicho, a partir de las exigencias mudas del futuro (el planeta-mundo no sólo quieren ver las piedras que estamos montando unas sobre otras, no sólo quiere la monumentalidad, también exige que nuestra tecnología no destruya el hipotético futuro que ellos-ello piden ser) cuando esto ocurre, decíamos, el arquitecto propone (con su particular estilo) un ejercicio de integración epifánico: como en Proust, el tiempo perdido es recuperado. Todos los arquitectos anteriores no sabían que iban a participar en ese diálogo, que iban a contribuir a esa escena de máxima consciencia del arquitecto de hoy. Proust no sabía que cada una de sus actividades olvidadas iban a ser recuperadas a través de la memoria para hacer posible el sentido de lo que ya no tenía sentido o sólo lo tenía de modo accidental y superfluo. Ahora el pasado puede reintegrarse en el presente y proyectarse en el futuro.

El arquitecto sabe, además, que su obra, para ser una muestra de dicha recuperación y proyección no puede actuar de espaldas a la comunidad, sino en diálogo con ella, porque sabe que la libertad (la posibilidad de establecer criterios para dar forma a lo que somos, si lo que queremos es dar forma a una identidad, y eso es lo que queremos siempre, porque estamos en la busqueda permanente de significación y de sentido en todo) debe hacerse no sólo atomisticamente, a través de un diálogo solipsista del edificio consigo mismo, sino en el diálogo con sus espejos, con aquello que es su entorno y que en su fachada se refleja en la forma de dar respuesta a los cuerpos, a la historia del lugar que dichos cuerpos arquitectónicos ocupan, en un ejercicio de radical reflexividad.

PERVERSIDADES: ética comunicacional y complicidad ciudadana. La cuestión del glifosato.

Supongamos que se descubre que cierto producto (le llamaremos “Producto X”) es el causante de una enfermedad que afecta, sobretodo, no a los usuarios de dicho producto, sino a personas inocentes que circunstancialmente viven su vida en los entornos donde el producto se utiliza.

Imaginemos que se abre un debate para decidir si el Producto X, que está dañando seriamente la salud y la vida de individuos que no se benefician con la utilización del mismo, debe seguir siendo utilizado por sus consumidores. Es decir, se discute la prohibición o no de dicho producto.

Ahora imaginemos el debate que se sucita:

1.Aquellos que batallan por la prohibición del producto ofrecen como prueba un conjunto de testimonios corroborados por expertos nacionales e internacionales, que declaran las malformaciones y enfermedades como efecto directo de la exposición a dicho producto X. Se acumulan casos, y se alerta a la población a fin de evitar un crimen prolongado que ha sido silenciado por los productores y usuarios del producto X, pese a las muchas sospechas que la utilización del mismo había levantado desde el comienzo. Se pide la prohibición cautelar de dicho producto hasta que se demuestre fehacientemente que no produce los daños mentados.

2.A continuación, imaginemos que toman la palabra los usuarios y representantes de los productores de X. En esta ocasión, no se habla de modo alguno de los efectos nocivos del producto. Incluso puede que se ignoren completamente los informes, se los tergiverse o intente deslegitimar los mismos anunciando que sus autores y defensores están motivados en la fabricación de las mentiras debido a que son envidiosos del progreso de otros.

Lo que si se enfatiza es lo siguiente: el producto X nos ofrece toda clase de beneficios materiales, nos ha hecho crecer como nunca antes, somos más ricos y modernos, y estamos a las puertas de la prometida república en la que soñamos convertirnos. Es decir, la prohibición del producto X sería una calamidad. No debemos dejamos engañar por quienes postulan 1.

¿Quiénes somos el “todos nosotros” en esta ocasión a quienes se dirigen los defensores de 2?
¿A quiénes les hablan los fabricantes y usuarios del producto X que se enriquecen gracias, dicen, gracias al milagroso invento?
¿Quiénes serán sus cómplices esta vez?

Los usuarios del producto X nos hablan a nosostros, los no usuarios del producto X, que sin embargo, no creemos sentirnos directamente afectados por los efectos nocivos de dicho producto.

Nos dicen:

“Señores, no hagan caso de las quejas de esta gente que dice estar aquejada por la utilización del producto X. Si lo hacen, será peor para ustedes, porque el país entrará en la bancarrota y sus vidas serán miserables. Volveremos al pasado, a la miseria, a no ser nadie, perderemos todos los logros que hemos conseguido (de lo que se desprende que las cosas no han estado tan mal para esta gente) Y continuan: ¡Escuchar a los defensores de 1 es equivalente a renunciar al progreso y al futuro!

Muy bien. Hemos entendido el ultimatum. También hemos entendido el dilema moral.

Por un lado tenemos a una parte de la población que debe pagar con sus vidas, con su calidad de vida y con sus órganos (literalmente) el sometimiento a un entorno envenenado.

Por el otro, una población (Productos y usuarios del producto X, y otros no usuarios que creen beneficiarse indirectamente del progreso de los Productores y usuarios de X) que no están dispuestos a hipotecar su futuro debido a la debilitante benevolencia tonta y compasión idiota de izquierdistas y naturalistas sin cerebro que no aprecian el beneficio que los sacrificios de hoy nos deparan en el futuro. (Claro que los sacrificios no son nuestros, sino de esta pobre gente que nunca cuenta en nuestros cálculos)

En vista de los “argumentos” ofrecidos, la población vuelve a ofrecer el veredicto solicitado por Pilatos. No hay que prohibir X. ¡Que se crucifique al inocente!

Para evitar la vergüenza es posible que se administre alguna medida “cosmética”. Lo importante es el futuro, nuestro futuro, “el futuro de todos”.

Ahora nos toca imaginar al niño A con sus riñones destrozados para toda la vida.

O al niño B con los miembros deformes para toda la vida.

O al feto C destrozada para siempre su promesa de ser alguien en este mundo debido a los efectos del producto X.

También concedamos que muchos de los defensores de la postura 2, pese a ser los privilegiados que se benefician con la utilización de tan sospechoso producto, son los mismos que se niegan a colaborar impositivamente a las arcas públicas con el fin de expandir servicios básicos como la salud de la población que ellos mismos ponen en peligro, mientras se rasgan las vestiduras por los despilfarros del Estado que no hace otra cosa más que robarles lo que han logrado con el duro trabajo.

¿Quién será entonces responsable de la maldad? ¿Quién será responsable de la barbarie?

La historia se repite. Los poderosos nos engañan, nos hacen cómplices de sus porquerías. Así fue en el pasado: ocurrió con los muchachos de Chicago, en la época menemista y vuelve ha ocurrir ahora. Como rebaños de imbéciles y cretinos nos dirigimos sin desvío al corral de nuestra perdición moral. No escarmentamos.


Recordemos:

Hace algunas décadas, se argumentaba que no se podía establecer la relación causal entre el consumo de cigarrillo y enfermedades como el cáncer de pulmón. Las políticas sanitarias se enfrentaron a las poderosas empresas tabacaleras cuando el porcentaje de los "fallecimientos por lo obvio" comenzó a convertirse en un problema para las arcas públicas. En aquella época lejana, los maridos fumaban en los pasillos de los hospitales mientras esperaban el nacimiento de sus hijos; fumaban las embarazadas; fumaban los niños porque todos fumábamos sin darle un segundo pensamiento al humo que pese a producir vozarrones pastosos, debía fingirse inocuo.

Con lentitud, se han ido implementando políticas para reducir el consumo de la nociva droga, amputando sus beneficios a través de impuestos, reduciendo su presencia publicitaria y restringiendo su consumo en los espacios públicos, a fin de revertir décadas de voluntaria ceguera por parte del poder político inducida generosamente por los interesados. Hay quienes se resisten, pero no hay quien niegue los males que produce.

Algo similar ocurrió con las políticas ecológicas. Durante muchos años fue obsesión de “radicales” desvariado y enemigos del progreso. Hoy, periodistas, estrellas de cine y políticos retirados se dedican a hacer campaña por preservar la naturaleza. Incluso las empresas que contaminan se adhieren publicitariamente a un bien que todos reconocemos: un planeta verde. Sin embargo, hace algunas décadas, algunas de esas empresas eran las que articulaban para las masas un discurso que denunciaba la disparatada creencia de que la actividad humana pudiera producir un efecto de deterioro en el ecosistema.

Estos ejemplos deberían ser suficientes para quienes, actualmente, se encuentran vacilantes ante cuestiones análogas.

No deberíamos dejarnos engañar por las campañas mediáticas-publicitarias que periodistas, analistas, técnicos de toda índole, aportan. La mayoría sostienen como argumento a su favor la ausencia de evidencias en su contra para justificar la legalidad de los productos que promueven, como si la política sanitaria estuviera obligada a someterse a garantías procesales a la hora de prevenir y proteger a la población.

En este caso me estoy refiriendo a los efectos criminales que la utilización de los desfoliantes utilizados en la producción de la soja transgénica están produciendo en algunas poblaciones argentinas y el carácter expoliador que el modelo de producción actual tiene si lo pensamos desde la perspectiva de las hipotéticas generaciones futuras.

Pese a que los dos grandes empresas de noticias de la Argentina (La Nación y Clarín, próximos al negocio agroindustrial en sus intereses) hayan silenciado importantes informaciones de interés público, hemos sabido que los estudios del CONICET (no son los primeros) han demostrado que existe una relación causal directa entre la exposición de mujeres embarazadas a dosis tres mil veces inferiores a las habituales en zonas de producción y las malformaciones a sus embriones y fetos. Aunque existen innumerables testimonios de los habitantes de algunos poblados que denuncian los efectos nocivos de estas prácticas y la ilegalidad de las mismas en vista a que atentan al derecho a habitar un entorno saludable, los grandes medios han preferido silenciar dichas cuestiones.

La nota que sigue a continuación fue editada por el diario La Nación en su campaña por aterrorizar a la población ante la posibilidad de que se sepa la verdad largamente anunciada.

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1121563

EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA ESPERANZA

Hace muchos años, Platón imaginó que el universo estaba compuesto por tres esferas de realidad: (1) La esfera Ideal; (2) la esfera del devenir; (3) y el receptáculo material donde la Inteligencia demiúrgica imprimía su imitación del paradigma de las Ideas. El cosmos platónico era un orden óntico en el cual el ser humano participaba y alcanzaba su perfección por medio de la contemplación del mismo.

A finales del siglo XIX, Nietzsche ofreció su relato de la historia de la cultura occidental en el que pretendía haber superado la tradición metafísica clausurando el mundo de las Ideas como mera fabricación, a fin de afirmar el devenir en la forma del Eterno retorno de lo mismo y la Voluntad de Poder.

Nietzsche fue, en muchos sentidos, la culminación de un largo proceso orientado a liberar al hombre de toda determinación teleológica para hacerlo dueño absoluto de sí mismo. Sin Dios, ni Ideas Eternas, sin la autoridad de la tradición, ni el ejemplo paradigmático de un orden natural, el hombre, abandonado en la encrucijada de los fríos silencios espaciales, sólo tenía a su disposición el poder de su voluntad y la creatividad de su inteligencia para asegurarse un destino.

La democracia, el libre mercado y la ciencia moderna son tres de los productos de esa revolución. Sin embargo, a principios del siglo XXI nos encontramos con desafíos que ponen en entredicho la viabilidad del proyecto de emancipación al que habíamos apostado.

Como nos advirtiera Tocqueville en su momento, la fascinación por la acumulación, el enriquecimiento y el comfort privado han acabado por transformar la democracia en una suerte de "despotismo blando". Las campañas políticas recuerdan la llegada de los circos a los pueblos de antaño. La población parece entregada, a veces con escepticismo, otras veces con rabia y muchas veces con indiferencia, al poder de los más audaces buitres de la pirotecnia mediática. Asistimos a la orientalización de la política: El soberano es ahora una sociedad anónima.

La promesa del equilibrio económico, de la armonía que la pujanza de los egoísmos prometía llevar al planeta, ha sido desmentida por la desmesura de la inequidad en lo que respecta a la distribución de oportunidades para el logro de los bienes humanos, la extensión de la corrupción, y el carácter virtual del progreso que nos ha llevado a una bancarrota planetaria.

La ciencia moderna, convertida en cientificismo, y sometida a los mandatos de la tecnología y el mercado, ha alcanzado sus más sofisticados logros en el terreno de la industria de la muerte y la instrumentalización de la vida. Al servicio de la biopolítica, la ciencia amenaza con reducir definitivamente lo viviente a mero recurso. Junto a la destrucción del cuerpo y el entorno asistimos a la imposición de una disciplina de lo superficial que se concentra en la frivolización de todos nuestros logros espirituales.

Frente a las amenazas y desafios que tenemos delante, diversas modalidades de respuesta se ejercitan:

1.Hay quienes creen que es posible que la propia actividad del hombre "deshumanizado" y sus prácticas (consensuadas democráticamente, fieles al modelo de "crecimiento" liberal y su racionalidad desvinculada e instrumental) ofrezcan la solución que el mundo necesita.

2.Hay quienes consideran esta posición una arrogancia que ilustra a la perfección el espíritu de nuestra propia incapacidad y ponen su esperanza en un ser trascendente o un designio invisible que nos redima de nuestra propia ignorancia.

3.Hay, finalmente, quienes consideran que nuestra suerte está echada, y que deberíamos, contrariamente a lo que los “esperanzados” pretenden, preparar a la humanidad para una catástrofe ineludible.

Cualquiera sea la respuesta a la que uno se adhiera (probablemente fruto de nuestro temperamento y no el ejercicio de nuestra racionalidad práctica), resulta frívolo, en todo caso, creer que podemos desechar las restantes sin ofrecer una seria reflexión a las mismas, considerando la gravedad de lo que nos atañe.

CONTRA EL NARCISISMO DEL AHORA

Existimos en una matriz de discursos siempre perimidos. Siempre llegamos tarde a nuestro tiempo. Eso es lo que tiene vivir bajo el imperio de la moda. Abocados a lo novedoso (que siempre viene desde el futuro), cuando finalmente reconocemos lo actual, este ya pertenece al pasado.

Se ha instalado en la Argentina, una reivindicación intransigente de la oportunidad de hoy (de lo que ahora tenemos entre manos, de la ocasión histórica) que el pasado y el futuro dan la impresión de poner en entredicho, incluso boicotear.

El 'ahora' reivindicado por algunos, quiere ser un ahora absoluto, radical, quiere ser un ahora libre, autónomo. Por un lado, escindido de las ataduras y obligaciones que tenemos con el pasado, con aquellos que nos han precedido, con quienes han sido 'heridos en su integridad corporal y personal'. Por el otro, libre de las demandas de responsabilidad que nos llegan desde el futuro por parte de aquellos aun no nacidos que exigen condiciones apropiadas para su existencia hipotética.

El pasado fue un presente pleno de promesas. Promesas incumplidas que aun exigen cumplimiento. Algunos ciudadanos de la patria actual pretenden no cumplir con su deber para con aquellos que se han ido o para con aquellos que sufren las injusticias de ayer.

Estar en el presente significa ser destinatario de un pasado, beneficiario de una heredad que trae consigo responsabilidades ineludibles. Pero para muchos ese pasado quiere ser clausurado: el pasado se condena por ser pasado, por ser historia.
"La Argentina es hoy", repiten. "Dejemos que el pasado sea pasado", es decir, que se convierta en olvido.

La memoria es dar ciudadanía a quienes ya no están, darles el lugar que les pertenece en el relato de lo que somos.

Pero eso no es todo. Quienes reivindican este "ahora" desvinculado, autónomo, irresponsable, no sólo pretenden silenciar el pasado sino también el futuro. No quieren que hablen los que nos precedieron, ni quieren que hablen los que aun no han llegado a nuestro mundo, porque unos y otros parecen complotar contra las promesas narcisistas del ahora.

Las identidades tiene algo de eterno que sólo se pone de manifiesto en el tiempo. Ningún instante es la totalidad, pero 'cada segundo, como señalaba Walter Benjamin, es una pequeña puerta por la que podría aparecer el Mesias'.

El 'nosotros' que somos no es como los objetos de ubicación simple estudiados por las ciencias naturales. Argentina no es un lugar, ni la suma de sus ciudadanos, ni el conjunto de las instancias históricas que la protagonizan como tal, aunque tampoco es algo diferente. Argentina es una entidad irreductible, no por ello menos real, en la que participamos ofreciendo nuestro relato en ese proceso siempre inacabado de auto-interpretación en el que intentamos decir lo que somos en vista de lo que fuimos y aquello a lo que aspiramos a convertirnos.

Contra aquellos que pretenden desentenderse del pasado, cabe esgrimir las promesas que no llegaron a ver la luz del día y por las cuales se sacrificaron nuestros antepasados. Contra aquellos que pretenden desentenderse del futuro, cabe esgrimir la posibilidad del no-ser que imponemos a las generaciones futuras.
De este modo, el pasado y el futuro se solidarizan contra el presente narcisista que pretende absolutizarse.

Voy a señalar dos cuestiones que ilustran esto que estoy intentando torpemente plantear ahora mismo y que ejemplifican esta fascinación obnubilada y destructiva que reina en nuestra patria.

La primera cuestión gira en torno al intento reiterado por desprestigiar la reescritura de la historia reciente con la excusa de que dicha reescritura, dicha memoria creativa, se ha convertido en un obstáculo para 'crecer'.

La segunda cuestión es el silenciamiento concertado ante la apuesta codiciosa de la agro-industria que se niega a participar en cualquier tipo de debate en torno al patrimonio común de las generaciones, "la tierra viva", que se encuentra en peligro de convertirse en "tierra muerta".

¿ARGENTINA PARA QUÉ?

Quisiera decir dos cosas sobre la cuestión de la identidad o auto-definición de la Argentina. Comenzaré explicando la pregunta que figura en el título de la nota: ¿Para qué algo como la Argentina?
O para decirlo de otro modo: ¿Qué sentido tiene seguir creyendo en la existencia de la nación Argentina?
O de otra manera: ¿Qué hay en el fondo de la argentinidad que merezca la pena ser preservado?
O: ¿Por qué razón no deberíamos, como propugnan algunos, reducir Argentina a una marca, un envoltorio vacío que sirva a los particulares a alcanzar sus fines privados?

La supervivencia de Argentina depende (ineludiblemente) de un tipo de lealtad que supere los intereses sectoriales que dividen al país. Pero esa lealtad sólo puede ser articulada si somos capaces de ofrecer respuesta a la pregunta acerca del por qué la nación, por qué y para qué la patria.

Ahora bien, si nos preguntamos ahora mismo cuáles son los factores que ponen en peligro la continuidad identitaria de la Argentina, su capacidad de auto-definirse de modo tal que sea factible la proyección de un futuro común en un escenario internacional caníbal como en el que nos encontramos, creo que debemos conceder que los mayores obstáculos giran en torno a dos cuestiones:
1.El modelo de Estado
2.El modelo de distribución de riqueza

Aunque los fantasmas golpistas permanecen en el imaginario colectivo, y en los discursos de los representantes políticos como acusación o amenaza, no parece que podamos regresar, de momento al menos, a la época de los cuartelazos. Eso no significa que no haya otros modelos destituyentes que puedan cumplir funciones análogas.

Sin embargo, lo que se encuentra en el camino (como obstáculo) para la construcción de una lealtad más amplia (es decir, la articulación de una identidad común que nos preserve) son las respuestas dispares con las que nos enfrentamos al '¿Para qué la Argentina?'.
Es decir, una vez que hemos asegurado acuerdo respecto a la cuestión del estado de derecho, lo que sigue es preguntarnos acerca de lo que nos motiva a participar en la construcción nacional.

La política, en última instancia, debe ofrecernos la ocasión de responder a las preguntas más sencillas. Pese al ruido mediático que la rodea, la persona ajena a los entreveros del poder tiene que ser capaz de decidir su propia lealtad eludiendo las cortinas de humo, la actividad panfletaria y las zancadillas que mutuamente se imponen unos a otros los candidatos.

Es por esa razón que empiezo por lo más sencillo, por una pregunta ingenua:
¿Argentina para qué?
O para decirlo de otro modo. ¿Por qué razón preferimos ser un 'nosotros' en contraposición a un 'cada cual a lo suyo'?
¿Qué razones nos impulsan a compartir una identidad a chaqueños, catamarqueños, santacruceños y porteños de mestizajes diversos?
¿Qué es lo que nos motiva a imaginarnos ciudadanos de una misma patria?
¿Qué es lo que nos conduce a imaginar y cultivar una proximidad con esos otros desconocidos que viven bajo una misma denominación nacional?

Una manera de decidir al respecto es la que ofrecen los diversos modelos 'ultra-liberales', que pretende reducir la nación a la suma exclusiva de los intereses particulares. El 'para qué Argentina' se responde de manera puramente instrumental. Somos argentinos porque es lo que nos toca y nos conviene por las razones que fueren. La Argentina es un nosotros fragmentado, un conjunto de átomos en pugna por lograr sus conveniencias: crecimiento económico, seguridad personal, educación y status social, etc.

Sin embargo, la explicación adolece de raigambre en la experiencia. ¿Es así como vivimos nuestra patria? ¿Es de ese modo como imaginamos lo que somos? Si esto es cierto, nos da lo mismo ser argentinos u otra cosa. Pero basta con ver la tristeza y la alegría que estampamos en nuestro rostro cuando la selección nacional gana o pierde un partido (algo tan futil como un partido de fútbol) para comprender que no experimentamos nuestra nacionalidad como un medio para el logro de nuestros fines particulares. No podemos reducir lo que somos a lo que nos conviene. Pero, si no es así, ¿Cómo entendernos a nosotros mismos: los argentinos?

Para empezar, recordemos lo más obvio: nosotros pasaremos, pero nuestros hijos estarán aquí cuando hallamos dejado de ser. Nuestros padres y abuelos, venidos de donde sea, y por las razones que fueran, hicieron posible nuestra existencia en esta tierra. Además de los emprendimientos materiales, nos regalaron una lengua y un sentido, un escenario que muchas veces transitamos indiferentes, como si nos hubiera caído del cielo. En eso que llamamos la argentinidad de la Argentina, la esencia de lo que somos, se aglutina el pasado y el futuro, y transversalmente hace iguales a un desposeido analfabeto del impenetrable chaqueño, un estirado de Recoleta y un ciudadano con plenos derechos de la villa 31.

Por eso, la primera pregunta que debemos hacernos a la hora de hacer política, a la hora de participar como ciudadanos del modo que sea en el quehacer nacional, es para quién hacen política nuestros políticos, o para decirlo de otro modo ¿Cuál es el 'nosotros' al que sirven?

La derecha vernácula siempre ha tenido algo de 'perverso' cosmopolitismo. Habrá que ver si hay una alternativa que pueda imaginar una Argentina para todos, que anteponga los intereses particulares de hoy, en pos de un mañana que nunca está asegurado; una cesión en los privilegios circunstanciales en pos de aquello que nos congrega.

G-20: EL FUTURO DE TODOS

La foto debía ser como los daguerrotipos que recuerdan una fecha ilustre en la que el mundo cambió de dirección irremediablemente.

Dicen que Hegel vio pasar a Napoleón bajo su ventana en Jena, y supo que presenciaba el final de la historia.

Sin embargo, pese a los artilugios mediáticos, el G-20 no acaba de convencernos, a nosotros que miramos desde la ventana el paso del tiempo. ¿Por qué? Puede que sea como dice Atilio Borón, a la reunión del G-20 que debía destronar una manera de hacer el mundo, le ha faltado lo más fundamental: la filosofía.

Es conocido el interrogante, pero no está de más reiterarlo para ponernos frente a los ojos aquello que es más esencial:
¿Por qué el ser y no la nada?
O para decirlo de otro modo, ¿qué es lo que nos mueve a la preservación?
y ya puesto en la faena, ¿qué bienes son los que nos convocan? ¿a qué Dioses sirven nuestros gobiernos?
Siempre hay un Dios (visible o invisible) detrás de los mandatos de los gobernantes terrestres.

Hay momentos en los que el lenguaje dice mucho más acerca de nuestras creencias implícitas que nuestras explícitas articulaciones.
¿Salvar la economía? ¿Salvar el sistema financiero?

El reinado de lo económico parece resistir las embestidas de la plebe. Da que pensar que la crisis en torno a la cual nos jugamos el destino, además de económica, sea medioambiental, alimentaria, laboral, hídrica, institucional, y un largo etcétera.

Ahora hay que preguntar de verás:
¿Para qué y para quién se toman las medidas que se toman?
¿Quiénes son los destinatarios reales de nuestros planes de ayuda?
¿Cuáles son los bienes a los que nos aferramos?

Asomados a las ventanas, ajenos a los cálculos de tecnócratas y abanderados, recibimos las decisiones con una mezcla de incredulidad e impaciencia. Mientras el sufrimiento de lo muchos se expande y el futuro de todos se estrecha, nos preguntamos a quién representan estas gentes que dicen representarnos.

Esa es la pregunta más sencilla y más urgente de la política, la única que debería incumbir a los hipotéticos ciudadanos libres de las presuntas sociedades democráticas en las que vivimos.
No es baladí la cuestión cuando el barco se hunde y no hay botes salvavidas para todos.

Hace muchos años Soren Kierkegaard habló alegóricamente de nuestro mundo como de un gran navío que avanza alocado a través de peligrosas aguas nocturnas mientras su capitán, indiferente al peligro, festeja con el resto de los pasajeros en las salas de juego. De nada valen las suplicas, nos dice Kierkegaard, de un único pasajero que sospecha y anuncia el peligro.

La alegoría se convirtió en un acorde de realidad con el hundimiento del Titanic. El pretendido progreso que se nos inculcaba, supimos, podía llevarnos a una catastrofe.

'A toda máquina', exclamaban.
'Llegaremos a Nueva York antes de lo previsto'.

La arrogancia de los ingenieros, la imbecilidad cómplice de los oficiales y la pretensión de los inversores, unidos, produjeron aquel crimen atroz.

Una nueva catástrofe, un nuevo acorde de la alegoría kierkegaardiana estamos viviendo en estos días. Mientras escribimos estas líneas, hay ya muchos que se han ahogado, y otros han caído al agua y patalean sin esperanza. No saldrán con vida del evento.

Mientras tanto, los ricos en la cubierta organizan los botes salvavidas para escapar al desastre. No veo por qué razón deberíamos permanecer como entonces, a la espera de que los oficiales organicen la escapatoria.

Sabemos lo que nos toca teniendo en cuenta el lugar que se nos han asignado en el barco.

LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA: ¿FLOR DE VERANO?

La democracia española tiene pocos años. Hay más de tiranía y opresión en la historia de este reino que las bondades que regala la libertad.

Las palabras bellas merecen un trato delicado. Se afianzan en la prueba que les impone la historia.

Mientras la necia ignorancia y la especulación acalorada hicieron creer a los españoles, a sus gobiernos de turno y a la corona que desde su pretendida neutralidad vigila los valores que alimentan a su pueblo, que el mundo estaba en sus manos, era fácil y apropiado para la ocasión posar de progresistas, y aparentar generosidades y hospitalidades a los recién llegados, los inmigrantes.

La hospitalidad no venía acompañada del reconocimiento que le correspondía. Se arreglaron, presuntuosos, para hacer pasar el trabajo que se le daba al extranjero por favores. No se decía mucho del milagro español, del milagro del ladrillo y la especulación. No se decía, por ejemplo, que el milagro se llevaba la sangre de los inmigrantes que como esclavos egipcios, fabricaban pirámides millonarias para los empresarios asociados a la partidocracia del reino.

Cada año el mismo cuento: sacar cuentas que no indignan a nadie. Ahí están las estadísticas que sirvieron para convertir a la península en el jolgorio inconsciente que precedió la tormenta. Mientras algunos inmigrantes caían de la altura de sus edificios, se multiplicaban las cuentas secretas en los paraísos fiscales.

Ahora golpea la crisis. Nos golpea la crisis de los números, pero también nos golpea otra crisis. No sabemos quiénes somos. ¿Somos esos que decíamos ser, nosotros, europeos hechos y derechos, generosos y hospitalarios? ¿o somos esto que somos, justificadamente xenófobos y perversamente intolerantes?

Se hace patente la mentira, la putrefacta mentira que huele en todos lados: huelen los ayuntamientos y sus alcaldesas, las cajas de ahorro y sus gerentes de turno, huelen los corredores de las diputaciones, los juzgados, la policía, los banqueros, los periodistas, los asesores financieros. Todo hiede de los mil demonios.

¿Qué hacer con este olor que lo invade todo, con el cretinismo y la imbecilidad que le viene siempre a la saga, como su sombra de la que se alimenta?

El presidente José Luís Rodríguez Zapatero, el campeón de los débiles en la pasada legislatura, fingió con talante democrático y socialista enfrentarse con indignada firmeza a Mariano Rajoy, que aconsejado por los asesores de campaña, pretendió hacer sangre electoral a costa de los que no tienen voz y no tienen votos, los inmigrantes.

Pero ¿cómo no caer en la tentación de utilizar la más rápida y eficaz de las estrategias (pan y circo para el pueblo) esa que han utilizado todos los políticos de todas las épocas? La democracia española es como otras democracias que se estilan, flor de verano. Pese a los gestos y las palabras engominadas de sus políticos que hablan sin que se les quiebre la voz de las firmes instituciones que representan, la política del chivo expiatorio es más 'prudente' que una política de honesta valentía ante la crisis.

Vuelven (aunque es posible que nunca se hayan ido) las iniquidades, las persecuciones indecentes, la detención del débil, la criminalización del indefenso. Política de cobardes, que prefieren encararse con aquellos que no tienen nada, a hacer frente a los responsables del hambre y la miseria que les depara a los muchos.

Esta es la hora de los pueblos: cuando se prueba su ángel y su arcángel. Treinta años de democracia y derechos humanos no es nada.

Cuando aprieta el tiempo, y lo que se necesita es paciencia, solidaridad y decencia, el gobierno español elige lo más perverso. Como en otras cuestiones oscuras que manda a esconder bajo la alfombra, sin que le tiemble su pulso socialista, hace de nosotros, los venidos de lejos, aquellos que somos como las cosas que no tienen voz, trastos que deja en la puerta de casa para que se las lleve el viento.

La crisis ha sido como la apertura de la caja de Pandora: todas las “asquerosidades” han dado la cara. No se salva nadie: jueces, legisladores, funcionarios del gobierno, militares, policías, partidos políticos, medios de comunicación, empresarios, constructores y educadores. No hay muchos que puedan regodearse de tener las 'manos limpias' en lo que respecta a esta crisis que todo se lleva por delante. Basta echar una mirada a las noticias del día para comprender que hay una podredumbre que se extiende de cabo a rabo.

La alternativa, para España y para Europa en general, no es salir del aprieto como los ejecutivos en boga, echando el resto en sus cuentas privadas mientras despiden personal. A España y a Europa solo puede salvarlas el Bien, sus propios bienes, sus ideales y promesas aun incumplidas: derechos humanos y solidaridad. El resto, como quien dice, es flor de verano.

Nuestra situación es difícil, pero más difícil es la situación de España, que en menos que canta un gallo, ha renunciado a los valores que decía perseguir con tanta gallardía.


El anteproyecto de la llamada “ley de extranjería” favorece condiciones que promueven el afloramiento de actitudes xenófobas en la sociedad. Extiende el período máximo de internamiento administrativo de los 'sin papeles', limitando el derecho fundamental de la libertad y vulnerando el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Penaliza y prohibe las actividades solidarias de entidades y particulares a los inmigrantes 'sin papeles'. Restringe el derecho a la reagrupación familiar. E ignora toda legislación nacional e internacional en lo que concierne a los derechos diferenciales del menor.

EL SENTIDO COMÚN ES PURA IDEOLOGÍA

Basta con transitar con cierta atención a través del entramado discursivo que nos envuelve para constatar que pese a los esfuerzos denodados de algunos de sus protagonistas por demostrar su pragmatismo y sentido común, lo que impera ineludiblemente es pura y simple ideología.

Digamos el asunto con cierto esmero popular: El más peligroso de los locos es aquel que no sabe el mal que padece. Eso es lo que ocurre con buena parte de nuestra concurrencia, que pese a la estrepitoso fracaso de las cosmovisiones a las que adhirieron y apostaron su pellejo, se aferran con uñas y dientes al sentido común que estas cosmovisiones nutrieron.

Entre las más firmes convicciones que el sentido común de la visión derrotada se esmera por perpetuar, es aquella extendida creencia que afirma que la política puede reducirse a la concertación o consensuación de los individuos o grupos de intereses; o su espejo ideológico, que afirma lo político como conflicto agonístico permanente.

Los posicionamientos de unos y otros se nutren, al fin de cuentas, de un presupuesto naturalista que pretende una aparente materialidad de la sustancia política. De ahí que la medición o contraposición se encuentre en el núcleo de estas dos nociones de la política moderna. Sea con el propósito de armonizar los elementos o de producir combinaciones químicamente reactivas, unos y otros otorgan a la medida el lugar hegemónico de lo político.

La crisis planetaria, que involucra no sólo las condiciones materiales de nuestra subsistencia como especie, sino que a su vez implica la posibilidad de un universo sin tiempo y espacio significativo debido a la desaparición de la conciencia humana de la esfera del ser, nos obliga a ejercitar un tipo de libertad de pensamiento, muy anquilosada en nuestro entramado genético actual, debido a la clausura a la que hemos sometido a nuestro cerebro después de siglos de pensamiento inmanentista y antimetafísico.

Ahora que hemos llegado al final del camino propuesto a comienzos del siglo XVII, la modernidad se ve obligada otra vez a pensar lo impensable, para que de esa im-pensabilidad vuelvan a encarnarse modelos planetarios que estén a la altura de los problemas a los que debemos enfrentarnos.

El sentido común es pura ideología: eso significa que los discursos anclados en estos tienden a retrasar el surgimiento de una nueva ideología que se ponga a la altura de los tiempos que nos tocan.

No se me mal entienda: lo nuevo no debe ser radicalmente original. Lo nuevo es también lo renovado, en el sentido de lo vuelto a pensar, que en el pasado quedó atisbado pero no para nuestra propia época.

No se trata de 'revolucionar', sino de re-volucionar, es decir, volver al pasado después de la ruptura, a lo originario en toda su diversidad, para encontrar allí lo que aun no siendo dicho entonces, fue apuntado ocultamente para nosotros.


Se trata de recuperar una política (una lectura de lo político) que haga de los que se han ido y los que aun están por nacer, la sustancia de un presente que se nos impone como lo único real, que se utiliza para alienarnos de lo que somos: un tipo de misteriosa continuidad y unidad a través del tiempo.

1) El 'presente' (al que se le pretende dar estatuto ontológico) es una ficción que sirve al proyecto instrumentalizador del cuerpo, la conciencia, la comunidad y el entorno planetario.

2) Lo que debemos afirmar es nuestro propio límite. En contraposición al eslógan del 'Yo puedo' deberíamos revalorizar el: No, no puedo (ni debería siquiera intentarlo).

3) El individuo (exigente agente de derechos inventado en los albores de la modernidad) debe ser recordado de su imposibilidad lógica y ontológica, reconocer su radical dependencia comunitaria, y actuar en consecuencia.

Puesto en términos hegelianos eso significa que no debemos concebir la comunidad como una maquinaria establecida colectivamente para servir los intereses individuales, como pretenden las formas atomizadas de liberalismo, donde lo individual o lo sectorial es la última meta, y el propósito de la sociedad es permitir la realización de las aspiraciones de dichos individuos o sectores, sino la esencail participación en una vida común, la expresión de una realidad superior a los meros individuos y los sectores de intereses.

Después de cuatro siglos de orgías inconscientes, es hora de volver a pensar.

SOBRE LA PATRIA GRANDE Y EL ESPEJO OPOSITOR

La situación política Argentina (y latinoameriana, en general) interroga sobre la cuestión de la conmensurabilidad de las posiciones que se manejan, o si acaso lo único que podemos esperar es el espectáculo de 'matones': una política abocada (al final) a la destrucción del otro como único camino para actualizar los proyectos políticos que imaginan los contendientes.

La oposición tiene más de Robespierre de lo que quisiera reconocer, y el gobierno K. es más negociador de lo que pretende mostrar.

La cuestión de la inconmensurabilidad es plausible, sin embargo, no hay razón para creer a priori que deba ser de ese modo, se han intentado proyectos que han dado fruto (hasta cierto punto, claro) y la pregunta es si hay posibilidad de avanzar en esa dirección.

Lo que parece evidente es que la posición de la oposición se funda en la incomensurabilidad radical de los proyectos políticos: es el todo o nada. Por ahí, no hay manera de ofrecer respuestas a la patria. Queda únicamente apostar al desgaste y a la polarización.

Supongo que es bastante evidente y mi comentario no pasa de ser un lugar común, pero insisto que de deberíamos ser más hegelianos en este sentido: sin apostar a una suerte de potaje democrático-liberal-consensual, deberíamos tomar consciencia de la ‘identidad de la identidad y la diferencia’: es decir, ser patriotas. Algo que no puede ocurrir si los grupos de intereses (en sentido amplio) pretenden apropiarse de la exclusividad del imaginario nacional (¿Quién es el verdadero, auténtico argentino? Algo que hace del resto qué: ¿inmigrantes? ¿colonizadores? ¿extraterrestres?)

Eso no significa el fin del conflicto, sino más bien el reconocimiento del conflicto como inherente a la constitución identitaria, y por tanto, el reconocimiento del otro como parte de mi propia identidad (como en un espejo: la imagen reflejada no soy yo, pero tampoco es otro).

Cuál sería la superación utópica de la confrontación a la que deberíamos apuntar como bien: supongo que en el terreno estrictamente nacional, sería la afirmación de una 'Patria grande', algo de lo cual estamos lejos de encontrarnos. Todavía somos adolescentes que luchamos por constituir nuestras identidades parciales.

Razones para ello existen, evidentemente, y la más importante de ellas, a mi modo de ver, es el trauma del genocidio y la implantación de un régimen político-económico excluyente (el otro no soy yo); y el proceso sistemático de despojo de lo público acontecido durante los noventa.

Espero que no se me malentienda: En cierto modo, la señora presidenta ha mostrado (puede que este equivocado) cierta orientación a con-mensurar, a medir los extremos. La oposición, en cambio, se ha mostrado inflexible (radicalmente excluyente). Pero no debería soprendernos. En el propio imaginario opositor, por ejemplo, los protagonistas ven al gobierno de Hugo chávez y Evo Morales como análogos de su propio enemigo (el gobierno K), y se identifican con el movimiento santacruceño de Bolivia, por un lado; y con la oposición 'universitaria' y 'democrática' (muy entrecomillada) al presidente Hugo Chávez.

Existe una tendencia muy marcada en Latinoamerica a explotar la radicalización, el conflicto, a fin de desactivar los procesos emancipatorios. Lo que debería alegrarnos es que estas estratégias no han dado resultados positivos a corto plazo. Lo cual es una ventaja, porque los avances que se logran en el interín (antes de la derrota circunstancial, y por cierto inevitable en todo registro histórico) permite modificaciones en las estructuras sociales que resultan difíciles de deshacer completamente una vez que se han alcanzado ciertas cotas. Lo cual no significa que debamos sentarnos a esperar qué pasa. Todo lo contrario.

Lo que quisiera es avivar el entusiasmo. Creo que pese a las dificultades y la imagen más o menos desordenada que parece transmitir la situación, hay líneas marcadas que están profundizándose en el imaginario colectivo, que será difícil, al menos explícitamente, dejar a un lado, incluso para una hipotética oposición convertida en gobierno. ¿Por qué? Porque el propio proceso de radicalización ahonda las identidades parciales, y obliga a hacer concesiones impensables en otros momentos históricos.

Habría que festejar la pujanza en la confrontación, pero adoptando una visión dialéctica que nos preserve como fuerza política. Deberíamos ser capaces de preservarnos en la totalidad, en la síntesis dialéctica que se construye frente al enemigo. Yo soy yo y el otro. Esto es clave: ¿Por qué? Bueno, porque el otro se convierte en mi heredero.

Una breve disgresión estilo Zizek: ¿Recuerdan la película CLOSER? Sobre dos parejas que se intercambian en Londres, con Nathalie Portman y Julia Roberts (lapsus: no me acuerdo del nombre de los chicos) Hay un detalle curioso que ocurre cuando se intercambian las parejas: los que no fumaban se convierten en fumadores, y los fumadores se convierten en ex-fumadores en combinaciones que dicen algo sobre las características de la pareja constituida, de las mecánicas de poder, de las entregas y sustituciones de los protagonistas: el espejo.

El espejo es clave de la confrontación. El otro no me es completamente ajeno, es como yo, pero vuelto del revés. O si utilizamos otra imagen, es el maridaje, que puede acabar en caricia o violación (qué duda nos cabe) pero cuyo resultado, aunque sea un engendro, es la patria nuestra, la de todos: nuestro hijo idiota si quieren. Pero no hay alternativa.

Si me permiten la disgresión, creo que esta es la ventaja cualitativa que ha tenido Chávez y Lula, cada uno a su manera, frente a todos sus contrincantes políticos: su visión patriótica; y esa es también la fortaleza que tiene Cristina Fernández, la capacidad de verse en el otro y de ese modo superarlo.

Cuando la oposición se refiere a la señora presidenta como ‘la conchuda esa’, por ejemplo, se está viendo a sí misma.

Es curioso ¿No es cierto?

DAR FORMA A LAS RESISTENCIAS

Hace poco más de un año, eran un puñado los que imaginaban que un cambio profundo podía ocurrir en el planeta. El hegemónico discurso liberal nos había enseñado a pensar en una única y concertada dirección. Las propuestas alternativas resultaban a los oídos de los ciudadanos el producto de la rabia y el resentimiento de unos pocos radicales incapaces de hacerse a la idea que la historia había encontrado su sendero y se dirigía (cualquiera fuera el costo que de este resultara) hacia su propia consumación.

Entre los que alumbraban esta interpretación de la historia, había quienes se lamentaban sinceramente por los resultados a los que nos conducía la globalización capitalista.
Otros, se dedicaban sin segundos pensamientos, a disfrutar de los excedentes de la economía virtual.

La llamada crisis financiera ha traído consigo muchas cosas terribles, pero ha venido acompañada de un verdadero revulsivo que puede ayudar a constituir nuevos entramados de poder, re-configurar tejidos sociales y políticos atomizados durante las décadas post-políticas del neo-liberalismo corporativista y de ese modo ofrecer una plataforma desde donde ejercitar un poder efectivo frente al poder flotante tras-nacional.

A nuestro modo de ver, existen dos importantes herramientas para lograr una afirmación del poder popular en estos días, y de un modo u otro están siendo utilizados con resultados favorables en algunos lugares del planeta. El caso Argentino en el 2001 es paradigmático. El imaginario de la revuelta: '¡Que se vayan todos!', como ha señalado Naomi Klein en un artículo reciente, tiene ecos en otros escenarios: un ejemplo es el caso islandés.

Estas dos herramientas son:

(1) la movilización popular permanente, que fuerce a los gobiernos a tomar ciertas medidas 'tabú' que comiencen a deshacer las prácticas de consorcio de la política-mercado que ha reinado durante los últimos años, y que es uno de los factores clave para entender la des-legitimación de la soberanía popular cuando esta se enfrenta a los intereses financieros y comerciales, y

(2) una revuelta impositiva y jurídica. Un ejemplo de ello es, según Amy Goodman, el movimiento encabezado por la congresista Marcy Kaptur de Ohio, que ha estudiado los agujeros legales que permiten la resistencia de millones de familias afectadas por las ejecuciones hipotecarias. Goodman ha informado en estos días que en los Estados Unidos se han registrado 2,3 millones de ejecuciones hipotecarias en 2008 (algo más del 80% respecto al 2007 y más del 220% respecto al 2006). Kaptur llama a los afectados a convertirse en okupas en sus propias casas.
Mientras los bancos y otras instituciones financieras han recibido sumas millonarias de dinero que se han embolsado sin necesidad de dar nada en contraparte, los principales afectados del pueblo norteamericano han sido abandonados a su suerte.


En Europa, los acontecimientos de las últimas semanas están mostrando claramente que las instituciones bancarias y financieras, no están dispuestas a colaborar en la recuperación de la economía de base (en primer lugar, porque esas estructuras institucionales no tienen capacidad para realizar este tipo de actividades, sólo pueden ser forzadas por medio del poder político a realizar este tipo de movimiento), sino que están comprometidas con sus propios procesos de saneamiento y recuperación de pérdidas.

Los escándalos que los medios tienden a minimizar muestran claramente que estas entidades reafirman su independencia del poder político y de la soberanía popular de modo radical, lo cual exige por nuestra parte, como afectados directos de la crisis, una radicalidad análoga.

Los gobiernos europeos están profundamente involucrados en las prácticas políticas fracasadas, y sus imaginarios están articulados estrechamente con el paradigma en discusión. La fragmentación social y política a la que han sido sometidos los pueblos resulta evidente cuando tomamos conciencia de la dificultad que encuentran las protestas para ofrecer un imaginario de futuro común, y articularlo de tal modo que se vuelva un efectivo factor de cambio.

Por otro lado, el discurso mediático, tiende a dinamitar el propio proceso de cambio ofreciendo relatos desvinculados de la protesta social en marcha, por medio de un tipo de gramática des-legitimadora y atomística a fin de neutralizar el potencial proceso de confluencia de los diversos sectores volcados a la protesta.

La única política viable es una política de confrontación militante, que tome las calles y agite la insurrección jurídica e impositiva a gran escala. Una movilización de este tipo no producirá un efecto inmediato, pero ofrecerá ocasión para la re-articulación de una identidad ciudadana a partir del descontento creciente de la población, antes que ese descontento sea utilizado por la derecha populista xenófoba y el activismo religioso, des-conectando al pueblo de sus auténticos relatos reivindicativos.

Las instituciones democráticas europeas están profundamente embebidas en la política-mercado. Un cambio real sólo puede ser el producto de un giro paradigmático de enorme envergadura, que sólo puede resultar de la recuperación de un quiebre del imaginario en la esfera social, que re-edite modos de confrontación agonística, como proponía Mouffe, y fuerce de este modo a un tipo de consenso confrontativo sin el cual la muchedumbre se encuentra en una posición estéril para negociar su parte en la distribución del esfuerzo y sacrificio social que la llamada crisis exige.

Si los desposeídos, desempleados, sub-empleados, trabajadores acorralados por el temor al despido, universitarios, etc. son incapaces de ofrecer un frente común, el resultado será definitivo y las posibilidades de justicia futura impensables.

DOS VISIONES DEL MUNDO

Neoliberales y neokeynesianos se encontraron en Davos para afilar el discurso y ofrecer sus recetas para salir de la crisis. Los problemas son graves, y el aparato se ha movilizado, en primer lugar, para frenar los intentos de cambio real que exigen las circunstancias.

Para los neoliberales, de lo que se trata es de evitar a toda costa analizar el fracaso estructural del sistema capitalista, y referirse a la crisis en términos de abuso y falta de confianza. Se trata de ordenar, rearticular/conceder ciertas políticas reguladoras y continuar con la fiesta cuando haya pasado el temporal. Mientras tanto, y aprovechando los vientos que soplan, seguir haciendo beneficios a costa de cualquiera.

Los Keynesianos, ahora reconvertidos a obamitas esperanzados, se inclinan por ofrecer incentivos al consumo y encarar una política de obras públicas de gran envergadura que saque a la economía de su parálisis.

Volvamos a la historia reciente, que parece asunto de otro siglo. Pocos meses antes que estallara la llamada 'Crisis' se presentaron a la opinión pública mundial dos cuestiones:

1. ¿Recuerdan la polémica intervención de Al Gore sobre la cuestión medioambiental? ¿Recuerdan el revuelo que causaron las negativas norteamericanas a firmar los acuerdos de Bali? ¿Recuerdan el espanto que nos produjeron las proyecciones de deterioro ecológico que (finalmente, pese a los años de atraso) han sido reconocidas por la mayoría de los expertos del planeta sobre esta cuestión?

2. ¿Recuerdan la crisis alimentaria? ¿Recuerdan el escándalo que causaron las cifras de hambrunas hace apenas un año? ¿Recuerdan la reunión de la FAO en Italia y las proyecciones de mortandad para el próximo decenio? ¿Recuerdan las imágenes de gentes hambrientas luchando por comida en África, Centroamérica, Asia?

Estas dos cuestiones que parecen ahora olvidadas (al menos en los medios corporativos que los tratan con soberana liviandad), resultan clave para comprender la ceguera de los neoliberales y los neokeynesianos que ahora se disputan el privilegio discursivo.

Pese a las diferencias aparentes y reales, unos y otros son parte de una misma visión del mundo, en la que lo que cuenta es mantener las cotas del progreso en movimiento, aun cuando el resultado de sus esfuerzos a corto plazo acabe conduciéndonos (como nos ha conducido) a la destrucción sistemática del entorno (el espacio físico, psicológico y espiritual en el que vivimos) y a aquellos que habitan en dicho entorno (animales humanos y no humanos y otras entidades vivientes).

Como contrapartida, con la simpatía explícita o implícita de los 'muchos' de la tierra, los movimientos alter-globalización, ofrecen:

1. una ajustada crítica a la estructura y ontología del sistema capitalista;
2. una condena al posicionamiento moral y político del sistema y su modelo globalizador.

Desde el punto de vista estructural, la globalización capitalista es suicida (y eco-suicida). La razón de ello es de una sencillez que avergüenza: la incapacidad de hacer justicia (medir) a la tensión totalidad/particularidad, unidad/diversidad.

El enloquecido individualismo depredador acaba destruyendo al propio individuo y con ello las condiciones de posibilidad de un mundo global. La destrucción se produce en, al menos, tres frentes:

1. Los tejidos sociales, que se fragmentan voluntaria y violentamente, en pos del encumbramiento absoluto de los pocos.
2. La destrucción del entorno y de sus habitantes (el entorno físico, psicológico y espiritual) que se ve reducido a mero objeto de dominio e instrumentalización.
3. La historia (y sus tiempos) por medio de la desmemoria y la desacralización de la fiesta, el homenaje y la devoción, todo esto producido por la aceleración especulativa, que a su vez reduce el futuro a mero proyecto de beneficio bruto sin cualidad inherente alguna.

Desde el punto de vista moral, la crítica a la injusticia inherente del sistema viene acompañada de un llamado de atención a la degradación y anulación de todo reconocimiento de perfección intrínseca de lo real de suyo de las personas y las cosas. La visión del mundo capitalista (en cualquiera de sus variantes apuntadas) concibe lo existente como mera funcionalidad.

Frente a ello, la alter-globalización propone:
Anteponer lo social por sobre lo individual; y anteponer lo social a lo existente de suyo.

1. la cosa es.
2. la cosa es para nosotros.
3. la cosa es para mi.

Eso significa que no podemos someter la existencia y perfección de la cosa al uso exclusivo del 'para mi' en detrimento del 'nosotros', olvidando lo que de suyo la cosa es y reclama, articulada o inarticuladamente.
Se trata de reconocer lo que de suyo tiene la cosa, el mundo, la naturaleza. Primero, las cosas 'son', y después son 'para nosotros' los humanos que les damos nombre, respondiendo a la llamada de su ser.
El 'para mí' es un regalo del nosotros. Por lo tanto, eso que llamamos 'propiedad' necesita de:
1. el reconocimiento de la cosa como tal
2. y el reconocimiento social de lo 'tuyo' en la cosa

Cuando el 'para mi' reina a sus anchas, la cosa y el lenguaje se hacen nada.
Por tanto, entendemos la propiedad a partir de una ontología de lo en sí, en contraposición a una ontología del mero valor.

El sistema capitalista en cualquiera de sus formas nos propone participar en un proceso mecanicista de creación de riqueza por la riqueza misma. El motor es la experiencia huidiza de satisfacción. El resultado es la producción de basura. Se trata de revolucionar nuestra comprensión del consumo.

El sistema capitalista es creador de centralismos y periferias, de barrios residenciales y cloacas humanas, de centros de poder e instituciones de control y seguridad. De lo que se trata es de revolucionar el localismo, multiplicar los centros y ofrecer alternativas a los pueblos a volver a decirse a sí mismos, a volver a hacerse dueños de su destino.

Finalmente, las 'maneras'. Lo que necesitamos es aprender un nuevo 'saber estar' y un 'dejar hacer'. Eso nos lleva a la noción de 'serenidad': que las gentes y los pueblos encuentren su voz, lo que se contrapone a la retórica del imperium y otras formas de neo-colonialismo.

UNA ORACIÓN FRENTE A DAVOS

DAVOS

Las vedettes se han vuelto a dar cita en Davos.
Todos están de acuerdo: Davos ya no es lo que era. El glamour se ha marchitado. La euforia de los números se ha vuelto melancolía.
Los expertos se han vuelto hombres de la calle.
Las piruetas aritméticas no convencen a nadie.
Lo que ayer sonaba a erudición, es hoy sinónimo de palabrería.
Los únicos a los que el respeto aun les 'sienta bien' son aquellos que se atrevieron a rebelarse contra el edificio de mentiras de la economía mundial. Pero son un puñado.

LA CRISIS

No era necesario ser un genio para saber que el asunto no podía durar, pero los expertos ni chistaron.
Quienes hablaron claro y publicaron sus pareceres en la prensa 'alternativa', fueron tildados de locos fanatizados por los mandarines de la alta economía.
Hace gracia que esos locos radicales a los que nadie escuchaba hayan resuelto las ecuaciones que los supuestos genios fueron incapaces de anticipar.
Los sabios maestros que nos advirtieron del peligro no forman parte del coro mediático que articula la voluntad de los depredadores y sus mercenarios (como los llamaba Jean Ziegler).

LOS RADICALES 'ANTI-SISTEMA'

Es curioso que la gente se olvide de los 'radicales', de los 'anti-sistema', de los muchos que protestaron en las marchas anti-globalización. Es curioso que esas voces que con claridad meridiana advirtieron el peligro que se avecinaba no sean recordadas con respeto y agradecimiento en los medios corporativos. No hay mención de esta gente, de estos movimientos. No hay rectificación ni reconocimiento a aquellos que adelantaron las múltiples crisis que se nos echan encima con un realismo candoroso, que los voraces ideólogos del libre mercado se negaron a reconocer, sea por pura malevolencia o religioso fanatismo.

LA HISTORIA

Para cerciorarme que la memoria no distorsiona mi intuición, he vuelto a revisar mis archivos. De internet bajé viejos artículos. Releí los documentos que tenía en mi biblioteca y comprendí que los 'radicales' que la prensa mayoritaria vapulea en sus artículos de opinión, debería recibir de nosotros (al menos) un oído, habiendo previsto en grado tan extremo y con anticipación tan abultada la desgracia que se nos avecinaba. Un caso argentino digno de mención es Pino Solanas, que en 1991 fue merecedor de un tiro por haber denunciado lo que se nos estaba haciendo (metiendo mano y violando: no sólo por los corruptos de adentro, sino también por los corruptos de afuera)

PERIODISTAS CORPORATIVOS

Sin embargo, los mismos imbéciles que ayer ensalzaban el crecimiento y atesoraban palabras para alabar un sistema corrupto y perverso, siguen teniendo la palabra. “Nadie es responsable”, parecen decirnos, “así es la vida”.
Es cierto, las variables no ocupan ya lugar en sus discursos. Ahora, cuando todo esta perdido, dejan a un lado su arrogante jerga económica que no sirvió más que para despojar a los pueblos de su riqueza y nos dicen: ni los más afilados expertos pueden prever las consecuencias de la crisis. Tampoco podían entonces, dar con la clave de lo que se avecinaba.

SENTIDO COMÚN

Pero entonces, me pregunto yo, no haría bien una persona decente, bienintencionada y razonable, en volverse a aquellos que dieron aviso del peligro que se nos venía encima, que nos conminaban a cambiar de rumbo, a buscar alternativas a la tragedia.
Para la mayoría (aunque parezca mentira) es impensable pensar de ese modo, ni siquiera se les ocurre. Los tertulianos inútiles, los conductores televisivos de siempre, los mismos comentaristas que no pegaron una siguen siendo los referentes informativos, los gurús a los que rendimos nuestro raciocinio.

IMBECILIDAD

¿Qué nos pasa? ¿Somos sencillamente imbéciles? ¿Es posible que lo seamos en tan extenso grado o se trata de una broma que nos jugamos porque preferimos hacernos los distraídos?
¿No es de sentido común darle la espalda al cirujano que nos desfiguró la cara y buscar un médico decente que nos ayude a superar la macabra intervención del carnicero?
Pues no. El sentido común de muchos de nosotros es dejar que nos sigan violando con mentiras, que nos sigan mintiendo diariamente. No cambiamos de diario, ni apagamos la televisión, ni hacemos oídos sordos a las distorsiones de la radio. Seguimos por el mismo camino, votando las mismas alternativas, dejando que ellos, los monstruos amables de siempre marquen la agenda de nuestro pensamiento.

LA REALIDAD

Para evitarme el cinismo, que como decía Sábato, es lo único que no podemos permitirnos, volví a las viejas estadísticas que apenas nos conmueven:

La FAO decía en el año 2000 que 100.000 personas morían diariamente de hambre o a causa de sus secuelas;
que 826 millones (de los 6.000 millones que somos) padecen desnutrición crónica;
que cada 7 segundos un niño menor de siete años muere por falta de alimento.

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) 2.000 millones de seres humanos (de los 6.000 millones que somos) viven en lo que denominan 'miseria absoluta':
no tienen ingresos fijos,
ni trabajo regular,
ni donde vivir,
no reciben atención médica,
ni disponen de alimentos suficientes,
ni tienen acceso al agua potable ni están escolarizados.

Pero como decía Ziegler: “La destrucción de millones de seres humanos por el hambre se efectúa con una especie de gélida normalidad, a diario y en un planeta que rebosa riquezas”.

DAVOS II

Mientras tanto, los responsables últimos de tanto sufrimiento se reúnen en Davos.
Lo que queda al final de las reuniones es una oscura imagen que debería estremecernos a todos, pero en cambio sólo produce indiferencia gracias a la feliz actividad de los medios afines que -como señalaba el documentalista australiano John Pilger- tienen la obligación de 'normalizar lo impensable'.
Para los señores de Davos, los depredadores y mercenarios, los banqueros, los políticos asociados, los CEO's y otros privilegiados de la fiesta global, es imprescindible alertar acerca de la seguridad planetaria. No hay propuestas decentes para proteger a los más desvalidos, sino una injuriosa referencia a su peligrosidad.
La crisis no se resolverá en breve, nos dicen. No hay nada que hacer, así es la vida.
Los despidos, el hambre, la marginación, la desnutrición, la desprotección, la indignidad, el oscuro futuro, la desesperación de la gente impaciente que no comprende la naturaleza escatológica de esta crisis los traducen ellos como una amenaza para los ricos de la tierra que es necesario atajar.
Las pobres pueden impacientarse, y se impacientan, y crean toda clase de peligrosas inconveniencias que es necesario frenar.

GENOCIDIO

Ya se pueden imaginar ustedes lo que eso significa, porque saben leer y escribir y conocen perfectamente nuestra historia planetaria y no son tan ingenuos como para creer que 'la esperanza Obama' nos sacará del atolladero con la ley en la mano.
No van a repartir confites en esta fiesta del nuevo mundo a la que estamos todos invitados: no estrenarán nuevas políticas sociales, no impondrán controles al capital, no exigirán justicia laboral, no cerrarán los paraísos fiscales, no llevarán ante la ley a los responsables del sufrimiento planetario que se avecina. Nada de eso: en un mundo donde el fracaso es una enfermedad, y la mejor medicina es la amputación, lo que haremos es cortar los miembros gangrenados, extirpar, asesinar por otros medios a los sobrantes.

SEGURIDAD

No se asusten. Ya lo estamos haciendo. Nuestros gendarmes policiales mantienen a raya a los miserables para que no abandonen la periferia, las cercas que rodean los territorios de los privilegiados son cada vez más altas. Nuestra tecnología es cada vez más eficaz para identificar a los indeseables y mantenerlos lejos. Diez años de guerra contra el terror nos ha hecho expertos en la seguridad. Las ciudades se han puesto al día para enfrentar la crisis humanitaria que se avecina.

EL FINAL DE LO HUMANO

Por lo tanto, podemos concluir sin temor a equivocarnos, que a menos que hagamos algo, estamos atravesando el final de una era que duró dos suspiros: la ilusión de un mundo gobernado por la justicia y los derechos humanos, por la benevolencia práctica y la dignidad de los habitantes de la tierra. Estamos asistiendo al comienzo del mayor genocidio de la historia de la humanidad. Un genocidio que llevaremos a cabo 'por otros medios'.

A MODO DE CONCLUSIÓN:

Para quienes crean que mis augurios son pesimistas y alocados, les ruego que vuelvan la mirada hacia el pasado, que rememoren o vuelvan a visionar en Youtube el bello discurso que George Bush (padre) ofreció hace dos décadas sobre el nacimiento de un Nuevo Orden Mundial. Hagan el esfuerzo, vuelvan a escuchar a sus periodistas favoritos, a sus respetados gerentes y a todos los tertulianos que defendieron el mundo que ahora se nos muestra monstruosamente oportunista y cruel, y piensen:

Si ayer, cuando las arcas estaban llenas, fueron incapaces de compartir su riqueza con los esclavos del planeta; si ayer, cuando la frivolidad y el despilfarro eran moneda corriente, fueron incapaces de estremecerse ante el sufrimiento agónico de sus hermanos; qué harán hoy estas gentes, estas bestias amables, estos buitres simpáticos que manejan las cuentas de las grandes empresas, las maquinarias bancarias, los medios mentirosos que les sirven, las instituciones que despojan hasta del alma a las comunidades humanas.

Nos queda la condena moral, nos queda la dignidad del débil, nos queda la verdad de la tierra que no olvida, nos queda la maldición, nos queda la rebeldía, nos queda la rabia, nos queda la promesa de defender un futuro para que nuestros hijos vivan en un mundo que ahora se muere, nos queda la valentía de morir por ellos peleando esta batalla por la dignidad de todos nosotros.

ORACIÓN

Digamoslo de este modo:

Ruego a Dios y a los ángeles que están en el cielo y a los santos que protegen nuestra memoria
Ruego a los Budas, Bodisattvas, Dakas y Dakinis que habitan el cosmos
Ruego a las divinidades y protectores de los pueblos del mundo
Y ruego a aquellos cuya lucidez iluminó esta tierra a lo largo de su historia
Que nos den fuerza para escapar a la pantomima, a la ilusión, al engaño
Para que veamos con claridad el peligro que corremos
Y nos rebelemos ante esta máquina asesina que se ha hecho dueña de sí misma, y nos apura a la destrucción.

EL FIN DE LA VIOLENCIA

Creo que hay una pequeña confusión que merece que aclaremos.
Hay personas que han perdido el tren de la historia y no han tomado consciencia del mundo hacia el cual nos dirigimos. Por esa razón, a fin de clarificar el asunto, y permitir que salga a la luz lo que ya está frente a nuestros ojos pero nos negamos a ver, intentaré poner de manifiesto el asunto de forma sencilla.

Hace unos años, nos cuenta Robert Fisk, una importante agencia de noticias tuvo acceso a documentos confidenciales de la base de Guantánamo. Dichos documentos fueron entregados a la agencia por los propios oficiales de Guantánamo. De ello debemos concluir que el propósito era llevar al conocimiento público alguna cuestión que resultaba relevante para dichos oficiales. En el documento, un prisionero, interrogado por el tribunal, exigía que se le permitiera comunicarse con sus familiares y acusaba al tribunal de estar violando las convenciones internacionales sobre prisioneros de guerra. El presidente del tribunal contestaba al prisionero que no iba a continuar escuchándole, y le conminaba a que se redujera a contestar las preguntas que se le hacían. Ante la insistencia desafiante del prisionero, el presidente del tribunal ordenó que lo regresaran a su celda acompañando la orden con la siguiente afirmación: las leyes internacionales no significan nada para nosotros.

¿Por qué razón existe Guántanamo? ¿Por qué la violación sistemática de los derechos humanos se realiza a la vista de todos? ¿Qué es lo que buscan mostrándonos el horror, anunciando a bombo y platillo que no están solos en esta guerra sucia contra el terror? ¿Qué es lo que pretenden? ¿Qué es lo que quieren de nosotros?

Israel ataca a Palestina. Somete a una población privada de sus derechos elementales desde hace muchos años a un bombardeo ininterrumpido durante más de veinte días. Mata cerca de 1.300 personas y produce más de 5.000 heridos. Destruye sus infraestructuras y exige una rendición incondicional. Al no conseguir su propósito, decide un cese al fuego unilateral cuyo único objetivo es la humillación absoluta de su enemigo.

En el interín, y a los ojos del mundo, y sin la más mínima necesidad de ello, debido a su desproporcionada fuerza militar si la comparamos a los maltrechos 'terroristas' de Hamàs y otros grupos de la resistencia, lanza bombas de fósforo blanco, bombardea escuelas, hospitales y centros de refugiados de la ONU, impide socorrer a los heridos y enterrar a los muertos.

El historiador israelí Ilan Pappe ha señalado que no debemos olvidar que durante el año 2007-2008 en el que debía respetarse la tregua entre Hamàs e Israel, este último mato a 300 palestinos, con la complicidad del gobierno clientelar de Abbás y sus secuaces.

Todo esto ocurrió frente a nuestros ojos. No hay maniobras secretas, oscuras maldades que se tejen en guaridas de conspiradores. No, todo se hace a la luz del día y con la participación voluntaria o involuntaria de los medios de comunicación que, independientemente de su toma de posición sirven para ofrecer publicidad a aquello que desean que se publicite.

¿Qué es lo que quieren que sepamos? ¿Qué imagen pretenden ofrecernos? ¿La implacabilidad? Parecen decirnos: No nos detenemos ante nada. Dueños de la más alta tecnología y con el objetivo de dominio absoluto del planeta, el mensaje es definitivo: rendición o muerte.

Además de los muertos y los heridos, Palestina es un símbolo, un escenario donde los poderosos del planeta ofrecen un mensaje a todos aquellos que se resisten: seremos implacables, seremos asesinos, las leyes no significan nada para nosotros, sólo el poder, la tecnología dispuesta exclusivamente al dominio. No haremos concesiones, porque no son ya necesarias. La desproporción se ha vuelto ontológica: somos otra clase de seres, ya no somos los seres disminuidos y patéticos que solíamos ser, ahora somos super-hombres, übermensch. Somos 'bestias rubias de ojos azules', enfundados en nuestras casacas divinas, en nuestros carros de acero. Pero ¿Quién es Palestina? Palestina somos nosotros, como nos recordaba Brecht.

Israel ha declarado un cese al fuego unilateral. Ni siquiera se ha dignado a llegar a un acuerdo, lo que busca es infligir la máxima derrota militar y la mayor humillación.

CHÁVEZ Y MORALES

Llevamos varios años escuchando a políticos, voceros, tertulianos y simples informadores estadounidenses diciendo que la 'dictadura' de Chávez representa una amenaza para todo el hemisferio americano.

Los europeos han sido más precavidos. Nadie ha solicitado el asesinato del supuesto dictador, como hacen la derecha estadounidense sin morderse los labios, aunque se conocen las relaciones que el gobierno español, por ejemplo, tuvo con los golpistas que secuestraron al presidente Chávez en abril de 2002.

Aun así, la campaña mediática contra Chávez ha sido denunciada en tantas ocasiones que no vale la pena volver a la cuestión. Periódicos como El País, han sido sistemáticamente expuestos por observadores independientes a la parcialidad corporativa que practican, a la tergiversación mediática que hacen, de todo lo que concierne al presidente del país petrolero.

Cabe señalar, por tanto, que aquellos interesados en la verdad deberían tomar precausiones a la hora de hacer juicio sobre lo que ocurre en otras latitudes cuando la fuente de información es de una parcialidad tan afilada como la de la prensa europea a la hora de informar sobre la realidad latinoamericana.

En latinoamerica la campaña no ha sido menos agresiva: Las llamadas 'clases medias cosmopolítas' que habitan el extenso territorio que se extiende desde Usuhaia hasta Bogotá han decidido con una unanimidad asombrosa, que el señor Chávez es una vergüenza y un peligro para la gente decente.

La unanimidad enfebrecida siempre asusta a la gente inteligente. Los medios de comunicación afínes encolerizan a la clase bien vestida, alimentándola de un imaginario incendiario de una irracionalidad sorprendente. La sombra de los 'rojos' comunistas pro-soviéticos que anteayer sirvió como justificación para asesinar masivamente a una generación de compatriotas y despojar a los pueblos de sus riquezas naturales y llevar a las gentes a la esclavitud neo-liberal, ha desaparecido. Ahora ya no hay 'rojos' como los de antes, pero acecha la sombra de los 'mestizos' populistas que tanto exasperan a los lectores de Vargas Llosas. La imbecilidad de esta clase educada en universidades de prestigio tiene algo de pathos mimético: se trata de pensar lo que se piensa, decir lo que se dice, y hacer lo que se hace.

Ayer fueron la Escuela de las Americas y las aulas de la Universidad de Chicago las que sirvieron como anfitriones a militares golpistas y despiadados economistas del despojo. Hoy preparan a los ministros de un hipotético futuro que no debe ocurrir, instituciones bancarias, corporaciones multinacionales y organizaciones 'caritativas' como las FAES o la NATIONAL ENDOWMENT FOR DEMOCRACY.

No necesitamos ser unos genios para comprender que significa la amenaza de esta 'izquierda' latinoamericana tan denostada, 'mestiza, populista y autoritaria'. Significa que las 'clases medias cosmopolítas' sienten peligrar sus privilegios políticos, su relevancia en el quehacer de las identidades nacionales.

Ser latinoamericano implica necesariamente, no ser europeo, ni ser norteamericano. Pero las clases medias cosmopolitas reniegan de los mestizos porque su identidad se afirma en la diferencia que establecen con los de adentro y el orgullo que les causa su proximidad con los de afuera.

Los norteamericanos saben muy bien que no son latinoamericanos ni europeos, ni pretenden serlo. Los europeos son cada uno de su sitio, y a mucha honra.

Entre las duras críticas que reciben las izquierdas latinoamericanas, la más reiterada es aquella que pone en cuestión su talante democrático y su respeto a los principios de libertad de expresión.

Cualquier persona decente, con cierta imparcialidad básica que se tome el trabajo de observar la prensa escrita y audiovisual en los Estados Unidos, Europa y Latinoamerica comprenderá sin demasiado esfuerzo que la libertad de expresión en países como Venezuela, Argentina, Bolivia o Ecuador es mucho más amplia, y el espectro de opiniones opuestas muchos más extenso que lo que podemos encontrar en la prensa norteamericana o europea. Lo mismo ocurre en países como Colombia, cuyo analfabetismo informativo es tan monstruoso, y la censura consensuada tan profunda, que resulta estremecedora. El caso de Cuba es otro. Dejaremos esta cuestión para una próxima reflexión.

Lo que si me importa destacar es lo siguiente. Los 'progres' dirán que se debe a mero populismo, acusarán a Chávez y Morales de oportunistas, endilgarán a los dos presidentes connivencias en una trama secreta de maldad, dirán que se trata únicamente de una estrategia para silenciar mediáticamente el descontento por las medidas que promueven internamente, etc.

Pero sea como fuere, quisiera dar la bienvenida a estos dos valientes mandatarios latinoamericanos, por la decisión que ningún otro gobierno del mundo se atrevió a tomar: romper sus relaciones bilaterales con el estado de Israel como protesta a la brutal agresión, la masacre que viene cometiendo en forma continuada sobre la población palestina.

Para acabar, los convoco a que ejerciten la defensa de estos gobiernos democráticos y populares, informándose y ofreciendo vuestra inteligencia como antídoto a la ignorancia concertada de las 'clases medias cosmopolitas' que desde siempre, parafraseando al Martín Fierro, se empeñan en asociarse con los de afuera, para comerse a los de adentro.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...