LA SELECCIÓN ESPAÑOLA DE FÚTBOL Y EL ESTATUTO DE CATALUNYA




Ayer estuve en Girona. Haciendo tiempo en un bar, escuché la conversación de unos tertulianos en la mesa vecina. El tema giraba en torno al recorte que ayer se anunció, después de tres largos años de espera,del Estatuto catalán por parte del Tribunal Constitucional.

Un Estatuto, valga recordarlo, que fue redactado en el Parlament de Catalunya. Que luego fue refrendado por las Cortes Generales. Que el pueblo convalidó en una consulta (ciertamente de limitada participación ciudadana). Para luego ser llevado a los tribunales por el Partido Popular, ante la supuesta amenaza de “balcanización” que un estatuto de estas características suponía para la unidad del Reino de España, debido a las reivindicaciones nacionales y las exageradas pretensiones de autogobierno que se adjudicaban en ella los catalanes.

La mayoría de los periódicos de Madrid afirmaron al unísono que sólo había un vencedor en esta sentencia: la legalidad, la constitución española. Y que ahora le tocaba a los catalanes hacer fuerza-corazón y acatar lo decidido. Mientras tanto, el President Montilla y el resto de las fuerzas políticas catalanes, preocupadas también por las elecciones que se avecinan, llaman a la ciudadanía a las calles. Artur Mas ha sido contundente: un país que no se hace respetar, no será respetado. Las cosas se ponen calientes. Y los periódicos catalanistas se apresuran a sentenciar el fracaso de los pactos del 78.

Entre los tertulianos que ayer discutían la actualidad en la mesa vecina mientras yo almorzaba un cap i pota amb cigrons acompañado de un vi negre catalá, era patente la indignación, la rabia, pero bien matizada, con esa mezcla de prudencia y pesimismo que ha caracterizado siempre a los catalanes, eso que aquí se llama el “seny” (la cordura, o buen sentido, o sentido común) de los catalanes.

La contenida rabia, sin embargo, ha ido in crescendo en los últimos años. Ahora, cuando se les da ocasión y se les escucha, muchos catalanes hablan y ofrecen sus razones para sentirse ofendidos por los españoles, la política española y el "mugido anticatalanista de las masas brutalizadas que los atacan con las argumentos que los tertulianos de la COPE e INTERECONOMÍA" publicitan.

Yo, que no soy catalán, que no he nacido en esta tierra y que muchas veces debo sufrir la malquerencia y desdén con el cual muchos autóctonos tratan a quienes venimos de afuera (los catalanes no son una excepción a esta xenofobia sutil practicada por la gran mayoría de los ciudadanos de a pie), no dejo de sorprenderme con el modo en el cual los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos son tratados como parias, y sus opiniones como desquicios de otras épocas. No hay lugar alguno para la argumentación en estos asuntos. Hay que encender el televisor y escuchar las noticias en catalán, en euskera o en gallego para saber lo que piensa esta gente. En las cadenas nacionales, los nacionalistas son eso: nacionalistas, que es más o menos como un insulto bien puesto que se permiten aquellos que se saben libres del pecado de la superstición.

Pero ahora permítanme que les cuente tres breves anécdotas que pueden ilustrar mi experiencia en este país.

(1) Hace un par de meses, por ejemplo, un catedrático de la Universidad de Barcelona me comentó que el venía de una familia hispano-parlante, que en su niñez sus simpatías corrían cincuenta y cincuenta de un extremo a otro de la geografía peninsular, pero que durante las últimas décadas los catalanes habían sufrido tan grande injusticia y menosprecio, que ahora estaba un ochenta a veinte por ciento.

El hombre en cuestión me contó que había sufrido ese desprecio en carne propia. Y me relató cierta ocasión en la que, habiendo concurrido a un congreso de psicología en Madrid, se había encontrado con colegas que discutían acaloradamente la necesidad de enfrentarse al “egoismo”, la "actitud insolidaria" y la “tacañería” catalana con un boicot a sus productos. “Se dijeron cosas tan terribles sobre nosotros”, me decía el buen hombre, “y se han dicho tantas otras desde entonces, que cada vez estoy más cerca del nacionalismo independentista catalán, hasta el punto de que, por primera vez, en las últimas elecciones, he votado a Esquerra Republicana.”

(2) Hace unos meses nos visitó la hermana de mi mujer, quien había venido a España, a Madrid concretamente, a participar en un postgrado sobre tratamiento de residuos en la Universidad Complutense. El postgrado estaba dirigido exclusivamente a Latinoamericanos. A mitad de curso, en cuanto tuvo un fin de semana libre, nos visitó. Entonces nos contó que en una de las clases que había recibido el profesor había manifestado ácidas opiniones contra Catalunya y los catalanes, a quienes culpaba enteramente de la imposibilidad de aplicar políticas medioambientales a nivel estatal. Hizo referencias políticas, pero también sociológicas, y repitió el estribillo del "egoismo" y la "falta de solidaridad". La hermana de mi mujer estaba un poco preocupada por nosotros que debíamos lidiar con una sociedad tan amarga y resentida.

(3) Poco después, la prima de mi mujer, una arquitecta ecuatoriana que ha vivido durante varios años en Madrid, nos hizo una visita. Coincidieron en la reunión unos vecinos catalanes. Organizamos una comida. Hablamos en castellano, como ocurre habitualmente cuando el convidado es español. Lo cual hizo olvidar a nuestra pariente los buenos modales que debemos a nuestros anfitriones, lo que le llevó, después de varias horas de charla, a repetir algunas opiniones que había escuchado entre sus amigos madrileños. Lo que más me sorprendió fue el silencio que guardaron mis vecinos. Puede que sea la costumbre, lo cierto es que no respondieron a las ofensas. Tuve que ser yo quien le recordara a mi prima política que estábamos en Catalunya y que mis amigos eran catalanes, y que las supuestas acusaciones acerca del empecinamiento catalán por hablar su lengua pese a todo, su arrogancia y nacionalismo fanático resultaba inapropiado.

Todo esto hace muy compleja la cuestión acerca de lo que representa y a quién representa la selección de fútbol española, en la que han sido convocados 7 catalanes, algunos de ellos considerados hoy día el "alma" misma del equipo, que se meten dentro de la "samarreta" roja de la selección y pelean cada pelota como si fuera la última.

Sin embargo, entre la gente que conozco en este país (Catalunya) no hay muchos “forofos” de la “roja”. La inmensa mayoría apunta sus simpatías a la selección porque en ella participan catalanes: Xavi, Busquets, Puyol, etc. Pero los más se muestran (¿por respeto?) indiferentes a la suerte de la selección española. Dicen no sentirse representados en ella. Dicen ser del Barça y de España no quieren oir hablar.Pero también hay muchos que van más allá y, pese a que cargan con un pasaporte y un DNI español, anoche hacían sus cábalas para que los portugueses les dieran una paliza a los de Vicente del Bosque.

Mientras esto ocurre, los programas televisivos se deshacen en elogios a su selección, y corean el estribillo de que 47 millones de Españoles la apoyan. El “Si, podemos” que les es peculiar se repite como si una sola nación estuviera detrás de este equipo de fútbol. Pero no es así, hay gallegos, vascos y catalanes que no se sienten cómodos en España, y resulta imprudente por nuestra parte no hacer caso a sus sensibilidades o tacharlas exclusivamente como radicalismos infundados.

Alguno puede hablar de una minoría resentida respecto a las suspicacias que despiertan los esfuerzos por hacer de "la roja" un símbolo de todos los españoles. Pero es bien sabido que los argumentos ad hominem nunca han sido buenos argumentos y que en general, cuando ocurren, son muestra de la debilidad de las posiciones de quienes los emiten.

Para colmo de males, hay quienes en el otro extremo del abanico político, se rasgan las vestiduras por el invento periodístico de llamar a la selección de España, "la roja”, debido a las connotaciones que esto conlleva en un tiempo convulso como el nuestro, en el que aun se discute la memoria y la desmemoria, haciendo lo posible y lo imposible para no desenterrar a los muertos.

Por ello, a diferencia de lo que ocurre con otros países, cuyos ciudadanos, con una sóla voz, alientan a sus atletas y deportistas, la muy ansiada victoria que muchos españoles esperan que su selección consiga en los próximos días, se verá empañada por el desdén e incluso la rabia de muchos otros que, aun siendo “españoles” en sus papeles, en sus corazones pretenden ser otra cosa.

Independientemente de las posiciones que adopte cada uno, cabe preguntarse por qué razón un número no desdeñable de ciudadanos sienten que España no es su patria. Puede que aquí la fuerza de la costumbre haya logrado que dejemos de extrañarnos con este asunto, o que el fuego de las pasiones nos impida un pensamiento "prudente" (ético) de lo que ésto significa.

Mal haríamos si tomáramos posición antes de haber puesto en consideración los reclamos de los pueblos, y de los hombres y mujeres que individualmente alegan sus razones para irse o quedarse, o dicen pertenecer a otra patria, o exigen a sus conciudadanos una fidelidad, aunque sea no sentida, a una bandera que en muchas ocasiones se ha convertido en el estandarte de su enemigo.

No se trata, pues, sólo de fútbol. Porque, como venimos diciendo desde hace ya algunas semanas, el fútbol no es sólo fútbol, sino también, muchas otras cosas.

PD: Quedan pendientes: (1) un post sobre el tema del nacionalismo en general; (2) una reflexión sobre la cuestión tibetana que nos permita comprender las causas nacionalistas vasca, gallega y catalana a la luz del contraste con esa otra causa con la cual muchos simpatizan; (3) una reflexión acerca del proyecto plurinacional boliviano que ha impulsado Evo Morales.

¿CÓMPLICES DEL SILENCIO?



Hace 25 años me fuí de la Argentina. Quienes me conocen saben que, desde el día que me fui, me ha obsesionado una cuestión:¿Cómo es posible que esa gente, medianamente amable, compañeros del cole y del rugby, familiares y amigos, hayan participado o apoyado el horror del genocidio en Argentina? Aun peor, ¿Cómo es posible que después de todos estos años, de todo lo que se ha dicho y visto en estos años, muchos de ellos sigan apoyando el asunto o haciéndose los distraidos?

En mi primer regreso a la Argentina, después de 7 años de ausencia, comprendí que esa gente no volvería a estar en la lista de mis amigos y conocidos, que no volvería a sentarme con ellos a la mesa. Me volví a ir y exceptuando unas pocas excepciones casuales, encuentros fortuitos y referencias indirectas, no he vuelto a tener noticias de ellos.

Sin embargo, cuando he tenido la “fortuna” de cruzarme en el camino con alguno de los personajes de mi adolescencia, compruebo que no han cambiado mucho las perspectivas que defendían. Públicamente, hay pocos que se atrevan a decir algo sobre aquellos años de terror, pero como antídoto han hecho lo posible para no tener que pensar en el asunto. Por eso, pienso, les molestan tanto las reiteradas referencias al tema que en los últimos años el oficialismo y los movimientos sociales han instalado en el espacio público. En la intimidad, los más "progresistas" justifican su falta de compromiso promoviendo la teoria de los dos demonios. En breve, condenan sin distinción toda forma de violencia.

Por supuesto, desde mi perspectiva, una persona que 30 años después de aquellos hechos macabros continúa defendiendo una posición de este tipo es mucho más perversa de lo que imagina. En realidad, lo que demuestra es la complicidad en la que de un modo u otro sucumbió durante aquellos años o en la que aun participa. Convengamos que nadie en su sano juicio que haya dedicado más de dos minutos y medio a pensar de qué se han tratado las circunstancias de ese tramo trágico de la historia argentina puede sostener un discurso de este tipo con seriedad. Se necesita anular el pensamiento, o un grado de cretinismo extremo, para sostener algo semejante. Y esto no porque no hayan existido crímenes entre los guerrilleros (no vienen al caso, realmente), sino porque lo que se juzga es algo completamente diferente, lo que se juzga es un tipo de alevosía calculada en el uso de la fuerza que hace de dichos crímenes objeto del mayor repudio universal.

Pero hay pruebas evidentes de que esta condena “abstracta” a la violación de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad forma parte de los imaginarios de esta misma gente que es incapaz de aplicar sus consecuencias particulares en nuestra patria. Algo que tenemos en común, por ejemplo, con muchos españoles de estos días, que se han "llenado la boca y luego la panza” durante estas últimas décadas abriendo causas contra dictadores africanos y sudamericanos haciéndose pasar por férreos defensores de la justicia, pero que ahora permanecen mudos a la hora de defender las instituciones, en su propio territorio, que intentan hacer justicia a las víctimas del franquismo.

He visto a alguna de esta gente “evolucionar” durante estos años. He tenido ocasión de escuchar a unos pocos en mis distanciados viajes a la Argentina o, como decía, en los encuentros fortuitos que he tenido con algunos de ellos fuera del país.

Recuerdo cierta ocasión, hace un par de años, en una fiesta a la que un conocido me insistió que asistiera, en la que un grupo de argentinos “bienpensantes” frivolizaba la cuestión de los derechos humanos. Ante mi intervención iracunda, un jóven que debía rondar los treinta y había sido destinado por una multinacional del deporte a Barcelona a cumplir labores gerenciales, me respondió que no era asunto suyo. Él era demasiado “chiquito” como para que se le impusiera ese pasado. ¿Qué decirle a un idiota semejante? ¿Cómo explicarle que todo lo que somos tiene que ver con el pasado, desde el nombre que nos han dado, pasando por la educación y la lengua que inconscientes farfullamos?

En otra ocasión, me tocó comer con un hombre que rondaba la edad de mis padres. Después de una acalorada discusión en una bolichón de la calle Córdoba, me dijo que no podía entender la insistencia del gobierno kirchnerista con los derechos humanos. Y con seriedad (lo sorprendente era la seriedad con que lo hacia) me preguntó si yo no torturaría a una persona que sabe donde se puso una bomba que puede matar a cien personas si torturándola soy capaz de salvar todas esas vidas inocentes. Me quedé con la boca abierta. No podía creer que alguien fuera tan idiota o perverso como para usar un argumento de ese tipo. Después de treinta años y con toda el agua que ha corrido debajo del puente, ¿es posible que alguien repita un argumento tan retorcido?.

En otra escena estoy charlando con un hombre mayor, afable y “entendido”. Hablamos de temas variados. Cuando llega el momento, le pido que me diga algo de la época de la dictadura militar. El tipo se me queda mirando como si no entendiera la pregunta. No es un interrogante descabellado. Se trata de un hombre de empresa, medianamente exitoso, que además fue funcionario público durante buena parte de su carrera antes de reconvertirse. Aunque no me crean, su única respuesta fue: “Para nosotros las cosas estuvieron bien”.

Nunca he entendido a esta gente. Pero mucho más difícil me resulta entenderlas cuando capto el aura de moralismo con el cual habitualmente se rodean. Contrariamente a lo que pudiera creerse, mucha de esta gente es católica convencida, gente que bautiza a sus hijos y los lleva con ganas a catequesis, gente que está preocupada por “los valores”. Gente que se indigna ante un crímen pasional o la impunidad de los delincuentes, pero que al mismo tiempo se vuelve fría y calculadora cuando el crímen adquiere las proporciones monstruosas del genocidio, y las técnicas del asesinato y la tortura llevan a la indignidad radical de los seres humanos a los que se somete.

Lo que me sorprende es que no se trata de nietzscheanos, de relativistas, de nihilistas o escépticos perdidos. Todos y cada uno de ellos son creyentes. A algunos los he visto persignarse cuando pasan frente a una iglesia y, en tono preocupado, comentar acerca de la decadencia moral de nuestra época. Lo cual, evidentemente, nos pone en una curiosa encrucijada cuando intentamos dar forma a nuestras propias convicciones.

Recuerdo una anécdota sobre el Dalai Lama. Fue en su visita a Auswitch hace un par de años. Después de varias horas recorriendo el lugar y escuchando el testimonio de las personas que le acompañaban decidió ofrecer oraciones. Pero cuando le preguntaron qué era lo que más le impresionaba acerca del tamaño de la maldad que esos edificios le transmitían, respondió diciendo que él mismo podría, en un futuro, ser cómplice de ese horror. Rezaba para no serlo nunca, para no participar nunca en algo semejante. No se puede ser budista y ser ambiguo en esta cuestión. Como no se puede ser cristiano, y mantener una posición dubitativa acerca de lo que Argentina vivió durante la dictadura de 1976. Nuestra preocupación debería ser, de ahora en más, que podemos volver a ser cómplices de la maldad.

Cuando miramos una película sobre sucesos semejantes ocurridos en lugares distantes nos estremecemos, nos emociona y nos ponemos de parte de las víctimas. Nos indignamos cuando escuchamos o sabemos de alguna flagrante injusticia ocurrida en otros países. Incluso esta gente de la que hablo, que parece anesteciada moralmente, se tapa la boca como un huevo e incluso llora cuando se le presentan este tipo de atrocidades. Eso demuestra que es posible una conversión, que no todo está perdido. Lo que se necesita es ver la luz, que en este caso, es tomar contacto con la mayor de las oscuridades. Los budistas creen que no puede haber crecimiento moral si no somos capaces de enfrentarnos imaginativamente al sufrimiento. A nosotros nos toca sentarnos en silencio y vivir en el fondo del alma lo que pudo haber sido para esas madres, antes de ser ejecutadas, el haber sido arrancadas de sus hijos, y lo que significa para esas abuelas saber que en algún lugar del mundo, esos niños yerran sin saber quiénes son verdaderamente.

De esas cosas se sigue discutiendo en la Argentina. No debería sernos indiferente.

APOYAMOS LA CANDIDATURA DE LAS ABUELAS DE PLAZA DE MAYO AL PREMIO NOBEL DE LA PAZ



Estas increibles mujeres argentinas han cuidado de nuestra memoria.

Nos traen del pasado respuestas acerca de esa pregunta esencial: ¿Quiénes somos?
Nos explican la historia. Es decir, cómo hemos devenido este país nuestro en el mundo de todos.

Estas mujeres nos permiten una reconciliación con la verdad: el único camino que conoce el amor.

Si mi padre y mi madre hubieran sido uno de esos muchachos y muchachas secuestrados durante la dictadura;
Si mi madre me hubiera dado a luz en uno de esos centros clandestinos de detención, como esos chicos que aún esperan ser recuperados;
Si ellos hubieran sido asesinados y desaperecidos, como esos miles que exigen nuestra memoria;
Si yo, criatura indefensa, frágil, inocente, hubiera sido apropiado,como tantos saqueados de su verdadero nombre;
Si estas cosas hubieran pasado, habría querido tener una abuela como Estela de Carlotto.

No importa cuánto tiempo,
Ni las amenazas,
Ni los ninguneos, ni las tergiversaciones,
ella me seguiría buscando hasta el último respiro de su propia vida.

Gracias “Abuelas” por no habernos dado nunca por muertos.

MODERNIDADES ALTERNATIVAS I: Los gobiernos "progresistas" latinoamericanos.



El propósito de este post es comentar:
1. La postura de Charles Taylor sobre los “malestares” de la modernidad
2. Su noción de “Modernidades Alternativas”, que se hace eco del trabajo de Dipesh Chakrabarty en la misma dirección.
3. Un artículo muy breve de Emir Sader sobre la izquierda latinoamericana que la gente de ARTEPOLÍTICA tradujo y publicó hace unos días en su blog. A mi entender, el artículo del sociólogo brasileño es muy clarificador en vista a las falsas interpretaciones respecto a la naturaleza de los gobiernos progresistas latinoamericanos que se han convertido en un lugar común.

Mi intención es simplemente dejar apuntadas estas cuestiones para desarrollarlas con mayor profundidad en otro post o en alguna otra publicación. Ahora mismo me conformo con dar unas pinceladas de las cuestiones que nos permitan empezar a pensar el asunto.



En La ética de la Autenticidad (Barcelona: Paidós, 1994), Taylor habla de los “malestares de la modernidad”, como esos “rasgos de nuestra cultura contemporánea que la gente experimenta como pérdida o declive, aun ha medida que se “desarrolla” nuestra civilización." Identifica tres temas centrales que paso a resumir:

1. El tema del individualismo, el hecho de que vivimos en un mundo en el que la gente tiene derecho a elegir por sí misma su propia regla de vida, sus convicciones, configurando de este modo sus vidas con una variedad de formas sobre las que sus antepasados no tenían control. Por supuesto, no estamos dispuestos a renunciar a este logro. Pero al mismo tiempo, viendo que la libertad moderna es un logro que alcanzamos a partir del descrédito de los órdenes y jerarquías de significación que caracterizaron a las culturas precedentes, ha habido una serie de autores que han apuntado una serie de consecuencias inquietantes para el individuo y la sociedad debido a la ruptura de esos horizontes. Toqueville, por ejemplo, habla de los “petits et vulgaires plaisirs” que la gente busca en épocas democráticas. Kierkegaard hablaba en términos semejantes. Nietzsche hablaba de los “últimos hombres”. En todo caso, lo que se ponía en evidencia era cierta falta de sentido y finalidad, la pérdida de una visión más amplia en aquellos que elegían centrarse en el yo.

2. El segundo tema es la cuestión de la primacía de la razón instrumental. Una clase de racionalidad de la que nos servimos cuando calculamos la aplicación económica de los medios a un fin dado. Una vez que la sociedad ha dejado de tener una estructura sagrada, dice Taylor, las convenciones sociales y los modos de actuar se encuentran a disposición de cualquiera. Una vez que las criaturas que nos rodean pierden el significado que corresponde a su lugar en la cadena del ser, están abiertas a que se las trate como materias primas o instrumentos de nuestros proyectos. Aquí el temor es que la razón instrumental se apodere de nuestras vidas, que aquellas cosas que deberían determinarse por medio de otros criterios se decidan en términos de eficiencia o de análisis “coste-beneficio”. Algo de eso ocurre con las justificación para perpetuar una distribución injusta de la riqueza a partir de un criterio de crecimiento económico, o la insensibilidad frente a las necesidades del medio ambiente.

3. En el plano político, el individualismo y la razón instrumental se traducen en instituciones y estructuras tecnológico-industriales que limitan nuestras opciones. Un ejemplo de ello, otra vez, son las dificultades que tenemos para enfrentarnos a las amenazas vitales a nuestra existencia que provienen de la crisis ecológica. Pero además, nos dice Taylor, hay un tipo de pérdida que está conectada con el hecho de que nuestras sociedades están habitadas por un tipo de personas que han vuelto la espalda a la política, gente que esta “encerrada en sus corazones”, dice Taylor, gente que prefiere quedarse en casa y gozar de las satisfacciones de la vida privada. De acuerdo con Tocqueville, ésto abre la puerta a una nueva forma de peligro que llama “despotismo blando”, es decir, una situación en la que todo se regirá por un “inmenso poder tutelar”. Eso significa que el peligro consiste en que podemos perder el control de nuestro destino, el ejercicio común de nuestra ciudadanía.



El segundo elemento del cual quería dejar constancia es una idea que originalmente aparece en la obra de Dipesh Chakrabarty, Provincialicing Europe (Princeton: Princeton University Press, 2000) y es retomada por Taylor en Modern Social Imaginaries (London: Duke University Press,2004), edición castellana: Imaginarios sociales modernos (Barcelona: Paidós, 2006). Aquí las ideas claves son las siguientes:

1. Hay que diferenciar dos aspectos en los procesos de modernización:

(a) factores meramente operacionales que tienen un caracter, en principio, neutral, como son el Estado burocrático, la economia de mercado, la ciencia y la tecnología; y

(b) factores culturales, que hacen referencia a determinadas concepciones del bien, la persona, el mundo, la naturaleza, etc.

2. Ha sido una constante en los estudios sobre la modernidad la creencia de que una vez los factores operacionales se ponían en funcionamiento precipitaban necesariamente una serie de transformaciones culturales de caracter universal (secularización, democracia liberal, etc.)

3. Sin embargo, es posible afirmar, en vista a una serie de experimentos sociales que se vienen desarrollando sin pausa, pese a la presión que ha ejercito la hegemonía del modelo liberal de modernización, que existen lo que Chakrabarty ha dado en llamar “modernidades alternativas”, que se diferencian de la modernidad europea, justamente, por el tipo de perspectiva cultural a la que se adhieren.



El tercer elemento al que quiero hacer referencia es el artículo de Emir Sader. El artículo puede leerse aquí (en su versión castellana) y aquí (en su versión portuguesa). Voy a hacer tres breves comentarios sobre el asunto y animarlos a leer el texto del sociólogo brasileño.

1. La tesis central es que lo que está emergiendo de la experiencia de los gobiernos progresistas de Latinoamérica durante la última década es una alternativa real a las respuestas ofrecidas por la tradición liberal a los malestares de la modernidad. Recordemos, la tradición liberal sólo representa uno de los aspectos de la modernidad, su faceta cultural. Las transformaciones operacionales que sufre las sociedades en su tránsito hacia la modernización no necesariamente deben enmarcarse en una comprensión cultural de este tipo.

2. La segunda tesis sostiene que el modelo capitalista liberal no desaparecerá debido a ésta o a ninguna otra crisis. La crisis es una manifestación exclusivamente negativa. Es necesario articular e implementar alternativas para superar la hegemonía del modelo capitalista imperante. Dichas transformaciones no pueden ser efectivas si son reducidas, exclusivamente, a los movimientos de “base”. Los movimientos sociales deben convertirse en una fuerza política si quieren ser verdaderos factores de cambio en el mundo.

3. Sader demuestra de qué manera podemos entender el “progresismo” Latinoamericano como una alternativa real al capitalismo liberal.

EL FÚTBOL: TOTALITARISMO, PUREZA ESTÉTICA Y AUTENTICIDAD



Me gustaría darle una vuelta de tuerca al post anterior. Esta vez no voy a hablar sobre el Maradona “meramente” futbolístico, ni el Maradona “heróico”, voy a intentar articular lo que hay detrás del comportamiento maradoniano, “filosóficamente”. Reconozco que la cuestión puede parecer más o menos absurda, incluso ridícula, pero me atrevo. Para ello voy a hacer alusión, como señala el título, al totalitarismo, la pureza estética y la autenticidad. Cada uno de estos extremos merece un fragmento más largo que dejo para otra ocasión.

Hace unos días me enviaron un video en el que aparecen dos filósofos argentinos, Tomás Abraham y Juan José sebreli, tirándose contra el fútbol. Abraham es un futbolero de toda la vida. Hace unos años, Alejandro Medina me escribió recomendándome un artículo que aparecía en la página web del filósofo, y en ella pude constatar que Abraham le dedicaba al fútbol muchas horas y muchas páginas de escritura. Sin embargo, en estos días está preocupado porque piensa que si a la selección argentina le va bien, eso puede resultar peligroso. Su preocupación gira en torno a la noción de “patrioterismo”. El caso de Sebreli es más complejo. Para sebreli, el fútbol es una actividad esencialmente totalitaria en nuestras sociedades.

Creo que los dos filósofos apuntan a cosas importantes en las que debemos reflexionar con esfuerzo. No cabe la menor duda que el fútbol, como toda manifestación práctica de nuestras sociedades capitalistas y postcapitalistas conduce a un cierto tipo de experiencia de homogenización blanda que conjuga otras prácticas sociales que también ponen en peligro los bienes de autogobierno que inicialmente constituyeron a las sociedades liberales. La corporación del fútbol fusionada con la prensa y la burocracia política están detrás de la degradación de la salud cultural de nuestras sociedades. A quién puede caberle alguna duda al respecto.

Pero otra discusión es aquella que tiene que ver con los protagonistas puntuales y lo que hacemos dentro del marco convencional de nuestro discurso.

La posición de sebreli es una posición última, habla con la intención de poner en cuestión ciertos trasfondos de significación, los marcos referenciales globales, la totalidad de nuestros imaginarios sociales, aquello que nos nutre desde el subsuelo inarticulado de lo que somos.

Podemos o no estar de acuerdo, lo importante es reconocer que se trata de un orden del discurso que no debe mezclarse con el orden del discurso convencional al que se refiere Abraham. Abraham es futbolero, no pone en cuestión el fútbol. Lo que le molesta es que el fútbol pueda ser utilizado para otra cosa. La pregunta es ¿qué otra cosa? A esa otra cosa la llama “patrioterismo”.

No voy a entrar en esta cuestión, y es probable que el modo en el cual he resumido las posiciones de estos dos pensadores argentinos sea más o menos arbitraria. Lo que me importa, como decía, es desplazar la discusión a otro nivel del discurso que nos permita entender de manera menos polarizada la cuestión planteada el otro día en el cual adelanté implícitamente las posiciones de estos dos filósofos, de manera combinada, cuando hablé de Maradona.

Desde cierto punto de vista, Maradona es el mejor jugador del mundo de esa práctica social extendida globalmente que es este deporte de masas que representa el fútbol. Esto es una descripción más o menos digerible de un aspecto de la cuestión. Por otro lado, Maradona es un personaje que, aún participando de dicha práctica, pone en cuestión de manera brutal, los trasfondos de dicha práctica, primero, a través de la autoridad que le ofrece su propia excelencia en esta práctica, y ubicando dicha práctica en un contexto socio-político más amplio. Pero todo esto lo realiza sobre la base de cierta noción de autenticidad, de libertad individual, que se nutre del mito del “haberse hecho a sí mismo”, de haber salido de la miseria para convertirse en un héroe, de hacer las cosas desde el corazón, de ser fiel a sí mismo, etc. Todas estas expresiones son interesantes y, como decía, creo que deberíamos atender a cada una de ellas de manera particular. Por el momento, sigamos dando forma general al problema.

El tercer nivel de análisis se posiciona críticamente frente a:

(1) la posición adoptada por Sebreli, de rechazo absoluto de la práctica del fútbol, achacándole a ésta una supuesta esencia totalitaria;

y con precaución ante:

(2) la observación de Abraham de que el fútbol puede convertirse en instrumento del “patrioterismo”.

No voy a extenderme sobre (1). Creo que he dicho muchas cosas al respecto en artículos anteriores. En resumidas cuentas, la posición de sebreli parece presuponer que toda actividad colectiva resulta siempre y en toda circunstancia un atentado a la individualidad. La posición de sebreli, en última instancia, descansa sobre el presupuesto liberal de un individualismo radical. El rechazo del intelectual frente al fútbol, en este caso, es análogo a la posición “extrafutbolística” de Maradona. Sólo que, en el caso de Sebreli, su crítica se realiza desde un rechazo radical que lo convierte en un outsider, alguien ajeno a la práctica. Su crítica es semejante a la crítica de Frazer sobre la magia que Wittgenstein se ocupó en su momento de refutar, o , en general, a la crítica atea radical sobre la creencia religiosa. Hay muchas cosas cuestionables que no vienen al caso que desarrollemos en estas líneas respecto a la adopción de posiciones de este tipo. La más importante es que, como pretensiones descriptivas/explicativas de los fenómenos humanos, fallan al posicionar su objeto de estudio en una perspectiva de tercer persona que no toma en consideración las motivaciones y bienes que inspiran las prácticas, que sólo pueden ser abordadas desde la experiencia de los participantes.

Maradona, en cambio, sostiene que pase lo que pase, “la pelota no se mancha”. La pelota no es, evidentemente, la pelota material, sino los "bienes" que inspiran el fútbol, los bienes que hacen atractiva su práctica.Eso significa, en breve, que el fútbol no puede reducirse a ninguno de los factores que causan malestar. Estos tienen que ubicarse siempre en el contexto de esa amalgama de orientaciones, práctica e instituciones que la constituyen, siempre de manera tensionada y sujetas a contradicción. Quizá no haga falta decirlo, pero esos bienes que hacen atractivo al fútbol no son, como nos quieren hacer creer, meramente o exclusivamente deportivos.

Ahora bien, el caso de Abraham responde a algo similar. Pero es más difícil de desentrañar. Tiene como fuente un individualismo diferente, que no se nutre del liberalismo clásico, pero que es heredero de dicho individualismo, aunque se posiciona críticamente ante el mismo. La crítica al individualismo de Abraham se articula poniendo en cuestión el contenido de dicho individualismo. Lo que le molesta a Abraham es el carácter instrumental de dicho individualismo, sea en la forma rousseauniana o benthamiana que adopte. La apuesta de Abraham es por un individualismo estético. La crítica de Abraham al fútbol “patriotero” es análoga a la crítica maradoniana a la mafia del fútbol, que a su vez se inscribe en un marco de crítica social más comprensivo.

Ahora bien, lo que diferencia a Maradona es que, pese a su crítica a las estructuras institucionales que sostienen el fútbol, pese a la actitud desafiante que sostiene frente a la autoridad institucional futbolística, en modo alguno pone en cuestión la práctica en sí (“la pelota no se mancha”).

Para Maradona la colectivización de una emoción, la construcción de una identidad colectiva a través de una práctica, no representa necesariamente un atentado contra la individualidad. Más bien es una faceta de la individualidad. Pero además, en contra de lo que piensa Abraham, el fútbol no debería aspirar a desvincularse del mundo, no debería pretender convertirse en una práctica ajena a otras cuestiones extradeportivas. El deporte no debe ser preservado de la política por la sencilla razón de que la política es inherente al deporte. La pretensión de hacer del deporte una práctica extrapolítica es una modo sutil de hacer que la autoridad política que se ejercita en su seno sea más efectiva debido a su invisibilidad. Por lo tanto, para Maradona, el fútbol contiene, ineludiblemente, un aspecto agonístico de confrontación política.

Creo que nuestra tarea no consiste en negar el fútbol (absurda pretensión debido, como bien señala Sebreli, a su omnipresencia), ni a intentar hacer del mismo una práctica inmaculada exclusivamente deportiva, sino más bien en llevar a la luz lo que nos jugamos en el fútbol, y en todo caso, como bien apunta Maradona, en insertar nuestra lucha social, política, económico y ecológica, en el seno de lo futbolístico.

Por supuesto, hay muchos otros temas dignos de ser estudiados en relación con el fútbol. Hay que considerar el tema de lo carnavalesco, el rol de antiestructura que están llamados a cumplir dentro del orden disciplinario los domingos futboleros, etc. Pero dejemos esto a los especialistas.

DIEGO ARMANDO MARADONA, EL "CHÉ".



Estamos en Sudáfrica. La ocasión: una conferencia de prensa. Un periodista pregunta a Maradona:

-¿Qué siente al saber que los sudafricanos, cuando se les pregunta por Argentina, dicen “Maradona-Messi”?- La pregunta tiene trampa, pero Maradona no se inmuta. En cambio le responde:

-Me parece bien. Pero deberían decir “Ché” Guevara-

El periodista se siente decepcionado. Pensó que iba a incomodar al Diego, pero Maradona lo sacó fuera de la cancha, le mostró que en su mente, incluso a pocas horas de comenzar un mundial, la vida no se reduce al rectángulo donde veintidós jugadores en ropas íntimas persiguen una pelota. Para salvar el escollo, el periodista desubicado agrega:

-También Mandela- Maradona, que le acaba de hacer un golazo al periodista atrevido, le dice:

-¿No me preguntaste por Argentina? Bueno, Argentina es el “Ché” Guevara.

Hoy, en el diario El País, publican una crónica en la que se dice que Maradona es un “populista”. Es cierto que nadie sabe muy bien qué quiere decir “populismo”. Los politólogos discuten, los sociólogos no se ponen de acuerdo, los filósofos hacen malabares intentado determinar el lugar que ocupa el término en sus categorias. Pero en la mente de un periodista del diario El País se trata, indudablemente, de una predicación despectiva contra el Diego. Todas las declaraciones que no tengan que ver con la “redonda” son juzgadas por el autor de la nota como estrategias de marketing que no merecen nuestra atención. Pero, ¿Por qué este empeño en reducir sus expresiones extradeportivas a la mentira?

La pregunta es interesante. Pongámosla en contexto. No cabe la menor duda que Maradona ha sido el mejor jugador de fútbol del mundo. Pero no sólo ha sido el “forjador” de una zurda magistral, sino que se ha convertido en un héroe popular por derecho propio. Por supuesto, es posible debatir acerca de si Pele es mejor que Maradona, o si el talento deportivo de Messi es mayor o menor que el talento del Diego, pero ni Pele ni Messi son héroes populares. Son excelentes, magistrales jugadores de fútbol, pero Diego pertenece a otra “raza”, la raza de los "héroes".

Entre otras cosas, lo que distingue a Maradona de sus “colegas” es que el siempre se ha resistido a convertirse en un mero espectáculo. Habiendo probado ser el mejor jugador del mundo, se ha resistido a ser “meramente” el mejor jugador del mundo, y esto tiene una grandeza indiscutible. No se ha conformado con ser un maestro de su arte y eso le ha convertido en una especie de héroe homérico, muchas veces arrebatado por la ira y por la pasión que en su corazón los dioses precipitan. Como ocurría con Agamenón o Aquiles, Maradona sigue siendo un héroe pese a sus arrebatos o, quizá, justamente debido a sus arrebatos. Maradona es un héroe destinado a ser recordado en el canto de la tribu, inmortalizado por los poetas y los cineastas.

Los “negocios”, la “corpo” deportivo-mediática, quiere que los jugadores se acomoden a “las reglas del juego”. Quiere convertirlos en engranajes de esa monstruosa máquina de hacer dinero. Los “responsables” deportivos adiestran concienzudamente a los jugadores para convertirlos en caballeros a-problemáticos, obligándoles a guardar un bajo perfil en lo que toca a la realidad extrafutbolísticas. El jugador de fútbol es una apariencia apetecida. Es recibido con los brazos abiertos para participar en los spots publicitarios de Nike o de Adidas, pero se le mira con una mueca de desagrado cuando expresa sus opiniones políticas, especialmente si se trata de un tercermundista. Un jugador de fútbol está autorizado por sus dueños a convertirse en representante de las Naciones Unidas u ofrecer su imagen para apoyar alguna campaña de ayuda al tercer mundo, pero cuando lo mueve la indignación, como ocurrió recientemente con un jugador musulmán que públicamente condenó la masacre del pueblo palestino, las amonestaciones del poder son veloces y contundentes.

Maradona, en cambio, es una reivindicación de lo humano. Es un No rotundo a la pretensión de hacer de todos nosotros “muñecos”, aunque sea bien remunerados. El más grande jugador de la historia, del deporte más popular que ha conocido la humanidad, se rebela y dice que no, una y otra vez. Su no es una puteada monumental, un arrebato de rabia, un escupitajo en la cara del poderoso. "Maradona, decía Galeano, es un Dios sucio con el cual el pueblo se identifica."

Algunos europeos no entienden su lenguaje chavacano, su desalineo, su sabia locura. Pero no se dan cuenta que su indignación ante la “mala educación” del pibe de oro no es otra cosa que una expresión de la internalización de los valores “muñequiles” que nos ha impuesto un sistema que sólo vela por la apariencia. Un sistema que sólo pide al criminal que asesine con buenas maneras, que "afane"(*) haciendo ostentación de su eficaz eficiencia.

Maradona es, a su manera, una rebelión contra las verdades establecidas de los falsos señores. Pero ellos no se dan cuenta, como señoras gordas que son (anoréxicas sería más acertado en esta época de espejos distorsionantes), mientras comen “masitas” a la hora del té, se revuelven en sus asientos, incómodas cuando escuchan que el Diego se desboca y las manda a ejercer su oficio más auténtico. Pero cuando pasa la tormenta, lo que queda es la verdad. Diego sigue siendo fiel a sí mismos, mientras los otros se arrebatan los residuos que ofrece la obsecuencia. De este modo se explica por qué razón, para Maradona, Argentina es también, y por sobre todas las cosas, el “Ché”.


(*) "afanar" - voz lunfarda que significa hurtar, estafar, robar.

UN SINDICALISTA ESPAÑOL ACUSA AL PRESIDENTE DE LA CEOE DE SER UN SICARIO


Hace unos días, un sindicalista español llamó al presidente de la CEOE, “sicario”. Y aclaró que lo llamaba de ese modo porque “sicario significa asesino a sueldo”. Todos entendimos perfectamente lo que pretendía el sindicalista con esas palabras, y si nos tomamos el trabajo de reflexionar, pudimos llegar a imaginarnos por qué razón, después de una extenuante negociación en la cual la patronal se llevó todo, desacreditando con arrogancia las pretensiones de los trabajadores y las bases más desprotegidas de la sociedad, el sindicalista acabó ofreciendo esa descripción acerca del CEO en cuestión.

Pero, ¿qué es un asesino a sueldo? Alguien que comercia con la vida de la gente, que vende su habilidad para deshacerse de aquellos que representan un estorbo para sus clientes, quienes pagan justamente por su sangre fría, por su falta de escrúpulos en estas cuestiones.

Recuerdo, vagamente, que hace unos años, la revista del diario El País publicó un reportaje sobre la virgen de los sicarios en una ciudad de Colombia (probablemente Cali, pero no estoy seguro). Lo más llamativo del artículo era el testimonio de uno de estos hombres de oficio que aseguraba que antes de cumplir con uno de sus trabajos se postraba ante la virgen patrona y le rezaba para que lo asistiera en su faena.

No cabe la menor duda que incluso en un sicario, que realiza labor tan despreciable, pueden encontrarse gestos inequívocos de humanidad. Seguro, como ilustraba Benedetti en uno de sus cuentos, el asesino y el torturador encuentran en su tiempo libre ocasión para ser piadoso y cantarle nanas a sus hijos.

Con esto no pretendo que todos los CEOs son como sicarios, pero es bien sabido por las poblaciones que han sufrido los efectos de la eficacia mezquina, de la cirugía desalmada de algunos de sus más exitosos exponentes, que más de uno entre ellos merece el apelativo que utilizó el sindicalista.

La lista de crímenes que puede achacarse a algunos de estos hombre y mujeres es larga y se extiende a innumerables artículos e incisos del código penal. Su peligrosidad no se reduce a las cuestiones humanas particulares, sino que en ocasiones su actividad instrumental es la que se encuentra detrás de las grandes amenazas que azotan nuestro planeta y por ello, la supervivencia de la vida misma de todos nosotros. Pensemos en las amenazas medioambientales, en la empresa armamentística, y en los innumerables acosos que sufren las economías locales y la burocracia estatal en todos los rincones del planeta cuando se ven asaltadas por las imposiciones formulisticas de los grandes poderes comerciales. En todas estas instancias, hay hombres de negocios que dan vida a las formas corruptas. Puede que alguno de ellos, engañado acerca de la naturaleza de su actividad, convencido de que al juego del mercado no le van los remilgos morales, acaben siendo inocentes víctimas de su ignorancia. Pero sea como sea, lo que es cierto es que detrás de todos los males de nuestro tiempo hay algún personaje formado en una escuela de negocios. Por ello, el desembarco en la arena pública de algunos de estos personajes no augura, como algunos quieren creer, una renovación de la política, sino todo lo contrario. Lo que puede esperarse, en cambio, es una mayor profundización de la decadencia política, que ahora vendrá acompañada no sólo con la hipocresía, sino con el descarado cinismo que ofrece la pretensión de una eficacia que se encuentra a salvo de toda crítica moral porque pretende reposar en una esfera de neutralidad valorativa.

Lo que quiero decir es que, en última instancia, debemos encontrar un vocabulario moral que nos permita pensar la actividad gerencial (especialmente la de aquellos hombres y mujeres que representan a corporaciones que manejan entre bambalinas las políticas públicas e internacionales) a partir de aquello que por medio de nuestros ojos desnudos somos capaces de constatar y padecemos en nuestra vida de manera directa.

La ideología reinante nos hace dudar acerca de lo evidente. Nos creemos simplones cuando acusamos a la banca y a la gran empresa de la catastrofe financiera, económica, social, energética y medioambiental que padecemos. Pero nuestro sentido común es correcto, nuestra intuición no es descabellada. No se trata simplemente de problemas estructurales, como nos quieren hacer creer los economistas que hasta ayer pretendían ser profetas y ahora como falsos gurúes se apresuran a convertirse en expertos de la catastrofe.

El lenguaje del “mercado” nos ha acostumbrado, debido a la censura explícita que los medios de masas ejecutan, a no utilizar (públicamente) un vocabulario de condena moral cuando nos referimos a la actividad de estos hombres y mujeres. Se trata de una suerte de tabú expresivo que tiene como función proteger la actividad económica-financiera tal como se practica en nuestras sociedades, de ser objeto directo de nuestra reflexión moral, como si perteneciera a un mundo neutro, como el de los quarks y los átomos, cuya regular eventualidad no puede ser sometida a las razones humanas.

Cuando el Dalai Lama, en un viaje reciente a Nueva York, expresó, ante decenas de miles de seguidores, que una sociedad como la estadounidense, que permite las desigualdades hasta el punto de la indignidad de una parte importante de su población, es una sociedad inmoral, muy pocos de sus seguidores parecieron darse por aludidos. Aquí la palabra inmoral tiene el mismo sentido y la misma fuerza que en las ocasiones en las que la utilizamos para hablar de un robo o un asesinato. Puede que incluso esos ejemplos sean nimiedades cuando somos confrontamos con el tamaño del daño ejecutado y la fría indiferencia y calculada coartada que sus ejecutores articulan.

La pregunta es: ¿Qué ha pasado para que una expresión de este tipo no llegue a su destino? ¿Qué filtros se han impuesto al lenguaje para que la noción de inmoralidad cuando se aplica a nuestro comportamiento económico resulte tan opaco? Puede que la noción de inmoralidad, cuando se predica sobre una actividad que se las ha ingeniado para hacerse pasar por ser un objeto que no pertenece a la esfera valorativa, sea lo que permite a sus expertos mantenerse protegidos por un halo de impunidad.

Pero las inmoralidades que se realizan en el ámbito económico, como he dicho, son del mismo tipo de las que se realizan en la política y en la vida social en general. No sólo son un atentado contra la vida de las personas en general, contra sus derechos particulares, sino que pueden (cuando no estamos obnubilados en nuestra epistemología por las falsas premisas morales de la ideología reinante) ser consideradas afrentas directas a los derechos humanos e incluso crímenes de lesa humanidad, cuando llevan al hambre, a la guerra y a la destrucción de los bienes culturales que las civilizaciones llevaron siglos, incluso milenios en edificar.

De la misma manera que los puños de un boxeador son considerados un arma letal fuera del cuadrilatero y juzgadas en consecuencias sus acciones, el poder económico debe ser considerado por nosotros como una peligrosa arma que amenaza la vida de la comunidad cuando es ejercitado irresponsablemente.

Como vemos continuamente, la legislación vigente en estos asuntos tiende a mantener los crímenes de los responsables de estas acciones impunes. El primer paso para que una legislación permisiva como ésta se modifique es extender la condena moral en todos los foros que tengamos a nuestra disposición, como hacemos con los políticos corruptos, los periodistas mentirosos y los sacerdotes pederastas. Es en este sentido que damos la bienvenida a la expresión del sindicalista español.

FILOSOFÍA, POLÍTICA E IDENTIDAD.


Con la política y la antipolítica pasa algo semejante a lo que ocurre con la filosofía y la antifilosofía. La antifilosofía fue el anuncio largamente pronunciado del fin de la filosofía, y la antipolítica la pretensión del fin de la política a favor del mercado. Es posible establecer correspondencias entre estas pretensiones, porque entre la historia de la filosofía y la história de la política hay correlatos ineludibles. Hay casos paradigmáticos: Platón y Aristóteles, por un lado, Heidegger y Kojève, por el otro. Pero lo importante no son, necesariamente, las correspondencias que encontramos en la actividad política individual de los hombres que hacen filosofía, sus fracasos y traiciones, sino más bien en lo que hay de político en toda filosofía, y lo que subyace filosóficamente a toda política.

La praxis, después de todo, y si creemos en el mandato hegeliano que insiste en que pensar implica la negación de la cosa presente, sólo puede ser comprendida desde el trasfondo de significaciones que sólo pueden hacerse patentes en algo como un giro filosófico de la mirada, un giro reflexivo que se hace con la interrogación del agente, o su testigo, respecto al por qué de la acción en cuestión.

Es en este sentido que uno se puede preguntar: ¿Qué es la filosofía? ¿Qué es la política? Y descubrir que en ambas cuestiones anidan respuestas tanto filosóficas como políticas. Hay entre la politica y la filosofía una simbiosis que hace posible la filosofía y la política contemporánea, y que de lo contrario anuncia la muerte de ambas.

La muerte de la filosofía coincide con la muerte de la política, y viceversa, la muerte de la política (la antipolítica) es la muerte del pensamiento filosófico. Y esta muerte se encuentra asociada también a un estilo de hacer filosofía que pretendió ser, durante mucho tiempo, el único modo legítimo de hacer filosofía, que rechazó lo oscuro, lo irracional, lo teológico, en favor de una claridad y ordenación lógica inmaculada.

A esta pretensión de claridad, corresponde una manera política de ser, una pretensión anticarnavalesca y rotunda de plantear el mundo plano, un mundo hurtado de su esfericidad, de su interioridad misteriosa y su polaridad de día y de noche.

La política liberal y la filosofía de la transparencia absoluta tienen una curiosa amistad, y su afán destructivo y censurante se asemeja de modo alarmante a las políticas de hegemonía y homogenización lingüística que ha planteado cierta faceta de la planetarización de las democracias liberales y el capitalismo.

Hacer del mundo un edificio acristalado implica, en cierto modo, prohibir la oscuridad. Sólo hace falta echar un vistazo a esas fotografías nocturnas tan emblemáticas de nuestras megalópolis modernas, a esos edificios encendidos para siempre y para nadie, para sospechar los rincones oscuros que en la periferia de sus zócalos desarrollan sus patologías como hierbas malas que deben ser arrancadas del huerto para que éste crezca sano.

Como ocurre con la filosofía que se enfrenta a su disolución con la multiplicación de discursos y el mestizajes de sus lenguas y la expansión hasta el infinito de sus temáticas particularizadas, la política se devanea entre decirse “no” a sí mima, en llevarse al silencio a favor de lo económico o lo societario individualizante, en convertirse en antipolítica o postpolítica, por un lado; o asumir su pluralidad en la totalidad que se encuentra siempre amenazada en su unidad de propósito silenciado de añorada ominisciencia.

Es decir, la política se encuentra atrapada, como ocurrió desde el principio ahora y siempre, en la encrucijada que la antigua pregunta acerca del ser y la nada artículo Platón cuando se enfrentó al problema del todo y la particularidad. ¿Dónde poner el ser y donde la apariencia? ¿Es la Polis una construcción que los elementales individuos fabrican para hacerse un favor y responder a las viscisitudes? ¿O acaso la Polis es lo que hace ser a los individuos lo que son y les precede? Entre la totalidad y el fragmento se encuentran todos los misterios de la existencia. ¿En qué momento en el tránsito hacia el quiebre de los órganos de mi cuerpo dejó de ser un yo existente con un nombre y apellido concretos, con una experiencia viva, para convertirme en memoria?

¿Qué es la patria/matria? Una invención, pero hasta dónde. Algunos pretenden que lo único que cuenta somos cada uno de nosotros y nada más, y por lo tanto la patria/matria nuestra es una suerte de usar y tirar que merece lo poco que le damos para que siga andando como un burro viejo. Otros pretenden que lo es todo, y descargan sobre el pueblo su indiferencia con el fin de hacer de las letras luminosas una marca ambiciosa. Pero la existencia es misteriosa. Entre el ser y la nada somos nosotros, cada uno de nosotros con los otros, navegando en este océano de contingencia radical que nos tienta, por un lado, con la disolución y nos impone el designio de la producción y la reproducción (la mera subsistencia y el poder), y por el otro, con la pasión por alcanzar una omnisciencia platonizante que nos fortifique (nos de fuerza y nos proteja del mal, la nada).

Ninguna de estas opciones resulta adecuada, pero no hay manera de dar con aquello que se adecúa a ese nombre que con pasión o repudio afirmamos (lo mismo ocurre con todos los nombres propios). Todos ellos se encuentran arrancados de la tierra referencial que les da aliento. Son lo que son, como puras imaginaciones que no por se tal cosa dejan de ser reales. Porque no hay mayor confusión que la pretensión de que la realidad se opone a la imaginación de manera rotunda. La existencia es un don que se nutre de lo dado y lo imaginado por nosotros, lo descubierto e inventado por todos.

De este modo, la política es lucha amorosa, combate sexual, pasión guerrera de las imaginaciones en pugna. La política es la caricia violenta del embate sexual y el juego por la perpetuación de la existencia en el seno de la pura contingencia. La antipolítica, como la antifilosofía, es como un estreñimiento, el “no” compungido de un virginal recato que exige un poder clausurante, tacaño. Se trata de una política del defecto, una política que pone como premisa del silogismo comunitario la escasez. En fin, la antipolítica es como la gata flora, que quiere pero no quiere... porque quiere.

BICENTENARIO DESDE LA OTRA ORILLA



Lo que sigue a continuación es mi respuesta a un amigo argentino que me escribió dándome testimonio de los festejos por el Bicentenario de nuestra patria. Con el fin de cumplir con mis deberes ciudadanos (pese a vivir fuera de mi país aún me considero obligado a mi tierra que me dio el habla y la pasión de ser), ofrezco esta comunicación para dejar por escrito públicamente mi posición política al respecto.


Estimado Carlos,

Te agradezco el testimonio. La escritura es una radiografía del alma. Es difícil no aprehender quién es el otro cuando se anima a dar forma a sus pensamientos. Por esa razón, independientemente de las diferencias que puedan existir en las visiones del mundo que tiene cada cual, produce cierta alegría encontrarse con alguien que se toma el trabajo de no reducir el lenguaje "postal" a la jerga de los celulares.

Por lo tanto, reitero mi agradecimiento por tu testimonio. Desde aquí las cosas, sin embargo, no las leímos del mismo modo. Y paso a relatarte, desde nuestra humilde periferia, cómo entendimos lo ocurrido.

Es cierto, probablemente, que el intento de sacar rédito partidista de los acontecimientos sea un modo arbitrario de acercarse a los festejos de la última semana. Sin embargo, creo que sólo en la mente de un "fanático liberal" puede animarse la creencia de que un festejo bicentenario en donde lo que se festeja es, justamente, el logro de la soberanía, no es un acto político.

Evidentemente, es un acto político, y por lo tanto debe leerse como un acontecimiento político. Por supuesto, cuando hablamos de partidos políticos, lo primero que nos viene a las "mientes" son las estructuras básicas y los comités, pero lo partidario también hace referencia a las parcialidades dentro de la totalidad, y es en este sentido, también, que los actos de los otros días fueron partidarios.

Por supuesto, en este sentido nada es claro, y nadie puede en su sano juicio afirmar con rotundidad lo que significan los signos, porque en un acto de las características carnavalescas que se vivieron, donde todos más o menos se mezclaron con todos, pese a los intentos por una minoría bastante miope de mantenerse encerrada detrás de las vallas, no hay manera de medir las ideologías subyacentes que empujan a la gente a la plaza.

Sin embargo, creer que todo se reduce al auto y la quinta y tener internet, como si ese fuera el único deseo de los argentinos in toto, me parece partidario, lo cual pone de manifiesto que aquellos que pretenden no hacer política hacen política por narices, porque somos animales políticos (como decía Aristóteles) aunque apostemos a la antipolítica.

Pero no deslegitimo con ello el deseo de alcanzar una feliz estancia en esta tierra de espinas que nos toca vivir. ¡Válgame Dios!, pero yo soy más o menos aristotélico en estas cuestiones, sobre todo porque soy budista, que es más o menos lo mismo. Y nosotros creemos, como Aristóteles que una vida buena se logra adquiriendo y jerarquizando de manera adecuada los bienes que nos ofrece "la vida y la vida buena". La "vida" (lo infraestructural) en este sentido son la casa y la quinta y el autito nuevo y la buena conexión de internet de la que hablás. La "vida buena" son las cuestiones que tienen que ver, hoy ya no con ser un ciudadano de la Polis, sino ser un ciudadano local, nacional y global, y participar activamente en los menesteres de la comunidad local, nacional y global. Tener pasión por el mundo que nos toca vivir. Que nada nos resulta ajeno, si querés ponerlo en lenguaje más o menos poético.

Pero además, el Estagirita hablaba de la contemplación, y los budistas de la sabiduría trascendental. Una vida buena no puede prescindir de la trascendencia, de algún modo de entender la enfermedad y la muerte, y de cierta postura explícita y pública acerca de ello. Hablar de la enfermedad y la muerte, contra algunos izquierdistas ateos, con los cuales compartimos un montón de cosas, pero no ésta, significa reconocer que no todo nos lo jugamos en la vida, que hay un ámbito de la existencia humana para la cual nuestros proyectos póliticos, económicos y sociales no tiene una solución. Esta disputa no sólo la mantenemos con Marx y sus herederos, sino también con los neoliberales que como hijos bastardos de Hegel, creyeron y aún creen pese a las duras evidencias que los enfrentan, que el futuro es el presente: capitalismo y democracia liberal.

Los liberales han querido que estas cuestiones sobre la vida buena pasaran a "mejor vida", que se quedaran encerradas en la esfera privada de cada cual. Nosotros, que compartimos con los conservadores cierto hartazgo con la enmascarada moral burguesa, y con los nietzscheanos cierta repugnancia hacia todo lo que es burocrático y gerencial, terapéutico y estético-consumista, creemos que hay que sacar a la calle los bienes a los que aspiramos, para horror de las señoras gordas y los famosillos del Colón (en el teatro Colón la oposición festejó un bicentenario paralelo. Dicen que el Colón estaba bárbaro -testimonio recogido en Facebook.)

En cierto modo, nosotros somos tradicionalistas revolucionarios. Lo cual parece un contrasentido pero es la mejor explicación que tenemos a nuestra disposición. No creemos que debamos olvidarnos del pasado heredado, de la cultura griega y judia (ahora también la budista), pero creemos que debemos digerirla y reeditarla como latinoamericanos, y eso significa que no sólo habla el criollo, sino también el indio y el mestizo, en igualdad de condiciones. Es decir, que en esta época de cambios donde nuestra voz comienza a escucharse en el mundo, debemos hacer de la cultura global, cultura local, y ésta a su vez una ofrenda testimonial de nuestro peculiar ser en el mundo.

Pero para llevar a cabo nuestras ilusiones debemos comprender que, ocupados exclusivamente en los quehaceres de la vida, de la producción y la reproducción, nos hemos olvidado de la vida buena, a la que sólo admiramos a través de cablevisión. Desde esta perspectiva, aunque la apariencia y la realidad no vayan siempre de la mano, hay detrás de este bicentenario argentino un sabor Latinoamericano (utópico y heróico) del cual deberíamos sentirnos orgullosos.

Las comunidades se hacen a través de sus relatos, de sus narraciones identitarias, y una parte (un partido) de la Argentina ha adoptado siempre, con abrumador y despiadado estilo, una postura europeista (los más grasas prefieren Miami) que desdibuja lo que somos. En su reeditado antiperonismo, en su odio y su asco visceral hacia todo aquello que huela a otra Argentina diferente a la suya, esa postura europeista corre el peligro de convertirse en traición.

LA CRISIS EPISTEMOLÓGICA EUROPEA



Ella se va a casar. Esta muy enamorada de su novio, con quien ha convivido durante diez años. Pero cuando llega el día de la boda, él la deja plantada en la puerta de la ceremonia con un ramo de flores en la mano. Dos días después, rodeada de sus amigas, les dice que el tipo “ese” es un mal bicho, que siempre fue malo, perverso, y lanza un llanto con moco incluido, que una de las “chicas” felizmente ataja con un pañuelo. En fin, todo el asunto bastante desagradable. Pero ¿qué ha pasado?

MacIntyre, que es el autor al que estoy ofreciendo mis desvelos en estos días, plantea el asunto más o menos de esta manera. Una crisis epistemológica consiste en una ruptura del feliz matrimonio entre apariencia y realidad. En el ejemplo citado, una evidencia hasta ese momento incontrovertible (el hombre con el que voy a casarme es un amor), se pone en cuestión ante una nueva evidencia (me ha dejado plantada), que me obliga a reconocer que existen alternativas sistemáticamente diferentes de interpretación (el tipo es ahora un cabrón). En este caso, lo que unas horas antes era la sabrosa certeza de compartir la vida para siempre jamás con el hombre de mis sueños, se convierte poco después en la abominación de la brutalidad masculina llevada a su ilustración más paradigmática de asquerosa cobardía.

Algo de eso hay con esta Europa que se muere despacito. Que empezó a morirse mucho antes de que se atrevieran a engañarnos como lo hicieron, con la constitución europea, con los malabares por hacer pasar a la democracia por el ojo de la aguja de las oscuras instituciones en Bruselas, para cocernos a todos en un mismo marco de variables y ajustes monetarios y financieros. Esta Europa triste, esta especie de museo cultural en la que se ha convertido Europa (como decía Zizek) que de una manera u otra está esperando (si no se muere también la esperanza) volver a nacer algún día, cuando acabemos de digerir lo ocurrido, el engaño y el error en el que estuvimos (y aún estamos) instalados desde hace ya varias décadas.

Pero para ello hay que sortear con buena cintura dos tentaciones habituales que se presentan como medicina en estas épocas de crisis epistemológicas: el escepticismo y el instrumentalismo.

El ajuste Europeo es parte del problema, es el intento desesperado por parte de los adherentes del paradigma derrotado por mantener en pie la estructura construida. Se trata de correcciones ad hoc del sistema, como las que se intentaban en París, en Oxford y en Padua para salvar la teoría Ptolomeica de sus inconsistencias. Pero la insistencia por parte de los organismos técnicos europeos y las organizaciones internacionales financieras por imponer reiteradas correcciones al modelo está llevando el asunto al límite de su funcionalidad.

Por lo tanto, debemos esperar una Revolución mayúscula en las “próximas horas”. Llegará un momento en que los intentos instrumentalistas de corrección habrán alcanzado su cota, y a partir de allí, a menos que nos aprestemos a una disolución, deberemos encontrar una solución a la incoherencia. O bien repetimos (la historia es también una reiteración absurda: Waterloo, Stalingrado) y se nos impone un regimen cuasi-totalitario, o salimos a la calle con el fin de dar forma a las resistencias.

La otra parte del problema es el escepticismo. Si lo primero es objeto de atención de los especialistas y ejecución de tecnócratas que ofrecen sus recetas archiconocidas en el mundo periférico como santos remedios de agua bendita sin efectividad alguna para deshacer los tumores que nos han invadido, la segunda parte del problema corresponde a la población europea, que vive como atontada, después de décadas de consumo de dañinos estupefacientes y relajantes sociales administrados con tino “europeista”. Convencidos estuvimos hasta ahora, gracias a un concertado esfuerzo mediático, que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, y por eso era mejor que nos estuvieramos tranquilos, que no hace falta más que echar una miradita a ese rincón vecino que es África, o darse un paseito por Latinoamérica, para constatar que ellos no son como nosotros, gente culta y bien pensante, con las calles asfaltadas y los coches no contaminantes.

En fin, se acabaron los cuentos. Hay que arremangarse y empezar a desencallar el cerebro, lleno de tonterías largamente pronunciadas.

La Europa social, la Europa democrática de la que tanto presumimos durante estos años no ha sido más que un “pedo” en la historia. Y aquí la palabra “pedo” es especialmente importante. Lo primero es comprender eso, que no hay una esencia Europea, por la sencilla razón de que nunca la hubo y porque en la historia las esencias son como las brujas, invenciones de una imaginación desordenada. Lo que hay son las tradiciones, y dentro de las tradiciones, los conflictos y eventualmente las revoluciones que, llegado el caso, como decía MacIntyre, aseguran continuidad a la tradición.

Para los conservadores, tradición y revolución son nociones contrapuestas. Para MacIntyre, en cambio, las tradiciones, muchas veces, necesitan de las revoluciones para no morir. Eso es lo que hace de Juana de Arco y Danton, miembros de una misma especie que estira sus músculos a lo largo de la historia.

La crisis europea, recordémoslo, es parte de una crisis planetaria, una crisis que pide a gritos su revolución, que el sueño de Obama intento disuadir. Una crisis que se fraguó en el taller ideológico del neoliberalismo, articulado a partir de la ficción filosófica del individuo como último y exclusivo eje de lo real, pero con el oscuro propósito de hacerlo objeto absoluto del mercado corporativo y el Estado burocrático. Lo que toca ahora es volver a dar forma a un “nosotros” que nos permita resistir para preservar lo que aún no hemos inventado.

QUERER ADOCTRINARSE



Cuando era chico conocí a un hombre que, entonces, creía yo, era un hombre sabio. Pero que con el tiempo comprendí no era más que el producto intelectual de la lectura de un único periódico. Eran otros tiempos. Los periódicos eran gruesos y podían convertir a un hombre de abajo en una persona instruida en los gustos y las ideas de los de arriba. El periódico permitía a este buen señor conocer de todo sin conocer nada. Citar a los autores predilectos de los entendidos, menospreciar lo que otros menospreciaban y de ese modo estar siempre a la última.

Aunque proveniente de una familia de pobres asturianos que llegaron con una mano adelante y otra mano detrás a la Argentina de las vacas gordas, cuando abandonó el conventillo dejó detrás de sí las publicaciones anarcosindicalistas con las que había alimentado su juventud y decidió incorporarse en el partido conservador. Intento olvidar su pasado para convertirse en un hombre decente y respetado. Su esfuerzo no fue vano. Sus hijos alcanzaron cierta fortuna convirtiéndose en abogados, ingenieros y empresarios, y sus nietos, educados para ocupar puestos gerenciales en alguna multinacional.

Nada de esto hubiera sido posible si el hombre sabio que conocí no hubiera reconocido en el matutino elegido la fuente más fiel de su adoctrinamiento. Se trataba de decir lo que todos los que importan dicen, de pensar todo lo que los que importan piensan y de hacer lo que todos los que importan hacen. De ese modo, sopesando los gestos y silenciando las ignorancias, se fue acomodando al mundo que le había tocado vivir consiguiendo con ello arrancar tajadas a las circunstancias.

No hay nada reprochable en la historia de este hombre. Más bien todo lo contrario, la limitada, pero no por ello desdeñable gloria de un hombre sencillo que hizo esfuerzos para escapar a su destino arrabalero y formar una familia.

Sin embargo, hay otra historia que no se cuenta en esta historia. La lucha política y social que otros como él realizaron para llevar a un país de inmigrantes excluidos a convertirse en una democracia siempre amenazada, de aquellos que fueron maltratados, encarcelados y asesinados para cambiar el rumbo de una tierra de promesas que aún esperaban cumplirse.

El hombre sabio del matutino puede jactarse de sus logros personales, pero está muy lejos de ser un prohombre. Es más bien un hombre cualquiera, de esos que están en todos lados.

Ahora, la pregunta foucaultiana se articula del siguiente modo: no se trata únicamente de saber cómo hemos llegado a ser éste hombre que somos en cada caso, sino que además, la intención consistiría en imaginar cómo hubiera sido ser otra cosa, pensar otras cosas, hacer otras cosas. Hemos llegado a convertirnos en este tipo de ser humano, este agente moral cuya aspiración pasa por defender ciertas banderas, pero podríamos haber sido otro, cuyos anhelos fueran otros.

Lo importante, en todo caso, es que estos dos extremos de la reflexión deberían servirnos para abrir un espacio de libertad. En este caso, la libertad consiste en darnos cuenta que nuestra identidad es un fenómeno contingente, que eso que decimos ser, eso que ejercitamos en nuestros quehaceres no es una realidad necesaria, sino más bien una invención que puede ser reescrita, que esa reescritura puede permitirnos volver hacia el pasado en busca de aquellas instancias en las que decidimos convertirnos en esto que somos, y devolver a nuestro tránsito las alternativas perdidas, las instancias desplazadas.

En definitiva, el hombre ordinario puede volver sobre sus pasos para descubrir lo que han hecho con él, con su propio consentimiento, con la astuta decisión de ser disciplinado por los que manda para cumplir un rol en la historia que otros narran por él.

EL COSMOPOLITISMO DE EUGENIO DÍAZ



Hace un par de días murió Eugenio Díaz. Fue un viejo amigo que conocí en mis tiempos “asiáticos”, como me gusta llamarlos cuando "me hago el interesante". Eugenio era un cosmopolita hecho y derecho. No pretendía, como muchos, ser un habitante del mundo, sino más bien un hombre sencillo que fue dando forma a su carácter y personalidad por medio de la ardua tarea de encontrarse con los otros, con esos que no son como nosotros.

Al cosmopolitismo de Eugenio Díaz contrapongo un cosmopolitismo imperialista que pretende hacer del mundo un lugar homogéneo. Un cosmopolitismo de personas que se reconocen idénticas en todos lados, portadoras de un carácter y una personalidad “neutra” como el inglés internacional o el castellano hispanoamericano que es de todos lados y de ninguno.

Para los cosmopolitas de la segunda categoría, todos los nacionalismos son barbarismos primitivos que estamos obligados a combatir y superar. La historia, para éstos, se dirige con dificultades crecientes hacia el ilustrado destino de una hegemonía de la transparencia. La cultura (lo cual incluye la política y la moral) se encuentra al servicio del entendimiento. En este sentido, entenderse significa superar lo disímil, encontrar un consenso que haga posible la superación de las diferencias. Para que esto ocurra, piensa la mayoría, lo que se impone es encontrar un lenguaje común que lo facilite.

Soy conciente de que lo que haré a continuación es afirmar algo más o menos arbitrario, pero nos servirá para identificar algunos patrones que a muchos nos pasan desapercibidos. Entre todas las lenguas, decía hace unos días un periodista de la BBC, comentando el encuentro de Obama con el Dalai Lama, la lengua del dinero es hegemónica. Como ha ocurrido en otras ocasiones, los derechos humanos quedarán relegados a las exigencias que impongan los negocios.

Por el contrario, hay un cosmopolitismo que no cree en procedimientos consensuales ni en fórmulas de imagen para rescatarnos del conflicto. Se trata de un cosmopolitismo que se encuentra lleno de contenido y no se articula por medio de maneras vacías aplicables a todos los contextos y artículos fetichistas que hacen la felicidad de los paseantes en todos los aeropuertos. Se trata de un cosmopolitismo finito, que no está hecho de la convicción de una “humanidad” sin rostro, sino más bien, de una muestra de “humanidad” mestiza, una identidad hecha de mezclas bien contadas.

Para los cosmopolitas de este estilo, no hay “habitantes del mundo”, sino ciudadanos que han hecho suyo identidades múltiples. Somos de Jakarta, Barcelona, Buenos Aires, Bogotá y Delhi, porque nuestro paso físico por esos lugares ha dejado una huella indeleble en nuestro carácter y nuestra personalidad. No hemos pasado indemnes por esos lares sin que éstos imprimieran en nosotros la marca de nuestro maridaje con dicha cultura. Para estos cosmopolitas, no se puede ser de todos lados, pero se puede ser un poco argentino, un poco colombiano y un poco catalán al mismo tiempo.

Para estos cosmopolitas el nacionalismo no es un fenómeno primitivo que debamos dejar atrás, sino la fuente de una identidad cuyos tesoros es indispensable preservar, como se preservan las obras de un poeta que ha dicho el mundo de una manera irrepetible.

Los cosmopolitas abstractos suelen ser moralistas porque en su pretensión de ser de todos lados anida el anhelo de estar por encima de todos. Su moral desarraigada les protege de los códigos de compromiso, de las lealtades y los gestos que los hombres de la tierra utilizan para dar la bienvenida al sol que sale cada mañana y el modo en que aprenden a llorar a sus muertos de manera determinada, de acuerdo con el culto de la muerte al que se inscriban.

Estos cosmopolitas abstractos pretenden el privilegio de imponer sus códigos en todos los puertos, desdeñando la sabiduría de las generaciones, a favor de un pragmatismo que el éxito instrumental parece confirmar.

Eugenio Díaz, despreciaba a estos cosmopolitas abstractos a quienes consideraba enemigos de la cultura y de la historia. Entre las muchas cosas que nos dejó, hoy estoy ocupado en leer sus “Cuadernos de Sumba” y su “Diario de Bangkok”, donde descubrimos a un hombre para el cual otros hombres no eran, como él mismo dijo en cierta ocasión, un lugar donde ejercitar nuestra subjetividad, sino más bien, el milagroso regalo de nuestra posibilidad de ser.

HERMENÉUTICA DE LA VIDA COTIDIANA



Me siento frente al ordenador. Repaso los titulares del periódico A. Elijo dos notas que me interesan. Las leo. Cuando termino, regreso al blog y “cliqueo” para ir al periódico B. Selecciono un par de artículos, los leo. Cuando acabo caigo en la cuenta que estoy otra vez, como siempre, enfrentado a la necesidad de elegir entre dos mundos, dos realidades irreconciliables. No hay nada, excepto la nominalidad de las entidades que se mientan en los respectivos rotativos, que pudiera hacer sospechar, a falta de ellos, que se están describiendo o explicando los mismos hechos, la misma realidad. Eso significa, para empezar, que ni la noción de descripción, ni la noción de explicación resultan convincentes a la hora de comprender la política mediática.

El desafío consiste, dicho muy malamente en lo siguiente: ¿cómo encarar la cuestión de la interpretación sin caer en las trampas que el nietzscheanismo blando nos ha impuesto en la forma de postmodernismo? “Todo son interpretaciones”, decía Nietzsche, y sus herederos nos regalaron la escapatoria fácil de una hipotética equidistancia que acabó convirtiéndose, a partir de los noventa, en la eufórica libertad funcional que apuro la borrachera del poder. Ahora mismo sufrimos la resaca de semejante bacanal.

La respuesta más fácil sería: confrontemos los hechos con las respectivas interpretaciones que nos proponen. Pero es cuestión archisabida que los hechos no son fenómenos neutros a los que podemos acceder libres de toda interpretación. Incluso la elección de los hechos a los que prestamos atención depende de nuestras precomprensiones, es decir, las interpretaciones básicas a partir de las cuales funcionamos en nuestras prácticas cotidianas. De este modo, nuestras prácticas habituales se convierten en los criterios inarticulados por medio de los cuales interpretamos los hechos que a su vez se convierten en una corroboración de nuestras creencias acerca de ellos.

A menos que un evento (la mayoría de las veces azaroso) produzca una “dis-rupción” en nuestro modo de ser en el mundo, la aprehensión de éste parece siempre confirmar “sin ruptura” todas las interpretaciones que sobre el mismo se proyecten. De este modo, se explica por qué razón los adherentes de las más diversas explicaciones siempre encuentra confirmación de sus creencias en el mundo.

Esto es a lo que los filósofos han dado en llamar "círculo hermenéutico": para entender el mundo partimos de nuestras prejuicios, que son los que nos permiten interpretar el mundo y se convierten en la base a partir de la cual damos forma a nuestros criterios interpretativos. La tarea consiste en hacer que ese círculo hermenéutico pase de ser un círculo vicioso, a convertirse en un círculo virtuoso, es decir, que a partir de nuestras interpretaciones básicas seamos capaces de conocer más de la cosa en cuestión, escapando de esta manera a la tarea narcisista de colonizar lo real con nuestra subjetividad.

En este caso, el texto a interpretar es la realidad cotidiana que vivimos, lo que las cosas son, lo que experimentamos en nuestra existencia cotidiana, el modo en que dicha experiencia se construye, los factores, los tropos que vehiculan nuestras experiencia y que precipitan lo que las cosas son, que a su vez vuelven a servir como fundamento a nuestra experiencia cotidiana, dando forma a la historia.

Esto significa que además de la confrontación de lo virtual mediático con lo real experiencial, hay otro dato que no debería pasarnos desapercibido. Se trata de la voluntad política y la voluntad de saber que enmascara al interprete. Nos preguntamos: ¿Qué buscamos en nuestra interpretación? ¿Qué es lo que estamos queriendo ver en el mundo que nos rodea? Ese querer, esa voluntad, es un factor determinante de nuestro ser en el mundo, es decir, del modo en el cual nos paramos frente a las personas y las cosas.

Las cosas, por supuesto, son un poco más complejas de lo que parecen: no se trata de ser positivos o pesimistas, de ser infantiles, cínicos o indiferentes. Se trata más bien de discernir el estado de la cuestión en el seno del alma del ciudadano, del individuo. Uno está tentado a volver a Platón que con cierta sabiduría ahora vetusta, habló de la República para hablar del alma de los individuos, es decir, leer en letras grandes (la del Estado) lo que en letras pequeñas está inscrito en el alma de los hombres.

Tampoco esto acaba de resolver nuestros problemas, entre otras cosas, porque la realidad política, lejos de lo que pretenden algunos iluminados, no se resuelve con meras ecuaciones y análisis técnicos y estadísticas de progresión. Cuando un periodista nos dice que la realidad política, económica y social se reduce a los hechos duros, podemos estar seguro que habla un ideólogo enmascarado. La realidad política, siendo una realidad humana, se encuentra de manera ineludible asociada a las autointerpretaciones que los individuos tienen de sí mismos, la manera en la cual construyen el imaginario de lo que son individual y colectivamente sobre la base de los bienes a los que aspiran.

Sin embargo, estas autointerpretaciones lejos están de ser el producto de la actividad soberana de los individuos en cuestión. Como han señalado los teóricos del poder, es el producto mestizo de redes de relación que fragmentan el tramado social surcándolo vertical y horizontalmente por microfísicas del poder, como decía Foucault, disciplinas, estrategias y concepciones que determinan nuestro modo de ser sujetos, de ser agentes morales en cada época histórica y en cada estrato de lo real en los cuales las épocas se recortan.

HONRAR EL PENSAMIENTO

Vivimos una época curiosa, una época en la cual el pensamiento reducido a su función técnico-instrumental encuentra su mejor aliado en el emotivismo. El pensamiento reflexivo no vive sus mejores horas. Por esa razón se me ha ocurrido, como una especie de recordatorio para mí mismo que eventualmente puede serle de utilidad a un hipotético lector, apuntar algunas anotaciones sobre este asunto.

Nuestras vidas, como venimos diciendo en prácticamente cada uno de los post que hemos colgado en esta página, parecen vivirse, en muchos casos, por sí mismas, independientemente de las decisiones que tomamos al respecto. El propósito de nuestras vidas parece decidirse en otro lado. La empresa capitalista y la burocracia estatal nos imponen estructuras que constriñen nuestros horizontes. Desde el comienzo de nuestras vidas, y aún antes que nuestras vidas sean siquiera una esperanza en el vientre de nuestras madres, estamos sometidos a poderosos discursos, mecanismos y disciplinas de objetivación que convierten nuestras existencias en recursos u obstáculos para el desarrollo de los fines que en esta época histórica se ha impuesto nuestra civilización. Somos educados para formar parte de redes extensas cuyo propósito es el crecimiento y enriquecimiento cuantitativo de dichas entidades y la preservación y aumento de su poder.

Como contrapartida, la cultura contemporánea nos ofrece una serie de disciplinas de “di-versión” que nos permiten escapar a las angustias del sinsentido a través de técnicas de subjetivización. El deporte, el yoga, la meditación y otras terapias afines nos ayudan a vaciarnos de los residuos “cancerígenos” que produce el proceso de objetivación al que estamos sometidos. De ese modo, nuestra existencia pendula entre actividades puramente funcionales y “experiencias de evacuación” que nos hacen sospechar un potencial que de manera efímera nos ayuda a continuar haciendo esfuerzos en la dirección que nuestra sociedad y nuestra cultura ha marcado como ineludible para nuestro tiempo.

Ahora bien, como hemos dicho, en la mayoría de los casos, la solución terapéutica es más o menos efímera. Ni bien hemos acabado con nuestra sesión de running o meditación, o estamos de regreso de la fiesta carnavalesca o del viaje exótico, somos devueltos frente a la pantalla de nuestro ordenador donde volvemos a asumir nuestra existencia no calificada como un nodo del sistema. La sesión de running o meditación, la fiesta y el viaje han puesto un paréntesis en nuestra actividad, pero no han servido para transformar nuestra existencia en la obra de arte que merecería ser. Nuestras vidas son planas como el mundo en el que vivimos, que apura su tránsito hacia la normalización global.

¿Qué es lo que nos queda para resistir este círculo vicioso? Hace algunos años, estando en McLeod Ganj, el Dalai Lama me dió el siguiente consejo: “pensar, pensar, pensar”. A diferencia de lo que ocurre con otros sistemas, lo que el Dalai Lama venía a decir es que el factor determinante y diferencial es la reflexión, la voluntad concertada a echar luz, a clarificar nuestra situación existencial.

Esa reflexión tiene dos aspectos. Por un lado, intentar determinar las características constitutivas de lo que somos como seres humanos lo cual, a su vez, significa ponernos a nosotros mismos en el escenario de la naturaleza para comprendernos como parte de ella y de ese modo determinar nuestros proyectos sobre el fundamento de nuestro ser en el mundo. Por otro lado, como diría Hegel, intentar captar nuestra época en concepto.

Creo que Foucault estaba en lo cierto cuando señaló la relevancia que tiene para nosotros reflexionar acerca del momento histórico que nos toca vivir: ¿qué es lo que está pasando con nosotros? ¿qué es el mundo en este período histórico, ahora mismo? ¿qué es lo que nos está tocando vivir?

En el primer caso, decía Foucault, nos preguntamos: ¿Quién soy yo?, y la respuesta que damos a dicha pregunta es ahistórica, atemporal, universal: somos un sujeto. Ese es el modo en el cual Descartes encaró la cuestión.

La pregunta de Foucault, que tiene su origen en el interrogante kantiano acerca de la ilustración es muy diferente. En buena medida es una pregunta complementaria con la primera, acerca del carácter constitutivo de nuestra identidad, aunque ahora mismo se ha vuelto ineludible para nosotros: ¿Quiénes somos en ese preciso momento de la historia? Lo cual también nos obliga a pensar por qué razón es una pregunta de este tipo ineludible para nosotros, los hombres y mujeres que habitan el comienzo del siglo XXI.

Una pregunta de este tipo no puede responderse haciendo meditación, o haciendo yoga, y probablemente no pueda responderse tampoco en el diván de un psicoanalista o en la charla con nuestro terapeuta preferido. Para responder a esta pregunta hay que volver la mirada al mundo y vernos en él, ineludiblemente, haciendo el esfuerzo de transparentar la radical contingencia de todas nuestras convicciones por medio de una especie de extrañamiento del mundo. Hay que ver al mundo en el tiempo, hay que volver a sorprenderse no sólo por la estructura radicalmente transitoria de nuestros modos de ser, sino con la delicada apreciación de los mundos que en cada caso hemos hecho, pero no con el ánimo museístico con el cual nos enfrentamos a nuestra historia oficial o a las bellas artes, sino desde el presente, o como decía Foucault: con la intención de escribir una historia del presente. Es decir, vernos a nosotros mismos a la luz de la historia que nos ha hecho devenir lo que somos y el futuro que ahora mismo estamos pro-yectando.

RELEYENDO A FOUCAULT

Hoy quiero decir dos palabras sobre la relación que existe entre las instituciones democráticas y el entramado de disciplinas que subyace a cualquier articulación teórica de dichas instituciones.

No cabe la menor duda que la llegada de la democracia a países como España y otras naciones latinoamericanas representa un avance auténtico e incuestionable en términos de política representativa, es decir, en vista a los ideales de igualdad ciudadana. Sin embargo. dichos progresos y la pluralidad ideológica que permite, en el seno de su marco institucional, enmascara una serie de displinas “universalmente” aceptadas que aseguran que los miembros de las sociedades democráticas no alcancen jamás la igualdad y la igualación de poder que los ideales democráticos explícitamente dicen promover.

Como ha señalado en incontables ocasiones Noam Chomsky, si prestamos atención al contenido del debate público en las sociedades democráticas, llama la atención el modo en el cual el “consenso” político-cultural censura cualquier discusión seria en torno a las categorías básicas del propio sistema y la legitimidad de las disciplinas de control, adoctrinamiento y manipulación de la población. Esta censura se realiza por medio de la efectiva ausencia de estas cuestiones en el ámbito no especializado del discurso crítico, o en la puesta en escena de su refutación por medio de la caricaturización o la acusación de extemporalidad de los planteamientos subversivos.

Ni las cuestiones regulativas en torno al rol del estado ahora en boga, en las que se entrecruzan los recién llegados defensores del Estado burocrático después de varias décadas en retirada frente al imperialismo neoliberal promovido por la empresa capitalista, ni los desvergonzados defensores del ultraliberalismo del mercado en quienes no parece haber hecho mella la profundidad de la crisis en curso, abordan la cuestión más alarmente que gira alrededor de la colonización del mundo de la vida por parte de estas entidades en pugna.

El ciudadano, convertido en mero sujeto clientelar es disciplinado para acomodarse a la burocracia y al mercado hasta los confines de su intimidad. El cliente es arrancado de su "interioridad" y sometido a un proceso de banalización de sus ideales de autoexpresión a través de la imposición de bienes sustitutorios que compensan el sacrificio que le impone la sociedad disciplinaria.

Frente a los cortocircuitos funcionales de los individuos, la cultura ofrece un extendido menú de psicoterapias, deporte, turismo, diversos expertises en las disciplinas del alma de oriente y occidente y otras disciplinas afínes con el propósito de reparar el sistema, o se enfrenta con dichas patologías promoviendo políticas de exclusión.

El triunfo relativo y circunstancial del discurso neokeynesiano entre una parte de la población, aun cuando resulta improbable que esto tenga efectos efectivos en vista a la extensión flotante del poder corporativo y la debilidad de la política encadenada a la jurisdicción territorial, resulta intrascendente en lo que respecta a la paulatina disolución de la soberanía del anthropos qua anthropos, como individuo y participe en un proyecto de perfección comunitaria.

LOS PRISIONEROS "FANTASMA"

Rebelión.org informaba hace unos días acerca de un documento, realizado por un grupo independiente de expertos de las Naciones Unidas, en el cual se alerta sobre la utilización sistemática de detenciones secretas como estrategia en la llamada lucha antiterrorista, que amenaza con convertirse, debido a la extensión y naturaleza de dichas prácticas, en crímenes de lesa humanidad.

Todos recordarán que hace algunos años un escándalo de enorme relevancia inundó las portadas de los periódicos del mundo poniendo fin a cualquier pretensión “humanista” de la Europa economicista que los tecnócratas le robaron a los idealistas de antaño y a una izquierda paralizada por el éxito neoliberal. Una manera incuestionada de ser en el mundo parecía ser el destino al que estábamos todos llamados. Sólo bastaba reducir al orden a los díscolos del planeta, y alcanzaríamos el cénit de la historia en el que el capitalismo del libre mercado y la democracia liberal, decían, se daban la mano para siempre jamás.

Sin embargo, en aquellos días descubrimos que el neoliberalismo y la democracia no se llevan muy bien cuando se pretenden en el mismo paquete. En esos días aún aciagos, cuando aún la población del Atlántico Norte permanecía sumida en la ilusión de un crecimiento flotante, cuando aún no había caído en la cuenta que la sombra que se aproximaba amenazante era la del ave que anunciaba su propia debacle que acabaría por mucho tiempo con las arrogancias de una seguridad autista; en esos días - digo - cuando aún los intelectuales y los políticos de la derecha de siempre y los progresistas conversos vivían de los dividendos que el derrumbe del bloque soviético les había regalado, y danzaban eufóricos los ritmos afiebrados de los noventa y los post-noventa más duros, más crueles pero igualmente prometedores; en esos días en los que el grotesco imperialismo estadounidense era repudiado por todos sin que por ello pusiéramos en cuestión nuestro estilo "americanizado" de vida, nuestra cómplice participación en el diseño y puesta en práctica de una maquinaria asesina que acabaría cayendo sobre nosotros muy pronto; en aquellos días - vuelvo a decir - fue que Condi Rice visitó la Europa vetusta y denostada, la Europa asomada a su propio abismo para darle el toque de gracia que acabaría para siempre con sus ilusiones civilizacionales.

¿Qué es lo que vino a decir Condi Rice entonces? Bueno, vino a decirle a la opinión pública europea, a la engreída y culta Europa de los derechos humanos, que las denuncias que se habían realizado contra “América”, contra la política antiterrorista promovida por los Estados Unidos de América, contra una estrategia sistemática de detenciones ilegales y secretas, no cabía negarlas. No, todo lo que se decía de "América" era más o menos cierto, pero había algo más, había que agregar que en esas prácticas de la inteligencia estadounidense, la CIA había tenido excelentes cómplices. Y ¿quiénes eran dichos cómplices?, los mismos gobiernos que ahora, presionados internamente, se llenaban la boca hablando de derechos humanos y se atrevían a sermonear al gran amigo americano.

Sí, “América” había tomado la determinación soberana de construir una cárcel como Guantánamo para salvar a “América” del terror. Sí, “América” había decidido subcontratar a agentes sanguinarios y poco escrupulosos en países lejanos para realizar el trabajo que la propia legislación estadounidense prohibía con letras mayúsculas. Sí, “América” había dado permiso incondicional a sus fieles agentes para realizar una guerra sucia contra el terror, deteniendo sospechosos secretamente, haciéndolos desaparecer, trasladándolos a lugares imposibles de rastrear y sometiéndolos a experimentos destinados a quebrantar la voluntad de los mismos por medio de la manipulación de sus cuerpos y sus mentes.

Todo esto, venía a decir Condi Rice, era perfectamente cierto, pero “América” no había estado sóla en este asunto. Europa no sólo había dado autorización para que se realizaran vuelos con prisioneros "fantasma" a través de su territorio. No sólo había autorizado la utilización de sus bases aéreas, sino que había participado de dichas operaciones con sus propios agentes de inteligencia en muchos casos.

Fuimos muchos los que entonces participamos en el debate público que se desató en torno al asunto, pero quizá, lo que no preguntamos suficientemente, lo que olvidamos en el calor de la batalla dialéctica, lo que dejamos pasar en medio de nuestra indignación, es que los cientos, quizá miles de detenidos que fueron encarcelados en mazmorras y sometidos a esos experimentos físicos y psicológicos de los que podemos darnos una idea por lo que se ha dado a conocer sin sonrojo alguno por parte de sus responsables, aún continúan desaparecidos. ¿Quiénes son? ¿Cuántos son? ¿Por qué razón están allí? ¿Dónde se encuentran?

La guerra contra el terror es también una guerra que promueve el terror. Es una guerra contra otros mundos posibles, a favor de un mundo imposible. Es la guerra del capital contra la democracia. Es la ruptura definitiva que desenmascara hasta qué punto los estamentos de la empresa capitalista se encuentran divorciados de la libertad que imaginó nuestra civilización.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...