LA MEDITACIÓN PRO. Sobre economía, política y espiritualidad.


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En estos días, la ciudad de Buenos Aires se prepara para recibir a un supuesto "maestro espiritual", a quien se conoce como Sri Sri Ravi Shankar. La serie de espectáculos organizados, entre otros, por el PRO del Ingeniero Mauricio Macri, ha concitado debates que merecen nuestra atención. Rodriguez Larreta ha anunciado que Buenos Aires se prepara para convertirse en “la ciudad del amor” y convoca a los porteños a participar en una maratón meditativa que haga frente a la crispación política reinante, y a la violencia que nos rodea. Mientras tanto, supimos que además de los famosos locales, quienes imitando las veleidades de los iconos de Hollywood confiesan su admiración hacia el Gurú, muchos otros personajes políticos y sociales se anotan en la partida.

La iniciativa de Macri no es una estrategia desprolija de última hora. El proyecto forma parte del ADN de la política amarilla, con el cual se identifican los militantes y simpatizantes de esta agrupación que hoy gobierna la ciudad de Buenos Aires, convertida en la principal referencia opositora al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La legisladora Hotton y el Rabino Bergmann, entre otros, son dos referentes emblemáticos de la agrupación que pueden cómodamente ubicarse en el panteón de los “espirituales” PRO.

Lo que no voy a hacer en este post  es meterme con Ravi Shankar. Creo que erramos si ofrecemos como argumento la estrategia de desacreditar al personaje. Ni el valor de las entradas del evento, ni las credenciales del guruji deberían formar parte de nuestra reflexión. Mucho más interesante resulta explicar en qué consiste la práctica meditativa, qué entendemos por espiritualidad, dónde ubicar las cuestiones que se suscitan en este ámbito en el espectro de otros intereses y actividades humanas, etcétera. Y desde allí, tratar de explicar por qué no compartimos la pasión que ha suscitado entre algunos esta visita y otras por el estilo.

En breve, en esta entrada no nos sumaremos a las campañas proselitistas que promueve la farándula, ni enfrentaremos el asunto utilizando argumentos ad hominem. Lo que haremos es intentar clarificar las cuestiones de fondo.

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Empecemos con el marco de referencia. Para ello, de manera exclusivamente propedéutica, dibujemos un mapa que nos permita orientarnos en estos temas. 

Aristóteles nos animó a distinguir entre dos esferas de la actividad humana. La primera esfera, a la que podemos considerar infraestructural, es aquella en la cual los seres humanos se ocupan de la economía, entendida ésta en sentido amplio. Es decir, se ocupa de las relaciones familiares y de los negocios, de la supervivencia y la reproducción. Sobre la base de estas actividades, Aristóteles identificó las esferas de la Política y la Filosofía, en las cuales los seres humanos se dedican, fundamentalmente, al logro del Bien y la Verdad.

Ahora, hablemos de la relación entre estas esferas:
  1. Con respecto a la relación entre la economía y la política, muchas cosas hemos dicho ya en este blog.  En resumidas cuentas, si pensamos en esta relación en el contexto de la discusión en torno a la llamada “antipolítica” (uno de los aspectos preeminentes del trasfondo neoliberal) la cuestión resulta claramente discernible. Para nuestros contrincantes en el debate, la política debe estar supeditada a los mercados. El rol del político es meramente subordinado y “policial”. Se ocupa exclusivamente de atender a la “espacialidad y temporalidad”  que configuran los fines y las variables económicas. Si pensamos el asunto en clave weberiana, como nos enseñó MacIntyre, la contrafigura del político es el CEO, gerente o empresario, quien le marca la agenda al poder político, define las metas y establece los medios que el poder político ejecuta, persuadiendo, disuadiendo o reprimiendo.  Si ahora nos fijamos en la concepción de los individuos en este contexto, nos encontramos con una comprensión atomística de los mismos. Los individuos son eso, átomos sociales, en interacción con otros átomos sociales, conformando a partir de esa interacción configuraciones epifenoménicas que ofrecen ocasión para la conformación de diversas identidades solapadas, al tiempo que se los entiende como mero recurso humano de las redes de producción, servicio y consumo que conforman el orden sistémico de la economía. Frente a la antipolítica, se esgrime, en clave aristotélica (también marxista), la siguiente pregunta: ¿Qué vida vale la pena de ser vivida? Y a partir de ella, se articula una pugna en torno a la verdad, el bien y el poder que define a los contrincantes a partir de principios como la libertad y la igualdad, por un lado, pero en función de su comprensión y su extensión. Es decir, quiénes merecen ser libres y cómo se define la igualdad, y entre quiénes se distribuyen los beneficios de la misma. La política es la esfera que define lo que se incluye o se excluye en la definición de la imaginada comunidad en la que establecemos un “nosotros”.
  2. La siguiente distinción es entre política, por un lado, y la filosofía, la religión y la espiritualidad por el otro. En este caso me ciño a algunas ideas muy interesantes que surgieron a partir de la lectura de Leo Strauss, en especial, en sus consideraciones respecto al Platón de Al Farabi. En breve, la relación entre la filosofía y la política es una relación compleja en la cual, aparentemente, la política tiene preeminencia. Sin embargo, la pregunta por la vida buena que guía al filósofo, no puede ser respondida de manera plena por la política. Hay muchas maneras de presentar las razones de por qué la política se queda a mitad de camino, pero, fundamentalmente, podemos decir que el filósofo, de manera análoga a lo que hizo el político en relación con sus compromisos “íntimos”, superándolos al hacerse cargo del bien común, (el filósofo) se encuentra compelido por un compromiso universalista que interroga, cuestiona, asume críticamente una resistencia frente al “nosotros”  que la soberanía política constituye por medio de la exclusión. La pregunta filosófica acerca de la vida buena se encuentra siempre en tensión o incluso en oposición al poder. Por supuesto, en relación al poder económico y, en este contexto, al intento de las élites por marcarle la agenda al poder político, el filósofo se encuentra del lado de la comunidad política, porque la subordinación de la política a la economía siempre va en detrimento de la vida buena, de la vida que merece la pena vivirse. Pero también es cierto que la política es capaz de matar al filósofo o desterrarlo cuando este se convierte en una amenaza a su legitimidad.
  3. La relación entre la filosofía, por un lado, y la religión y la espiritualidad, por el otro, se define a partir de la consideración de la trascendencia, del más allá, y se pone de manifiesto, especialmente, en ocasiones como la enfermedad y la muerte, en la experiencia del fracaso y en vista a los límites inherentes al florecimiento humano. De nuevo, la religión, la espiritualidad y la filosofía comparten una posición no reduccionista en lo que concierne a los individuos frente a la economía y la política. La identidad humana no es meramente funcional a los mecanismos de reproducción y producción, pero tampoco se resuelve en los círculos identitarios políticos y sociales de pertenencia. Hay instancias como la muerte, la enfermedad, el fracaso, etcétera, en los cuales el ser humano reconoce unas instancias de su realidad que lo iguala a otros al trascender las especificidades culturales y las asociaciones ideológicas que lo definen.
  4. Con respecto a la distinción entre la religión y eso que se llama “espiritualidad”, digamos que las diferencias son más difíciles de establecer. De manera preliminar, digamos que a diferencia de la religión, estrechamente asociada a una expresión, a una lengua específica, para decir el más allá de esta vida y lo que eso implica en última instancia para esta vida nuestra de todos los días, la espiritualidad pretende asociarse con una experiencia y comprensión de lo real (“lo místico”) que va más allá de la palabra humana, en todo caso se trata de experiencias y comprensiones que se modelan en la escucha de un logos prearticulado que expresa lo sagrado, o el silencio como fuente de una verdad no condicionada.

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En vista a esta introducción, me gustaría decir algo sobre la “espiritualidad" en boga, y la propuesta meditativa que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires promueve y comercializa en estos días.

Esta fascinación PRO con los asuntos "espirituales" asociados al "marketing de la buena vida" (que no es lo mismo que los ideales de la "vida buena") y a la estética de lo privado, se encuentra asociada a una concepción de lo público que atrae a las derechas planetarias. Se trata de prácticas empobrecidas y distorsionadas que se nutren con antiguas recetas de auténticas pedagogías que no deberíamos menospreciar, pero que las élites de las finanzas, algunos empresarios famosos, estrellas del espectáculo y sobre todo las clases medias, en su afán mimético, asiduamente exploran, en su afán de estetizar sus rutinas con la intención, en palabras del filósofo Ernst Tugendhat, de descansar de sus respectivas egocentricidades mediante una suerte de olvido de sí.  

En este sentido, la meditación promovida se ofrece como un puente que une la actividad meramente económica con la más sutil de las bases a partir de la cual los individuos establecen su identidad. El resultado es una espiritual que queda vaciada de sentido al concebir al ser humano como mero agente económico y a la espiritualidad como una actividad vacacional frente a las obligaciones del homo economicus.

Como señaló de manera apropiada el pensador católico Jacques Maritain, el horizonte de formación al que aspiramos es "el hombre integral", un hombre que resuelve o se enfrenta a sus conflictos sin eludirlos ni esconderlos. La práctica espiritual siempre debe comenzar con el reconocimiento explícito de la condición humana, es decir, con la asunción del sufrimiento y la injusticia. A partir de este diagnóstico es preciso establecer las causas y condiciones de nuestra condición presente, evaluando la posibilidad de una auténtica liberación/curación. La hipótesis de la libertad y la justicia debe ir acompañada por un itinerario formativo que nos lleve de la esclavitud presente y la injusticia reinante, a la libertad y la igualdad.

Estos factores fundacionales de la práctica espiritual están, a mi entender, ausentes en las iniciativas que promueve la ciudad de Buenos Aires y sus socios, quienes, pese al rimbombante llamado al amor y a la verdad con el cual presentan sus productos, se adhieren sin escrúpulos a una concepción cuasi-darwinista de las relaciones humanas, justificando de esta manera la opresión y las desigualdades, al tiempo que se asocian a una filosofía neoliberal, utilitarista y antipolítica, que convierte a las antiguas sabidurías en otro ornamento curricular diseñado a la medida de aquellos que viven una existencia acrítica y cultivan posiciones conservadora respecto al status quo.

LA DEMOCRACIA Y SUS CIRCUNSTANCIAS


Pasan los días y las tapas de periódicos se amontonan sin que se atisbe un cambio en la estrategia de los grandes medios. Las mentiras, por efecto y por defecto, se han vuelto tan burdas que se necesita una cuota extraordinaria de ingenuidad para creerse el libreto.

Por supuesto, de acuerdo con la agenda impuesta, el “relato”, entendido exclusivamente como ficcionalización de la realidad, es el del gobierno nacional que no le hace “asco “ a la manipulación y al engaño para mantener al pueblo sumido en la ignorancia por medio de un clientelismo que necesita para perpetuarse de la voracidad recaudadora y el engaño concertado. El Indec, la cadena nacional y el "futbol para todos" son los emblemas de "este gobierno corrupto", cuasi-dictatorial.

Sin embargo, aunque es evidente que la gestión oficial puede y debe estar sujeta a diversos cuestionamientos y es deseable que así sea en una democracia vigorosa que no le teme al antagonismo, a esta altura del partido y con los antecedentes que tenemos a la mano, parece inteligente, independientemente de nuestras simpatías y antipatías ideológicas o personales, hacer un paréntesis y sopesar nuestras adherencias.

La militancia antikirchneristas de algunos de los periodistas-estrella de otras épocas que ahora ponen la cara para embestir de manera sesgada e inescrupulosa contra el gobierno nacional, al tiempo que no escatiman esfuerzo para esconder la mugre que esconden sus patrones, está causando estragos. Quienes ayer se vanagloriaban de independientes, hoy se atrincheran en sus posiciones lanzando improperios e insultos ante evidenciadas conductas de parcialidad y sus desencubiertas motivaciones y alineamientos. El escrache y la denuncia se han convertido en los géneros hegemónicos de la prensa argentina. Se multiplican las difamaciones y los gestos denigrantes. Con apretada indignación, los puños y las mandibulas apretadas, las noticias se ofrecen a los espectadores y escuchas con rabia concentrada. Apenas queda lugar para el debate de ideas, entre otras cosas, porque se ha ejercitado hasta el desvarío la refutación ad-hominem y no se ha tenido recato a la hora de herir de manera innoble a los enemigos.

Esta situación resulta difícil de entender para la mayoría de los ciudadanos, aún cuando se ha convertido en el lugar común de la cultura local. La política, el espectáculo y el delito se exponen a la mirada voyeurista comerciando con nuestros peores instintos. Los comentarios a pie de página dan fe del placer insidioso que encuentran los escribas de turno a la hora de incendiar los foros utilizando los peores insultos y aludiendo desvergonzadamente a las comparaciones más absurdas.

Aún así, la política tiene peculiaridades, características definitorias, que no valen en otras esferas de la actividad humana. Ni la economía (por debajo), ni la filosofía (por encima) pueden jamás hacer justicia a la política.

Es bien sabido que la política nos preserva de la muerte violenta ritualizando la guerra. En las revoluciones, la liturgia política se suspende y, con ello, se desatan las violencias de las partes involucradas en el conflicto.

La democracia es una liturgia que consagra en su altar a la voluntad popular. De manera ritualizada, los ciudadanos participan en las elecciones entre un conjunto de destinos posibles en el marco de un trasfondo de poderes “no-democráticos” que condicionan los discursos y los actos.

Latinoamérica tiene una larga historia de frustraciones y rotundos fracasos en su intento por establecer un ciclo virtuoso de prácticas democráticas. Esta frustración se encuentra asociada, indudablemente, al hecho de que hablamos del continente en el cual se registran las mayores desigualdades sociales, un continente donde las minorías privilegiadas se aferran a las condiciones de su preeminencia utilizando para ello lo que tienen a la mano. Nuestra historia refleja ese despliegue despiadado de crueldades y mentiras, de traiciones y oportunismos.

Hay quienes, ingenuamente, creen que las épocas de los golpes militares y los genocidios han quedado atrás. Pero esas prácticas del poder absoluto están grabadas en nuestro ADN. La derecha continental, aliada con el internacionalismo corporativo, ha mostrado que no ha renunciado a la fuerza con el fin de preservar el status quo. Desde el fallido golpe contra Hugo Chávez Frías en el 2002, en el cual participaron La Moncloa de José María Aznar y la Casa Blanca de George W. Bush, hasta el reciente “golpe blando” contra el presidente Fernando Lugo en Paraguay, se han sucedido los ecos de un pasado de humillación que para muchos parecía definitivamente superado.

Pero como nos enseñó Freud respecto a la psique, nada se pierde definitivamente en la historia personal y colectiva. El pasado y el presente conviven, como ocurre con las arquitecturas de diferentes épocas en una gran urbe.

Tenemos que acostumbrarnos a que, pese a todo, los noventa llegaron para quedarse, aunque el kirchnerismo lo haya acorralado con la intención de una refundación nacional y popular de la patria. De la misma manera, los ochenta y los setenta, y los cincuenta, y cada década de nuestra historia aun palpita en los discursos y en los gestos de los protagonistas, los ciudadanos del presente que encarnan consciente o inconscientemente, articulada o inarticuladamente, esa historia que somos.

El golpismo de otras épocas, transmutado, vuelve a alzar su voz. Puede que la institución militar y policial no cumpla ya con el rol que tuvo en otras épocas, pero los discursos ponen de manifiesto que se anda en busca de otros mecanismos destituyentes desde hace rato. Las escenas que semanalmente la prensa local y el griterío histérico que llama a defender a la patria de la dictadura “camporista” que encabeza la presidente, forma parte de ese relato golpista que puede leerse sin demasiado esfuerzo en cualquiera de nuestros libros de historia, y que ahora espera el advenimiento de circunstancias favorables para dar su zarpazo de ahogado.

Una sociedad pluralista está condenada, si pretende fundarse en una democracia real, en sacar a la luz los conflictos, transparentarlos. Eso significa, en primer lugar, esquivar la pretensión ideológica que espera convencernos de que existe una política sin confrontación.

Las alternativas a una democracia radical son, o bien un consensualismo bienestarista o una tiranía dura o blanda. Las democracias populistas latinoamericanas, entre ellas la democracia argentina, con todas sus dificultades e imperfecciones, son intentos diversos de las mayorías del continente por reanimar el espíritu democrático largamente vapuleado, un experimento con el fin de recuperar sus pilares fundacionales. Esa es la apuesta por los derechos humanos que caracteriza nuestra época.

LA HORA DE LOS PUEBLOS DE EUROPA




El tema de fondo es sencillo. La versión oficial, la que sostiene el Banco Europeo y lidera la canciller alemana Angela Merkel, es que el ajuste debe ser impuesto a la sociedad en su conjunto. Cuáles sean las consecuencias humanas de semejante política, y de qué manera pueda considerarse justo que así ocurra, no parece que le importe mucho a las élites.

Desde nuestra perspectiva, sin embargo, el esfuerzo debe recaer sobre los más “afortunados”, especialmente, aquellos sectores que han participado y sostenido un modelo que ha provocado la crisis, beneficiándose con ella en desmedro del resto de la población.

En breve: estas son las posiciones que se enfrentan en este asunto. Por un lado están quienes defienden los intereses del capital; por el otro, quienes defienden los intereses del pueblo. Por un lado están quienes apuestan por el sacrificio de las mayorías para preservar los privilegios de los menos; por el otro, quienes reconocen en el proceso de neo-liberalización de las últimas décadas una estrategia de saqueo que de manera grotesca replica los asaltos que otros pueblos padecieron en manos del bautizado “anarcocapitalismo”.Otras discusiones deben considerarse secundarias a la luz de la amenaza que se cierne en el horizonte.

Con ello no pretendo en modo alguno deslegitimar las innumerables aspiraciones de los diversos colectivos, pero es preciso asumir el desafío con inteligencia incisiva, subsumiendo a todas ellas a lo que la urgencia del momento nos demanda. Recordemos que hace pocos años, nuestros peores augurios parecían peroratas de catastrofistas a nuestros interlocutores. Hoy, cuando se han cumplido con pelos y señales todas las previsiones, no deberían caer en saco roto las advertencias surgidas de nuestras mejores intenciones. Ahora mismo, todas nuestras energías deberían estar puestas en presentar batalla discursiva a las estrategias de shock que despliega el capital para avanzar con libertad sobre la soberanía del pueblo sobre sus bienes y sobre sus vidas; y movilizar a la ciudadanía en una dirección, en una campaña de hackeo contras las estructuras e instituciones que perpetúan el poder establecido.

Otras luchas, igualmente importantes en épocas de mayor sosiego deben ponerse entre paréntesis, habida cuenta de la urgencia de lo que nos jugamos en estas horas fatídicas.

Otra manera de explicarlo es remontándonos en la historia. La Guerra del 14, esa que protagonizaron en el campo de batalla los trabajadores de todos los pueblos, matándose unos a otros bajo el mando de sus respectivos patrones embanderados con sus diversas insignias, debería ser suficiente para ilustrar lo que pretende el capital en estas horas tristes que vive Europa.

Los líderes europeos saben que sus ciudadanos, tarde o temprano, pueden acabar pasándoles factura. Por esa razón, despliegan su estrategia de desarticulación con el fin de estropear cualquier esperanza de movilización colectiva. Se trata, en primer lugar, de fragmentar las resistencias y, a continuación, desviar la atención de lo verdaderamente importante, con el fin de establecer nuevas coordenadas en la discusión que difuminen la sensación de injusticia que experimentan los ciudadanos ante el proceso continental propuesto como solución ante la crisis. De este modo, los menos precavidos quedan atrapados en la maraña de sus propios anhelos largamente pospuestos, y con ello quedan, sin saberlo, a merced de sus verdaderos verdugos.

La rememoración del proceso de independencia de la India podría ayudarnos a ilustrar lo que pretendemos. La decisión de Gandhi de posponer su lucha independentista durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo en su caso (quién puede dudarlo) pertinencia moral, pero también fue una decisión eminentemente política, ante la gravedad de las amenazas que asomaban en el horizonte.

De este modo, es preciso recordar que la razón práctica por medio de la cual se establecen los bienes a los que aspiramos y sus órdenes, debe ejercitarse de manera prudencial, es decir, sopesando las ocasiones en vista de los bienes relativos y los males a los que estos se contraponen.

Por lo tanto, debemos ser extremadamente precavidos porque, como explica el periodista Ignacio Ramonet, vivimos en una época en la cual la información se ha convertido en el mejor vehículo para lograr la desinformación de los pueblos. Estar informado acaba convirtiendonos, en muchos casos, en personas desinformadas, fácilmente manipulables. Las democracias mediáticas de esta hora exigen de los ciudadanos un esfuerzo investigativo y un ejercicio analítico a los que las mayorías no pueden dedicarse. Pero la alternativa a la responsabilidad política es la sujeción de los sujetos a una tiranía blanda que se apropia de los discursos a través de los grandes hacedores de noticias y espectáculos. De este modo, se complejiza la realidad para ocultar el corazón de la disputa, fragmentando las fuerzas de la sociedad con el fin de evitar que los puntos nodales que definen la naturaleza de los conflictos en los que nos jugamos nuestro futuro, sean modificados.

Por esa razón, nuestra primera tarea consiste en definir el conflicto. Eso implica, para empezar, definir a los sujetos en pugna, ofreciendo criterios que nos permitan una demarcación simbólica que facilite la identificación de nuestros compañeros de ruta, potenciales aliados, antagonistas y enemigos, teniendo presente que la tarea encomendada a los peones culturales que sirven a las élites consiste, fundamentalmente, en obstaculizar la articulación de un sujeto colectivo, fragmentar cualquier alianza entre colectivos que pueden encontrar una identidad común en la coyuntura fabricada por las injusticias disímiles, con el fin de esterilizar el poder latente del pueblo para provocar una transformación real, un giro histórico.

Mientras tanto, aquí en la Argentina, donde el gobierno nacional se enfrenta de manera abierta con los poderes corporativos, la tarea de los grandes medios se ha vuelto transparente debido, justamente, a que la confrontación es explícita y nos conocemos. De este modo, la metodología elegida por la prensa orgánica es el escrache, la exasperación social y el blindaje impúdico de las opacas figuras políticas al servicio de los grupos económicos.

En la “batalla de Europa”, en cambio, hay demasiados zorros disfrazados de corderos. Las pugnas identitarias sirven muchas veces para ocultar fidelidades menos dignas. Sin embargo, nada es definitivo. Nuestros apuntes son únicamente un llamado de atención cuya intención es eludir la repetición de lo peor de nuestra historia.

Es la hora de los pueblos de Europa que hoy se enfrentan a un enemigo que se confunde entre sus propias filas, que eleva al cielo su mismo emblema y confunde los legítimos anhelos de libertad con las mismas sumisiones largamente padecidas. Los pueblos europeos parecen estar hoy ante un enemigo cuya dimensión exige una nueva unión, la unión de los pueblos de Europa, pero también la Unión de sus inmigrantes, de su clase trabajadora, contra ese constructo al servicio del capital que un día dieron en llamar, contra toda esperanza, la Unión Europea.

LA EDUCACIÓN ES EL FUTURO






¿Qué significa educar?

Lo primero que se nos ocurre es que educamos porque somos capaces de imaginar, hasta cierto punto, un futuro. Educamos pensando en el futuro. El propósito es preparar a las personas para su propio futuro y el futuro de la comunidad en la cual están insertos. En este sentido, la educación es un signo de nuestro carácter esperanzado. Al educar ayudamos a la gente a imaginar e inventar su propio futuro y el futuro de todos.

La segunda cuestión gira en torno al presente, a lo que tenemos ahora mismo delante. Lo cual implica, fundamentalmente, reconocer nuestro potencial. Necesitamos para ello adoptar una actitud realista. Y aquí “realismo” significa mirarnos a nosotros mismos de manera crítica y preguntarnos: ¿Qué es lo que podemos hacer con lo que tenemos? Pero además, conlleva una segunda pregunta: ¿Cómo hemos llegado aquí? Estas dos preguntas están estrechamente relacionadas. Porque cuando miramos el pasado (el pasado histórico, que es al que tenemos acceso, es decir, a los relatos del pasado), constatamos lo que ocurre si tomamos una dirección u otra en nuestras propias encrucijadas. La historia nos enseña lo que implica adoptar ciertas actitudes y el carácter ineludible de las consecuencias de nuestras acciones.

Cuál es el problema, sin embargo. Es posible que parte del desaliento que reina en nuestras sociedades, pese al acelerado trajinar de nuestras vidas en la que confundimos el entusiasmo con la prisa, está estrechamente relacionado al hecho de que no podemos imaginar un verdadero futuro. Imaginamos algo que es "como" el futuro, pero que en realidad es un facsímil del futuro. No podemos mirar más allá de ciertos límites. Porque cuando pensamos en ello, se nos cae el alma al suelo. El futuro es la oscuridad.

Como la mayoría de todos nosotros, me he pasado muchos años en el sistema educativo formal. Haciendo la cuenta suman veintiséis años. Catorce años preparatorios los pasé en preescolar, primaria y secundaria. Otros doce en la universidad.

Lo interesante es que en toda mi larga vida como estudiante nadie me habló con seriedad de la felicidad y del sufrimiento. Nadie se sentó frente a mí a explicarme la naturaleza del desafío que tenía por delante. Aprendí muchas cosas interesantes, la mayor parte, cosas prácticas que me han servido para ganarme la vida en el sistema productivo, otras que me sirvieron para convertirme en un experto en alguna parcela del conocimiento teórico, y una persona más o menos sofisticada culturalmente. También adquirí habilidades imprescindibles para dirigir y obedecer, participar en trabajo de equipo y una formación tecnológica que me permite habitar nuestra sociedad de la información. Pero nunca nadie se ocupó de enseñarme a reflexionar acerca del sentido de la existencia humana.

Tuve la fortuna de hacer parte de mi itinerario formativo en Filosofía. Sin embargo, durante los nueve años de mi formación filosófica, pocas fueron las ocasiones en las que fui movido por la filosofía a enfrentar mi condición humana. En muchos sentidos, la formación filosófica de nuestro tiempo se ha convertido en una cáscara vacía. Se ha profesionalizado hasta el punto de hacer indiscernible su auténtico propósito, que no es otro que interrogarse acerca de la naturaleza de una vida buena e intentar prudentemente llevarla a la práctica.

En estos veintiséis años nadie me habló con seriedad y sinceridad acerca de lo que nos está ocurriendo a todos, nadie me habló de nuestros más hondos anhelos y nuestros asegurados fracasos. Menos aún de aquello que podemos hacer ante los desafíos ineludibles que implica toda vida humana. Ese aspecto de la educación fue dejado totalmente de lado.

El problema es que la mayoría de los padres y madres, abuelos y abuelas, tíos y tías, amigos y amigas que nos rodean se encuentran tan desorientados como nosotros en estas cuestiones. A falta de educación formal, la responsabilidad educativa en estos aspectos cruciales de nuestra vida queda en manos de nuestro círculo íntimo. Pero, como decía, todos ellos son más o menos analfabetos en estos asuntos de la vida y de la muerte. Lo cual, como era de esperar, se convierte en un obstáculo gigantesco, porque el ocultamiento de estas cuestiones nos impide imaginar un futuro auténtico, descubrir e inventar aquello que nos permita continuar transitando nuestro camino de autodescubrimiento y evolución colectiva.

Todo esto es tremendamente desalentador porque tenemos ahora mismo una oportunidad extraordinaria en la que hemos nacido como seres humanos, y aunque nuestras circunstancias no son perfectas, aún así siguen siendo extraordinarias. Es cierto que hemos edificado una civilización brutal que amenaza con hacernos desaparecer a todos, sin embargo, ahora mismo, muchos de nosotros tenemos tiempo libre, el más preciado tesoro descubierto por la civilización. No estamos obligados a habitar un mundo de apremiante escasez y peligrosidad. Eso significa que tenemos la oportunidad de sentarnos a pensar quiénes somos, qué podemos esperar del futuro, cuál es el camino más apropiado para abordar estos desafíos. Se trata, en última instancia, de escapar al anquilosamiento intelectual y espiritual en el cual estamos todos metidos.

Por otro lado, esta vida puede servirnos para muchas más cosas de las que pensamos y nos han dicho. Si nos dejamos engañar por el materialismo capitalista y cientificista que hegemoniza nuestras prácticas sociales, lo único que tenemos es esta vida. No somos más que una agregación de materia que puede ser analizada de manera reduccionista por un demonio inteligente, sin relevancia alguna. Somos, de acuerdo con esta versión, un cerebro, y nuestros anhelos y temores el ilusorio despliegue epifenoménico de nuestra actividad neuronal. Pero no hay nada que temer, nos dice el relato oficial, porque, como nos contó Nietzsche en uno de sus textos más rotundos y aterradores, este planeta se enfriará, y la arrogancia del hombre desaparecerá con ello. Lo que tenemos que hacer es disfrutar todo lo que podamos, agotar todos los recursos que tengamos a mano, humanos y no humanos. Lo que único que cuenta es vivir plenamente, aunque vivamos a cuenta de los que vienen detrás, aunque vivamos salvajemente, oprimiendo a nuestros congéneres y a otros seres vivos de la naturaleza.

Esa es una alternativa. Pero puede que no sea la única, y mucho menos la mejor alternativa que tengamos. Ha llegado la hora de que cada uno de nosotros, individualmente, se tome el trabajo de investigar su propia vida. Que se arranque a sí mismo de la inercia de la vida vivida, para reflexionar concienzudamente acerca de lo que está haciendo con ella. Y presente públicamente los resultados de su investigación. Es preciso enfrentarse al tabú del futuro, porque únicamente en el futuro podemos encontrar los fines que dan sentido a nuestros quehaceres presentes, sólo en el futuro se convierte en sentido o sinsentido lo que hacemos ahora.

No hace falta decirlo, pero vale la pena recordarlo. Necesitamos algo más que fe y confianza en el mañana para salir del atolladero en el que estamos metidos. Estamos obligados a salir al encuentro de nuestros prejuicios y probarlos. Pero, para ello, es preciso diseñar un método adecuado que nos permita ahondar nuestra comprensión acerca de nosotros mismos, que nos permita comprender la naturaleza de la vida consciente y la manera en que la vida consciente inventa y descubre el mundo físico que habitamos. Tenemos que atrevernos a pensar el sufrimiento y su contracara, ese anhelo ineludible de felicidad que atraviesa todos nuestros días; atrevernos a probar nuestra identidad más allá de la acotada apariencia que adopta el yo en el círculo de las convencionalidades; investigar, personalmente, experiencialmente, y en diálogo apasionado con nuestros contemporáneos, qué es lo que podemos esperar más allá de esta vida, y qué puede esperar la comunidad planetaria en el futuro. Si acaso pudiéramos “probar” ese futuro, ¿qué debemos hacer para transitar hacia él de la manera más justa?

Por lo tanto, el desafío consiste en embarcarnos en esta empresa con urgencia, aunque debamos, como en toda investigación, trabajar con relajada atención para que el fruto sea auténtico. Y debemos hacerlo de este modo, porque probablemente no volvamos a encontrar una ocasión como esta para emprender un viaje que nos ayude a superar los patrones compulsivos de autodestrucción hacia una vida más plena de lucidez y altruismo. Esta oportunidad no es eterna, es más bien breve e incierta su continuidad, amenazada por el tiempo que todo lo devora y nuestra historia, de la cual podemos esperar los mayores horrores. Por ello, es preciso poner a disposición de este proyecto nuestros mejores esfuerzos, para intentar que cada uno de los días del resto de esta preciosa oportunidad que es nuestra vida se convierta en parte del camino hacia la luz, hacia la inteligencia y el amor. ¿Por qué? Bueno, porque nos estamos muriendo y debemos intentar construir un puente que nos lleve más allá de la oscuridad.




ALEMANIA, LOS MERCADOS Y LA ARROGANCIA DE LA DESMEMORIA




Hace unos días, el secretario de Estado español para la Unión Europea, Iñigo Méndez de Vigo, pidió solidaridad a Alemania para enfrentar la crisis del euro y recordó los beneficios que ese país tuvo tras la II Guerra Mundial gracias al Plan Marshall.

Mucho se habló en su momento del  llamado “milagro alemán”. Sin embargo, es necesario hacer historia. La geopolítica de la guerra fría exigía una Alemania poderosa que sirviera como tapón ante el avance incontenible del comunismo ruso. La mega-inversión de Estados Unidos para recuperar a Alemania de la catástrofe de la guerra y el hundimiento político y moral que significó el nazismo fue el verdadero artífice de la viabilidad de la Alemania de hoy, además del consentido olvido que sufragó la posguerra para que la sociedad alemana se desentendiera de la responsabilidad que le cupo en el más espantoso crimen colectivo de la historia contemporánea.

La crisis financiera es, en primer lugar, una crisis humana. Decenas de millones de vidas humanas están siendo arrastradas al desánimo y a la desesperanza, por no hablar de los miles de excluidos a los que las crisis les costará la vida, por lo ocurrido y por lo que se asoma en el horizonte a partir de las decisiones que están tomando las élites ante la bancarrota económica y social.

Alejados de la ingenuidad, concluimos que la llamada crisis financiera y la obstinación política en la Eurozona y en los Estados Unidos por no cambiar de rumbo,  pese a las señales de fracaso de las medidas de ajuste dispuestas, tienen como razón de ser, más la voluntad de poder, que la ignorancia producida por un marco teórico inadecuado.

Con respecto a la inadecuación teórica, no debería sorprendernos. La modernidad se inició con el ejemplo paradigmático de una revolución epistémica que le dio la vuelta a todas las prácticas conocidas hasta entonces. Pasamos del geocentrismo, al heliocentrismo. De la ontología del ser, a la epistemología del sujeto. De una política fundada en la trascendencia, a una política desfundamentada o ejercida desde el puro decisionismo.

Sin embargo, como bien comprobamos en las disputas que caracterizaron esas épocas de cambio, los motivos por los cuales se aferraban los ortodoxos a sus doctrinas y recetas no estaban justificados por las convicciones de verdad de sus protagonistas. En la mayoría de los casos, lo que estaba en juego era el poder.

Ajustando la mirada, comprobamos que la crisis beneficia a ciertos actores en detrimento de otros. Pensar que los mercados, por ejemplo, mantienen una postura pasiva ante lo que ocurre es desconocer las verdades elementales del poder financiero que actúa de manera dinámica con el fin de producir sus propias condiciones de ganancia, incluso en medio de la debacle, o mejor aún, gracias a ella.

De manera semejante, la extensión del proceso de privatizaciones de las naciones "residuales" de Europa, que se viene cumpliendo de manera concertada desde el comienzo mismo de la crisis, se sostiene gracias a la voluntad política de los países centrales por eludir los compromisos comunitarios con los ciudadanos de los países del sur y en detrimento explícito de los mismos.

Ya al comienzo de la crisis se puso en evidencia la actitud oportunista de Alemania, por ejemplo, cuando falseó las cuentas españolas con el fin de salir beneficiado con la depreciación de sus bonos y forzarlo a tomar medidas de ajuste reforzando su autoridad política en el concierto comunitario.

O el modo en el cual se articuló el primer “salvataje” a Grecia, forzado a aceptar tasas usureras de interés y comprometer la mayor parte del paquete en la compra de armamentos a las fábricas francesas y alemanas.

La negativa y ninguneo por parte de las élites europeas de  la voluntad popular, al no reconocer o travestir el resultado de las diversas consultas electorales que se hicieron en vista al rumbo que estaba tomando el proyecto comunitario antes que se manifestara la crisis, nos demostró en su momento hasta qué punto esta  Europa de los mercados no era una Europa pensada para sus ciudadanos, sino más bien una Europa ideada en detrimento de ellos.

En vista de todas estas cuestiones, la expresión del secretario del Estado español se torna comprensible y pone en evidencia la crisis moral que acompaña la crisis financiera y social de la eurozona.

Desde Alemania nos llega la justificación discursiva de las presentes circunstancias. En última instancia, se nos dice, existe una superioridad cultural (cuasi biológica, aunque no se la exprese) de las sociedades del norte frente al talante caprichoso, desprolijo, derrochador y perezoso de la población meridional.

Aunque el giro xenófobo de estos discursos no es comparable al racismo de la Alemania nazi, quienes se apresuran a explicar las razones de la crisis con estas paupérrimas expresiones de pseudo-antropología práctica deberían hacer memoria. No vaya a ser cierto que la historia, como decía Marx, se repita primero como tragedia, para luego hacerlo como comedia.


LOS DESARMES


En entradas anteriores constatamos que la violencia delincuencial que sostiene el llamado estado de “inseguridad” que define nuestro ánimo socio-cultural, se encuentra estrechamente relacionado con ciertas prácticas de exclusión ideadas, en principio, para la superación del miedo.

Evidentemente, vivimos en sociedades medrosas. Pero dicha medrosidad no tiene una causa exclusivamente coyuntural. Es necesario recordar que el miedo es un estado afectivo constitutivo de la existencialidad humana. No voy a elaborar una fenomenología del miedo. Me remito a los capítulos de Ser y Tiempo en los cuales Heidegger rastreó estas cuestiones y las expuso a nuestra consideración. Lo que quiero, en cambio, es mostrar de qué modo el miedo, al ser un constitutivo existencial del ser humano, se exacerba cuando se asume una versión hiperindividualista (y, por ende, distorsionada) de nuestra condición.

En segundo término, quiero referirme a la temporalidad, y con ello al carácter impermanente o transitorio de todas nuestras experiencias. No cabe duda que en la era de la técnica, como la llamaba Heidegger, la experiencia de la temporalidad adquiere una característica distintiva que se funda en una concepción espacializada del tiempo, como nos enseñó Walter Benjamin en sus “Tesis sobre la filosofía de la historia”, que tiene un impacto decisivo en los modos de autocomprensión del hombre moderno.

Sin embargo, como ocurre con el miedo y lo que el miedo dice acerca del modo de nuestra autoaprehensión como entidades autónomas, además de la caracterización epocal es necesario recurrir a la investigación ontológica para acceder al modo constitutivo de nuestra existencialidad en este respecto. No es mi intención progresar en estos análisis ahora mismo. Me basta con dejar sentada la necesidad de una reflexión en esta dirección. Lo que pretendo, en cambio, es echar luz sobre dos anhelos religiosos que pueden ayudarnos a comprender la naturaleza de nuestros padecimientos y comprender el verdadero sentido de ciertas prácticas contemporáneas que nos asombran o nos indignan.

Los budistas, como los adherentes religiosos de otras tradiciones, hablan de un estado absoluto sin miedo. En el caso budista, esta condición es ejemplificada por Buda. Ahora bien, al contrario de lo que ocurre con nuestras apuestas armamentistas con las cuales pretendemos proveernos de la seguridad que requerimos, Buda adoptó una solución inversa: el desarme.

En una de sus acepciones se dice que armar se refiere “a vestir o a poner a alguien armas defensivas u ofensivas”. En otra de sus acepciones se refiere a las acciones dirigidas a concertar o juntar varias piezas a la hora de la composición de un artefacto. Lo que pretendo a continuación es establecer la relación interna entre estas dos acepciones de modo que podamos echar luz a las cuestiones que nos incumben desde el comienzo.

En primer lugar, es un hecho preocupante e incontestable que existe una estrecha conexión entre la exacerbada sensación de inseguridad que viven los individuos y las colectividades, por un lado, y el avance incontenible de la aplicación de tecnologías y políticas de la seguridad. Lo que debemos establecer es (1) cuál es la relación existente entre esas experiencias de inseguridad y las prácticas que se les contrapone en términos ontológicos, lo cual nos permitirá (2) elaborar sobre ese perenne anhelo de paz que alimenta a los seres humanos.

A partir de las enseñanzas budistas podemos inferir dos modos de “desarme”. Por un lado, el desarme puede referirse a la renuncia a las prácticas belicistas, como cuando mentamos el desarme armamentista o la renuncia a la carrera armamentista en el ámbito de la política internacional. De modo análogo, podemos referirnos al desarme en términos individuales como una renuncia explícita de cualquier modo de protección o estrategia violenta a la hora de lograr nuestros objetivos. Sin embargo, esta no es la única acepción de la palabra armar que nos incumbe. Hemos visto que armar puede referirse a la acción de concertar o juntar piezas a la hora de dar forma a un conjunto, es decir, a la acción de totalizar. En este sentido, podemos hablar de desarme cuando nos referimos a las prácticas deconstructivas de nuestras identidades entendidas como surgidas de la actividad totalizadora del sujeto respecto a sí mismo y a sus comunidades de pertenencia.

Ahora bien, comencemos exponiendo una advertencia. En otras entradas de este blog puede constatarse que el autor se resiste de manera concertada a las concepciones posmodernas que aun hegemonizan la cultura contemporánea. En este sentido, el erudito tibetano Tsong-Kha-pa sostenía que no es posible la “desconstrucción” que pretende el “yoga de la vacuidad” que promueve la filosofía madhyamika para un individuo que todavía no ha establecido su identidad relativa. De manera semejante, como ha advertido el filósofo argentino José Pablo Feinmann, es necesario, antes de matar al sujeto, construirlo. Las modas postmodernas han infectado nuestra cultura con un afán nihilizante que elude la acuciante necesidad constructiva que antecede cualquier práctica filosófica seria. La maestría de la subjetividad es un a priori ineludible antes de cualquier práctica deconstructiva. La cultura de masas dificulta la asunción de esta responsabilidad insoslayable. O incluso más, sus mecanismos sociales contribuyen a la disolución de cualquier construcción identitaria auténtica.

Dicho esto, pasemos a la cuestión que nos interesa ahora mismo. Las apuestas de desarme en su acepción común (renunciar a las armas), sólo pueden tener éxito si van acompañadas por un desarme identitario. En este sentido, consideramos a las identidades como el emergente de una práctica de armado, como la concertación o conjunción de rasgos sedimentados de nuestra personalidad en equilibrio y consonancia con las aspiraciones que dan sentido teleológico a nuestra actividad existencial.

Somos un carácter, una condición relativa y un conjunto de fines que nos definen. Al tiempo que definen a los otros (potenciales antagonistas y enemigos) quienes no comparten algunos de dichos caracteres con nosotros. De este modo, el desarme bélico debe estar acompañado o fundado en un desarme identitario. Cuando reconocemos nuestra común humanidad, o nuestra común condición sufriente vamos en esa dirección. Lo mismo ocurre cuando relativizamos, utilizando un análisis genético o estructural, nuestra condición identitaria. O cuando enfatizamos la dependencia conceptual de dichos constructos. En todo caso, lo importante es que no podemos reducir la violencia sin hacer esfuerzos en el desarme de nuestras identidades. Lo constatamos en todos los niveles de las relaciones interhumanas y en el modo en el cual establecemos nuestra relación con el resto de la naturaleza sentiente.

Una herramienta eficaz que puede ayudarnos a disminuir nuestra fijación identitaria son aquellas reflexiones en torno a nuestra temporalidad. La conciencia de que somos, como decía Heidegger, seres-para-la-muerte, puede ayudarnos a disminuir nuestra obstinación y recurrencia en lo que somos. De manera análoga, la conciencia de las ineludibles pérdidas que hemos sufrido y nos depara el futuro. Lo perderemos todo. Aquello que con esfuerzo acaparamos esta llamado a la dispersión. Aquellos reunidos por el afecto, de manera análoga, están llamados a la despedida.

En este sentido, las prácticas budistas se distinguen de nuestras habituales formas de alienación. Mientras nosotros enfatizamos el ocultamiento de nuestra condición finita y la inmortalidad que provee la experiencia acelerada que anula la temporalidad, el realismo budista nos convoca a una experiencia no censurada del sufrimiento como presupuesto ineludible para alcanzar la anhelada paz.

PAUL KRUGMAN EN BUENOS AIRES






 Hace un par de días terminé con la lectura del último libro del economista y premio Nobel Paul Krugman.  Lleva como título ¡Acabemos ya con esta crisis! y hay que leerlo con la vista puesta en los últimos datos que nos llegan de España, por ejemplo, y la sumisa política que ejecuta su gobierno ante el autoritarismo de los “mercados” y sus representantes institucionales.

Krugman apunta de manera rotunda contra los ortodoxos, a quienes el establishment mima, bien por su obsecuencia y recaudo oportunista, o por su obstinada fe en un modelo caduco. El "neoliberalismo" ha dado muestras de estar fundado en una cosmovisión reduccionista de la actividad económica. Su terminología cientificista ya no deja perpleja a la gente de a pie. Todo lo contrario. Debido a la obstinada negación de la realidad de los antiguos gurúes, la gente hace bien en sospechar que detrás del fanatismo y la petulancia de estos personajes almidonados que ya no cuadran con la experiencia de la época, se esconde una ignorancia grosera o un perverso oportunismo. Estos expertos, que fallaron todos los pronósticos, o a sabiendas recitaron sus falsas promesas acompañando todos los procesos de empobrecimiento popular, siguen parloteando con arrogancia su hipotético expertise de un lado y otro del océano, mientras sus castillos de naipes se derrumban dejando en el tendal a las grandes mayorías en Europa, o pretendiendo aquí torcer la voluntad popular con el fin de aplicar sus recetas recesivas para beneficiar el enriquecimiento de los menos, en desmedro de las mayorías.

El libro de Krugman pretende historiar, diagnosticar y ofrecer una alternativa a los problemas mundiales de la economía planetaria, atendiendo especialmente a la situación estadounidense y europea. Pero nosotros deberíamos leerlo con los ojos puestos en el debate interno que de manera sesgada acontece en Argentina.

Y digo que ese debate se lleva a cabo de manera sesgada porque no caben ya muchas dudas respecto a la incomodidad de la derecha ante la magnitud empírica de la refutación que le atañe.  Por lo tanto, insisto en leer a Krugman con la vista puesta en la encrucijada local, intentando, como debe hacer cualquier persona de inteligencia mediana, extraer de lo particular lo que nos concierne por universal. Aquellos que se resisten a establecer analogías no deberían leer a Dostoievski ni escuchar a Beethoven, ni practicar el yoga, el kung-fu o la meditación. Porque es bien sabido que cada una de esas manifestaciones culturales echa raíces en su propia tierra. El empeño por nulificar parentesco entre las diversas situaciones, en todo caso, apunta a otra cosa. Pone en evidencia cierta incomodidad. Son un acuse que no debería perderse de vista. 

Pero esta discusión sobre la economía tiene que estar ceñida a la cuestión política de fondo. Porque la alternativa a la propuesta “germana” en Europa, o al modo timorato con el cual los demócratas enfrentaron la recuperación en los Estados Unidos, debe ser interpretada, en primer lugar, en términos políticos.

Porque lo que no se dice. Lo que se empeña en ocultar, es que la situación relativamente contenida que vive la Argentina es producto, fundamentalmente, de voluntad política. Por lo tanto, volvemos a la ya ajada, aunque no por ello menos relevante discusión acerca de la necesidad de privilegiar lo político por sobre lo económico, que fue, al fin y al cabo, el gran redescubrimiento keynesiano que, sin embargo, los ortodoxos insisten en ocultar leyendo a Keynes en registro pura y exclusivamente cientificista.

Habría que tomarse el trabajo de establecer empíricamente hasta qué punto las políticas económicas, en términos de su eficacia material, y el “placebo” que imprime la voluntad política de resistencia y transformación,  colaboran en el sostenimiento de un modelo sociopolítico y cultural.

Ahora bien, todas estas cuestiones tienen que ayudarnos a pensar el otro punto en la balanza del poder que son los medios masivos de comunicación, que responden de manera hegemónica al poder económico y disputan al poder político su voluntad de acción soberana. Es allí donde se pone de manifiesto de manera grotesca a aquellos que se mantienen atentos al intríngulis del momento, el empeño concertado por torcer dicha voluntad por medio del ataque vil y la mentira. Hemos tenido muchas pruebas de ello esta última semana. Indiferentes a la violencia que generan, al malestar que producen en la población, los medios que responden al poder corporativo, con voz unánime, proceden a desvirtuar todo aquello que pueda beneficiar la valoración popular del gobierno, aún cuando ese programa de quiebre vaya en detrimento de los intereses nacionales. 

Mientras tanto, siguen apareciendo en el horizonte investigaciones históricas que corroboran hasta qué punto la estrategia resulta conocida y lo que podemos esperar en un futuro en vista a los intereses que se ha puesto en entredicho la actual política de transformación.

En los últimos meses, algunos movimientos dentro de las propias filas kirchneristas muestran que el sostenimiento de dicha voluntad siempre está amenazada, no sólo por la acción de los “enemigos” declarados y los antagonistas naturales, sino también, por aquellos que circunstancialmente pertenecen a la tropa, pero que lo hacen debido al oportunismo exacerbado que se practica en esta época desideologizada que transitamos.

Pero no se malinterprete esta última frase. Lo que pretendo, en última instancia, es que tomemos consciencia de la fragilidad de nuestras circunstancias, de la gran oportunidad que tenemos entre manos, y el tamaño de la amenza que enfrentamos. Quienes practican el travestismo, lo hacen, en primer lugar, porque desconocen el desafío que nos impone la historia, la posibilidad de cumplir con el anhelo aún vigente de hacer posible un sueño: crear las condiciones para una vida decente para todos. ¿Qué otra cosa necesitamos para practicar una ética? Al fin y al cabo, la educación comienza ayudando al educando a descubrir e inventar un futuro. Asistiéndolo en la comprensión de lo que es necesario para alcanzar sus anhelos. Nuestra política se ocupa del sueño popular (he aquí nuestra democracia) y la efectivización de ese sueño por medio de la gestión y la resistencia ante quienes pretenden torcer la voluntad popular. 

Mientras tanto, habrá que seguir calibrando los discursos, analizando con esmero el modo en el cual se construyen los relatos, estableciendo con especial énfasis los bienes a los que apuntan, en última instancia, cada uno de los actores enredados en la pugna por el sentido. 

La insistencia por desligar, en estos tiempos de cerrada oscuridad planetaria, los discursos locales de la derecha nativa, de otros discursos "internacionales" que hasta ayer formaban parte del acervo ideológico de estos mismos actores, empecinados en ensalzar las bondades de una lógica construida sobre un pretendido realismo, imperturbable ante el sufrimiento extenso de los muchos, pone en evidencia la necesidad de insistir en la labor hermenéutica, con el fin de articular, con espíritu emancipatorio, los trasfondos que sostienen la cosmovisión de nuestros antagonistas.

Hay que leer y escuchar a nuestros oponentes, y a partir de allí, sacar a la luz lo que verdaderamente quieren. Para ello es indispensable de-contruir el maquillaje publicitario con el cual se presentan. Bajo las luces de neón, esas caras lavadas tienen otra apariencia.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...