PLANIFICACIÓN Y MERCADO (y un apunte sobre la banalidad del mal).

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Collage de Marcela Ribadeneira (1982)



Hace unas días, el presidente Mauricio Macri volvió a deleitarnos con la enunciación teórica que subyace a su práctica política. La llamada "teoría del derrame" (liberar fiscalmente a los ricos hará que los pobres recojan también los beneficios de su creatividad y capacidad de inversión), se combina en su imaginario con un elaborado marco teórico que ataca todo intervencionismo del Estado.

Sin embargo, los datos macroeconómicos (no sólo en Argentina), demuestran que el anti-intervencionismo es tremendamente costoso. En los últimos meses, las exenciones fiscales y los despidos masivos, la de-financiación de los planes sociales y la subfacturación en obras de infraestructura, no tienen correspondencia con la tan esperada disminución del déficit fiscal, sino todo lo contrario. La pregunta es: ¿Cómo explicar esta aparente contradicción?

Leemos en Crítica de la razón utópica del teólogo y economista Franz Hinkelammert:

"La disminución de intervenciones del Estado benefactor [son sustituidas] por el intervencionismo político del Estado policíaco y militar. La intervención [no disminuye] sino que se [traslada] del campo social hacia el campo policial y militar."

"La disminución de las intervenciones del Estado benefactor, aumentan las crisis económicas y sus efectos en la población. Esta población difícilmente puede aguantar tal pauperización y tiende a levantarse a favor de estas mismas intervenciones. Por lo tanto, hace falta una intervención para sofocar estas reivindicaciones populares, y esta será la intervención policial y militar."


El giro cultural


Obviamente, un giro copernicano de esta naturaleza debe ser acompañado de un giro cultural de análoga dimensión. Cuando en estos días escuchábamos al Jefe de Gabinete del gobierno, Marcos Peña, vituperar al pensamiento crítico, estábamos asistiendo a la expresión desnuda de este intento solapado de evitar cualquier reflexión seria respecto al rumbo, y la lógica del rumbo, en el que estamos embarcados.

Marcos Peña venía a decir: “El pensamiento crítico le ha hecho mucho daño al país. Lo que necesitamos es entusiasmo, un espíritu constructivo y positivo”. 


Obviamente, pensar críticamente no significa pensar sin entusiasmo, y mucho menos significa no pensar constructiva y positivamente. El pensamiento crítico es radicalmente entusiasta, radicalmente constructivo y radicalmente positivo. Se sostiene en la convicción de que la realidad puede cambiarse para el mejoramiento de la vida de todos, auténticamente.

Sin embargo, ante la evidencia de la pauperización social y el regreso de la explotación más brutal, Marcos Peña nos invita a abstenernos de cualquier pensamiento crítico y practicar un entusiasmo vacío, superficial. No fundado en la realidad, sino en la ingenua esperanza.

Evidentemente, si estamos poseídos por la utopia anti-intervencionista a la que se han rendido los ideólogos de Cambiemos, quienes ponen todas sus esperanzas en el equilibrio del mercado y su mano invisible, algo de esta naturaleza parece razonable.

Pero ya hemos visto que el anti-intervencionismo depende enteramente de un feroz intervencionismo policial y militar para ser implementado.

El pensamiento crítico reflexiona acerca del tipo de planificación que es conveniente para el conjunto de la sociedad en su totalidad (lo cual no es lo mismo que intentar totalizar a la sociedad). Es lo que llamamos una "política de inclusión". Una política de este tipo invierte en el bienestar y se ahorra el costo del control y la represión por parte del Estado. 

UN AÑO JUNTOS. ¿UNA HISTORIA DE AMOR?

Mauricio Macri

El gobierno "celebra" su primer año de gobierno con una campaña de aniversario. La fotografía elegida por su equipo de imagen es austera y se asemeja a la mirada desnuda y silenciosa que Macri nos regaló durante la campaña. 


El mensaje es claro, aunque a esta altura, no deberíamos ser tan crédulos: "Confíen en mí". Lo ha dicho varias veces, pero sabemos que no ha cumplido. Sus promesas de campaña fueron un fiasco. 

Pero esta vez, la imagen contiene otro elemento, un cartelito (semejante al que se utiliza en las campañas en las que se reivindica un derecho) en la que el presidente nos recuerda: "Un año juntos". 

El hecho de que esté solo sugiere un mensaje amoroso: el presidente y su gente, cada uno de ustedes, nosotros. El mensaje es personal, una postal para celebrar nuestro aniversario. 

Y la respuesta de sus votantes más leales se asemeja al modo en el cual responden los adherentes de un club de fans: lo imitan y, convierten el mensaje en una red de mensajes que consolidan "nuestro año juntos" en una melosa manifestación de cariño y de lealtad. 

"Un año juntos" - responde un señora de Gualeguaychú en la cuenta del presidente; y otra, asomada al cartelito que sostiene en Carlos Casares, declara de manera sospechosa: "Por la esperanza que nos diste"; y un señor barrigón afirma sin pudor: "Si, se puede", bajo la consigna elegida por los "monitores" de imágenes: "Un año juntos. Un año de amor".

A nosotros, ante semejante pantomima celebratoria en medio de tanta tristeza, nos toca hacer cuentas y preguntarnos [de veras] qué ha dejado el año:

Quizá, lo más relevante, como sociedad, como pueblo [pese al asco que le produce al macrismo este vocablo maldito] es que en Argentina se vive [una vez más] una suerte de persecución política. Diferente a la que se vivieron en otras épocas [por supuesto] pero una persecución al fin, acompañada por la asfixiante hegemonía de los grupos concentrados de medios que han establecido un blindaje preocupante para la democracia. 


Una persecución política que comenzó el primer día de gobierno, pero que echa sus raíces en la funesta campaña de descrédito que se hizo, no sólo contra el gobierno anterior, sino contra todo aquel que osara declarar algún favoritismo hacia sus políticas. 

El kirchnerismo es "populismo", y el "populismo" es el vocablo inventado, la cifra, que concentra todo el mal de nuestra época. El "populismo" es el engaño que le hizo creer a la gente [sin más] que existe como pueblo y que tiene derechos. Solo existen individuos, decía Margaret Thatcher, la sociedad es un invento. Y los individuos tienen éxito o fracaso en función de su talento y de su esfuerzo. Cualquier otra variable es irrelevante. El pobre es malo, un vividor, un vago. Y el gobierno está aquí para darle a los ricos lo que pertenece a los ricos, y quitarle a los pobres lo que han osado creer que les pertenece y merecen.

En este marco, quienes no concuerdan con el gobierno en los puntos y en las comas de su relato son tildados de K, independientemente de su filiación política [lo constatamos esta semana cuando los funcionarios del gobierno, incluido el presidente, cruzó a 13 bloques parlamentarios que firmaron conjuntamente la ley de emergencia social y la ley sobre ganancias, acusándolos de K]. "Tuvimos una pesadilla" - dijo el presidente. "Pensamos que habían vuelto los K". 

El gobierno se ha cansado de repetir que el camino hacia la  "curación" comienza con el "sinceramiento". Pero este sinceramiento no puede consistir exclusivamente en un ejercicio de memoria [arbitraria] del pasado, practicada con fanatismo durante los últimos doce meses, sino que tiene que incluir (y esto es quizá mucho más importante a esta altura) lo que le está ocurriendo al país ahora mismo. Y lo que el país está viviendo es una profunda regresión en términos de derechos civiles, políticos, económicos y culturales.

La economía va para atrás. Todos los datos macroeconómicos son catastróficos. Y las historias personales de esa catástrofe rompen el alma de cualquier persona con el más mínimo atisbo de empatía. 


La grieta histórica de la Argentina [la que existió siempre, y que de ningún modo creó el kirchnerismo, como repite el manual al uso] la que vivió Yrigoyen y Perón, la que estuvo detrás de todos los golpes de Estado sufridos durante un siglo, la que está detrás de los 30.000 desaparecidos y el golpe financiero al Dr. Alfonsín, la que dividió al país en la época de Menem, pero también la que explotó dejando un reguero de muerte y hambre en 2001, con De la Rúa, esa grieta, lejos de reducirse a través del [ficticio] diálogo que el macrismo (decía) venía a entablar con las fuerzas políticas y sociales, se ha acrecentado. 

El año acaba con el gobierno enfrentado a todas las fuerzas de la oposición, en medio de insultos y descalificaciones incomprensibles hacia aquellos que lo acompañaron durante todo el año haciendo lo que ellos llaman "una oposición constructiva".

Las calles del país están [literalmente] militarizadas. La ministra de seguridad, Patricia Bullrich, ha desplegado un enorme operativo debido a los temores que causa la inquietud ciudadana y el malestar de los más humildes. La "inseguridad" se acrecienta con cada día que pasa. No sólo hay delincuentes en las calles, sino que aumentan los delitos del propio Estado. Es tan peligroso encontrarse con un "chorro" como con un policía o un gendarme en las calles de la ciudad. 


Las fuerzas de seguridad han alcanzado récords de homicidios en las comisarías y se han multiplicado los asesinatos por "gatillo fácil". Se han producido numerosos linchamientos, algunos de ellos promocionados y justificados abiertamente por la prensa canalla. Al tiempo que crecen las evidencias y denuncias por torturas realizadas por las fuerzas de seguridad del Estado y el control arbitrario de la población.

La pobreza se expande en todos los registros materiales y se multiplica, psicológica y emocionalmente, entre la población. La gente se derrumba, las familias sufren, los chicos pierden sus derechos, mientras los sectores privilegiados de la sociedad acrecientan su ventaja frente al resto y celebran de manera frívola sus beneficios mal habidos.

Mientras tanto, uno de los principales aliados del gobierno, en su provincia (Jujuy) impone una justicia feudal, condenada por todo el arco de organismos y organizaciones de derechos humanos, referentes y académicos de renombre, llevando al gobierno en un gesto caprichoso a enroscarse en sí mismo, haciendo un papelón que hace retroceder a la Argentina ante toda la comunidad internacional en uno de los temas que mayor reconocimiento le valió durante las últimas décadas: la defensa de los derechos humanos.

Sin embargo, el blindaje mediático da sus frutos:  un gobierno que vino para resolver los problemas de los argentinos pero acabó agravándolos, sigue teniendo aire. 


Es el aire de una "esperanza" que se ha convertido más bien en una maldición, porque con cada día que pasa, el deterioro es mayor, y aunque los números macroeconómicos resulten relativamente mejores el año que viene, lo serán selectivamente y no para el conjunto de los argentinos.

Una vez más, Argentina apuesta a ser parte del mundo neocolonial, con una población sobrante que no recibirá el apoyo de un Estado benefactor y a la que no se le reconocerán sus derechos, y unas élites cosmopolitas que, bajo el pretexto de una política meritocrática y falso realismo, se pone al servicio de los intereses corporativos, accionando para explotar nuestras riquezas y oprimir a su pueblo. Este que ellos tanto detestan.

LA NUEVA ARGENTINA, LOS VIEJOS FANTASMAS


Mauricio Macri cumple un año de mandato como presidente de los argentinos. El 10 de diciembre de 2015 asumió su cargo después de una reñida segunda vuelta en la que obtuvo el apoyo del 51,34 % del electorado, contra el 48,66% de los electores que se volcaron a favor del entonces candidato oficialista Daniel Scioli.

Las promesas de campaña del Frente Cambiemos que encabeza Mauricio Macri fueron altisonantes. Ahora el gobierno reconoce que no se condecían ni con la realidad del país, ni con las consecuencias previsibles de las medidas adoptadas. Con un discurso ceñido a los eslóganes y la estética que llevaron a Barack Obama a su triunfo en 2008 en los Estados Unidos, y al ritmo del ¡Si, se puede!, Mauricio Macri prometió que sostendría las mejores políticas y logros del gobierno saliente, aunque admitía la necesidad de un “sinceramiento” de la economía que consistiría en un ajuste gradual que no repercutiría en su promesa más exigente: el logro de “pobreza 0”.

Durante el primer mes de mandato, Macri inició un agresivo programa de ajustes que chocaban de lleno con sus promesas de campaña. Ni bien asumir, liberó el mercado cambiario, produciendo una devaluación del 40% de la moneda, en un mercado estrechamente asociado al precio del dólar, lo cual supuso el alza exponencial de la tasa inflacionaria, que ronda actualmente el 45% interanual; puso fin a las retenciones fiscales a las corporaciones agroexportadoras y a las empresas mineras; y emprendió un agresivo ajuste de las tarifas de los servicios básicos de energía y agua que va del 400 al 1.000%. Miles de pequeñas y medianas empresas se vieron obligadas a cerrar debido a estas medidas.

Mientras tanto, el gobierno logró el apoyo de la oposición para llegar a un acuerdo judicial con los Hedge funds o fondos “buitre”, encabezados por el multimillonario Paul Singer. Esto facilitó el regreso del país al mercado de capitales. De acuerdo con el gobierno, todas estas señales precipitarían una ola de confianza e inversiones extranjeras que nunca llegaron. El resultado es que el gobierno ha suplantado las inversiones con nueva toma de deuda, iniciando un nuevo ciclo de endeudamiento que ha alcanzado una dimensión preocupante. El porcentaje destinado al pago de intereses para el presupuesto del 2017 ronda el 10%, lo cual supone, respecto al año anterior un aumento del 32 %. Es decir, recortes en todas las áreas del presupuesto del Estado, especialmente en las áreas salud, educación, investigación y desarrollo y asistencia social. Esto ha convertido a las calles del país en un espacio de protestas y reivindicaciones permanente, en el cual los movimientos y los sindicatos más combativos parecen desbordados por sus bases.

Habiendo cumplido con celeridad con el estamento más rico de su electorado, Macri parece reticente a hacerse cargo de sus promesas a los más necesitados. Eliminó las retenciones a la renta extraordinaria de las corporaciones agroexportadoras, y las mineras, al mismo tiempo que congelaba salarios e iniciaba una drástica ola de despidos en el sector público que se convirtió en santo y seña para los despidos en el sector privado. Permitió el aumento indiscriminado de tarifas a las empresas de energía y agua, al mismo tiempo que congelaba los aumentos de las asignaciones sociales y las jubilaciones en relación a la elevada tasa de inflación. Favoreció a empresarios amigos condonando sus deudas con el Estado, al tiempo que suspendía de facto los convenios colectivos (llamados en Argentina “paritarias”). Se calcula que la perdida del poder adquisitivo de los trabajadores ronda el 10%, en momentos en el que se profundiza la recesión a ritmo sostenido.

Mientras tanto, los datos sociales empeoran notoriamente. Ya en el mes junio, el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina anunciaba que desde la asunción del nuevo gobierno, el número de pobres se había elevado en 1.400.000 personas, y el número de indigentes en 500.000. Otros estudios señalan cambios importantes en los hábitos alimentarios de los más desfavorecidos, dando cuenta con ello de la brutalidad y velocidad de los ajustes. Los comedores públicos, por ejemplo, se han multiplicado. La crisis social tiene un impacto inmediato en las tasas de criminalidad que se han elevado exponencialmente. La “economía” y la “inseguridad” es lo que más preocupa a los argentinos.

Con la economía en recesión, y una caída en la actividad económica que ronda el 3%, una desocupación que ronda los dos dígitos (lo cual implica un crecimiento aproximado de 4% en lo que va del año), el déficit fiscal notoriamente en alza, la ausencia de inversiones extranjeras y el re-endeudamiento, la solución del gobierno pasa por imponer recortes y forzar una flexibilización laboral, que solo podrá ser impuesta criminalizando y reprimiendo la protesta social.

En este contexto, el presidente Mauricio Macri se enfrenta al escándalo desatado por su inclusión entre los principales denunciados en el caso internacional de los llamados “Panamá Papers”. Pese al blindaje mediático, se han conocido al menos una docena de nuevas cuentas off-shore que involucran al presidente y su familia. En ese marco, esta semana, el presidente ha modificado por decreto una ley de blanqueo consensuada en el Congreso Nacional por el oficialismo y los principales gurpos opositores, que viola el espíritu del texto legal, permitiendo a los familiares de funcionarios a que se acojan al blanqueo. Las sospechas crecientes apuntan que el motivo es beneficiar a los familiares y amigos del primer mandatario.

La promesa del gobierno a sus votantes fue regresar al país al mundo. Exceptuando el regreso al mercado de capitales, lo cual le ha permitido un endeudamiento que se ubica entre los más onerosos entre los países emergentes, no hay signos de nuevas inversiones en el país. El capital extranjero se contenta con disfrutar con las elevadas tasas que le ofrece el mercado financiero y la impunidad fiscal que facilita la fuga de capitales.

Pero el gobierno también tiene abierto otro importante flanco. El Grupo de Trabajo por Detención Arbitraria Personas de las Naciones Unidas ha exigido al gobierno la inmediata liberación de la dirigente social Milagro Sala y representate del Parlasur, detenida ilegalmente en su provincia, Jujuy, el 17 de enero de 2016. El gobierno ha respondido con dilaciones y excusas a los requerimientos internacionales, pese a la evidentes irregularidades del caso. A la demanda inicial del Grupo de Trabajo de la ONU, se han sumado la Organización de Estados Americanos (OEA) a través de su jefe actual, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y otras organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional. Incluso el Primer Ministro canadiense Justin Trudeau, en una reciente visita a Buenos Aires señaló, en presencia de Mauricio Macri, su preoupación por las irregularidades denunciadas en la provincia del noroeste argentino, donde gobierna un socio importante del gobierno, y uno de los principales artífices del triunfo electoral del Frente Cambiemos.

El clima social en Argentina está enrarecido. Pese a que la oposición política y los sindicatos han facilitado la transición durante este primer año de gobierno, las bases sociales se encuentran en estado de alerta. A menos que el gobierno realice un golpe de timón de envergadura, el horizonte de conflictividad social anuncia un futuro incierto.

"VOLVER AL MUNDO"

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Poster de Amnistía Internacional 

Hay momentos y sucesos especialmente interesantes porque desnudan de manera notoria el entramado ideológico y los prejuicios que subyacen a un determinado grupo político o gobierno, pese a la “cosmética comunicacional” que practiquen. 


En este caso, quiero referirme brevemente a lo que desnuda la detención de Milagro Sala y la rabia que el macrismo empieza a acumular frente a las denuncias de los organismos internacionales y las organizaciones no gubernamentales que están transparentando el poco apego que tiene el gobierno a los asuntos relativos a la institucionalidad. 

Recordemos brevemente a qué nos referimos: primero fue el Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre Detención Arbitraria; luego la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH); también, la Mesa Directiva del Parlasur; diversas organizaciones internacionales por la defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional o el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS); y el actual titular de la Organización de Estados Americanos (OEA). También han denunciado la detención: el Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau en su reciente visita a la Argentina, como científicos, investigadores universitarios y rectores de todo el país.

Para cualquier observador más o menos objetivo, esto es un lugar común desde el día 1 del mandato de Mauricio Macri, que comenzó con la teatralizada ruptura de la continuidad democrática, imponiendo un presidente ad hoc durante un día, para escenificar la refundación del país (me refiero a Federico Pinedo, el presidente de 24 horas); y siguió con la imposición (a dedo) y por Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) de dos magistrados de la Corte Suprema; y continuó, con otro sin número de medidas extraordinarias que debilitan gravemente la institucionalidad de la República, como el veto ostentoso a leyes fundamentales, como la ley anti-despido; y más recientemente, y más escandalosamente, con la promulgación de un decreto que se salta la letra de la ley de blanqueo para incluir a familiares de funcionarios (contra todas las opiniones, incluidas las de sus propios legisladores) con el fin de beneficiar al presidente y su familia que se encuentran investigados por lavado de dinero, asociados a uno de los escándalos más resonados internacionalmente, como los Panama Papers.

Pero lo de Milagro Sala pone sobre el tapete otra cuestión. Recordarán ustedes que uno de los leitmotiv de la propaganda PRO durante su campaña fue: “Vamos a volver al mundo”. La idea era que la Argentina había estado aislada durante la década pasada y que era hora de hacer a la Argentina un país entre otros países importantes, sacándola de la esfera de influencia tercermundista latinoamericana. El estribillo era acompañado con el desprecio a Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, y también Brasil. “Volver al mundo”, era volver a los Estados Unidos y Europa.

Con ese argumento como punto de arranque, el gobierno presionó al congreso para promulgar los instrumentos que necesitaba para un arreglo (muy flojo para la Argentina) con los fondos buitres; y con esa misma lógica, impuso un nuevo entramado administrativo que favorece a las corporaciones en detrimento de la economía local; y con esa misma coherencia ideológica, eliminó retenciones y modificó la legislación y la reglamentación administrativa para seducir a los inversionistas que, por el momento, se conforman con los regalos financieros especulativos que el país le sirve en bandeja, mientras nos hundimos en un nuevo ciclo de endeudamiento.

Lo que el gobierno no parece haber entendido, o no está dispuesto a admitir, es que volver al mundo no significa solamente “volver a los mercados” y “volver a la timba financiera”. Quiere decir, también, volver a un entramado de instituciones, leyes, organizaciones, a una esfera pública internacional, a un poder blando que se ejerce a través de medios, redes sociales, activismo, etc., que en la jerga llamamos “regímenes de derechos humanos”.

La reacción del gobierno es preocupante, como son preocupantes las opiniones de intelectuales y periodistas del establishment que, en un reflejo autoritario, vuelven a repetir los viejos eslóganes del pasado, negándose a aceptar los reclamos internacionales con excusas banales que ponen al desnudo la ideología imperante.




"STAND STILL": ZIZEK Y LA REVOLUCIÓN CUBANA


En una entrevista concedida a la televisión rusa, el filósofo esloveno Slavoj Zizek volvió a intervenir en el debate público golpeando el panal de abejas.

La razón por la cual lo entrevistaron fue para que ofreciera algún pensamiento acerca de la muerte del líder cubano, Fidel Castro, y el futuro de Cuba. Zizek prefirió unirse al coro de detractores de la Revolución, y marcar la ocasión con el desprecio.

Haciendo caso omiso del entrevistador, se preguntaba Zizek a sí mismo: “Seamos honestos, ¿qué ha hecho la Revolución en el ámbito de la cultura, la economía o la política en los últimos años?”, e inmediatamente se respondía: nada, o prácticamente nada, no ha podido crear nada nuevo (y eso, nos confiesa Zizek, le molesta enormemente). Según Zizek, Cuba es un país que se encuentra a la espera, "las calles están rotas y los edificios demacrados" - o algo por el estilo - un país que se auto-justifica sufriendo.

El problema con estas ideas es que resultan muy familiares. Mi vecina, una jubilada catalana que viaja tres o cuatro veces al año a diferentes lugares del mundo con los ahorros de su jubilación, llegó [unos días antes de la muerte de Fidel] de La Habana. Cuando le preguntamos qué pensaba de todo aquello, la buena mujer nos dijo algo semejante a lo que expresó Zizek en la conferencia como si estuviera ofreciendo un descubrimiento asombroso: "las calles están rotas y los edificios demacrados". "Pero la gente es majísima - agrega la señora - aunque los médicos que encontré en el malecón me dijeron que no podían comprarse unas zapatillas Nike."

El problema es, justamente, que la mejor respuesta a Zizek no puede ser una respuesta marxista, la cual erraría completamente el blanco. La respuesta solo puede ser "teológica". Porque si hay algo que podemos ponderar de la Revolución cubana y de lo que vino  después (50 años de vida cotidiana) es su profunda devoción a “San Benito”: oración y trabajo. 


Lo que podemos admirar de esa Cuba tan despreciada "por sus calles rotas y sus edificios demacrados", es justamente la paciencia. Y, con ella, la firme decisión de preservar ciertos “valores” socialistas que la revolución conservadora, primero; la derrota del comunismo soviético, después; la apuesta hiper-capitalista china, a continuación; y el triunfo de los posmodernismos de derecha y de izquierda al  estilo Zizek (pese a su renuencia a aceptarlo) que allanaron el camino para el triunfo del neoliberalismo, amenazaban con liquidar. 

En las últimas cinco décadas, hemos visto de qué manera el mundo se tropezaba con una serie de promesas que acabaron siendo, no sólo un callejón sin salida, sino el detonante de una serie de amenazas que ahora se asoman como insuperables (cambio climático, desigualdad extrema y exclusión, guerra fratricida y amenaza nuclear, retorno de los totalitarismo y los genocidios étnicos, etc.)


Y al contrario de lo que nos dice Zizek, Cuba supo construir una alternativa visible y viable (pese a sus límites, en buena parte debidos a su realidad constitutiva: es una pequeña isla sin petróleo en el Caribe, cuyo fracaso fue largamente anunciado y que, sin embargo, sobrevivió cincuenta largos años de ataques feroces de toda la comunidad internacional). Una alternativa que no encajaba con un sistema que, bien mirado, se ha ido comiendo muchos de los logros sociales que se ganaron con sangre, sudor y lágrimas durante los últimos dos siglos, o que se encuentran en franco retroceso, incluso los logros civiles y políticos, sociales y económicos, que surgieron como fruto obligado del sufrimiento colectivo que produjo la Segunda Guerra Mundial en Europa. 


Jean-Paul Sartre y Ernesto "Che" Guevara

Preguntarse acerca de lo que hizo y lo que no hizo la Revolución cubana, sin prestar atención a la realidad geopolítica de la isla y el contexto histórico en el cual la Revolución cubana (y todo lo que vino después) permitía y no permitía [fácticamente] es una forma grosera de ignorancia o de muy mala fe.

El otro tema que aparece en la entrevista gira en torno al juego de palabras que despliega Zizek, con el cual pretende asociar a la Revolución cubana con una suerte de "castración" del pueblo cubano, que necesitaba un líder llamado "Castro" para llevarla a cabo. Castro y castración, dice Zizek con muy mal gusto, y el desprecio hacia un pueblo que juzga "idiota". 


¡¿Qué decir sobre esta pasión "lacaniana" de Zizek en este caso?! Cuanto menos, que si estuviera siendo fiel a Lacán, su prosa lacaniana tiene profundas limitaciones. Poco más puede agregarse al respecto. 

Por eso me vuelvo a la teología para hablar de su compulsión (siguiéndole el juego psicoanalítico) para mostrarle su incapacidad de entender eso que él mismo define tan bien: el arte del "stand still" (quedarse quieto o estarse quieto), que sólo puede practicar quien ha llegado al final de un camino y comprende lo Real de suyo, que Zizek siempre acaba eludiendo a través de su imaginario conceptual compulsivo. 

Porque si el "fidelismo" fue un "stand still" (quedarse quieto, estarse quieto) ante una realidad que amenazaba con su aniquilación. También fue la fidelidad a una promesa: la de no renunciar a la Revolución. Por eso, diría yo, contra Zizek que, más que asociar la Revolución con el "Castro" de la castración, deberíamos asociarla a la fidelidad a la justicia social, a un humanismo universalista que el talante posmoderno de zizek es incapaz de aceptar o siquiera entender. Quizá, como señalan algunos filósofos de la liberación latinoamericana, como Dussel o incluso Castro Gómez, en Zizek anida un eurocentrismo, que el mismo se ha encargado de bordar sobre las charreteras de su uniforme teatral.

Finalmente, me gustaría detenerme en la pasión de Zizek por la novedad. Aquí es donde es más evidente el límite de su retórica posmodernista. Y es en Walter Benjamin (y en la noción de Baudelaire de la moda, y la gravedad de la frivolidad) donde podemos encontrar la clave para interpretar su compulsión. 


Porque si hay algo que caracteriza a Zizek, eso es la "repetición", el "eterno retorno" de sus textos. Pero, entiéndase bien, aquí repetición es hastío, enmascarado en su forma novedad-entretenimiento. Zizek es un filósofo-entretenimiento, un filósofo de moda y a la moda. Y la moda tiene eso, es la eterna repetición del hastío, enmascarado en la pretensión de la novedad. Y ese es su límite, y la clave de su éxito comercial. Lo que lo lleva a ser tan exitoso es justamente el poder hacer creer a sus lectores que están ante algo extraordinariamente novedoso.

Ahora bien, esa es justamente la caracterización que hace Baudelaire a la hora de definir la "decadencia burguesa". Y esta es la decadencia contra la cual Benjamin arremete en su obra, adoptando una perspectiva mesiánica que consiste, justamente, en reconocer en el origen (la Revelación), su horizonte de sentido (la Revolución). 

Ese reconocimiento, esa promesa, se traduce en una espera extraordinariamente inteligente, en la preservación (aquí es donde entra San Benito: oración y trabajo) de aquello que es amenazado con ser desaparecido en la oscuridad.  

En este sentido, la Revolución cubana tuvo y tiene una suerte de "carácter monacal", el cual Zizek confunde con "castración". Lo que olvida Zizek es la transmutación que produjo la Revolución en el pueblo cubano: el goce de una castidad militante y utópica. Y aquí la castidad es lo opuesto a la castración. La castidad es una contención inteligente y devota frente a la compulsión, que en el caso del discurso, se traduce en la capacidad de reservarnos de la verbalización desbocado, del acto masturbatorio de "hablar por hablar". Obviamente: una revolución anticapitalista debe ser casta, inteligente y devota. La inteligencia consiste en de-contruir el fetiche. La devoción es a la libertad. 

Pero no quisiera que esta entrada se entendiera como un argumento ad hominem contra Zizek. Su estilo y su inteligencia nos ha llenado de alegría a muchos de nosotros. Sin embargo, su compulsión es su síntoma; y su impaciencia, una muestra clara de que su prosa “revolucionaria” no deja de ser una pose sin consecuencia alguna más allá de las fronteras de las marquesinas de las grandes avenidas de las metrópolis del primer mundo y los chismorreos académicos de quienes se cruzan con las divas y los divos de Hollywood. 


En los tiempos que corren, y ante las amenazas, el sufrimiento evidente que nos rodea, y el desconcierto reinante, ese “stant still” que produjo la Revolución cubana es una virtud; y la compulsión de Zizek, su búsqueda incesante de novedad, "más de lo mismo". 


ANEXO

¿Por qué incluir una foto de Sartre y del Che? Quizá porque hay que pensar el exabrupto de Zizek a la luz de otros debates en los cuales participaron intelectuales y militantes sociales y políticos. 

Por ese motivo esta entrada podría haberse titulado, quizá: "Zizek y los intelectuales orgánicos", pero las circunstancias le impusieron otro título. 

Mi tentación, en este anexo, es agregar otra pareja de intelectuales-militantes que reflejan esta disputa en el corazón de la izquierda. 

Por ese motivo, agrego al final un documento audiovisual muy querido, en línea con las últimas "discordias" protagonizadas por Zizek.  Esta vez con Noam Chomsky, con quien el filósofo de Luibliana ha mantenido recientemente una curiosa (lacanianamente hablando) confrontación adolescente. 

Recordamos, entonces, a la manera de un "cortocircuito" - como diría el propio Zizek, aquel extraordinario debate entre Noam Chomsky y Michel Foucault, en torno a la naturaleza humana y el sentido de la justicia, en donde se evidencian los límites del intelecto, y los sacrificios que impone la lucha por la justicia en el mundo real.  




HACIA UN FRENTE OPOSITOR LATINOAMERICANO

Luiz Inácio Lula Da Silva

(1) 

La principal referente social, Margarita Barrientos, ícono de campaña en las últimas elecciones, y exponente privilegiada de PRO-Cambiemos, advierte: 

"Ojalá la gente no extrañe a Cristina Kirchner."  (el artículo de La Nación aquí)

Traducimos: pese al empeño mediático-institucional por desacreditar las políticas de inclusión del gobierno anterior, la gente extraña a Cristina Fernández de Kirchner. 

(2)

Vale la pena leer la nota del diario La Nación, contrastándola con la iluminadora entrevista a Lula que Roberto Navarro le hizo esta semana, la cual fue transmitida ayer por C5N (la entrevista a Lula aquí)

Rescato dos elementos de esa entrevista:

1) Las semejanzas "no casuales" entre lo que ocurre en Argentina y lo que ocurre en Brasil en términos de los mecanismos destituyentes que estuvieron activos durante todo el mandato de los Kirchner y de Lula y Dilma, pero que también marcaron a los gobiernos de Paraguay, Venezuela, Honduras, Bolivia y Ecuador. Entramado mediático-jurídico-corporativo antidemocrático (aun cuando el poder haya sido logrado a través de elecciones libres, como ocurre en la Argentina - cuando se pone en entredicho uno de los pilares de nuestras democracias: la división de poderes, el libre acceso a la información y el derecho a una información de calidad).

2) La relación "personal" de los líderes políticos populares con su pueblo que, en este caso, Barrientos expresa con grave intuición: "Ojalá que la gente no extrañe a Cristina Kirchner". Lula decía que el problema que tienen los medios de comunicación es que su relación (la de Lula) con el pueblo brasileño es una relación personal de 40 años trabajando por el pueblo. Y aunque el caso de los Kirchner es diferente, el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, con todos sus errores, estuvo marcado por una sucesión ininterrumpida de alegrías populares que no pueden borrarse de un plumazo de la memoria colectiva. 

(3)

Finalmente, con todo esto no estoy intentando hacer apología del kirchnerismo. Es evidente que el kirchnerismo está obligado a mutar, a encontrarse con otras fuerzas políticas, a radicalizar su apuesta de transformación, y liberarse de los lastres que lo llevaron finalmente a la derrota electoral de 2015. Pero, también es cierto, como explica Lula, que un momento de crisis de esta naturaleza tiene un aspecto tremendamente positivo. Lula lo dice de este modo: 


"Podemos ser desaforados, podemos hacer cosas que no nos hubiéramos atrevido a hacer en otras circunstancias."

(4)

Ahora bien, todo esto depende de una gran alianza política, que no sólo incluya a las fuerzas opositoras al gobierno de Mauricio Macri en Argentina, o a Michel Temer en Brasil, sino que permita la confluencia y articulación de una verdadera oposición regional (continental) a las derechas emergentes que amenazan con desfigurar y deshacer los logros de estas últimas décadas.

Como venimos diciéndolo desde hace tiempo, necesitamos proyectarnos más allá de Buenos Aires, más allá del conurbano bonaerense, más allá de la provincia de Buenos Aires, más allá de las pugnas provinciales en el territorio federal. Necesitamos pensar regionalmente, proyectando nuestro futuro inmediato en el mundo, y a partir de allí construir las nuevas discursividades que nos permitirán redoblar la apuesta de la transformación.

El 9 de noviembre, los expresidentes latinoamericanos comprometidos con la transformación socio-económica y política del país se reunirán con el fin de empezar a dar forma a esa Alianza opositora continental.

Nuestra tarea, como militantes, a través de todos los escenarios a los que tengamos acceso, es concienciar de lo más obvio, eso que con palabras tan pertinentes expresa, sin saberlo, Margarita Barrientos: 


"Ojala la gente no extrañe a Cristina Kirchner". 

Es decir, "ojalá que la gente no comprenda, no recuerde, que otra Argentina, que otra Latinoamérica, que otro mundo, es posible".

LA PATRIA UTÓPICA




Evidentemente, seguiremos pensando acerca del legado de la Revolución cubana. Ahora estamos de luto. Ha muerto el Comandante Fidel Castro, y las reflexiones tienen necesariamente un tono conmemorativo.

Sin embargo, no puedo dejar de aprovechar este momento en el cual mucha gente, a lo largo y ancho del planeta, habla de Fidel, vuelve a pensar en la Revolución cubana, y tiene ocasión de escuchar otra vez acerca de la hazaña incontestable que supuso aquella empresa aparentemente inconcebible que consistió en liberar a Cuba de la opresión de un régimen corrupto al servicio del imperialismo. 


Y aún más inconcebible fue el haber logrado que ese gesto mesiánico se convirtiera en un proyecto político, social y económico que aguantara el embate brutal de la nación más poderosa del planeta, dotada de las fuerzas militares más destructivas y el aparato de inteligencia más sofisticado, además de un entramado institucional y corporativo que, en el resto del continente latinoamericano, hizo fracasar a gobiernos dotados de condiciones coyunturales mucho más sólidas que las de Cuba - una pequeña isla del Caribe, localizada en las costas de su más temido y mortal de los enemigo.

Creo que lo que nos toca, especialmente a los investigadores,  intelectuales, escritores, periodistas, pero en realidad a todos aquellos de nosotros que tenemos un auténtico interés en la política global, es apropiarnos de la Revolución cubana y su desarrollo, como hemos hecho con la Revolución estadounidense y la Revolución francesa.

Las revoluciones de independencia en América Latina, fueron iteraciones de las dos grandes revoluciones fundadoras de las democracias liberales modernas (la estadounidense y la francesa). Incluso la Revolución haitiana (ocultada por los grandes imperios mundiales durante dos siglos para esconder las limitaciones de sus propios procesos emancipadores) responden a un mismo marco de referencia. Pero, la Revolución cubana es auténticamente una novedad para América Latina y para el mundo. No sólo por la ruptura inicial (análoga a otros movimientos descoloniales de aquella época), sino por su evolución.

Obviamente, la Revolución cubana no fue un éxito absoluto. Los medios liberales se han ocupado de manera machacona de recordárnoslo en estas horas. Un periodista del diario La Nación, por ejemplo, la definió como una utopía incumplida (sin darse cuenta que el título de su artículo no tenía sentido, teniendo en cuenta que toda "utopía" – "u-topos" [no-lugar], es un imaginario al cual nos dirigimos, cuyo carácter normativo guía nuestra acción); otros definieron a Fidel como un "hacedor de sueños" que acabaron en pesadillas, intentando equiparar a la Revolución cubana con otras experiencias revolucionarias que acabaron en catástrofe.

Sin embargo, la idea misma de intentar juzgar a la Revolución cubana, y con ella a Fidel, adoptando una perspectiva de este tipo va desencaminada. Especialmente, cuando se la pretende sopesar en términos económicos exclusivamente funcionales,  como acostumbran la mayoría de los articulistas que fijan su atención en los problemas estructurales, o los límites de la Revolución en esta esfera.

Me pregunto qué es lo que verdaderamente estamos haciendo cuando nos preguntamos, por ejemplo, si funciona el sistema socialista cubano [económicamente]. Si lo que pretendemos es saber si el sistema ha tenido un éxito rotundo, obviamente la respuesta será negativa. Pero, si prestamos atención al hecho de que la Revolución puso en marcha un experimento, entonces tenemos que reconocer que el experimento funcionó. Obviamente, no estamos diciendo que tuviera éxito absoluto. Sería absurdo pensarlo de ese modo. A menos que uno tenga una visión recalcitrante de la historia entendida como progreso, la experiencia humana siempre tiene que ver con la falibilidad y con la finitud.

Pero, podemos plantearlo de otro modo para que resulte más comprensible. Pensemos en el fracaso del capitalismo. Creo, sinceramente, que a menos que seamos unos ciegos desquiciados, tenemos que reconocer que todos los logros del capitalismo no alcanzan para justificar el rotundo fracaso que significa el hambre, la destrucción medioambiental, la exclusión, la guerra permanente, la amenaza de aniquilación, etc. Todo ello prueba que, visto globalmente, el modelo traiciona las esperanzas de las grandes mayorías de vivir una vida digna.

Frente a esto, el asunto se clarifica. La experiencia cubana toma otro cariz. No porque alguno de nosotros pueda mostrar un éxito rotundo en su empresa, sino porque la Revolución cubana fue y sigue siendo un experimento esperanzador, una alternativa viable y visible, siempre mejorable, de otra cosa, de otro modo de encarar nuestros problemas.

Como nos enseñó "uncle" Noam [Chomsky], no nos dejemos engañar. No permitamos que nos comparen resortes con mandarinas. Devolvámosle el argumento comparando pares. Comparemos, entonces, la Cuba de la educación, de la salud y de la vivienda universal; la Cuba generosa e internacionalista, con Haiti [ ese verdadero infierno del que nadie quiere hacerse cargo, siempre bajo el auspicio del Imperio estadounidense], o incluso con México [esa auténtica pesadilla de muerte y miseria].

Y entonces el asunto se vuelve muchísimo más obvio y pertinente. Lo demás es un entretenimiento insignificante. La enumeración interminable de los relatos, los chismes y las quejas de miles de turistas bienpensantes y equilibrados que traen de la isla, ansiosos de deconstruir lo más obvio, historias que prueban que Cuba no es una flor en el cielo, sino un lugar en el mundo, como cualquier otro, no tienen sentido. 


Lo interesante es que allí viven, un pueblo que tuvo la dignidad de proponerse una alternativa, y líderes que no se dejaron avasallar por los más poderosos. Sólo por eso, Cuba es y será siempre, para nosotros, los latinoamericanos, Cuba: la patria utópica.

EL COMANDANTE Y SUS CRÍTICOS



EL COMANDANTE FIDEL

Mientras escuchaba las barbaridades que dicen sobre el Comandante Fidel Castro las bestias de carroña, pensaba en los líderes políticos de quienes hablan con tanta petulancia y pretensión moral.

Pensaba en sus Nixon, Carter, Reagan, Clinton, Bush y Trump.

Pensaba en sus Thatcher, Major, Blair, Gordon, Cameron y May.

Pensaba en sus Mitterrand, Chirac, Sarkozy y Hollande

Pensaba en sus González, Aznar, Zapatero y Rajoy.

Pensaba en sus Pujol, Maragall, Montilla, Mas y Puigdemont.

Y entonces me preguntaba, mirando sus fotografías en wikipedia, qué razones les asiste a toda esa gente de talante bienpensante a creer que ellos han tenido líderes más decentes y más populares y más queridos y admirados, que el Comandante para los cubanos y el pueblo latinoamericano en su conjunto.

Qué creen que tienen sus democracias gastadas e injustas de puertas adentro, y asesinas y crueles de puertas afuera, que nos sirva de ejemplo para un mundo mejor.

Y pensando en todas esas cosas, me preguntaba por qué un hombre latinoamericano, un hombre que condujo una pequeña isla del Caribe durante el último medio siglo, se ha convertido en el espejo de todos vuestros prejuicios.

Quizá porque el Comandante fue (mal que les pese) y sigue siendo, y seguirá siendo un símbolo de una resistencia de hierro, ante una crueldad sin escrúpulos.

LOS SINVERGÜENZA

Fotografía de la operación "Búsqueda del tesoro" ordenada por el fiscal Marijuan

Sin temor al ridículo, el fiscal Marijuan, desde hace meses, se dedica a abrir huecos en las frías tierras patagónicas en busca del arca pérdida.
Cada vez que el gobierno se encuentra frente al espejo de su propia vergüenza, la justicia cómplice le hace el trabajo de las cámaras, y los periódicos se desviven por ilustrar sus quehaceres. Después de las ya famosas "topadoras" que ilustra la foto que encabeza esta entrada, hoy nos desayunamos con la imagen del fiscal allanando un terreno baldío.

La desesperación ante la ineptitud evidente del gobierno de turno pone nervioso a su aparato mediático, que ya no sabe qué hacer para ocultar el tartamudeo del presidente y la negligencia de sus ministros.

Mientras tanto, en "ciudad Gótica" - antro de corrupción y crueldad - las clases medias continúan haciendo yoga y meditación, "esperando la carroza". La imbecilidad es un signo notorio de los tiempos que corren. Entre el chismorreo de la farándula que, como en otras épocas, tiene a los ministros, las divas y los periodistas deportivos como comentaristas políticos con pretensiones de alto vuelo, la Argentina recobra su talante cultural porteño (tilingo, pretencioso, cómplice) que la caracteriza.

Como los campesinos polacos, vecinos circunstanciales de los campos de exterminio, los ciudadanos mediocres miran con indiferencia los trenes que avanzan repletos de víctimas camino hacia su aniquilación.

Es una vieja tradición argentina (a quién cabe dudas), la misma que defendió, no hace mucho, que éramos "derechos y humanos", mientras llenábamos el Río de la Plata con los cadáveres de las mujeres en período de pos-parto y nos repartíamos a sus hijos.

En el ínterin, los datos comienzan a ser espeluznantes. No se trata de la macroeconomía, ni de mediciones sinceradas de una economía saturada de falsos tecnicismos, puesta al servicio de los desalmados.

Lo que ocurre es más grave, porque se lleva la vida de la gente, y destruye el futuro de las generaciones. No sólo hay despidos y ansiedad creciente entre la población, crece la desnutrición a paso de gigantes.

Los niños no comen, o cuando comen, asusta el aumento de su obesidad, porque solo hay carbohidratos disponibles.

Se multiplican los merenderos, mientras las clases "pudientes" despilfarran, y los corruptos regresan el dinero al país desde sus cuevas financieras extranjeras: evasores, delincuentes, avivados, se presentan frente a la patria como los nuevos héroes de esta época liminal.

No hace falta que siga la cuenta: aumenta la xenofobia, el racismo, y el gobierno le pone cara al talante regresivo ampliando el aparato represivo contra extranjeros migrantes de piel oscura, y azuzando el miedo entre la ciudadanía desprotegida. Mientras tanto, la frivolidad permanece a sus anchas, tumbada frente a la televisión.

Asustada, "Ciudad Gótica" se prepara para asistir a otra escena de "violencia divina". Las llamadas "fuerzas" del orden, corruptas y vendidas al mejor postor, afilan sus bayonetas". El pueblo pide justicia.

Y todo vuelve a empezar....

ECOS DE LA DICTADURA Y REMEMBRANZAS NOVENTISTAS

José Martínez de Hoz


Lo venimos diciendo desde hace tiempo. Ayer nos desayunamos con la bronca del gobierno ante una evidencia incontestable. El ex-ministro Lavagna comparó al gobierno de Cambiemos, electo en las urnas, con el modelo económico de Martínez de Hoz (símbolo civil de la dictadura militar) y Cavallo (el rostro perverso del menemismo y la Alianza).  

La gracia de la comparación es que nos ayuda a mover nuevamente la frontera histórica en la cual intentó acorralarnos el relato macrista. Con gestos, y persecuciones mediáticas y judiciales, el macrismo pretendió escenificar una "refundación de la patria". 

Dos elementos simbólicos así lo muestran: (1) la jugada institucional que consistió en crear una discontinuidad entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, poniendo a Federico Pinedo como Presidente interino durante 48 horas, dispuesto simbólicamente para escenificar un "estado de excepción". 

Y (2) la judicialización "absoluta" de la década kirchnerista, no sólo en lo que concierne a cuestiones relativas a la corrupción, sino también dirigida a sus decisiones políticas, como ocurre con la llamada "causa dólar futuro", o la acusación a expresidenta Cristina de "traición a la patria".

En este último caso, algunos hitos resultan expresivos:  (i) la embestida contra el acuerdo con Irán, por el caso AMIA; (ii) la teatralización mediática de un asesinato político (que nos regresó oscuramente a los '70) - el llamado "caso Nissman; (iii) la amenaza de proscripción política de la presidente, y la persecución política a su familia que parece ir in crescendo en el imaginario de sus bases. 

Ahora bien: ¿qué significa "mover la frontera histórica"? Significa ayudar a los argentinos a reconocer a quiénes tenemos enfrente. La historia argentina no comenzó el 10 de diciembre de 2015, después de una larga era "prehistórica" de salvajismo y superstición kirchnerista. El macrismo no es, ni ha sido nunca "la nueva política". 

Todo lo contrario, es la vieja política que ha impedido el crecimiento industrial de la Argentina históricamente; la vieja política elitista, antipopular, que ha atentado contra los movimientos sociales y políticos emancipatorios, intentando silenciarlos, persiguiéndolos, encarcelándolos o incluso haciéndolos desaparecer cuando hiciera falta.

Pero ahora, con una estrategia de imágenes concertada (que asegura el monopolio casi absoluto de la información y el entretenemiento) la violencia física no ha sido (hasta el momento) necesaria. Hoy lo que se ejercita de manera brutal es "violencia simbólica", dispuesta como un dispositivo corrosivo dirigido a trastocar las huellas institucionales de la soberanía popular, a favor de los mecanismos impersonales del mercado y las finanzas internacionales. 

El éxito del Cambiemos será la implantación de una violencia absoluta, sistémica. Una violencia que naturaliza el privilegio y su contra cara, la exclusión intrínseca de ese sistema.  


Por lo tanto, es hora de "abrir los ojos", dejar de jugar el juego del gato y el ratón, y definir sin cortapisas, y asumir el modelo de Cambiemos como una continuidad de algo conocido y temido por todos, que ha logrado sumar a todas las fuerzas regresivas del arco socio-político (incluido el propio peronismo) en un proyecto de extrema peligrosidad.  

EL PAÍS DE LAS ÚLTIMAS COSAS

El país de las últimas cosas


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No creo que haya una experiencia más triste para un ser humano que ver como sus compatriotas, poco a poco, van cayendo en eso que alguien llamó "el país de las últimas cosas", el trastero del mundo, el vertedero de los privilegiados, o como quieras imaginarlo.

Todo se degrada. Efectivamente. A medida que crece el hambre, la miseria, la violencia, el miedo, la gente va olvidando su dignidad (porque alguna vez fuimos dignos, ¿te acordás?) y se va encalleciendo el alma, hasta convertirse en una piedra, y nos volvemos un poco "mierda", y empezamos a llenarnos de odio, y encontramos a uno diferente, por ejemplo, un extranjero, y nos dan ganas de molerlo a palos para sacarnos de encima la propia frustración, y la vergüenza de habernos dejado engañar vilmente por los que ahora están arriba y te refriegan en la cara que no le importas nada, que sos prescindible, que los ricos no piden permiso. Hasta te inventaron el título de una telenovela para que te vayas acostumbrando, para que "te vayas haciendo a la idea": que la democracia es una ficción electoral (que ahora será una ficción electrónica electoral), pero los que al fin de cuentas mandan y no piden permiso son otros, los dueños del "dispositivo democrático". Porque, no sé si te habrás dado cuenta, pero vos no mandás, vos no sos nada: sólo un dato estadístico, una variable de la cual puede extraerse consenso, pero no una voz, una mirada, una perspectiva, una persona. Obviamente, podés rogar, suplicar, exigir, protestar, pero no sos nada. Y para demostrártelo allí están los antidisturbios para señalar tu condición residual en el actual orden político que reina en Argentina.

Ahora bien, si no es un extranjero con el que te desquitás, será una mujer (probablemente "tu" mujer, u otra mujer) o un "homosexual", o un niño, lo que sea. Porque, en realidad, lo que te pasa es que tenés vergüenza de eso en lo que te has convertido. En el fondo sabemos que pudieron con nosotros, que nos pasaron por encima, que nos están metiendo el dedo en la oreja todos los días y somos incapaces de reaccionar y ponerle un parate a la situación. Y todo esto con nuestra absoluta complicidad.

Los más afortunados se meten para adentro, se dedican al yoga en cualquiera de sus formas, o a la meditación, en cualquiera de las suyas, o en la literatura del señor Baba, o cualquier otro maestro que les ayude a olvidar las cosas de este mundo. O hacen huertos posmodernos en los techos de sus casas y cuidan rosas o manualidades, o van al Colón a ver alguna figura envejecida de hollywood invitada a escenificar sus últimos bolos antes de su final . Si tienen un poco más de guita viajan a Miami o se dan una vuelta por Europa, y después de empapelar las redes sociales con sus fotografías narcisistas desayunando en alguna boulangerie, regresan a casa llevando consigo baratijas para echar pinta entre los miserables. Lo que sea, para no pensar, para no sentir, para no ver, para no hacer nada.

Y los que mandan se aprovechan, y miran las encuestas, y cuanto más xenófoba y racista es la población, más xenófoba y racista es la dirigencia; y cuando más tilinga y superficial es la gente, más tilinga y superficial se muestra la dirigencia.

No hace falta mucho cerebro para darse cuenta dónde estamos, y hacia dónde vamos. Volvimos a ser lo peor de nosotros mismos y la caída es en picada.

Basta ver lo que dicen y hacen nuestros dirigentes para saber quienes somos. Basta ver lo que dicen y hacen nuestros periodistas, para saber quiénes somos. Basta ver qué dicen y que hacen nuestros intelectuales, para saber quienes somos.

Ahora mismo somos una bosta. Y lo digo con mucha pena, porque me gustaría que fuéramos diferentes. Pero es así: nuestro país, Argentina, se ha convertido en una mierda, lleno de mierdas, xenófobos y racistas mierdas, lleno de oportunistas y de trepas mierdas. Vaya, un país de mierdas.

Seamos sinceros, siempre fuimos más o menos eso. Con cada catástrofe económica, social, política, humanitaria que vivimos, las grandes mayorías y sus dirigentes nos convertimos en socios y cómplices de nuestros crímenes colectivos.

Me acuerdo cuando era chico, como todos nos hacíamos los distraídos. Yo era chiquito, pero sabía lo que estaba pasando, sabía que éramos criminales, sabía que éramos torturadores, sabía que éramos feos, muy feos, pero los mayores se hacían los distraídos, y al hacerse los distraídos nos inculcaban la mentira, nos entrenaban en la negación del sufrimiento y la injusticia. Pero, seamos serios, si lo sabía yo (un niño de 10 años, un impúber), cómo no lo iban a saberlo los mayores que me rodeaban. Así somos nosotros. Como otros pueblos, supongo, pero eso no compensa la vergüenza.

Y así estamos ahora: todos distraídos, necios. Todos mirando para otro lado. Todos poniendo cara de giles como si no tuviéramos nada que ver con lo que está pasando. Pero, entonces, al menos, era un gobierno militar, una dictadura, y por eso resulta fácil (casi comprensible) lavarse las manos. Pero, ¿quién nos curará de este horror, de esta vergüenza, al que nos hemos adherido voluntariamente? ¿quién podrá decir mañana "yo no fui" "yo no quise"?, cuando todo es trasparente, cuando todos está pornográficamente a la luz del día. El grado extremo de posmodernidad de la corrupción política actual es que se realiza a plena luz del día. Los mecanismos están allí para que todos los observemos. No hay ningún secreto: los Assange y los Snowden lo han dejado a la vista para que no haya dudas. Y esto es lo que resulta más incómodo. El saber no alcanza para hacernos libres.

2

Pero hubo un tiempo, un momento, un instante en nuestra vida, en el cual una estrella surcó nuestro firmamento, y durante unos instantes quisimos creer en nosotros mismos, y nos vimos bellos y valientes y atrevidos en el espejo de la historia.

Quisimos ser buenos, respetables, dignos. Pero, qué se le va a hacer. Los tiempos heroicos son memoria, y pronto olvido. Y lo que tenés delante es el residuo de un banquete de utopías vomitadas durante la fiesta de asco que inauguró nuestro nuevo continente.

No importa qué hicieron nuestros dirigentes. No importa si robaron o no robaron. Si fueron corruptos o no lo fueron. Si fueron unos pocos o fueron todos. Lo importante es que nosotros creímos que era bueno ser buenos, que era bueno tener como eslogan de nuestra república: "La patria es el otro", y quisimos que cada uno de nosotros y cualquiera que quisiera formar parte de ese "nosotros", fuera libre y digno. Hubo una época, ahora lejana, muy lejana, en la que juramos ser de verdad la expresión viva en el mundo de los derechos humanos. Yo me enamoré de los derechos humanos, de lo mejor de ese emocionante y rebelde ideal de hacer que los derechos humanos fuera la tierra de nuestra patria. Pero eso se terminó. Ahora nuestros dirigentes escuchan al pueblo, y repiten con el pueblo: "¡Los derechos humanos no son más que un curro! ¡Mano dura! ¡Mano dura!".

De verdad, todo esto lo digo sin rabia, sin resentimiento. Eso si, triste, muy triste, porque no creo que haya una experiencia más terrible para un ser humano que ver a sus compatriotas, poco a poco, cayendo en eso que alguien llamó "el país de las últimas cosas".

En cierto nivel, a quienes promovieron esta hecatombe, esta catástrofe, podemos perdonarlos: uno podría incluso repetir "evangélico" quedándose muy tranquilo: "No saben lo que hacen".

Pero, en otro nivel, no sería digno dejar las cosas como están. Tenemos que reconocer que son nuestros "antagonistas" y actuar en consecuencia. No por el signo político al que se adhieren, o el gesto ideológico que expresan en el mercado de la cultura, sino porque defienden el hambre, la discriminación, la eugenesia social, la persecución política, la represión y la violencia.

Y si no defienden estas cosas, se hacen los boludos, que para el caso, es lo mismo.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...